6

Los gemelos cumplieron veinte años ese verano.

Se suponía que su Día del Regalo de la Vida tendría que haber sido una celebración alegre. Kitiara les preparó una fiesta e invitó a sus amigos a cenar y a tomar toda la cerveza que pudieran beber en la posada El Ultimo Hogar; esto último, en el caso del enano, significaba una cantidad alarmante. Todo el mundo se estaba divirtiendo, con la excepción de los invitados de honor.

Raistlin había estado de un humor pésimo desde la primavera, más sarcástico y amargado de lo habitual, en especial con su hermano. El cumpleaños compartido, con el inevitable recuerdo de sus padres muertos, pareció acentuar aún más su malhumor.

Caramon estaba mustio, ya que acababa de saber la noticia de que Miranda, la chica a la que en ese momento adoraba, había dado el campanazo al casarse repentinamente con el hijo del molinero. La precipitación con que se había celebrado la boda estaba dando pie a especulaciones de naturaleza escandalosa. La desilusión de Caramon por lo ocurrido se alivió en parte cuando reparó en que la noticia de las nupcias de Miranda había puesto una leve sonrisa en el rostro de Raistlin. Era una mueca sombría y desagradable, no de las que confortan el corazón, pero era una sonrisa, al fin y al cabo. Caramon lo interpretó como una buena señal y deseó fervientemente que mejorara la tensión e infelicidad que estaban marcando la vida hogareña.

La fiesta del Día del Regalo de la Vida se prolongó hasta bien entrada la noche, y el buen ánimo y efusividad de los demás descongeló la frialdad de Raistlin enseguida. Esta era la primera fiesta para sus hermanos a la que asistía Kitiara desde que eran pequeños, casi demasiado para que lo recordaran.

Los últimos meses habían sido el período más largo que había pasado en Solace desde su adolescencia.

—Para ser una ciudad atrasada, no resulta tan aburrida como la recordaba —respondió a la pregunta mordaz de Raistlin respecto a su prolongada estancia—. No tengo compromisos en ninguna otra parte, al menos de momento. Me estoy divirtiendo, hermanito.

Esa noche estaba de muy buen humor, al igual que Tanis el Semielfo. Los dos se habían sentado juntos y su admiración mutua era evidente. El uno miraba al otro con los ojos brillantes y cálidos, y se instaban a contar sus historias favoritas.

Con sonrisas cómplices y miradas de reojo, se recordaban entre sí algo gracioso que sólo ellos sabían.

—La fiesta de esta noche corre a mi cargo —dijo Kit cuando llegó el momento de echar cuentas—. Pago yo.

Echó tres monedas grandes sobre la mesa. Otik, con su ancho rostro iluminado por una sonrisa, alargó la mano hacia ellas. Raistlin deslizó hábilmente sus dedos debajo de los del posadero y cogió una de las monedas, que sostuvo en alto, a la luz.

—Acero. Acuñada en Sanction —comentó mientras la estudiaba—. Recientemente acuñada, diría yo.

—Sanction —repitió Tanis, frunciendo el entrecejo—. Esa ciudad tiene fama de ser un lugar perverso. ¿Cómo conseguiste monedas de Sanction, Kit?

—Sí, ¿de dónde sacaste unas monedas tan interesantes, hermana? —preguntó Raistlin—. Fijaos, tiene grabado un dragón de cinco cabezas.

—Una imagen maligna —comentó Tanis, que se había puesto serio—. Es el antiguo símbolo de la Reina Oscura.

—¡No seas absurdo! ¡Es una moneda, no un artefacto maligno! ¡La gané jugando a los dados con un marinero! —manifestó Kit, sin perder su sesgada sonrisa—. Afortunado en los dados, desgraciado en amores, dicen algunos. Pero he demostrado que están equivocados. Justo al día siguiente, te conocí a ti, querido. —Se inclinó sobre Tanis y le besó la mejilla.

Su tono era coloquial y su sonrisa genuina. Raistlin no habría tenido razón para dudar de ella de no ser porque ya había visto esa moneda, u otra igual, brillando a la luz de Lunitari hacía un mes.

De lo que no cabía duda, era de que el semielfo le creía.

