50

Iwański mantuvo su palabra. Junto con algunos compañeros de la Resistencia polaca introdujo en el gueto cajones con armas por el laberinto del alcantarillado, donde la única manera de no perderse era yendo con guías expertos. Una madre le pidió que llevara al lado polaco a sus dos hijitas, y aunque resultó oneroso —en las apestosas cloacas sólo se podía caminar agachado, y había que llevar a las niñas a cuestas para que no se ahogaran allí donde el agua era más profunda—, Iwański se las llevó y las escondió en su casa, donde ahora su mujer se ocupaba de ellas.

Después de que el capitán nos contara todo eso sentado a nuestra mesa, Amos quiso saber:

—¿Qué tal el alcantarillado?

—Una mierda, en el sentido más literal de la palabra —repuso con sequedad el capitán.

—Se huele —observó, riéndose, Amos.

Efectivamente, el hombre olía fatal; aunque para entonces ya se había bañado y llevaba ropa limpia, seguía emanando un ligero tufo a cloaca.

—Gracias por el cumplido —repuso Iwański también risueño, y se levantó de la mesa. Al despedirse prometió—: Os proporcionaré más armas.

Le dimos las gracias y por un instante me planteé abrazarlo, pero lo dejé estar, ya que me pareció que era tomarme demasiadas confianzas. Cuando el capitán hubo salido, Amos dijo en voz alta lo que también yo pensaba, sólo que lo expresó de manera un tanto más burda:

—Menos mal que hay polacos que están dispuestos a meterse en la mierda por nosotros.

—¿Cuánto tiempo crees que podremos resistir a los alemanes con las armas de Iwański y las que ya tenemos?

Amos se puso serio.

—Si todo va bien, unas horas.

No debería haber formulado esa pregunta.

—Hagamos lo que hagamos será inútil —afirmé abatida.

—No lo será —aseguró—. Piensa en lo orgullosos que están los judíos del gueto desde que matamos a los alemanes en enero. Si luchamos contra los alemanes, generaciones enteras de judíos estarán orgullosas de nosotros. Igual que de los judíos que hace miles de años resistieron en Masada. En ese sentido da lo mismo lo que aguantemos: un día, un mes o unas horas. Lo principal es que no nos dejaremos llevar al matadero sin defendernos.

Su discurso no terminó de encender mi entusiasmo. Desalentada, respondí:

—Eso si después de nosotros hay generaciones de judíos.

Amos me puso la mano en la mejilla con suavidad. Me gustó.

—Las habrá —afirmó.

Y sonó tan bien que sonreí.

—Mira, ¿te han dicho alguna vez que eres guapa cuando sonríes?

No era un cumplido frívolo, algo que sólo decía para animarme. Desde que me confesara su secreto, Amos se comportaba de otra manera. Por una parte, se mostraba más serio que antes; por otra, demostraba más sus sentimientos. Había comprendido que cuando estábamos solos no tenía que dárselas de nada.

—No, no me lo habían dicho nunca —respondí, conforme a la verdad.

Ni siquiera Daniel lo había mencionado, lo cierto es que nunca me hacía cumplidos. ¿Qué encontraría o vería en mí? Nunca habíamos hablado de eso, al fin y al cabo entonces éramos unos niños que se profesaban un amor infantil que no había ido más allá de los besos.

Ahora yo era una persona completamente distinta de la del último verano. Tristemente, adulta.

Y en el caso poco realista de que siguiera con vida, Daniel tampoco sería el mismo. Con un poco de suerte ya no me odiaría, pero con toda seguridad nunca más nos querríamos.

—Si no te lo ha dicho nadie es que sólo conoces a ciegos, idiotas o mudos —dijo con amabilidad Amos.

Me eché a reír. Y me gustaba tener su mano en la mejilla.

—Me haces bien —solté sin pensar.

—Gracias, lo mismo digo —fue su sincera respuesta.

Nos miramos a los ojos. Y nos besamos. De manera muy distinta que la primera vez. Con ganas. Y con más ternura, con más intensidad. Tras el beso los dos temblábamos. Pero no nos atrevimos a repetirlo, ya estábamos bastante turbados. Nos separamos, nos preparamos, sin hablar, para irnos a la cama, y cuando estuvimos en ella nos cogimos de la mano para quedarnos dormidos. Hasta que Amos preguntó, con suma cautela:

—¿Mira?

—¿Sí?

—Me… me gustaría volver a besarte.

Y esta vez contesté:

—Gracias, lo mismo digo.