15

Raistlin despertó a última hora de la tarde, atontado, de una siesta que no había tenido intención de echar. Tenía el cuello rígido, y le dolía la parte posterior de la cabeza, donde había estado apoyada en la silla.

Lo asaltó el repentino temor de haber dormido demasiado y haberse perdido el «milagro» anunciado para esa noche en el templo. Una ojeada a la dorada luz, que se colaba perezosamente entre la cortina de hiedra trepadora que cubría la ventana, lo tranquilizó. Se frotó la nuca y retiró la manta para ir en busca de su anfitrión. Por fortuna sabía dónde encontrarlo.

Lemuel estaba en el jardín, trabajando diligentemente, aunque no daba la impresión de que hubiera avanzado mucho en los preparativos para la mudanza, y así se lo confesó a Raistlin:

—Empiezo a hacer una cosa y entonces pienso en otra y dejo la primera para ponerme con la segunda, con el único resultado de que me acuerdo que he de hacer una tercera antes que las otras dos, así que las dejo para atender a esto último y de pronto me doy cuenta de que la primera es la principal… —Suspiró—. No estoy adelantando mucho.

Contempló con tristeza el desorden que lo rodeaba: macetas vacías tiradas, montones de tierra, agujeros donde antes crecían plantas. Estas últimas ofrecían un aspecto desnudo y abandonado, pues yacían en el suelo con las raíces agitándose ligeramente, como si temblaran.

—Supongo que se debe a que nunca me he movido de aquí. Y a que no deseo estar en ningún otro sitio. Para ser sincero, ni siquiera he decidido hacia dónde dirigirme. ¿Crees que Solace me gustaría?

—Quizá no tengáis que mudaros después de todo —dijo Raistlin, incapaz de presenciar el sufrimiento de Lemuel sin hacer algo para aliviar la angustia del mago. No podía revelarle su propósito, pero sí insinuarlo—. A lo mejor ocurre algo que induzca a los fieles de Belzor a dejaros en paz.

—¿Un segundo Cataclismo? ¿Que unas montañas de fuego se precipiten sobre sus cabezas? —Lemuel esbozó una leve sonrisa—. Sería mucho esperar, pero gracias por sugerirlo. ¿Encontraste lo que buscabas?

—Mis estudios fueron bien —respondió escuetamente Raistlin.

—¿Te quedarás a cenar?

—No, gracias, señor. He de volver al recinto ferial. Mis amigos estarán preocupados por mí. Y, por favor, señor —añadió a modo de despedida—, no renunciéis a la esperanza. Tengo el presentimiento de que seguiréis aquí mucho después de que Belzor se haya marchado.

Lemuel se quedó estupefacto y habría hecho más preguntas si Raistlin no hubiese advertido que una ardilla se disponía a llevarse los bulbos de los tulipanes. Lemuel corrió al rescate de las plantas, y Raistlin comprobó por enésima vez que el estuche con el pergamino estaba colgado de su cinturón, se despidió y se marchó.

—Me pregunto qué se traerá entre manos… —musitó el mago, quien, habiendo atrapado al ladronzuelo, siguió con la mirada a Raistlin mientras el joven se alejaba calle adelante, camino de la feria—. No estaba copiando un hechizo de sueño, eso es seguro. Puede que no sea gran cosa como mago, pero hasta yo soy capaz de provocar un sueñecito sin necesidad de escribirlo. No, estaba copiando algo mucho más avanzado, algo muy por encima de su rango de novicio. Además, todos esos comentarios suyos respecto a que puede pasarles algo a los belzoritas… —Lemuel masticó, preocupado, un tallo de menta.

»Supongo que debería detenerlo… —Sopesó esta posibilidad y sacudió la cabeza—. No. Sería como querer parar un ingenio gnomo cuando ya se ha puesto en marcha y rueda cuesta abajo. No me haría caso y, por supuesto, no hay razón para que siguiera mi consejo. Al fin y al cabo, ¿qué sé yo? Además, cabe la posibilidad de que tenga éxito. Hay mucho bullendo detrás de esos ardientes ojos de zorro suyos. Mucho.

