De David Safier uno espera libros divertidos con una trama fantástica y salidas ocurrentes. Su sexta novela se sale de la norma: ¿cómo se le ocurrió escribir un libro sobre el levantamiento del gueto de Varsovia?

Se trata de una historia que siempre quise escribir. En 1992, hace más de veinte años, me pidieron que pronunciara un discurso en la catedral de Bremen con motivo del aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia. Por aquel entonces, yo tenía veintitantos años, era periodista en Radio Bremen y se suponía que debía contar algo sobre los jóvenes de la Resistencia. Al ahondar en el tema, me fascinaron las historias de grandeza humana, pero también de cobardía humana. Desde aquella época, lo cierto es que no pasó un año en que no me planteara si podía convertir ese material en algo literario y cómo podía hacerlo.

¿Qué es lo extraordinario de esta historia?

Que las víctimas se defendieron. La imagen que tenemos es que los judíos se dejaron llevar a los campos de concentración sin oponer resistencia, como animales al matadero. En Varsovia, 1200 judíos, en su mayoría jóvenes entre trece y veintinueve años, organizaron un levantamiento y resistieron a una superioridad brutal durante veintiocho días. Esto ya es singular de por sí, no sólo en la historia reciente, sino en la historia en general.

¿Por qué tardaron tanto los judíos en defenderse?

Los nazis obraron de manera sumamente pérfida: siempre dejaban vislumbrar un atisbo de esperanza. Se decía: tantas personas son deportadas, pero hay excepciones, y todo el que disponga del correspondiente certificado no será enviado al Este. Y entonces salían todos corriendo a hacerse con el certificado en cuestión. Una semana después el certificado ya no tenía validez. Visto desde la perspectiva que da el tiempo siempre se puede decir que eso era evidente, pero los crímenes del nacionalsocialismo superan la imaginación de cualquiera: esa erradicación sistemática, en serie, de los judíos. En el gueto había numerosas fábricas donde se producían piezas de aviones, abrigos para el Ejército, etc. Los judíos pensaban: somos mano de obra barata, no lo harán, sería una locura… Tardaron mucho en darse cuenta: no sobreviviremos. De los 450 000 judíos del gueto de Varsovia ya habían sido deportados 400 000, y ahí fue cuando todos lo tuvieron claro: no sobreviviremos. Sólo esa amarga certeza les dio la fuerza necesaria para empuñar las armas.

Antes en el gueto existían muchos partidos distintos; más adelante, las diferencias políticas quedaron obsoletas. Sólo había un objetivo: no dejarse llevar al matadero sin defenderse.

Al final los nazis fueron los responsables de lograr la unidad política. Con sus Leyes de Núremberg sobre la raza convirtieron en judíos a personas que antes no se consideraban judías.

Había un mafioso que ganó mucho dinero en el gueto con el estraperlo y la prostitución. No se sentía judío, sino que se aprovechaba cínicamente de la situación. A los espacios de su búnker —mi lectora se negaba a creerlo, pero fue así— les dio el nombre de campos de concentración: Treblinka, Auschwitz, etcétera. Sin embargo, incluso este delincuente acabó uniéndose a la Resistencia y dio cobijo en su búnker a los insurgentes.

Era una situación extrema, que exigía que la gente tomara decisiones. Hay historias auténticas de gran altruismo: personas que ayudaron a otras, que sacrificaron su propia vida para salvar a otras. Y en medio de toda aquella locura también hubo momentos de felicidad y compasión. Una noche, entre edificios en llamas, los combatientes entraron en una panadería, hicieron pan y lo repartieron entre los hambrientos del gueto. Pero también se vivieron momentos de suma bajeza. La Policía judía trabajaba para los alemanes, siempre con la esperanza de poder salvar así el propio pellejo. Cuando estaban llevando a cabo las deportaciones, los alemanes advirtieron a los policías judíos que cada uno de ellos debía llevar a cinco judíos cada día a los trenes. Hubo policías que condujeron a los trenes a sus propios padres para alargar su propia vida unos días.

La novela 28 días es una obra de ficción, pero no es ficticia, sino que está inspirada en sucesos reales.

En la película Titanic hay dos personajes de ficción, los que interpretan Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, que reviven todo cuanto pasó en su día. Lo mismo sucede con mi heroína. Mira no existió, pero todo lo que le ocurre, y todo lo que ocurre en la novela, está basado en hechos reales. Escogí este planteamiento de manera consciente: si contase una historia cuyo protagonista fuera un personaje real, me vería limitado a sus vivencias. Debía buscar la manera de tratar los temas que me interesan. Todo cuanto vive Mira en el gueto, desde los momentos iniciales en los que se dedica al estraperlo hasta, más adelante, en los episodios de lucha, incluida la escena en la que debe decidir junto con otros compañeros si matar a alguien para que no los delate, todas esas situaciones se dieron. Tan sólo la heroína es ficticia, ya que creo que de ese modo resulta más fácil identificarse con ella.

Los hechos históricos, el desarrollo del levantamiento, todo eso se puede documentar, pero las emociones son algo muy distinto: ¿hay testimonios de testigos presenciales?

