Malone puso mala cara ante la declaración de intenciones de Stephanie. Se había estado preguntando cuándo se acabaría la paciencia de la mujer.
—No puedes hacer eso —le dijo Mark a su madre—. Lo último que nos hace falta es que el gobierno de Estados Unidos se involucre.
—¿Por qué no? —preguntó Stephanie—. Esa abadía debería ser asaltada. Sea lo que sea lo que están haciendo ahí, ciertamente no es nada religioso.
—Al contrario —dijo Geoffrey con una voz trémula—. Reina allí una gran piedad. Los hermanos están dedicados al Señor. Sus vidas se consagran a su adoración.
—Y mientras tanto aprenden a manejar explosivos, el combate cuerpo a cuerpo y cómo disparar un arma como un tirador experto. Una pequeña contradicción, ¿no?
—En absoluto —declaró Thorvaldsen—. Los templarios originales estaban dedicados a Dios, y constituían una formidable fuerza de combate.
Stephanie evidentemente no estaba impresionada.
—Esto no es el siglo XIII. De Roquefort tiene tanto un plan como el poder para imponer ese plan a otros. Hoy llamamos a eso un terrorista.
—No has cambiado nada —dijo despreciativamente Mark.
—No, no he cambiado. Sigo creyendo que las organizaciones secretas con dinero, armas y llenas de resentimiento son un problema. Mi trabajo es tratar con ellas.
—Esto no te concierne.
—Entonces, ¿por qué tu maestre me involucró a mí?
«Buena pregunta», pensó Malone.
—No comprendiste nada mientras papá estaba vivo, y sigues sin comprender.
—Entonces, ¿por qué no me sacas del error?
—Señor Malone —intervino Casiopea con cordialidad—, ¿le gustaría a usted visitar el proyecto de restauración del castillo?
Al parecer su anfitriona quería hablar con él a solas. Lo que le parecía estupendo… Él también quería hacerle algunas preguntas.
—Me encantaría.
Casiopea empujó su silla hacia atrás y se puso de pie ante la mesa.
—Entonces deje que se lo muestre. Eso le dará a todo el mundo aquí tiempo para hablar… cosa que, evidentemente, es necesaria. Por favor, siéntanse ustedes como en casa. Malone y yo regresaremos dentro de un ratito.
Malone siguió a Casiopea al exterior. La tarde era magnífica. Pasearon nuevamente por el sombreado sendero, hacia el aparcamiento y el lugar donde se estaba llevando a cabo la construcción.
—Cuando hayamos acabado —le dijo Casiopea—, se alzará un castillo del siglo XIII exactamente tal como se levantaba hace setecientos años.
—Vaya empeño.
—Me encantan los grandes empeños.
Entraron en el recinto de la construcción a través de una amplia puerta de madera y pasearon por lo que parecía ser un granero con paredes de arenisca que albergaba un moderno centro de recepción. Más allá reinaba el olor del polvo, de los caballos y de los residuos, donde se apiñaba aproximadamente un centenar de personas.
—Todos los cimientos del perímetro han sido ya colocados y el muro de contención occidental va por buen camino —dijo Casiopea, señalando con el dedo—. Hemos iniciado las torres esquineras y los edificios centrales. Pero lleva tiempo. Tenemos que hacer los ladrillos, traer la piedra, trabajar la madera y elaborar el mortero exactamente como se hacía hace setecientos años, utilizando los mismos métodos y herramientas, incluso llevando las mismas ropas.
—¿Y comen la misma comida?
Ella sonrió.
—Hacemos concesiones a la vida moderna.
Lo guio a través de la obra y subieron por la pronunciada pendiente de una loma hasta un modesto promontorio, donde se podía abarcar el conjunto con claridad.
—Vengo aquí con frecuencia. Unos ciento veinte hombres y mujeres están empleados ahí a tiempo completo.
—Menuda nómina.
—Un pequeño precio a pagar para que se vea la historia.
—Su apodo, Ingénieur. ¿Es así como la llaman? ¿Ingeniero?
—El personal me puso ese mote. Estoy versada en técnicas de construcción medieval. He diseñado todo el proyecto.