Mascullando para sí, Lemuel se dispuso a reanudar su tarea, pero se quedó parado un momento con el desplantador en la mano, contemplando su antaño tranquilo jardín en el que ahora reinaba el caos.

—Quizá debería esperar y ver qué nos trae el nuevo día —se dijo y, tras cubrir las raíces de las plantas que ya había sacado, asegurándose de que estaban húmedas y resguardadas, entró en la casa para dar cuenta de la cena.

Raistlin llegó al recinto ferial justo a tiempo de impedir que Caramon llamara a la guardia de la ciudad para ir a buscarlo.

—He estado ocupado —repuso con voz cortante a las insistentes preguntas de su hermano—. ¿Has hecho lo que te dije?

—¿Retener aquí a Tasslehoff? —Caramon soltó un suspiro atormentado—. Sí, entre Sturm y yo lo hemos conseguido, pero no quisiera tener que pasar de nuevo por algo así en lo que me resta de vida. Lo tuvimos ocupado esta mañana o, al menos, es lo que pensábamos. Sturm dijo que quería echar una ojeada a sus mapas. Tas los sacó todos, y Sturm y él se pasaron una hora revisándolos. Supongo que debí de quedarme dormido, y Sturm se enfrascó en un mapa de Solamnia. Cuando quisimos darnos cuenta, el kender se había marchado.

»Fuimos tras él —se apresuró a añadir el mocetón al reparar en el gesto ceñudo de su gemelo— y lo alcanzamos. Por suerte, no había llegado muy lejos. La feria es muy interesante, ¿sabes? Lo encontramos y después llevamos el mono a su dueño, que lo había estado buscando por todas partes. El mono hace trucos. Deberías verlo, Raist. Es estupendo, de verdad. En fin, el dueño se puso furioso, aunque Tas juró y perjuró que el mono lo había acompañado voluntariamente, y lo cierto es que parecía que al animal le caía bien Tas…

—Almas gemelas —comentó Raistlin.

—… pero para entonces el dueño llamaba a gritos a la guardia de la ciudad. Entonces Tanis apareció por allí y nosotros nos marchamos con el kender mientras él explicaba que todo había sido un error y apaciguaba al dueño del mono dándole un par de monedas de acero por las molestias.

Sturm decidió que lo que hacía falta era un poco de disciplina militar, así que llevamos a Tas al campo de ejercicios y estuvimos haciendo marcha durante una hora. A Tas le pareció muy divertido y habría seguido con ello; pero, a causa del sol y el calor y al hecho de que habíamos olvidado llevar agua, Sturm y yo tuvimos que dar por terminado el entrenamiento. Estábamos muertos. El kender, por supuesto, se encontraba como una rosa.

»No acabábamos de llegar al recinto ferial cuando vio a una mujer tragando fuego… Lo hacía de verdad, Raist, yo también lo vi. Total, que Tas echó a correr y nosotros fuimos tras él y, para cuando quisimos alcanzarlo, había escamoteado dos bolsas de dinero y un bizcocho, y estaba intentando meterse en la boca carbones encendidos. Le quitamos los carbones y devolvimos las bolsas, pero el bizcocho había desaparecido por completo salvo algunas miguitas pegadas en los labios de Tas. Y entonces…

Raistlin levantó la mano.

—Sólo dime una cosa: ¿dónde está Tasslehoff ahora?

—Atado —respondió con cansancio Caramon—. En la parte trasera del puesto de Flint. Sturm está de guardia. Era el único modo de retenerlo.

—Excelente, hermano.

—Ha sido un verdadero infierno —rezongó Caramon.