Claro que Tanis estaba tan entontecido con Kitiara que si la mujer le hubiera contado que había navegado a la luna, ida y vuelta, en una nave gnoma, le habría preguntado por los detalles del viaje.

Tampoco ninguno de los demás puso en duda sus palabras.

Flint observaba a todos sus amigos con un aire paternal que degeneraba rápidamente con cada cerveza que se tomaba el enano. Tasslehoff deambulaba alegremente por la posada, para gran consternación de los otros parroquianos.

Los componentes del grupo se ocuparon por turno de rescatar a la gente del kender, quien, tras dos grandes jarras de cerveza, tenía por costumbre regalar los oídos de cualquiera con las aventuras de su tío Saltatrampas. Flint y Tanis se ocuparon de restituir a sus propietarios las pertenencias personales «tomadas prestadas o encontradas» y que inevitablemente se encontraban en los innumerables saquillos y bolsas del kender.

En cuanto a Caramon, observaba a su hermano con una ansiedad casi lastimosa, anhelando desesperadamente que Raistlin pasara un rato agradable. El mocetón casi brincó de contento cuando su malhumorado gemelo levantó la vista de la copa de vino que ni siquiera había probado para preguntar:

—Y, hablando de dragones, actualmente estoy siguiendo un ciclo de estudios sobre bestias de la antigüedad. ¿Alguno de vosotros sabe una historia sobre dragones?

—Yo conozco una —dijo Sturm, quien, habiendo consumido dos jarras de aguamiel en honor a la ocasión, estaba inusitadamente locuaz.

Les relató la historia del caballero solámnico Huma y cómo se había enamorado de una hembra de Dragón Plateado que había encubierto su naturaleza bajo la apariencia de una mujer humana. El relato fue bien acogido y se discutió sobre él. Los dragones, buenos y perversos, habían vivido en Krynn en el pasado; los viejos relatos estaban repletos de historias sobre ellos. ¿Serían ciertas? ¿Habían existido realmente los dragones? Y, en tal caso ¿qué les había ocurrido?

—Hace bastante tiempo que vivo en este mundo y jamás he visto señales de dragones —dijo Tanis—. En mi opinión, sólo existieron en las canciones de los juglares.

—Si niegas la existencia de los dragones, entonces niegas también la existencia de Huma —intervino Sturm—. Él fue quien expulsó del mundo a los Dragones del Mal, y los del Bien aceptaron abandonarlo también a fin de no alterar el equilibrio. Esa es la razón de que no veas dragones.

—Tío Saltatrampas conoció a un dragón una vez… —empezó Tas, entusiasmado, pero el grupo estaba decidido a no escuchar nada más, de modo que Flint dio una patada a la banqueta del kender y los lanzó a él y a su cerveza al suelo.

—Los dragones son cuentos de kender —opinó el enano, resoplando con desdén—. Nada más.

—También los enanos relatan historias de dragones —dijo Tas sin dar señal de desconcierto. Se puso de pie, miró con tristeza su jarra vacía, y se dirigió hacia el mostrador para pedirle a Otik que se la volviera a llenar.

—Los enanos relatan las mejores historias de dragones —manifestó Flint—. Cosa lógica si se tiene en cuenta que antaño competimos con las grandes bestias por un espacio en el que vivir. Los dragones, siendo criaturas inteligentes, preferían vivir bajo tierra. Muy a menudo, un thane enano elegía una montaña calentita y seca para su pueblo y se encontraba con que a un dragón se le había ocurrido la misma idea.

—No puedes dar por buenos los dos casos, amigo mío —rio de buena gana Tanis—. Los dragones no pueden ser falsos en los cuentos kenders y verdaderos en los relatos enanos.

—¿Y por qué no? —demandó Flint, enfadado—. ¿Conoces algún kender que diga una sola palabra que sea verdad? ¿Conoces algún enano que mienta?

Estaba muy satisfecho de su argumentación, la cual tenía sentido cuando se contemplaba a través del fondo de una jarra de cerveza.

—¿Y tú qué opinas, Raist? —preguntó Caramon. Este tema parecía haber despertado el interés de su hermano, a diferencia de otros muchos de los que habían hablado antes.