—¿Sabe usted? Por un lado, es usted una hembra arrogante. Por otro, puede resultar bastante interesante.
—Comprendo que mi comentario durante el almuerzo, sobre lo que pasó con el hijo de Henrik, fue inadecuado. ¿Por qué no me devolvió el golpe?
—¿Para qué? Usted no sabía de qué demonios estaba hablando.
—Trataré de no volver a juzgarlo.
Malone dejó escapar una risita.
—Lo dudo. Y no soy tan susceptible. Hace tiempo que desarrollé una piel de lagarto. Has de hacerlo, si quieres sobrevivir en este negocio.
—Pero usted ya está retirado.
—Bueno, uno nunca lo deja realmente. Sólo estás fuera de la línea de fuego más tiempo.
—¿Así que está usted ayudando a Stephanie Nelle simplemente como amigo?
—Chocante, ¿no?
—En absoluto. De hecho, es totalmente coherente con su personalidad.
Ahora él sintió curiosidad.
—¿Cómo está usted al corriente de mi personalidad?
—En una ocasión, Henrik me pidió que me involucrara. Aprendí mucho sobre usted. Tengo amigos en su antigua profesión. Todos ellos hablaban muy bien de usted.
—Me alegra saber que la gente me recuerda.
—¿Y sabe usted muchas cosas de mí? —quiso saber ella.
—Apenas un esbozo.
—Tengo mis peculiaridades.
—Entonces usted y Henrik deben llevarse bien.
Ella sonrió.
—Ya veo que lo conoce bien.
—¿Y cuánto hace que lo conoce usted?
—Desde la infancia. Él conocía a mis padres. Hace muchos años, me habló de Lars Nelle. Lo que Lars estaba buscando me fascinó. De manera que me convertí en el ángel guardián de Lars, aunque él me veía como el diablo. Por desgracia, no pude ayudarle el último día de su vida.
—¿Dónde estaba usted?
Ella movió la cabeza negativamente.
—Él se había dirigido al sur, a las montañas. Yo estaba aquí cuando Henrik llamó y me dijo que habían encontrado el cuerpo.
—¿Se suicidó?
—Lars era un hombre triste, eso estaba claro. Y también se sentía frustrado. Todos aquellos aficionados que se habían apoderado de su trabajo, tergiversándolo hasta hacerlo irreconocible. El rompecabezas que él trataba de resolver ha seguido siendo un misterio durante mucho tiempo. De manera que sí, es posible.
—¿De qué lo estaba usted protegiendo?
—Muchos trataron de inmiscuirse en su investigación. La mayoría de ellos eran buscadores de tesoros, algunos oportunistas, pero finalmente aparecieron los hombres de Raymond de Roquefort. Afortunadamente, siempre pude ocultarles mi presencia.
—De Roquefort es ahora el maestre.
La mujer arrugó el ceño.
—Lo cual explica sus renovados esfuerzos en la búsqueda. Ahora es el amo de todos los recursos templarios.
Ella aparentemente no sabía nada sobre Mark Nelle y sobre dónde había estado éste viviendo los últimos cinco años, de manera que Malone se lo contó, y luego dijo.
—Mark perdió ante De Roquefort en la elección del nuevo maestre.
—¿Así que esto es personal entre ellos?
—Sin duda, en parte sí.
«Pero no todo», pensó Malone, mientras bajaba la mirada y contemplaba cómo un carro tirado por un caballo se abría camino a través de la seca tierra hacia una de las paredes en construcción.
—La obra que se está ejecutando hoy está dedicada a los turistas —dijo ella, observando su interés—. Parte del espectáculo. Regresaremos al trabajo en serio mañana.
—El cartel de la entrada dice que la obra tardará treinta años en terminarse.
—Fácilmente.
Ella tenía razón. Poseía muchas peculiaridades.
—Dejé intencionadamente el diario de Lars para que De Roquefort lo encontrara en Aviñón —soltó de pronto Casiopea.
Esa revelación dejó estupefacto a Malone.
—¿Por qué?
—Henrik quería hablar con los Nelle en privado. Por eso estamos aquí. Dijo también que era usted un hombre de honor. Yo confío en muy pocas personas en este mundo, pero Henrik es una de ellas. De manera que voy a cogerle a él la palabra y contarle a usted algunas cosas que nadie más sabe.