A Flint le estaban yendo bien las cosas en la feria. La gente se apiñaba ante su puesto y mantenía muy ocupado al enano sacando anillos de las cajas y atando brazales. Había ganado una buena cantidad de acero, que guardaba bajo llave en una gran caja de hierro, además de muchos objetos obtenidos en trueques. El trueque era una práctica común en la feria, especialmente entre los propios comerciantes. Flint había adquirido una mantequera (que cambiaría a Otik por brandy), un artesón (el suyo tenía un agujero), y un cinturón de cuero con un precioso trabajo de repujado. (El que tenía ahora le estaba un poquito estrecho, según él, porque se había encogido cuando cayó al lago Crystalmir, aunque Tanis decía que no, que el cinturón estaba en perfectas condiciones, y era la cintura del enano la que se había dilatado).

Raistlin evitó la muchedumbre apiñada en la parte delantera del puesto y entró por detrás; encontró al kender bien atado a una silla, con Sturm sentado en otra colocada frente a Tas. A juzgar por las expresiones de sus rostros, habríase dicho que el prisionero era Sturm. Tasslehoff, que estaba disfrutando en grande de la novedad de encontrarse atado de pies y manos, pasaba el tiempo entreteniendo a Sturm.

—… y entonces tío Saltatrampas dijo: «¿Estás seguro de que es tu morsa?». A lo que el bárbaro respondió… ¡Ah, hola, Raistlin! ¡Mírame! Estoy atado a una silla. ¿No es excitante? Apuesto a que Sturm te ataría también si se lo pides con educación. ¿Querrás hacerlo, Sturm? ¿Atarás también a Raistlin?

—¿Qué ha pasado con la mordaza? —preguntó Caramon.

—Tanis me hizo quitársela. Dijo que era una crueldad, pero dudo mucho que conozca bien el significado de esa palabra —contestó el joven solámnico, que asestó una mirada sombría a Raistlin, como si le gustara acceder a la petición del kender—. Confío en que tu plan merezca la pena, aunque ahora dudo que ni el regreso de todos los dioses para desenmascarar a Belzor bastaría para compensarnos por el día que hemos pasado.

—No llegará a tanto lo que planeo, pero sí será igual de efectivo —respondió Raistlin—. ¿Dónde está Kitiara?

—Salió a dar un paseo por la feria, pero prometió que estaría de vuelta a tiempo. —Caramon enarcó una ceja—. Dijo que el ambiente era demasiado frío para resultar cómodo, ya me entiendes.

Raistlin asintió. Ella y Tanis habían discutido la noche anterior, y fue una discusión que debieron de oír la mayoría de los vendedores y quizá media ciudad de Haven. Tanis había mantenido un tono bajo, de modo que nadie escuchó lo que estaba diciendo, pero Kit no se anduvo con tantos reparos:

«¿Por quién me tomas? ¿Por una de tus ñoñas doncellitas elfas que tiene que estar pegada a ti a todas horas? Voy donde me place, cuando me place y con quien me place. Para serte sincera, no, no quería que vinieras con nosotros. A veces te comportas como un viejo, intentando siempre estropearme la diversión».

La pelea había continuado hasta bien entrada la noche.

—¿Se reconciliaron esta mañana? —preguntó Raistlin a su gemelo mientras echaba una ojeada a la espalda del semielfo.

Tanis estaba detrás del mostrador contando dinero, respondiendo preguntas, tomando medidas y anotando pedidos especiales.

—En plata con amatistas, por favor —estaba dictando una noble—. Y con pendientes a juego.

—No, ni mucho menos —contestó Caramon—. Ya conoces a Kit. Estaba dispuesta a besarlo y hacer las paces, pero Tanis…

Como si advirtiera que estaban hablando de él, el semielfo se volvió tras guardar otras tres monedas de acero en la caja del dinero.

—¿Sigues decidido a llevar este asunto adelante? —preguntó.

—Sí —repuso Raistlin.

Tanis sacudió la cabeza. Tenía ojeras marcadas y su aspecto era de estar cansado.

—No me gusta —dijo.

—Nadie ha pedido tu opinión —replicó el joven aprendiz de mago.