—Como ya dije, he leído sobre los dragones en mis libros —contestó el aprendiz de mago—. En ellos se mencionan conjuros y artefactos mágicos relacionados con los dragones. Son unos libros antiguos, lo admito, pero ¿por qué iban a crearse dichos conjuros y artefactos si las bestias sólo eran mitológicas?

—¡Exacto! —gritó Sturm, dando golpecitos en la mesa con la jarra y ofreciendo una inusitada mirada aprobadora a Raistlin—. Lo que dices tiene lógica.

—Raist sabe una historia sobre Huma. —A Caramon le encantaba verlos a los dos hablando casi como amigos—. Cuéntala, Raist.

Cuando oyó que el relato trataba de hechiceros, Sturm frunció el entrecejo otra vez y se tiró del bigote, pero el ceño desapareció de manera gradual a medida que la historia se desarrollaba. Cuando hubo terminado, soltó un gruñido aprobador y manifestó a la par que asentía bruscamente:

—El hechicero demostró un gran valor… para ser un mago.

Caramon se encogió, temiendo que su hermano se ofendiera por este comentario y lanzara un ataque. Sin embargo, tras concluir el relato, Raistlin se había quedado observando fijamente a Kitiara y no parecía que hubiera escuchado la observación de Sturm. Más tranquilo, Caramon acabó de un trago la cerveza que le quedaba y pidió otra; soltó un grito de dolor cuando una muchachita de rizoso cabello pelirrojo saltó sobre él por detrás y se aferró a su espalda como una ardilla.

—¡Ay! ¡Maldita sea, Tika! —Caramon se esforzó por quitarse de encima a la cría—. ¿No tendrías que estar en la cama? —demandó a la par que se volvía para mirarla con fingida ferocidad, cosa que la hizo reír—. ¿Dónde está Waylan, ese dejado que tienes por padre?

—No lo sé —contestó la chica con despreocupación—. Se marchó a alguna parte. Siempre está yendo a algún sitio. Me he quedado con Otik hasta que vuelva.

Otik se acercó pidiendo disculpas y soltando una regañina al mismo tiempo:

—Lo siento, Caramon. Demonio de chica. ¿Qué haces molestando a los clientes? —La agarró firmemente y se la llevó de allí sin dejar de reprenderla—. Deberías comportarte mejor; ya no eres una niña.

—¡Adiós, Caramon! —se despidió Tika a la par que agitaba la mano con entusiasmo.

—¡Qué cría tan fea! —rezongó el mocetón, que se volvió hacia su cerveza—. ¿Os habéis fijado en la cantidad de pecas que tiene?

Raistlin había aprovechado la distracción para inclinarse hacia su hermana.

—¿Tú qué crees, Kit? —preguntó, esbozando una leve sonrisa.

—¿Sobre qué? —replicó ella con indiferencia. Tenía los ojos prendidos en Tanis, que había ido al mostrador en busca de más cervezas.

—Sobre los dragones.

Kit le asestó una ojeada penetrante.

Raistlin le sostuvo la escrutadora mirada con aparente inocencia.

—No opino absolutamente nada sobre los dragones —respondió, encogiéndose de hombros y soltando una risa afectada—. ¿Por qué iba a hacerlo?

—Oh, sólo lo digo porque me fijé en que tu expresión cambiaba cuando saqué a relucir el tema, como si fueras a decir algo y después cambiaras de opinión. Has viajado mucho y me interesaría saber qué tienes que decir al respecto —terminó con tono respetuoso.

—¡Bah! —dijo bruscamente Kit, que parecía fastidiada—. La expresión de mi cara era de dolor. Me duele el estómago. Creo que el venado que nos ha dado de cenar Otik esta noche no estaba en buenas condiciones. Hiciste bien en no comerlo. Ya estoy harta de historias de Caballeros de Solamnia y de dragones —añadió cuando Tanis hubo regresado—. Es absurdo discutir sobre algo que nadie puede probar. Cambiemos de tema.

—De acuerdo —accedió Raistlin—. Entonces, hablemos de los dioses.

—¡Los dioses! ¡Eso es aún peor! —gimió Kit—. Supongo que ahora te has vuelto un converso de Belzor, hermanito, y que te dispones a hacer prosélitos. Vayámonos, Tanis, antes de que empiece con su arenga.