Mark escuchó la explicación de Henrik Thorvaldsen. Su madre parecía interesada también, pero Geoffrey se limitó a clavar la mirada en la mesa, casi sin parpadear, como en trance.
—Ya es hora de que comprenda usted lo que Lars creía —le dijo Henrik a Stephanie—. Contrariamente a lo que pueda haber pensado, no era ningún chalado persiguiendo un tesoro. Tras sus investigaciones se escondía un propósito serio.
—Ignoraré su insulto, ya que quiero oír lo que tiene que decir.
Una mirada de irritación se deslizó por los ojos de Thorvaldsen.
—La teoría de Lars era sencilla, aunque de hecho no era suya. Ernest Scoville formuló la mayor parte de ella, que implicaba una original visión de los Evangelios especialmente de aquéllos que tratan de la resurrección. Casiopea ya insinuó algo de esto.
»Empecemos con el de Marcos. Fue el primero de los Evangelios, escrito alrededor del año 70, quizás el único Evangelio que los primeros cristianos poseyeron después de la muerte de Cristo. Contiene setenta y cinco versículos, aunque sólo ocho de ellos están dedicados a la resurrección. Esta notabilísima serie de acontecimientos sólo mereció una breve mención. ¿Por qué? La respuesta es simple. Cuando se escribió el Evangelio de Marcos, la historia de la resurrección aún tenía que aparecer, y el Evangelio termina sin mencionar el hecho de que los discípulos creyeran que Jesús había sido resucitado de entre los muertos. En vez de ello, nos cuenta que los discípulos huyeron. Sólo aparecen mujeres en la versión de Marcos, y ellas ignoran una orden de decir a los discípulos que vayan a Galilea para que el Cristo resucitado pueda encontrarse con ellos allí. En vez de ello, las mujeres también están confusas y huyen, sin decir a nadie lo que han visto. No hay ángeles; sólo un joven vestido de blanco que con calma anuncia: “Él ha resucitado”. Nada de guardias, ni sudarios, y ningún Señor resucitado.
Mark sabía que todo lo que Thorvaldsen acababa de decir era cierto. Había estudiado ese Evangelio con gran detalle.
—El testimonio de Mateo vino una década más tarde. Para entonces, los romanos habían saqueado Jerusalén y destruido el Templo. Muchos judíos habían huido al mundo de habla griega. Los judíos ortodoxos que se quedaron en Tierra Santa consideraban a los nuevos judíos cristianos un problema… tanto como lo eran los romanos. Existía hostilidad entre los judíos ortodoxos y los emergentes cristianos de origen judío. El Evangelio de Mateo estaba probablemente escrito por uno de esos desconocidos escribas judeocristianos. El Evangelio de Marcos había dejado muchas preguntas sin responder, por lo que Mateo cambió la historia para que encajara con su agitada época.
»Ahora, el mensajero que anuncia la resurrección se convierte en un ángel. Desciende en medio de un terremoto, su aspecto como de un relámpago. Los guardianes caen fulminados. La piedra ha sido quitada de la tumba, y un ángel está sentado sobre ella. Las mujeres siguen presas del miedo, pero éste rápidamente se transforma en gozo. Contrariamente a las del relato de Marcos, las mujeres aquí corren a contar a los discípulos lo que ha sucedido y realmente se encuentran con el resucitado Cristo. Aquí, por primera vez, es descrito el Señor resucitado. ¿Y qué hicieron las mujeres?
—Le cogieron los pies y se postraron ante Él —dijo Mark suavemente—. Más tarde, Jesús se apareció a sus discípulos y proclamó que «me ha sido dada toda potestad en el Cielo y en la Tierra». Y les dice que estará para siempre con ellos.
