Al día siguiente, Caramon informó a Sturm que ni su hermano ni él podían acompañarlo a Solamnia.
Sturm intentó persuadir a su amigo, pero el mocetón se mostró inflexible, aunque no dio ninguna razón clara por haber cambiado de opinión. Al joven solámnico no le pasó inadvertido que Caramon estaba preocupado por algo, y, suponiendo que Raistlin había decidido que no iría y que había prohibido a su hermano que lo acompañara, aunque se sintió ofendido y dolido, no dijo una palabra más al respecto.
—Si lo que quieres es un compañero de viaje, Brightblade, yo iré contigo —ofreció Kitiara—. Conozco las rutas mejores y más rápidas hacia el norte. Además, por lo que he oído, están pasando cosas extrañas por aquella zona, de modo que ninguno de los dos debería viajar solo. Ya que me dirijo en esa misma dirección, lo lógico sería que partiéramos juntos.
Los tres se encontraban en la posada El Ultimo Hogar bebiendo una jarra de cerveza. Kit había pasado por casa de sus hermanos y de inmediato se dio cuenta de que los gemelos se traían algo entre manos. Se enfureció cuando los dos jóvenes insistieron en que no pasaba nada fuera de lo normal.
Consciente de que nunca sacaría el secreto a Raistlin, confió en poder sonsacarle la verdad al más dócil Caramon.
—Tú y Tanis seréis bienvenidos, Kitiara —dijo Sturm tras recobrarse de su inicial estupefacción por la oferta de la mujer—. No os lo pedí antes porque sabía que Tanis pensaba acompañar a Flint en sus viajes estivales, pero…
—Tanis no vendrá conmigo —lo interrumpió Kitiara en un tono seco e impasible. Terminó su cerveza y pidió en voz alta a Otik que le trajera otra.
Sturm buscó la mirada de Caramon, preguntándose qué estaba ocurriendo. Tanis y Kitiara habían pasado juntos todo el invierno y su relación había sido más estrecha y apasionada que nunca. Caramon sacudió la cabeza como para contestar que no sabía nada.
—No estoy seguro de que… —Sturm parecía preocupado.
—Bien, pues está decidido. Voy contigo —volvió a interrumpirlo Kit, rehusando oír cualquier argumento en contra—. Bueno, Caramon, dime por qué tú y ese hechicero que tenemos por hermano no venís con nosotros. Siendo cuatro viajaríamos por los caminos mucho más seguros. Además, hay ciertas personas en el norte a las que querría que conocieras.
—Como ya le he dicho a Sturm, no puedo ir —contestó Caramon.
Su semblante, por lo general alegre, estaba sombrío, serio.
No se había tomado ni un sorbo de su cerveza, que a estas alturas había perdido la fuerza completamente. Apartó la jarra a un lado, se puso de pie, dejó una moneda sobre la mesa y se marchó.
El joven ya no se sentía a gusto con Kitiara; se alegraba de que se marchara y le aliviaba que Tanis no fuera con ella. En más de una ocasión había sentido la necesidad de contar al semielfo lo que verdaderamente había ocurrido aquella noche, que había sido Kit la que había matado a Judith, que le había instado a dejar que Raistlin cargara con el crimen, que dejara que lo mataran…
Kit había insistido en que sólo había sido una broma, pero…
Caramon soltó un suspiro de alivio. Su hermana se marcharía y, con un poco de suerte, nunca volvería. El mocetón estaba preocupado por Sturm, que viajaría en compañía de Kit. Sin embargo, después de meditarlo, Caramon decidió que el joven caballero, con su estricto cumplimiento del Código y la Medida, sabría cuidar de sí mismo. Además, como la propia Kit había dicho, viajar solo era peligroso.
El que más le preocupaba a Caramon era Tanis, quien se sentiría terriblemente herido por la decisión de Kit de marcharse.
El joven suponía —con buena lógica— que Kitiara, con su naturaleza impetuosa e inconstante, era quien había puesto fin a la relación.
Fue Raistlin quien descubrió la verdad.
Aunque faltaban varios meses antes de que Caramon y él emprendieran viaje hacia la Torre, el joven aprendiz de mago empezó inmediatamente a hacer los preparativos, uno de los cuales tenía que ver con el reajuste de la correa de cuero que sujetaba la daga a su muñeca, oculta debajo de la manga de la túnica. Se suponía que un golpe de muñeca debía hacer que el arma cayera en la mano del joven sin ser vista.
Al menos, para ese fin había sido diseñada la correa; empero, la muñeca de Raistlin era más fina que la del mago guerrero que la había llevado originalmente, y, cuando el joven se ponía el artilugio, era la propia correa la que se deslizaba hasta su mano, mientras que la daga caía al suelo. En consecuencia, se lo llevó a Flint con la esperanza de que el enano pudiera arreglarlo.
Flint examinó la correa y se quedó impresionado por el trabajo realizado por el artesano que la había hecho, sospechando que había sido un enano.
Según Lemuel, los elfos qualinestis habían forjado la daga y fabricado la correa como un regalo para su amigo, el mago guerrero, pero Raistlin no hizo la menor alusión al respecto.
Por el contrario, se mostró de acuerdo con Flint en que sin duda era obra de un excelente guarnicionero enano. Flint se ofreció a ajustarla al tamaño de la muñeca de Raistlin si este se la dejaba durante una o dos semanas.
Ese día, Raistlin fue a casa del enano para ver si ya estaba hecho el trabajo; tenía la mano en el pestillo y estaba a punto de llamar a la puerta cuando escuchó el sonido apagado de unas voces en el interior. Eran las de Tanis y Flint.