—No me refiero a Belzor —contestó Raistlin con un atisbo de aspereza en la voz—. Hablo de los antiguos dioses, a los que se adoraba antes del Cataclismo. A los antiguos dioses se los equiparaba con dragones, y se dice que algunos de ellos se mostraban bajo la forma de un dragón. Por ejemplo Takhisis, la Reina Oscura. Como la imagen de la moneda. En mi opinión, creer en dragones tiene por fuerza que ir unido a la creencia en esos dioses. O viceversa.

Todos —salvo Kit, que puso los ojos en blanco y dio una patada a Tanis por debajo de la mesa— dieron su opinión.

Sturm manifestó que había estado pensando en eso desde la última reunión que habían tenido y que había hablado con su madre sobre Paladine. Su madre le dijo que los caballeros todavía creían en el dios de la luz, y que esperaban que Paladine regresara al hogar y se disculpara por haber estado ausente tanto tiempo. De ser así, los caballeros quizás estarían dispuestos a perdonar y olvidar la deslealtad e ingratitud del dios.

Los elfos, según Tanis, estaban convencidos de que los dioses —todos ellos— habían abandonado el mundo por culpa de la maldad de los humanos. Cuando esta raza quedara erradicada para siempre del mundo —lo que sin duda acabaría sucediendo puesto que era notoriamente combativa— entonces los verdaderos dioses regresarían.

Tras reflexionar mucho sobre el asunto, Flint se inclinaba a pensar que Reorx, engatusado por las mentiras de los Enanos de las Montañas, estaba siendo retenido en Thorbardin sin tener conocimiento de las vicisitudes de los Enanos de las Colinas ni de que necesitaban su ayuda divina.

—¡Sería de esperar en ellos que fingieran que no existimos! Su mayor deseo sería que cayéramos por el borde del mundo y desapareciéramos de la faz de Krynn, os lo aseguro. Somos una vergüenza para ellos porque les recordamos su ignominia —concluyó Flint.

—¿Podéis caeros del mundo? —preguntó, anhelante, Tas—. ¿Cómo puede nadie hacer eso? Yo noto mis pies firmemente plantados en el suelo. No creo que pudiera caerme. ¿Y si hago el pino?

—Si realmente hubiera un dios verdadero en este mundo, todos los kenders habrían caído por el borde a estas alturas —rezongó Flint—. ¿Habéis visto a este cabeza de chorlito? ¡Está haciendo el pino!

Habría sido más exacto decir que Tasslehoff estaba intentando hacer el pino. Tenía apoyada la cabeza en el suelo y agitaba las piernas tratando de levantar los pies en equilibrio, aunque no estaba teniendo mucho éxito. Finalmente se las compuso para sostenerse sobre la cabeza, con el resultado de que, casi inmediatamente, se fue al suelo. Sin desalentarse por ello, volvió a intentarlo, esta vez tomando la precaución de colocarse cerca de una pared. Afortunadamente para el grupo y para el resto de los parroquianos, estas tentativas lo mantuvieron entretenido durante un buen rato.

—Si los antiguos dioses todavía siguen en alguna parte —dijo Tanis, que puso su mano sobre la de Kitiara, como instándola a tener paciencia y a quedarse un poco más—, entonces debería haber alguna señal de su presencia. Se dice que en los viejos tiempos los clérigos de los dioses tenían el poder de curar las enfermedades y las heridas, e incluso que podían devolver la vida a los muertos. Los clérigos desaparecieron justo antes del Cataclismo y no se los ha vuelto a ver desde entonces, al menos, que sepan los elfos.

—Los clérigos de Reorx viven —mantuvo Flint con tono amargo—, estoy convencido de ello. Se encuentran dentro de Thorbardin. Se llevan a cabo toda clase de milagros en las salas de nuestros antepasados. ¡Unas salas en las que por derecho deberíamos estar ahora los Enanos de las Colinas! —Golpeó la mesa con el puño.

—Vamos, viejo amigo —lo reprendió suavemente Tanis—. No habrás olvidado aquella vez que nos encontramos con un Enano de la Montaña en la feria de Haven, el pasado otoño. Afirmaba que eran los Enanos de las Colinas quienes tenían poderes clericales y rehusaban compartirlos con sus parientes de las montañas.

—¿Y qué otra cosa iba a decir? —bramó Flint—. ¡Así aliviaba su cargo de conciencia!