—Vaya cambio —dijo Thorvaldsen—. El Mesías judío llamado Jesús se ha convertido ahora en Cristo para el mundo. En Mateo, todo es más vivido. Milagroso, también. Después aparece Lucas, alrededor del año 90. Para entonces, los judíos conversos al cristianismo se han alejado mucho más del judaísmo, de modo que Lucas modificó radicalmente la historia de la resurrección para adaptarla a este cambio. Las mujeres están en la tumba otra vez, pero ahora la encuentran vacía y van a decírselo a los discípulos. Pedro regresa y encuentra solamente el desechado sudario. Entonces Lucas cuenta una historia que no aparece en ningún otro lugar de la Biblia. Se refiere a Jesús que viaja disfrazado, se encuentra con algunos discípulos camino de Emaús, comparte una comida y luego, cuando es reconocido, se desvanece. Hay también un posterior encuentro con todos los discípulos donde ellos dudan de la realidad de su carne, por lo que come con ellos y después desaparece. Y solamente en Lucas encontramos el relato de la ascensión de Jesús a los cielos. ¿Qué ocurrió? La Ascensión ha sido añadida ahora al Cristo resucitado.
Mark había leído un parecido análisis de la Escritura en los archivos templarios. Durante siglos, hermanos doctos habían estudiado la Palabra, señalando errores, valorando contradicciones y efectuando hipótesis sobre los múltiples conflictos entre los nombres, fechas, lugares y hechos.
—Luego está Juan —siguió Thorvaldsen—. El Evangelio escrito que más lejos está de la vida de Cristo, alrededor del año 100. Hay muchos cambios en este Evangelio; es casi como si Juan hablara de un Cristo totalmente diferente. Nada de nacimiento en Belén… Donde Jesús nace es en Nazaret. Los otros tres hablan de un ministerio de tres años; Juan, sólo de uno. La última Cena, en Juan, tuvo lugar el día antes de la Pascua… La crucifixión, el día en que el cordero pascual era sacrificado. Esto es diferente de los otros Evangelios. Juan también trasladó la expulsión de los mercaderes del Templo del día después del Domingo de Ramos a una época temprana en el ministerio de Cristo.
»En Juan, María Magdalena va sola a la tumba y la encuentra vacía. Y entonces ella ni siquiera considera la posibilidad de una resurrección, sino que piensa que el cuerpo ha sido robado. Sólo cuando regresa con Pedro y los demás discípulos, ella ve a dos ángeles. Entonces éstos se transforman en el propio Jesús.
»Miren cómo este detalle, sobre quién estaba en la tumba, cambió. El joven de Marcos vestido de blanco se convierte en el ángel deslumbrante de Mateo, que Lucas extiende hasta dos ángeles y que Juan modifica para hacer de ellos dos ángeles que se transforman en Cristo. ¿Y fue visto el resucitado Señor en el huerto el primer día de la semana, como los cristianos siempre han dicho? Marcos y Lucas dicen que no. Mateo, que sí. Juan dice que no al principio, pero María Magdalena le ve más tarde. Lo que ocurrió está claro. Con el tiempo, la resurrección fue hecha cada vez más milagrosa para acomodarse al cambiante mundo.
—Supongo —dijo Stephanie— que no se adhiere usted al principio de la infalibilidad de la Biblia, ¿verdad?
—No hay nada que sea literal en la Biblia. Es una leyenda infestada de contradicciones, y la única manera en que éstas pueden ser explicadas es gracias a la fe. Eso tal vez funcionó hace mil años, o incluso quinientos, pero ya no resulta aceptable. La mente humana hoy en día cuestiona. Su marido cuestionó.
—¿Qué tenía intención de hacer Lars?
—Lo imposible —murmuró Mark.
Su madre le miró con una extraña comprensión en sus ojos.
—Pero eso nunca lo detuvo. —Habló en voz baja y melodiosa, como si acabara de descubrir una verdad que había permanecido oculta mucho tiempo—. Si no otra cosa, era un maravilloso soñador.
»Pero sus sueños tenían fundamento —continuó Mark—. Los templarios antaño supieron lo que papá quería saber. Aún hoy, leen y estudian la Escritura que no forma parte del Nuevo Testamento. El Evangelio de san Felipe, la Carta de Bernabé, los Hechos de Pedro, la Epístola de los Apóstoles, el Libro Secreto de Juan, el Evangelio de María, el Didakhé. Y el Evangelio de santo Tomás, que es para ellos quizás lo más próximo que tenemos de lo que Jesús pudo haber dicho realmente, ya que no ha sido sometido a innumerables traducciones. Muchos de estos llamados textos heréticos son reveladores. Y eso fue lo que hizo especiales a los templarios. La verdadera fuente de su poder. Ni la riqueza ni el poder, sino el conocimiento.
