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El único que pareció alegrarse un tanto del giro que habían dado los acontecimientos fue Josef, que aún confiaba en poder salvar a su mujer:

—Volveré al gueto a buscar a los camaradas de la calle Nalewki. Si me doy prisa, estaré aquí con ellos por la mañana.

Los demás decidimos repartirnos en varias entradas para pasar la noche. Teníamos miedo de que, si nos quedábamos esperando juntos en el mismo sitio y los alemanes nos encontraban, pudieran matarnos a todos con una única granada de mano.

Me fui con Daniel y Rebecca dos calles más allá. Allí se podía sentar uno en la fría agua, si bien corríamos el peligro de que la pequeña se ahogase si se quedaba dormida.

Daniel la mantuvo despierta contándole historias del pequeño rey Matías, las historias que inventara en su día Korczak. Le habló de Klu-Klu, que se sabía ciento doce palabras europeas; del ermitaño de la torre; y de cómo el pequeño rey quiso huir de la prisión y al hacerlo aprendió que en la vida lo más importante no era el resultado, sino que uno se decidiera a hacer algo.

Rebecca lo escuchaba a medias; por un lado, porque daba cabezadas; por otro, porque Daniel cada vez hablaba más despacio y más bajo. El gas de la calle Miła le había afectado mucho más que a mí.

Agotada, Rebecca se volvió en mi dirección:

—¿No te sabes otra historia que sea más entretenida?

Era la primera vez que hablaba.

Me quedé tan sorprendida que en un principio no pude ni responder.

—Daniel sólo cuenta historias del pequeño rey Matías —se quejó la niña—. Me las sé todas de memoria.

Daniel esbozó una leve sonrisa.

—Pues… pues… —balbucí—, creo que me sé una.

A mi lado, Daniel cerró los ojos agradecido, y yo empecé a contar la historia de las 777 islas: cómo encontraron Hannah y Ben el Pelirrojo la guía, cuando Hannah dijo que era la elegida, cómo encontró los tres espejos mágicos que podían vencer al siniestro Señor de los espejos, etcétera, etcétera, etcétera.

Poco después de medianoche llegué al punto del relato en que la tripulación del Conejo subía por la montaña.

Esa noche, en esa cloaca, se decidiría el destino de las islas, y el de Hannah, y también si yo conseguiría enfrentarme al Señor de los espejos.