El joven entendió muy pocas palabras, pero una de ellas fue «Kitiara».
Seguro de que cualquier conversación sobre su hermana cesaría en el momento en que apareciera él, Raistlin retiró la mano del pestillo con cuidado, sin hacer ruido. Miró en derredor para comprobar si había alguien más por los alrededores y, al ver que se encontraba solo, Raistlin se deslizó sigilosamente por un lateral de la casa, hacia el taller del enano.
Flint había abierto la ventana para dejar pasar la suave brisa primaveral, de modo que Raistlin se apostó a un lado de aquella, oculto tras unas frondosas clemátides que crecían junto al taller.
Relegó enseguida a un rincón de su conciencia cualquier escrúpulo derivado de escuchar a escondidas la conversación de sus amigos. Se había preguntado muchas veces hasta qué punto conocía Tanis las actividades de Kitiara, como por ejemplo sus encuentros con desconocidos a media noche o el asesinato de una sacerdotisa. ¿Acaso Kit intentaba escapar de un peligro? ¿Había amenazado Tanis con denunciarla? ¿Y en qué situación se encontraba él si tal era el caso? Comprensiblemente, Raistlin no confiaba gran cosa en la lealtad de su hermana.
—Llevamos días discutiendo —estaba diciendo el semielfo—. Quiere que vaya con ella al norte.
La conversación quedó interrumpida por un fuerte y corto martilleo y, cuando este terminó, la charla se reanudó.
—Según ella, tiene amigos que pagarían con largueza a quienes sean diestros con el arco y la espada.
—¿Incluso a semielfos? —gruñó Flint.
—La misma pregunta hice yo, pero afirma, y con razón, que me sería fácil ocultar mi ascendencia mestiza si quisiera. Podría dejarme crecer la barba y llevar el cabello largo para taparme las orejas puntiagudas.
—¡Menuda pinta tendrías con barba! —El enano volvió a golpear con el martillo—. ¿Y bien? ¿Piensas ir con ella? —preguntó cuando cesó el martilleo.
—No, no iré. —Tanis respondió de mala gana, poco dispuesto a manifestar sus sentimientos incluso a su viejo amigo—. Necesito pasar un tiempo separado de ella y meditar sobre todas estas cosas. Cuando tengo cerca a Kitiara soy incapaz de pensar. Lo cierto es, Flint, que me estoy enamorando de ella.
Raistlin resopló con sorna y casi se echó a reír, pero contuvo su regocijo por miedo a descubrir su presencia. Una necedad así cabría esperarse de Caramon, pero no del semielfo, quien había vivido suficientes años para saber mejor a qué atenerse.
—La única vez que hice alusión al matrimonio, Kit se rio de mí. —Ahora que había roto su mutismo sobre el asunto y podía hablar de él, Tanis se atropellaba con las palabras en su prisa por compartir lo que sentía—. Estuvo burlándose de mí por ello durante días. Según ella, no entendía por qué quería estropear nuestra relación, y si ya compartíamos el lecho, ¿qué más quería? Pero acostarnos juntos a mí no me basta, Flint. Quiero compartir mi vida con ella, mis sueños, mis esperanzas y mis planes. Quiero casarme. Kit no. Se siente atrapada, enjaulada. Se aburre y ha empezado a dominarla un gran desasosiego. Discutimos continuamente por cosas absurdas. Si seguimos juntos, acabará tomándome ojeriza y puede que incluso termine odiándome, y eso no podría soportarlo. La echaré muchísimo de menos, pero es mejor así.
—¡Bah! Deja que pase un año o dos con esos amigos suyos del norte y luego volverá a Solace. Tal vez entonces muestre mejor disposición hacia tu propuesta de matrimonio, muchacho.
—Es posible que vuelva. —Tanis guardó silencio un instante y después añadió—: Pero yo no estaré aquí.
—¿Adonde piensas ir?
—A casa —contestó el semielfo en voz queda—. Hace mucho que no he estado allí. Sé que tal cosa significa que no estaré contigo durante la primera etapa de tus viajes, pero podemos reunimos en Qualinesti.
—Podríamos, sí, pero… En fin… El caso es que no pienso ir en esa dirección, Tanis —informó el enano, que se aclaró la garganta. Parecía apurado—. Llevo tiempo queriendo hablar de esto contigo, pero nunca encontraba el momento oportuno de hacerlo. Supongo que este es tan bueno como cualquier otro.
»La feria de Haven me amargó, muchacho. Vislumbré la fealdad de los rostros de los humanos bajo las máscaras que llevan, y eso me dejó mal gusto en la boca. La charla con aquellos Enanos de las Colinas me hizo pensar en mi hogar. No puedo regresar a mi clan y tú sabes las razones, pero estoy dándole vueltas a la idea de visitar otros clanes de la vecindad. Para mí sería muy reconfortante encontrarme entre mi propia gente. También he estado pensando en lo que ese joven bribón, Raistlin, dice sobre los dioses. Me gustaría descubrir si Reorx anda por ahí, en alguna parte, tal vez atrapado dentro de Thorbardin.
—Buscar señales de los verdaderos dioses… Una interesante idea —opinó Tanis, que agregó con un suspiro—:¿Quién sabe? Tal vez buscándolos a ellos acabe encontrándome a mí mismo.
El dolor y la tristeza que traslucía la voz del semielfo hicieron que Raistlin se avergonzara de haber escuchado esta conversación privada. Se disponía a abandonar su puesto de observación, dirigiéndose hacia la puerta principal para anunciar su llegada de manera convencional, cuando oyó al enano preguntar hoscamente:
—¿Cuál de nosotros va a llevarse al kender?