—Cuéntanos una historia de Reorx —sugirió Caramon, el eterno pacificador, pero el enano estaba furioso y no quería hablar.

—Algunos de los seguidores de los nuevos dioses afirman que tienen ese poder —comentó Tanis, dándole a Flint tiempo para que se calmara—. Los clérigos de Belzor, por ejemplo. La última vez que estuve en Haven hicieron de ello todo un espectáculo, consiguiendo que los lisiados empezaran a andar y los mudos a hablar. ¿Qué te parece, Kit?

La mujer estaba dando un gran bostezo que no se molestó en disimular. Se pasó los dedos entre el rizoso cabello, echándoselo hacia atrás, y rio despreocupadamente.

—¿Quién necesita a los dioses? —contestó—. Yo no, desde luego. Ninguna fuerza divina controla mi vida y me gusta que sea así. Mi destino lo escojo yo. Si no soy esclava de hombre alguno, ¿por qué voy a serlo de un dios y dejar que un clérigo cualquiera me diga cómo tengo que vivir?

Tanis la aplaudió al terminar y la saludó levantando su copa. Flint estaba ceñudo y pensativo. Cuando su mirada se posó en Tanis, las arrugas del entrecejo se marcaron más en un gesto de preocupación. Sturm contemplaba el fuego fijamente, absorto, sus oscuros ojos inusualmente brillantes, como si estuviera contemplando a los caballeros de Paladine cabalgando de nuevo hacia la batalla en nombre de su dios.

Caramon se había quedado dormido y roncaba suavemente, con la cabeza apoyada en la mesa y la mano agarrando todavía su jarra de cerveza. Tasslehoff, para maravilla y sorpresa de todos, había conseguido sostenerse sobre la cabeza y pedía a gritos que lo miraran… enseguida, antes de que se cayera por el borde del mundo.

—Llevamos mucho rato aquí —le susurró Kit a Tanis—. Se me ocurre un montón de cosas más interesantes que hacer que seguir charlando con ellos. —Le cogió la mano, se la llevó a los labios y le besó los nudillos.

Los ojos de Tanis eran el espejo de su alma, como reza el dicho. El amor que le profesaba y el deseo que despertaba en él eran obvios para todos los que lo miraban. Todos, excepto Kit, que mordisqueaba, juguetona, los nudillos que antes había besado.

—Tendré que marcharme pronto de Solace, Kit —le dijo suavemente—. Flint saldrá a los caminos cualquier día de estos.

La mujer se puso de pie.

—Razón de más para no perder el tiempo que nos queda. Adiós, hermanitos —dijo, sin mirarlos—. Feliz Día del Regalo de la Vida.

—Sí, os deseo lo mejor —abundó Tanis, que se volvió hacia Raistlin esbozando una cálida sonrisa y dio unas palmaditas en el hombro a Caramon, que seguía roncando.

Kitiara rodeó con el brazo la cintura del semielfo y se recostó contra él. Tanis le echó un brazo por los hombros en un gesto cariñoso. Caminando tan pegados el uno al otro que casi tropezaban con los pies de su pareja, salieron de la posada. Flint suspiró y sacudió la cabeza.

—Más cerveza —pidió con voz gruñona.

—¿Me viste, Flint? ¿Me viste? —Tasslehoff, con la cara congestionada, regresó a la mesa—. ¡Me sostuve sobre la cabeza! Y no caí por el borde de Krynn. Mi cabeza se pegó al suelo con tanta firmeza como mis pies. Supongo que no hay que tener ninguna parte del cuerpo tocando el suelo. ¿Crees que si salto desde el tejado de la posada…?

—Sí, sí, adelante —masculló el enano, absorto.

El kender salió pitando por la puerta.

—Iré a detenerlo —ofreció Sturm, que salió presuroso en pos del kender.

Raistlin dio golpecitos con el dedo a su hermano hasta que lo despertó.

—¿Eh? ¿Qué? —gruñó Caramon mientras se sentaba y miraba en derredor con los ojos desenfocados.

—Un brindis, hermano. —Raistlin levantó el vaso de vino medio vacío—. Por el amor.

—Por el amor —farfulló Caramon, derramando cerveza sobre la mesa.