Malone se encontraba de pie bajo la sombra de unos altos álamos que salpicaban el promontorio. Soplaba suavemente una fresca brisa que amortiguaba la intensidad de los rayos del sol, recordándole una tarde de otoño en la playa. Estaba esperando a que Casiopea le dijera lo que nadie más sabía.
—¿Por qué dejó que De Roquefort se hiciera con el diario de Lars?
—Porque era inútil.
Una chispa de diversión bailaba en sus oscuros ojos.
—Creía que contenía los pensamientos privados de Lars. Una información nunca publicada. La clave de todo —dijo Malone.
—Algo de eso es cierto, pero no es la clave de nada. Lars lo creó sólo para los templarios.
—¿Sabía eso Claridon?
—Probablemente no. Lars era un hombre muy reservado. No contaba nada a nadie. Dijo una vez que sólo los paranoicos sobrevivían en su campo de trabajo.
—¿Y cómo sabe usted eso?
—Henrik estaba al corriente. Lars nunca hablaba de los detalles, pero le habló a Henrik de sus encuentros con los templarios. En alguna ocasión pensó realmente que estaba hablando con el maestre de la orden. Charlaron varias veces, pero finalmente De Roquefort entró en escena. Y éste era totalmente distinto. Más agresivo, menos tolerante. De manera que Lars escribió el diario para que De Roquefort se concentrara en él… bastante parecido a la información errónea que el propio Saunière empleaba.
—¿Habría sabido esto el maestre templario? Cuando Mark fue llevado a la abadía, llevaba consigo el diario. El maestre se lo guardó, hasta hace un mes, cuando se lo envió a Stephanie.
—Es difícil decirlo. Pero si le mandó el diario, es posible que el maestre calculara que De Roquefort trataría nuevamente de hacerse con él. Al parecer quería que Stephanie se implicara, de modo que, ¿qué mejor manera de atraerla que con algo irresistible?
Inteligente, tuvo que admitirlo. Y funcionó.
—El maestre seguramente creía que Stephanie utilizaría los considerables recursos que tiene a su disposición para ayudar a la búsqueda —dijo Casiopea.
—No conocía a Stephanie. Demasiado testaruda. Lo intentaría por su cuenta primero.
—Pero usted estaba aquí para ayudar.
—Qué suerte la mía.
—Oh, no es para tanto. En otro caso, nunca nos hubiéramos conocido.
—Como he dicho, qué suerte la mía.
—Lo tomaré como un cumplido. De lo contrario, podría herir mis sentimientos.
—Dudo de que sea tan fácil.
—Se las arregló usted bien en Copenhague —dijo ella—. Y luego nuevamente en Roskilde.
—¿Estaba usted en la catedral?
—Durante un rato, pero me marché cuando empezó el tiroteo. Habría sido imposible para mí ayudar sin revelar mi presencia, y Henrik quería mantenerla en secreto.
—¿Y si yo hubiera sido incapaz de parar a aquellos hombres de dentro?
—Oh, vamos. ¿Usted? —Le brindó una sonrisa—. Dígame una cosa. ¿Le sorprendió mucho que el hermano saltara de la Torre Redonda?
—No es algo que uno vea cada día.
—Cumplió su juramento. Al verse atrapado, decidió morir antes que arriesgarse a descubrir a la orden.
—Supongo que usted estaba allí debido a que yo mencioné a Henrik que Stephanie iba a venir para una visita.
—En parte. Cuando me enteré del repentino fallecimiento de Ernest Scoville, supe por algunos de los ancianos de Rennes que había hablado con Stephanie y que ella se disponía a venir a Francia. Son todos ellos entusiastas de Rennes, y se pasan el día jugando al ajedrez y fantaseando sobre Saunière. Cada uno de ellos vive su propia fantasía conspirativa. Scoville se jactaba de que tenía intención de hacerse con el diario de Lars. Stephanie no le caía bien, aunque le había hecho creer a ella lo contrario. Evidentemente, él tampoco era consciente de que el diario carecía de importancia. Su muerte suscitó mis sospechas, de manera que establecí contacto con Henrik y me enteré de la inminente visita de Stephanie a Dinamarca. Decidimos que yo también debía ir allí.
