La puerta del salón se abrió de golpe. Frank y Efraím alzaron la vista de unos planos que estaban estudiando sobre la mesa con el tapizado verde.
—¡¿Dónde está?!
Fuera de sí, Adam corrió y se subió de un salto al tablero con la intención de abalanzarse sobre Frank.
Efraím se lo impidió. Rugió como un animal salvaje cuando agarró por el cuello al muchacho, lo elevó en el aire y lo estampó contra el suelo. El albino exhibió unos dientes mucho más alargados y afilados de lo normal en el momento en que lo redujo. Adam intentó forcejear con él para liberarse, pero fue inútil; lo sometía con una fuerza aplastante.
De la boca del albino nació una voz grave y poderosa, como la de un dios:
—¡Cálmate! —le impuso.
El muchacho comprobó con asombro cómo sus ojos rosados brillaron fugazmente con un rojo intenso cuando le habló. Tuvo que parpadear un par de veces para asimilar lo que veía. Ya no parecía el tipo callado y pálido de siempre, sino un ser mucho más oscuro y peligroso.
—¡He dicho que te calmes! —insistió.
Intimidado, o tal vez exhausto, Adam dejó de retorcerse y abandonó la lucha.
Efraím esperó y lo soltó despacio, al tiempo que recuperaba su voz y su aspecto habituales.
El muchacho retrocedió y se puso en pie, renqueante. Lo miró incrédulo, como si hubiera visto algo imposible. Se frotó la garganta; le escocía, así como la herida en el pómulo que le ocasionó el zarpazo de aquel Nocturno; con el forcejeo se le había abierto un poco más y ahora la tenía al rojo vivo.
—¿Dónde está mi hermano? —exigió saber a continuación, sin perder el brío en su mirada.
Frank observó con atención cómo se llevaba una mano al bolsillo interior de su jersey, sacaba el diario de su padre y se lo lanzaba a los pies.
—Te traigo lo que querías. Ahora, devuélveme a Caleb.
Los ojos de Frank centellearon.
—Lo encontraste… —murmuró impresionado. Las manos le temblaron cuando se agachó con cautela y lo recogió delicadamente, como si fuera un objeto milagroso caído del cielo. Impaciente, abrió las primeras páginas y se maravilló con lo que veía—. No hay duda, es su diario… y su letra… sus trazos…
En ese instante apareció por la puerta uno de los matones que vigilaban el patio interior. Resoplaba sofocado. Con un pañuelo sucio se tapaba la nariz. La tenía rota y le sangraba de forma escandalosa.
—Frank, intenté evitar que subiera, pero… —resopló— me sorprendió y no tuve tiempo de…
Sin dejar que terminara de explicarse, Frank corrió hasta la puerta y se la cerró en las narices. Ésta lo golpeó de lleno en la cara. Desde el otro lado se oyó un crujido seco y el posterior gemido de dolor del hombre.
—¡Coño! —gruñó Frank, molesto por la interrupción.
Regresó a paso lento hasta el muchacho y trazó un círculo a su alrededor.
—¿Dónde lo escondió? —Alzó el cuaderno a la altura de sus ojos. Luego se colocó tras él y le susurró al oído—: ¿Dónde lo guardó el viejo Noah?
—Qué más da… Aquí lo tienes, ¿no? —respondió Adam, que volvió en seguida a lo suyo—. ¿Qué le ha pasado a mi hermano?
—¿Por qué? ¿No lo habrás perdido? —preguntó Frank, irónico, al tiempo que volvía hasta la mesa y se sentaba sobre ella.
Adam clavó los ojos en él sin ocultar su ira.
—Ya sabes que sí, de lo contrario no estaría aquí, deseando matarte.
Frank frunció el ceño.
—¿Matarme, dices? No seas ridículo. —Dejó el diario en el tapizado verde y apoyó el dedo índice sobre él—. Si precisamente acabas de devolverme la vida. Esbozó una ligera sonrisa que no tardó en desvanecerse. —Confieso que no me extraña en absoluto que aparezcas por aquí de forma engreída, menospreciando tu existencia, y me digas que el cincuenta por ciento de tu familia ha desaparecido… Pero yo no he tenido nada que ver.
—Mientes.
—No. Podría, por supuesto, pero no es el caso.
—¡Entonces dime dónde está!
El hombre esperó en silencio hasta que la impaciencia del muchacho creció tanto que a punto estuvo de abalanzarse de nuevo sobre él.
—Te diré lo que sé… —intervino al fin. Adam se mantuvo rígido—. La gente desconoce que hay otros supervivientes de la Guerra más allá de la Zona Prohibida. Pero lo cierto es que existe un yacimiento de negreros en lo que antes era la región de Nottingham, al sur del gran cráter. Son salvajes, norteños que viven del canibalismo y del tráfico humano. Se esconden entre los restos calcinados de un conjunto de fábricas. A menudo frecuentan estas tierras, camuflados entre la muchedumbre, por eso es difícil distinguirlos. Son sigilosos, no llaman la atención. Desde las sombras aguardan el momento perfecto para secuestrar a personas que se encuentran solas o indefensas. Seguramente llevaban vigilándoos varios días sin que os dierais cuenta, hasta que se les presentó la oportunidad. —Hizo una mueca de fastidio, como si en verdad los detestara—. Se lo han llevado, no hay duda.
—Bien, y ahora dime lo que sabes de mi hermano —repuso Adam, que había adquirido una extraña calma en su mirada.
—¿Acaso estás sordo? A tu hermano se lo han llevado.
El muchacho, tratando aún de contenerse, cerró los puños con tanta fuerza que los nudillos se le tornaron blancos. De pronto estalló en gritos.
