XLVI

Malone estaba furioso. Henrik Thorvaldsen había dispuesto de mucha más información sobre todo, y sin embargo no había dicho absolutamente nada. Señaló con un dedo a Casiopea.

—¿Es amiga suya?

—Hace mucho que la conozco.

—Cuando Lars Nelle vivía. ¿La conocía usted entonces?

Thorvaldsen asintió.

—¿Y estaba al corriente Lars de su relación?

—No.

—De modo que lo tomaba por un estúpido también.

En su voz se reflejaba la ira.

El danés parecía obligado a abandonar toda actitud defensiva. A fin de cuentas, estaba acorralado.

—Cotton, comprendo su irritación. Pero uno no puede ser siempre franco. Hay que tener en cuenta muchos aspectos. Estoy seguro de que cuando usted trabajaba para el gobierno de Estados Unidos hacía lo mismo.

Malone no se tragó el anzuelo.

—Casiopea no perdía de vista a Lars. Éste era consciente de su presencia, y, a sus ojos, era una molestia. Pero la verdadera tarea de ella era protegerle.

—¿Y por qué no se limitaba a decírselo?

—Lars era un hombre obstinado. Era más sencillo para Casiopea vigilarle discretamente. Por desgracia, no podía protegerle de sí mismo.

Stephanie dio unos pasos hacia delante, su rostro preparado para la confrontación.

—De eso nos advertía su perfil. Motivos cuestionables, alianzas variables, engaño.

—Me ofende que diga eso. —Thorvaldsen la miró airadamente—. Especialmente dado que Casiopea ha cuidado de ustedes dos también.

Sobre ese punto, Malone no podía discutir.

—Debería habérnoslo dicho.

—¿Con qué fin? Por lo que puedo recordar, ambos tenían intención de venir a Francia… en especial usted, Stephanie. Así que, ¿qué habría ganado? En vez de ello, me aseguré de que Casiopea estuviera aquí, por si ustedes la necesitaban.

Malone no estaba dispuesto a aceptar esa engañosa explicación.

—Por un lado, Henrik, podía usted habernos puesto en antecedentes sobre Raymond de Roquefort, al que evidentemente ustedes dos conocían. En vez de ello, tuvimos que ir a ciegas.

—Hay poco que contar —dijo Casiopea—. Cuando Lars estaba vivo, todo lo que los hermanos hacían era vigilarlo también. Yo nunca establecí contacto real con De Roquefort. Eso sólo ha sucedido durante los últimos dos días. Sé tanto sobre él como ustedes.

—Entonces, ¿cómo se anticipó a sus movimientos en Copenhague?

—No lo hice. Simplemente le seguí a usted.

—Nunca advertí su presencia.

—Soy experta en lo que hago.

—No lo fue tanto en Aviñón. La descubrí en el café.

—¿Y qué me dice de su truco con la servilleta, dejándola caer para poder ver si yo le seguía? Quería que usted supiera que yo estaba allí. En cuanto vi a Claridon, supe que De Roquefort no andaba muy lejos. Ha vigilado a Royce durante años.

—Claridon nos habló sobre usted —dijo Malone—, pero no la reconoció en Aviñón.

—Nunca me ha visto. Lo que sabe es sólo lo que Lars Nelle le contó.

—Claridon nunca mencionó ese hecho —dijo Stephanie.

—Hay muchas cosas que estoy segura de que Claridon se olvidó de mencionar. Lars nunca se dio cuenta, pero Claridon era más un problema para él de lo que yo jamás fui.

—Mi padre la odiaba a usted —dijo Mark, con un deje de desdén en su voz.

Casiopea se lo quedó mirando con frío semblante.

—Su padre era un hombre brillante, pero no muy instruido en la naturaleza humana. Su visión del mundo era simplista. Las conspiraciones que buscaba, las que usted exploró después de su muerte, son mucho más complicadas de lo que cualquiera de ustedes pueda imaginar. Ésta es una búsqueda del conocimiento que ha llevado a muchos hombres a la muerte.

—Mark —dijo Thorvaldsen—, lo que Casiopea dice sobre tu padre es cierto, y estoy seguro de que te das cuenta.

—Era un hombre bueno que creía en lo que hacía.

—Cierto que lo era. Pero también se guardaba muchas cosas para sí. Tú nunca supiste que él y yo éramos amigos íntimos, y lamento que tú y yo no llegáramos a conocernos. Pero tu padre quería que nuestros contactos fueran confidenciales, y yo respeté su deseo incluso después de su muerte.

—Podría usted habérmelo dicho a mí —le reprochó Stephanie.

—No, no podía.

—Entonces, ¿por qué nos lo cuenta ahora?

—Cuando usted y Cotton salieron de Copenhague, yo vine directamente aquí. Comprendí que acabarían ustedes por encontrar a Casiopea. Por eso precisamente ella estaba en Rennes hace dos noches… para atraerles. Originalmente, yo iba a quedarme en un segundo plano y ustedes no se enterarían de nuestra relación, pero cambié de opinión. Esto ha ido demasiado lejos. Tienen ustedes que saber la verdad, de manera que estoy aquí para contársela.

—Muy amable por su parte —dijo Stephanie.

Malone miró fijamente los hundidos ojos del viejo. Thorvaldsen tenía razón. Había jugado a tres bandas muchas veces. Y Stephanie también.