Existen numerosas memorias de supervivientes, un vasto conjunto de fuentes y el importante legado de Ringelblum: el archivo clandestino del gueto, que fue enterrado para que no cayera en manos de los alemanes y publicado posteriormente en forma de libro. La información a menudo es muy objetiva, casi desvinculada, como la mayor parte de las memorias de supervivientes del Holocausto. Era la única forma que tenían de poder escribir al respecto. Yo, en cambio, intento acentuar la parte emotiva, y también por eso me sirvo de un personaje de ficción. Con una persona real el compromiso es muy distinto: no le puedo atribuir nada, no le puedo adjudicar ninguna emoción. Como novelista, he intentado ponerme en la piel de esa chica de dieciséis años. Qué se siente cuando se pasa hambre, qué se siente cuando se ve desfilar hacia la muerte a otras personas, qué se siente cuando se experimenta júbilo aunque todo a tu alrededor esté en llamas. El levantamiento dura veintiocho días, pero también es una gran historia de amor.

Ahora los supervivientes del gueto son muy mayores o ya han muerto. Mi padre, que nació en el año 1915, sufrió la persecución de los nacionalsocialistas; mi abuelo perdió la vida en Buchenwald; mi abuela, en el gueto de Łódź. Por parte de madre tengo antepasados alemanes, y mi madre, alemana nacida durante la guerra, está traumatizada a su manera. Pero nosotros ya formamos parte de una o dos generaciones posteriores: ¿cómo puedo hacer que la historia cobre vida para la generación actual? Por ese motivo escogí para la novela un lenguaje directo y moderno.

¿Tuvo sentido el levantamiento?

El libro no da una respuesta terminante a esa pregunta, si es bueno o malo tomar las armas. Es una elección personal. Marek Edelmann —uno de los combatientes que sobrevivieron— más tarde diría a este respecto: «Entonces despreciábamos a los que subían a los trenes; ahora, con la edad, sé que para eso se requiere mucho más valor que para empuñar las armas. Los combatientes querían protagonizar una hazaña, dar lugar a un punto de inflexión, como antiguamente en Masada, donde los judíos resistieron contra los romanos. En el mito fundacional del Estado de Israel desempeñó un papel muy importante que los judíos se defendieran».

Los jóvenes se defendieron, pero debido al peso de los acontecimientos, en vista de la inminente muerte. Confío en que en el libro se plasme de manera comprensible cómo una chica, que en un principio intenta sacar adelante a su familia dedicándose al estraperlo y se muestra escéptica con la Resistencia, poco a poco se ve obligada por los espeluznantes acontecimientos a agarrar un arma, y eso es algo que no narro como si fuera una hazaña. Se habla de lo que significa matar, de lo que hace con las personas. Pero no gira en torno a matar, sino a vivir. Y a lo que se empieza con eso.

El tema principal de esta novela, al margen de que la acción se sitúe en el Tercer Reich y el gueto de Varsovia, también resulta vigente en la actualidad, se trata de una pregunta universal: ¿qué clase de persona quieres ser, cómo te comportarías en una situación así? ¿Matarías, salvarías vidas, arriesgarías la vida por otros?

En la novela hay una escena conmovedora, increíble. Se reúne a los judíos y se lleva a cabo una selección: una puerta conduce a la muerte; la otra, a la vida. Separan incluso a madres de sus hijos, y una mujer dice: «Siempre se pueden tener más hijos».

Esa escena también la saqué de las memorias de un superviviente. Algunos judíos recibieron tarjetas, una vez más ese sistema pérfido: algunos de vosotros sobreviviréis si cumplís los criterios. Hubo madres que tenían tarjeta, pero a pesar de ello pelearon para quedarse con sus hijos, aunque eso significaba ir a la muerte. Pero también hubo una mujer que tenía dicha tarjeta y dio a su hijo diciendo que al fin y al cabo siempre se puede traer a alguien más al mundo. No se sabe si sobrevivió, pero ese día logró seguir con vida y para ello sacrificó a su hijo.

Hubo personas que podrían haberse salvado. Janusz Korczak, por ejemplo, un pedagogo de fama mundial, pudo haber escapado, pero decidió ir a la muerte con sus doscientos huérfanos.

En la novela también hay escenas cómicas. El loco del gueto vocifera delante de la tienda: «¡Hitler hace el amor con su pastor alemán!», y «¡Hitler con su chucho alborota mucho!». Todos se quedan sin respiración, y al hombre le dan mermelada al instante para que se calle. Puede que ese hombre esté loco, pero el truco le funciona.

Ese personaje tampoco es una invención, Rubinstein existió en la realidad. Es cierto que se planta delante de la tienda y se pone a decir barbaridades de Hitler hasta que el tendero sale: «Cierra el pico, aquí tienes lo que querías, pero haz el favor de cerrar el pico». Rubinstein siempre iba bromeando y saltando por el gueto diciendo: «¡Todos iguales, todos iguales!». Y hasta los soldados alemanes se reían.

Gran parte de la locura, de la grandeza, pero también del horror, parece inventada, pero es real. Me he tomado licencias poéticas en lo tocante al desarrollo, como por ejemplo adelantar un día la lucha en el gueto o unir dos días. Me he permitido esas libertades, y por eso tampoco he utilizado el nombre real de la mayoría de los combatientes del gueto. Sin embargo, sí rindo un pequeño homenaje a Marcel Reich-Ranicki y a su mujer, Teofila.

El final es abierto. Mira y Amos deciden huir y salvar a Rebecca. ¿Cómo siguen viviendo los personajes?

La fuga de combatientes del gueto también se dio en la realidad. Unos continuaron luchando de partisanos, otros sobrevivieron, otros cuantos murieron. Mi heroína y el joven al que ama deciden no seguir luchando, sino esconderse en el bosque y cuidar de la huérfana. Naturalmente, confío en que el sueño de Mira se haga realidad y pueda ir a América con su pequeña familia, pero la novela finaliza en 1943: no puedo decir si lo logran o no, pero termino con esta nota positiva.

La conversación fue dirigida por Michael Töteberg