—¿Y Aviñón?
—Yo tenía una fuente de información en el asilo. Nadie creía que Claridon estuviera loco. Falso, poco de fiar, oportunista… Eso seguro. Pero loco, no. De modo que vigilé hasta que usted regresó para reclamar a Claridon. Henrik y yo sabíamos que había algo en los archivos del palacio, aunque no exactamente qué. Como Henrik dijo en el almuerzo, Mark nunca conoció a Henrik. Mark era mucho más difícil de tratar que su padre. El hijo sólo buscaba de vez en cuando. Algo, tal vez, para mantener viva la memoria de su padre. Y lo que pudiera haber hallado, lo guardaba totalmente para sí mismo. Él y Claridon conectaron durante un tiempo, pero era una asociación poco estable. Luego, cuando Mark desapareció en la avalancha y Claridon se retiró al asilo, Henrik y yo abandonamos.
—Hasta ahora.
—La búsqueda está otra vez en marcha, y en esta ocasión puede que haya algún lugar adónde ir.
Malone esperó a que ella se explicara.
—Tenemos el libro con el dibujo de la lápida y también tenemos Leyendo las reglas de la caridad. Juntos, quizás seamos realmente capaces de determinar lo que Saunière encontró, ya que somos los primeros en tener tantas piezas del rompecabezas.
—¿Y qué haremos si encontramos algo?
—¿Como musulmana? Me gustaría contárselo al mundo. ¿Cómo realista? No lo sé. La histórica arrogancia del cristianismo da asco. Para él, todas las demás religiones son una imitación. Asombroso, realmente. Toda la historia occidental está modelada según sus estrechos preceptos. Arte, arquitectura, música, escritura, hasta la misma sociedad se convirtió en sirviente del cristianismo. Este movimiento tan simple en última instancia formó el molde a partir del cual se elaboró la civilización occidental, y podía estar todo basado en una mentira. ¿No le gustaría a usted saber?
—No soy una persona religiosa.
Los delgados labios de la mujer se fruncieron ligeramente en otra sonrisa.
—Pero es usted un hombre curioso. Henrik habla de su coraje e intelecto en términos reverentes. Un bibliófilo con una memoria eidética. Buena combinación.
—Y sé cocinar también.
Ella soltó una risita.
—No me engaña usted. Hallar el Gran Legado significaría algo para usted.
—Digamos que ése sería un hallazgo sumamente insólito.
—Muy bien. Lo dejaremos así. Pero si tenemos éxito, esperaré con ansia ver su reacción.
—¿Tanta confianza tiene en que hay algo que encontrar?
Ella barrió con los brazos hacia el distante perfil de los Pirineos.
—Está allí, sin duda. Saunière lo encontró. Nosotros podemos hacerlo también.
Stephanie consideró nuevamente lo que Thorvaldsen había dicho sobre el Nuevo Testamento, y quiso dejar claras las cosas.
—La Biblia no es un documento literal.
Thorvaldsen negó con la cabeza.
—Un gran número de fes cristianas se mostraría en desacuerdo con esa afirmación. Para ellas, la Biblia es la Palabra de Dios.
Ella miró a Mark.
—¿Creía tu padre que la Biblia no era la Palabra de Dios?
—Discutimos esa cuestión muchas veces. Yo era, al principio, un creyente, y nos enfrentábamos. Pero llegué a pensar como él. Es un libro de relatos. Gloriosos relatos, concebidos para indicar a la gente el camino de una vida virtuosa. Hay incluso grandeza en esas historias… si uno practica su moral. No pienso que sea necesariamente la Palabra de Dios. Ya es suficiente que las palabras sean una verdad intemporal.
—Elevar a Cristo a la categoría de deidad fue simplemente una manera de elevar la importancia del mensaje —dijo Thorvaldsen—. Después de que la religión organizada asumiera el poder en los siglos tercero y cuarto, se añadieron tantas cosas a la leyenda que resulta imposible saber cuál era su núcleo. Lars quería cambiar todo eso. Quería descubrir lo que los templarios poseyeron antaño. Cuando hace años se enteró de la existencia de Rennes-le-Château, inmediatamente pensó que el Gran Legado de los templarios era lo que Saunière había localizado. De manera que dedicó su vida a resolver el rompecabezas de Rennes.
