—Deberíamos haber excavado túneles que llevaran hasta el otro lado —se lamentó Mordejai cuando los combatientes nos reunimos en asamblea para tratar la situación en el búnker del 18 de la calle Miła. Era la primera vez que veía abatido a nuestro líder—. Si pudiésemos salir del gueto —continuó—, podríamos seguir luchando contra los alemanes en los bosques. ¿Qué sentido tiene morir calcinados aquí?
—Que las SS lo estén arrasando todo podría ser una oportunidad —intervino Aszer.
Todos miramos con cara de asombro al mafioso, que a diferencia de los demás miembros de la banda de Jompe no se había quejado ni una sola vez de que su lujoso refugio se hubiera convertido en un cuchitril atestado y sofocante.
—El fuego también se está propagando a las fábricas —prosiguió.
—Eso ya lo sabemos. ¿Adónde quieres ir a parar? —preguntó, impaciente, Amos.
—Los alemanes traen a bomberos polacos para que apaguen los incendios. Y si…
—… los sobornamos —siguió Avi, que aún tenía la pierna en muy malas condiciones—, os podrían sacar del gueto.
Avi estaba entusiasmado con la idea, aun cuando sabía perfectamente que al estar herido no podría ir al bosque.
A Mordejai también le sedujo el plan, de manera que se decidió ejecutarlo. Rachel, Leon —el panadero—, Amos y yo fuimos esa misma noche a una fábrica incendiada. Avanzábamos a hurtadillas, tensos, por las calles devastadas. A esas alturas las SS ya se atrevían a entrar con sus patrullas en el gueto cuando caía la noche. Al cabo de veinte minutos llegamos al recinto, donde bomberos polacos —evidentemente vigilados por algunos soldados letones de las SS— combatían un fuego de grandes dimensiones para salvar lo que pudiera salvarse. Nos escondimos detrás de un muro medio derruido y estuvimos observando las labores de extinción.
—¿Liquidamos a los soldados? —susurró Amos.
—Si lo hacemos, los bomberos saldrán corriendo, y dentro de unos minutos tendremos encima a más soldados —contestó Rachel en voz baja.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Esperar.
—¿Quieres decir confiar en que tengamos suerte y algún bombero venga hacia nosotros?
—Un poco de suerte no nos vendría nada mal, para variar —adujo Rachel con una débil sonrisa, mientras yo pensaba que ya habíamos agotado esa suerte en las semanas del levantamiento.
De modo que permanecimos a la espera tras el muro, asomándonos de vez en cuando para ver cómo los bomberos se deslomaban en vano. Después de una media hora en la que Amos se impacientaba progresivamente y comprobaba cada vez más a menudo su pistola, uno de los bomberos, exhausto, se apartó del fuego para fumarse un cigarrillo y vino hacia nosotros.
—Pues creo que al final sí vamos a tener suerte.
Cuando el hombre se hallaba a unos cinco metros, Rachel dio la señal: rodeamos el muro corriendo, Leon lo agarró por detrás y yo le planté la pistola en las narices. El bombero entendió de inmediato, y lo llevamos hasta una casa quemada sin que opusiera resistencia y sin que los soldados se diesen cuenta. Una vez dentro, se tiró al suelo ante nosotros y lloriqueó:
—No tengo nada contra los judíos.
Sólo le faltó coger ceniza del suelo y echársela encima.
—Me alegra oír eso —se burló Amos.
Rachel le contó lo que queríamos de él:
—La próxima vez que salgáis, sacaréis a nuestros combatientes en el camión. Y antes os pondréis en contacto con la Resistencia polaca para que nos lleve al bosque y desde allí podamos seguir luchando por nuestro país.
Yo ya no sentía que Polonia fuese mi país. Quería luchar contra los alemanes en los bosques, pero no por el país.
—Seréis recompensados debidamente —prometió Rachel, y no mentía.
Aunque una parte del dinero de la Resistencia había sido devorado por las llamas, aún teníamos más que suficiente para untar a los bomberos polacos.
—Lo haré —prometió el hombre.
Profundamente aliviado al ver que no lo matábamos, se levantó y volvió al incendio.
—¿Vamos a dejar nuestra suerte en manos de ese cobarde? —inquirió Amos—. ¿Y si nos delata?
—Ahora mismo veremos si lo hace —replicó Rachel.
Nos quedamos en la casa. Tensos. Con las armas listas. Pero no vinieron soldados. Así que el hombre no nos había traicionado.
—Prefiere el dinero —razonó, risueño, Leon.
Y yo intenté familiarizarme con la increíble idea de que tal vez saliera del gueto con vida.