ALABANZAS A SU ESPOSA
Elegía dedicada a su esposa, elogiando su comportamiento en favor del poeta desterrado. En efecto, Fabia, la tercera esposa de Ovidio, había quedado en Roma para interceder por éste y tratar de conservar su patrimonio. Para ello se vale de sus amistades y vínculos familiares con personajes importantes en la política, en especial con Fabio Máximo, uno de los hombres más influyentes ante Augusto.
Ni Lidia fue tan querida por el poeta de Claro[239] 108, ni Bitis por el suyo de Cos[240], como tú, esposa mía, estás grabada en mi corazón, digna de un esposo, si no mejor, sí menos desgraciado. Mi ruina ha sido apuntalada por ti como si de una viga colocada debajo se tratara[241]; si yo soy aún algo, todo es mérito tuyo. Tú haces que yo no sea botín ni objeto de despojo por parte de aquellos que desearon con avidez los restos de mi naufragio[242]. Y como el lobo rapaz, incitado por el hambre y ávido de sangre, está al acecho del redil sin pastor, o como el voraz buitre aguza la mira a su alrededor por si llega a divisar algún cadáver insepulto[243], de la misma manera un tal, abusando de la confianza que tiene en mi lastimoso estado, habría venido contra mis bienes, si tú lo hubieras consentido. Tu entereza lo ha mantenido apartado, gracias a la ayuda de esforzados amigos, a quienes nunca se les agradecerá lo que merecen. Así pues, tú tienes la prueba de un testigo tan verídico como infeliz, si es que un testimonio así tiene algún peso. Ni te aventaja en fidelidad conyugal la esposa de Héctor[244], ni Laodamía[245], que acompañó a su marido en su muerte. Si a ti te hubiera tocado en suerte tener por vate al Meonio[246], la fama de Penélope[247] iría a la zaga de la tuya, ya sea porque tú no debes esto sino a ti misma y tu virtud no ha sido fruto de escuela alguna, por haberte sido concedidas tan buenas cualidades desde tu nacimiento, ya sea que una augusta dama[248], que ha sido siempre muy venerada por ti, te enseña a ser modelo de esposa virtuosa y con una práctica frecuente te ha hecho semejante a ella, si es lícito comparar lo grande con lo pequeño.
¡Ay de mí!, pues mis versos carecen de fuerza y mis palabras son inferiores a tus merecimientos. Si es que hubo en mí en otro tiempo alguna vida y energía, ha desaparecido totalmente a causa de mis prolongadas desgracias. Tú ocuparías el primer lugar entre las virtuosas heroínas y serías admirada como la primera por las virtudes de tu alma. Con todo, valgan lo que valgan mis elogios, vivirás eternamente en mis versos[249].