Se hizo un silencio incómodo. Caramon enrojeció y se mordió el labio inferior, apurado por la seca respuesta de su hermano, pero demasiado leal a él para decir nada. Sturm asestó a Raistlin una altanera mirada de desaprobación, como recordándole que no debía mostrarse irrespetuoso con sus mayores. Tas pensó en contar otra historia del tío Saltatrampas, pero al parecer no se le ocurría ninguna apropiada en este momento, así que guardó silencio y rebulló, incómodo, en la silla. El kender habría corrido despreocupadamente hacia las fauces abiertas de un dragón sin que se le pusiera de punta un solo pelo del copete, pero el enfrentamiento entre sus amigos siempre lo hacía sentirse muy mal.

—Tienes razón Raistlin. Nadie me preguntó —dijo el semielfo, y empezó a girar sobre sus talones para regresar a la parte delantera del puesto.

—Tanis —llamó Raistlin—. Lo siento. No tenía derecho a hablarte de ese modo, siendo mayor que yo, como el aspirante a caballero me ha recordado con su mirada. Lo único que puedo decir a mi favor que justifique mi actitud es que me aguarda una tarea extremadamente ardua esta noche. Y os recuerdo, a ti y a todos los que estáis aquí —su mirada pasó sobre todos ellos— que si fracaso seré yo quien cargue con las consecuencias. Ninguno de vosotros estará implicado.

—Y sin embargo me pregunto si eres consciente del enorme riesgo que estás corriendo —adujo Tanis seriamente—. Este falso culto está enriqueciendo a Judith y a sus acólitos. Al desenmascararla, es muy posible que te pongas, en un gran peligro. Creo que deberías reconsiderarlo. Deja que otros se ocupen de ella.

—Sí —convino Flint, que se había acercado a la parte trasera del puesto para guardar más dinero en la caja de hierro y había escuchado la última parte de la conversación—. Si quisieras seguir mi consejo, jovencito, cosa que nunca haces, opino que deberíamos evitar meter la nariz en este asunto. Estuve dándole vueltas anoche y, después de lo que me contaste de la gente atormentando a esa pobre chica que había perdido a su niña, llegué a la conclusión de que los humanos de Haven se merecen lo que les pase porque ellos y Belzor son tal para cual.

—¡No puedes estar hablando en serio! —protestó Sturm, conmocionado—. Conforme a la Medida, si una persona sabe que se está quebrantando una ley y no hace nada para impedirlo, entonces es tan culpable como el infractor. Hemos de hacer cuanto esté en nuestras manos para detener a esa falsa sacerdotisa.

—Y eso se consigue informando de sus actividades a las autoridades adecuadas —argumentó Tanis.

—Que no nos creerían —señaló Caramon.

—Opino…

—¡Basta! ¡Mi decisión está tomada ya! —Raistlin puso fin a la discusión. Los argumentos en contra lo estaban haciendo dudar de sí mismo, minando las defensas que con tanto cuidado había levantado—. Seguiré adelante con el plan. Los que queráis ayudarme, podéis hacerlo, y los que no, pueden continuar con sus asuntos.

—Yo te ayudaré —manifestó Sturm.

—Y yo —se sumó lealmente Caramon.

—¡Y yo! ¡Para eso soy la clave! —Tas se habría puesto a dar brincos si no hubiese sido porque brincar atado a una silla resultaba bastante difícil—. No te enfades, Tanis. ¡Será divertido!

—No me enfado —contestó el semielfo, cuyo semblante cansado se relajó con una sonrisa—. Me complace ver que los jóvenes estáis dispuestos a arrostrar peligros por una causa que consideráis justa. Confío en que ese sea el motivo que os induce a hacerlo —añadió, asestando una mirada significativa a Raistlin.

«Olvida mis motivos —respondió para sus adentros el joven aprendiz de mago—. No los comprenderías. Mientras obtenga un resultado que te complazca y beneficie a otros, ¿qué te importa por qué lo hago?».

