—Volveré al gueto. —En la cena Amos dijo lo que ya me temía—. Cuando empiece la lucha, quiero estar con nuestros camaradas.
—Pero alguien tendrá que seguir en contacto con la Resistencia polaca —objeté.
Si nos quedábamos en la zona polaca, pensaba yo, no nos matarían. Al menos no inmediatamente. No temía por mi vida, aunque en los últimos días había encontrado algo por lo que valía la pena vivir. Temía por Amos, no soportaría perder a otra persona a la que quería.
—Te puedes quedar tú —sugirió él con una mirada furiosa.
El comentario me dolió, y al mismo tiempo me avergoncé. La Resistencia debía ser más importante también para mí que nuestro amor, pero en ese instante no lo era.
—Pero no puedo quedarme aquí sola… —empecé a argumentar.
—Mordejai enviará a alguien —me cortó Amos.
Estaba enfadado conmigo. Igual que yo estaba enfadada con él porque me dejaría sola.
—Mordejai también tendrá que mandar a alguien en mi lugar —respondí cortante—. Me voy contigo.
Prefería morir luchando a su lado a sobrevivir unos días más sin él en la zona polaca de la ciudad.
—Bien —contestó, y sus rasgos se suavizaron un tanto.
—Bien —repetí yo.
Quitamos por última vez la mesa de la cocina, en silencio, fregamos por última vez, apagamos las luces por última vez y nos metimos por última vez en nuestra cama de matrimonio.
Amos miraba el techo a oscuras, y yo volvía a mirar el cielo por la ventana. La luna estaba en cuarto creciente. Probablemente no llegara a verla llena.
—Lo siento —se disculpó Amos de pronto.
—¿El qué? —Me volví hacia él.
—Todo. —Él también se volvió hacia mí, nuestras caras muy cerca.
—¿Todo?
—Y nada.
—¿Podrías explicarte un poco? —pregunté.
Amos luchaba consigo mismo. Finalmente dijo:
—Creo que te quiero, Mira.
—¿Crees?
—Es lo único en lo que he creído en toda mi vida.
Después de que dijera eso, hicimos el amor.