—¡Pero qué estás diciendo! —aulló—. ¡Qué cojones estás diciendo! ¡¿Mi hermano, un esclavo?!
Su ira retumbó entre las paredes de la habitación. Efraím dio un paso al frente, pero Frank lo detuvo con un gesto.
—Espera —le ordenó—. No está todo perdido. Caleb aún tiene posibilidades de que deis con él si os dirigís cuanto antes hacia el norte.
—¡Y una mierda, Frank! —Adam achinó los ojos—. ¡Que te jodan! —Lo señaló con el dedo—. ¡Que te jodan! —repitió enfadadísimo—. ¿De verdad me crees tan imbécil como para no darme cuenta de que éste es otro de tus putos trucos?
El hombre negó con la cabeza sin perder la templanza.
—Por mi vida, por mi sangre y por el poder que poseo aquí, te doy mi palabra de que es cierto. En los últimos días ha llegado a mis oídos que han desaparecido más personas, no sólo niños, también ancianos y mujeres. Y no sé tú, pero yo no creo en las casualidades… Vamos, aprovecha la ocasión que te estoy ofreciendo —trató de convencerlo—. Con la ayuda de mis hombres tendrás una oportunidad, sin ellos morirás tan pronto como pises la Zona Prohibida, y lo sabes. Nottingham se encuentra a siete días a vuelo de cuervo, en un punto intermedio entre aquí y donde se supone que se ubica Albión. Si os apresuráis, puede que hasta interceptéis por el camino a los negreros que han raptado a tu hermano. Una vez des con él podrás decidir si seguir adelante o dar media vuelta. Y si eliges marcharte nadie te lo impedirá, ¿verdad, Efraím?
El albino no respondió.
—¿Verdad? —repitió, mirándolo de reojo.
—Nadie se lo impedirá… —asintió ligeramente.
A Adam se le reflejaba el furor del mismísimo fuego en los ojos. Dos lágrimas cargadas de furia le resbalaron por las mejillas. Al pasar por la herida abierta del pómulo una se tiñó de rojo y un fino río de sangre se le diluyó sobre la piel. Apretó la mandíbula y dijo:
—Al amanecer partiré desde mi refugio camino a Nottingham. No esperaré a nadie… Y Frank —apretó los labios—, si descubro que estás detrás de todo esto no habrá persona, palabras ni lugar en este mundo que puedan protegerte de mí —lo amenazó. Su semblante jamás se había mostrado tan gélido.
Efectuó un paso atrás, dio media vuelta y salió de la habitación.
Frank no hizo ni dijo nada, como si esperase a que la tensión que se condensaba en el ambiente se disolviera poco a poco. Pasados unos instantes salió al balcón. Efraím hizo lo mismo. Ambos hombres observaron cómo el muchacho recorría de punta a punta el patio interior; iba a paso rápido, sin inmutarse si chocaba con el hombro de algún residente, hasta que desapareció tras las sombras del vestíbulo principal.
—Hay veces en que la ira se convierte en un arte, ¿no crees? —comentó el hombre fríamente.
—El chico… ¿Es cierto lo que dices, que se lo llevaron los de Nottingham? —intervino Efraím.
—No lo sé… —Le miró cínico—. ¿Tú qué opinas?
—Yo no opino nada. Hace tiempo que dejé de tener ese privilegio.
—Oh, eres demasiado duro contigo mismo, Espectro. —Efraím endureció el semblante al oír ese nombre. Hacía años que nadie lo llamaba así—. Con respecto al chico, espero que deis con él en el norte, de lo contrario tan sólo dispondréis de guía durante la mitad del recorrido…
El albino lo agarró por encima del codo con un movimiento ágil.
—Eso no se parece en nada a lo que acordamos…
Frank observó la mano en torno a su brazo y luego le habló con voz monótona, vacía de emociones.
—Suéltame… Ahora.
Hubo un par de segundos de silencio absoluto. Tras un severo cruce de miradas, Efraím terminó cediendo y lo soltó. Frank, con gesto rígido, asintió.
—Eso es… Cuando te encontré, moribundo, vagando entre la niebla de las costas grises de Paignton, no eras más que un animal, un mestizo, sin lugar donde encajar. Mírate ahora; yo te devolví tu lado humano… Jamás se te ocurra volver a tocarme —lo desafió. Luego cambió de tema—. Tengo que ir al sótano, hay algo que quiero comprobar. Reúne al equipo. Diles que partiréis al alba. —Hizo el amago de marcharse pero se paró—. Una cosa más… —añadió—. Si algo sale mal, mátalo. Si encuentra a su hermano y decide marcharse, mátalos a ambos. Si recapacita y llegáis todos juntos a Albión, mátalos igualmente, quítales el diario y después vuelve aquí con la confirmación de la ruta. No me importa cómo lo hagas. Eres un tipo raro y listo, ni un Nocturno ni un hombre armado representan un problema para ti, así que confío en tus recursos. —Extendió media sonrisa y le dio una palmada en el hombro.
Entró de nuevo en la habitación y la cruzó en dirección al pasadizo. Mientras se iba dejó ir una leve risa, que fue aumentando de intensidad.
—Frank… —masculló el albino desde su puesto, pero éste hizo caso omiso; siguió recto y estalló en carcajadas una vez más—. Frank —volvió a llamarlo.
—Déjame, joder. —Hizo un movimiento displicente con la mano antes de desaparecer entre la negrura del corredor—. Por primera vez en años podría decirse que estoy contento.
Sus risotadas siguieron retumbando un buen rato por todos los pasillos y rincones de la Guarida.
Los residentes con los que se cruzó se apartaron rápido de su camino, sin osar dirigirle la palabra.