Stephanie seguía sin estar convencida.
—¿Y qué le hace pensar que los templarios llegaron a ocultar algo? ¿Acaso no fueron arrestados con rapidez? ¿Cómo tuvieron tiempo de esconder nada?
—Estaban preparados —dijo Mark—. Las Crónicas dejan claro este punto. Lo que Felipe IV hizo no carecía de precedentes. Un centenar de años antes había tenido lugar un incidente con Federico II, el sacro emperador romano germánico. En 1228, llegó a Tierra Santa como excomulgado, lo cual quería decir que no podía mandar una cruzada. Los templarios y los hospitalarios permanecían leales al papa y se negaron a seguirlo. Sólo los Caballeros Teutónicos, alemanes, se pusieron de su parte. Finalmente, negoció un tratado de paz con los sarracenos, que creó una Jerusalén dividida. El Monte del Templo, que era donde los caballeros templarios tenían su cuartel general, fue cedido por ese tratado a los musulmanes. De modo que puede usted imaginar lo que los templarios opinaban de él. Era un amoral como Nerón, y odiado universalmente. Trató incluso de secuestrar al maestre de la orden. Finalmente, abandonó Tierra Santa en 1229, y cuando se dirigió al puerto de Acre, los lugareños le arrojaron desperdicios. Odiaba a los templarios por su deslealtad, y, cuando regresó a Sicilia, se apoderó de las propiedades templarias y efectuó arrestos. Todo ello estaba registrado en las Crónicas.
—¿De manera que la orden estaba preparada? —preguntó Thorvaldsen.
—La orden ya había visto lo que un gobernante hostil podía hacerle. Felipe IV era parecido. De joven había solicitado su ingreso como miembro de la orden, y había sido rechazado, de manera que albergaba un resentimiento de toda la vida hacia la hermandad. Aunque, a comienzos de su reinado, los templarios realmente salvaron a Felipe cuando éste trató de devaluar la moneda francesa y el populacho se rebeló. Huyó buscando refugio en el Temple de París. Posteriormente, se sintió agradecido a los templarios. Pero los monarcas nunca quieren deber nada a nadie. De manera que, efectivamente, en octubre de 1307, la orden estaba preparada. Por desgracia, no aparece registrado nada que nos explique detalladamente lo que se hizo. —La mirada que Mark dirigió a Stephanie era penetrante—. Papá dio su vida para tratar de resolver este misterio.
—Le encantaba buscar, ¿no? —dijo Thorvaldsen.
Aunque respondiendo al danés, Mark continuaba con la mirada fija en ella.
—Era una de las pocas cosas que realmente le producían alegría. Quería complacer a su mujer, y a sí mismo, y, por desgracia, no podía hacer ni una cosa ni otra. De manera que eligió. Decidió dejarnos a todos.
—Nunca quise creer que se suicidara —le dijo ella a su hijo.
—Pero eso nunca lo sabremos, ¿verdad?
—Quizás puedan saberlo —dijo Geoffrey. Y por primera vez el joven levantó la mirada de la mesa—. El maestre dijo que ustedes podrían saber la verdad de su muerte.
—¿Qué sabes tú? —preguntó ella.
—Sólo sé lo que el maestre me dijo.
—¿Qué te dijo él sobre mi padre?
La ira se había apoderado del rostro de Mark. Stephanie no recordaba haberle visto descargar esa emoción contra nadie que no fuera ella.
—De eso tendrá usted que enterarse por su cuenta. Yo lo ignoro. —La voz era extraña, hueca y conciliadora—. El maestre me dijo que fuera tolerante con sus emociones. Dejó claro que usted es mi superior, y que yo no debía mostrarle más que respeto.
—Pero parece que tú eres el único que tiene respuestas —dijo Stephanie.
—No, madame. Yo sólo tengo indicios. Las respuestas, según me dijo el maestre, deben venir de todos ustedes.