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A UN FIEL Y ENTRAÑABLE AMIGO

Elegía dirigida a un buen amigo, por cuya fidelidad el poeta se muestra profundamente agradecido. La identidad del destinatario es algo discutida, si bien la mayoría de los comentaristas se inclinan a pensar que la elegía está dedicada a Celso, uno de los pocos y mejores amigos que permanecieron fieles a Ovidio y le aliviaron en su desgracia[215].

El argumento básico de la elegía consiste en poner de relieve que en la desgracia es donde se prueba la verdadera amistad, lo que da pie al poeta para componer una auténtica pieza retórica a base de ejemplos míticos, especialmente el de Ulises.

Este poema, que es realmente la primera epístola de las Tristes, consta de dos partes bien delimitadas y diferentes, que bien hubieran podido constituir dos elegías independientes: la primera (vv. 1-44), de carácter más íntimo y sincero, mientras que la segunda (vv. 45-84) es toda ella una concesión a la retórica.

¡Oh tú, a quien yo he de recordar siempre entre mis mejores amigos, y que supiste mejor que nadie considerar mi suerte como tuya! Tú, el primero que te atreviste (lo recuerdo muy bien, queridísimo) a apoyarme[216] con tus palabras de aliento cuando me hallaba estupefacto por la sacudida del rayo[217], que me animaste dulcemente a seguir viviendo, cuando mi corazón abatido por la desgracia acariciaba la idea de la muerte. Sabes bien a quién me dirijo por los datos empleados en lugar de tu nombre, ni se te oculta, amigo, tu piadoso oficio. Tu comportamiento permanecerá siempre impreso en el fondo de mi corazón y yo te deberé siempre mi existencia; y este espíritu irá a evaporarse en las auras vacías y abandonará mis huesos sobre la templada pira antes de que se borre de mi alma el recuerdo de tus beneficios y este mi afecto decaiga con el transcurso del tiempo.

¡Que los dioses te sean propicios y te den una suerte que no necesite de la ayuda de nadie y sea diferente de la mía!

A lo mejor, si esta nave[218] hubiera sido empujada por un viento favorable, no hubiera llegado a conocer quizás esa fidelidad. Pirítoo no se hubiera dado cuenta de que Teseo era tan buen amigo, si no hubiera bajado en vida a los ríos infernales[219]; el Focense debe a tus Furias, desgraciado Orestes, el ser ejemplo de la verdadera amistad[220]; si Euríalo no hubiera caído en manos de los hostiles rútulos, ninguna sería la gloria de Niso, hijo de Hírtaco[221]. Por lo tanto, igual que el rojizo oro se prueba en el fuego, de la misma manera la fidelidad hay que examinarla en la adversidad[222]. Mientras la fortuna es favorable y sonríe con semblante sereno, todo va detrás de las riquezas intactas; pero tan pronto como truena[223], huye y nadie conoce ya a aquel que hace un momento estaba rodeado de un enjambre de acompañantes[224]. Y esto, otrora inferido de la historia del pasado, me es ahora conocido como verdadero por mis propias desgracias. Apenas dos o tres sois los que me quedáis de tantos amigos[225]; los demás lo eran más de mi fortuna que de mi persona. Por ello, vosotros que sois pocos, socorredme con más fuerza en la adversidad y concededme a mí que soy un náufrago unas costas seguras; y no tembléis demasiado con un miedo falso por temor a que el dios[226] se ofenda por culpa de esta amistad. A menudo el César ha elogiado la fidelidad incluso en la persona de un enemigo: en los suyos la estima, en el enemigo la aprueba[227]. Mi causa es mejor, ya que no ayudé al bando hostil, sino que merecí este destierro por mi ingenuidad. Vela, pues, te lo suplico, por mi desgracia, per si acaso la ira divina se pudiera aplacar de algún modo.

Si alguien deseara conocer todas mis desgracias, pediría más de lo que se puede hacer. He sufrido tantas desdichas como estrellas lucen en el firmamento y como granos de arena contiene el seco polvo[228]; he soportado muchos tormentos mayores de lo imaginable y que, aunque hayan sido reales, no serían del todo creídos. Incluso una parte de tales tormentos conviene que muera conmigo y ¡ojalá pueda yo con mi silencio hacer que quede oculta! Aunque tuviera una voz infatigable, un pecho más duro que el bronce y muchas bocas con muchas lenguas, no por ello podría, sin embargo, expresarlo todo con palabras, ya que el tema desborda mis fuerzas. En lugar de cantar al caudillo de Nérito[229], virtuosos poetas, contad mis desgracias, pues yo he sufrido muchos más males que el de Nérito. Él anduvo errante durante muchos años en un espacio limitado, entre Duliquio[230] y Troya; a mí, que cruzo mares separados por constelaciones enteras[231], la suerte me ha deportado a los golfos de los getas y de los sármatas[232]. Él tuvo unas tropas fieles y unos compañeros incondicionales; a mí, en mi destierro, me han abandonado mis amigos. Él, alegre y vencedor, se dirigía a su patria; yo he salido huyendo de la mía vencido y desterrado. Y mi patria no es Duliquio, İtaca o Samos[233], lugares de los que el estar alejado no causa gran pena, sino aquella que desde las siete colinas vigila todo el orbe, Roma, sede del Imperio y de los dioses[234]. Él tenía un cuerpo fuerte y que soportaba las penalidades; yo, por el contrario, tengo unas frágiles y delicadas fuerzas[235]. Él había vivido durante largo tiempo ocupado en crueles guerras; yo he estado dedicado a apacibles estudios. A mí me aniquiló un dios[236], sin que ningún otro viniera a aliviar mis males; mientras que a él le prestaba su ayuda la diosa guerrera[237]. Y, en tanto que aquel que reina sobre las hinchadas aguas es inferior a Júpiter, a él le agobia la cólera de Neptuno, a mí la de Júpiter. A eso hay que añadir el hecho de que la mayor parte de sus penalidades son ficticias[238], mientras que en mis desgracias no hay leyenda alguna. Finalmente, él llegó a alcanzar sus Penates, aunque los tuviera que buscar, al igual que sus campos largo tiempo deseados; a mí, sin embargo, me ha de faltar por siempre mi tierra patria, si no se aplaca la cólera del dios ofendido.