Irritado, se volvía para marcharse cuando Kitiara entró por la puerta del puesto y, apartando a codazos a algunos clientes que la miraron con animosidad, se abrió paso detrás del mostrador.

—Veo que ya estamos todos. ¿Preparados para echar a Judith a las serpientes como alimento? —preguntó, sonriente—. Ah, por cierto, hermanito, estoy entre los escogidos. Pedí hablar con nuestra difunta madre y la suma sacerdotisa tuvo a bien acceder a mi petición.

Aquello no era parte del plan. Raistlin ignoraba lo que Kit se traía entre manos pero, antes de que tuviera tiempo de preguntarle, la mujer rodeó con el brazo al semielfo y pasó la mano por su hombro en un gesto acariciador.

—¿Vendrás con nosotros esta noche para ayudarnos, amor mío?

Tanis se apartó de ella.

—La feria no cierra hasta que oscurece —respondió—. Tengo trabajo que hacer aquí.

Kit lo atrajo de nuevo hacia sí y empezó a mordisquearle la oreja.

—¿Sigue mi Tanis enfadado conmigo? —preguntó con tono juguetón.

—Aquí no. —El semielfo la separó sin brusquedad y después, en un susurro, añadió—: Tenemos que hablar de muchas cosas, Kit.

—¡Oh, por amor de…! ¡Hablar! ¡Eso es lo único que quieres hacer siempre! —estalló, furiosa—. Toda la santa noche hablando, hablando, hablando. ¡Vale, te dije una pequeña mentira sin importancia! No fue la primera ni será la última. ¡Y estoy segura de que también tú me has mentido mucho!

—No lo dices en serio —musitó quedamente Tanis, que se había puesto pálido.

—No, claro que no. Digo cosas que no son verdad todo el tiempo. Soy una mentirosa, puedes preguntarle a cualquiera.—Rodeó el mostrador encorajinada y le soltó una patada a Caramon cuando el joven no se apartó de su camino todo lo deprisa que quería—. ¿Vais a venir los demás?

—Desatad a Tas —ordenó Raistlin—. Sturm, el kender está a tu cargo. Y tú, Tas —clavó en él una mirada severa—, tienes que hacer exactamente lo que yo te diga. Si no cumples, puede que seas tú el que acabe sirviendo de comida a las cobras.

—¡Oh, qué emocionan…! —Comprendió que esta no era la respuesta adecuada al ver la rapidez con que el joven fruncía las cejas. Su actitud se tornó repentinamente solemne—. Quiero decir, sí, Raistlin. Haré lo que tú me digas. Ni siquiera miraré a una serpiente a menos que me lo ordenes —añadió, considerándolo un sacrificio y una heroicidad.

Raistlin contuvo un suspiro. Percibía grandes brechas abriéndose en su plan y la posibilidad de que muchas cosas salieran mal. En primer lugar, contaba con un kender, cosa por la que cualquier persona en Krynn habría opinado que estaba completamente loco. En segundo lugar, confiaba en un caballero en ciernes que anteponía el honor y la sinceridad por encima de cualquier consideración, incluido el sentido común. En tercer lugar, ignoraba lo que Kitiara planeaba hacer por su cuenta, y esto quizás era la brecha más peligrosa de todas; más bien podía convertirse en un profundo abismo en el que tal vez se despeñaran todos.

—Estoy dispuesto, Raist —dijo resueltamente Caramon. Su lealtad era reconfortante para su hermano, aunque lo echó a perder al añadir mientras se tiraba orgullosamente del cuello de la camisa—: Y no respiraré el humo. Me he puesto esta camisa amplia para poder echármela sobre la cabeza.

Imaginando a su gemelo entrando en el templo de esa guisa, Raistlin cerró los ojos y elevó una plegaria en silencio a los dioses —los de la magia y todos los verdaderos que hubiera— para que lo acompañaran y velaran por él aquella noche.