—Henrik, llevo sin tomar parte en este tipo de juego más de un año. Me marché porque no quería seguir participando. Reglas fatales, pocas probabilidades. Pero en este momento, tengo hambre y, debo confesarlo, siento curiosidad. Así que comamos, y usted nos lo contará todo sobre esa verdad que tenemos que conocer.

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El almuerzo era conejo asado sazonado con perejil, tomillo y mejorana, junto con espárragos frescos, una ensalada y un budín de pasas rematado con helado de vainilla. Mientras comía, Malone trató de valorar la situación, Su anfitriona parecía estar sumamente a gusto, pero él no se dejó impresionar por su cordialidad.

—Usted desafió a De Roquefort anoche en el palacio —le dijo a la mujer—. ¿Dónde aprendió sus habilidades?

—Soy autodidacta. Mi padre me transmitió su audacia, y mi madre me bendijo con una capacidad de comprensión de la mente masculina.

Malone sonrió.

—Algún día quizás haga suposiciones erróneas.

—Me alegro de que se preocupe usted por mi futuro. ¿Hizo usted alguna vez «suposiciones erróneas» como agente?

—Muchas veces, y morían personas por ello de vez en cuando.

—¿El hijo de Henrik figura en esa lista?

Le ofendió el golpe, particularmente considerando que ella no sabía nada de lo que había ocurrido.

—Al igual que aquí, a la gente se le daba mala información. Y mala información da lugar a malas decisiones.

—El joven murió.

—Cai Thorvaldsen se hallaba en el lugar equivocado en un momento inoportuno —dejó claro Stephanie.

—Cotton tiene razón —dijo Henrik dejando de comer—. Mi hijo murió porque no fue advertido del peligro que le rodeaba. Cotton estaba allí, e hizo lo que pudo.

—No quería dar a entender que tuvo la culpa —aclaró Casiopea—. Era sólo que parecía ansioso por decirme cómo debía llevar mis asuntos. Simplemente pregunté si él era capaz de llevar los suyos. A fin de cuentas, abandonó.

Thorvaldsen soltó un suspiro.

—Tiene usted que perdonarla, Cotton. Es brillante, artística, una cognoscenta en música, coleccionista de antigüedades. Pero heredó de su padre su falta de modales. Su madre, Dios tenga en su seno su preciosa alma, era más refinada.

—Henrik se imagina que es mi padre adoptivo.

—Tiene usted suerte —dijo Malone, examinándola cuidadosamente— de que yo no la derribara de un tiro de esa motocicleta en Rennes.

—No esperaba que escapara usted tan rápidamente de la Torre Magdala. Estoy convencida de que los gestores del complejo se sentirán muy trastornados por la pérdida de aquel marco de ventana. Era original, según tengo entendido.

—Estoy esperando oír esa verdad de la que ha hablado —le dijo Stephanie a Thorvaldsen—. Me pidió usted en Dinamarca que mantuviera la mente abierta sobre usted y lo que Lars consideraba importante. Ahora vemos que su implicación es mucho mayor de lo que ninguno de nosotros imaginaba. Seguramente podrá usted comprender nuestras sospechas.

Thorvaldsen dejó a un lado su tenedor.

—De acuerdo. ¿Hasta qué punto conoce usted el Nuevo Testamento?

«Una extraña pregunta», pensó Malone. Pero sabía que Stephanie era una católica practicante.

—Entre otras cosas, contiene los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), que nos hablan sobre Jesucristo.

Thorvaldsen asintió.

—La historia establece claramente que el Nuevo Testamento, tal como lo conocemos, fue escrito durante los primeros cuatro siglos después de Cristo, como una manera de universalizar el incipiente mensaje cristiano. A fin de cuentas, eso es lo que significa católico… «universal». Recuerden, a diferencia de hoy, en el mundo antiguo, política y religión eran la misma cosa. Como el paganismo declinaba y el judaísmo se replegaba sobre sí mismo, la gente empezó a buscar algo nuevo. Los seguidores de Jesús, que eran simplemente judíos que adoptaban una perspectiva diferente, crearon su propia versión de la Palabra, pero también lo hicieron los carpocratianos, los esenios, los naasenios, los gnósticos y un centenar de otras sectas. La razón principal por la que la versión católica sobrevivió, mientras otras desfallecían, era su capacidad para imponer su creencia universalmente. Invistió las Escrituras de tanta autoridad que con el tiempo nadie pudo cuestionar jamás su validez sin ser acusado de hereje. Pero hay muchos problemas con el Nuevo Testamento.

La Biblia era un tema favorito de Malone. La había leído, así como muchos análisis históricos, y estaba al corriente de sus contradicciones. Cada Evangelio era una oscura mezcla de hechos, rumores, leyendas y mitos que había sido sometida a innumerables traducciones, alteraciones y redacciones.

—Recuerden, la emergente Iglesia cristiana se desarrolló en el mundo romano —terció Casiopea—. A fin de atraer seguidores, los padres de la Iglesia tenían que competir no sólo con una diversidad de creencias paganas, sino también con sus propias creencias judías. Del mismo modo, tenían que situarse aparte. Jesús tenía que ser algo más que un simple profeta.

Malone se estaba impacientando.

—¿Qué tiene esto que ver con lo que está ocurriendo aquí?

—Piense lo que significaría para la Cristiandad hallar los huesos de Cristo —dijo Casiopea—. Esta religión gira alrededor de Cristo muriendo en la cruz, resucitando y ascendiendo a los cielos.

—Esa creencia es cuestión de fe —dijo con calma Geoffrey.

—Tiene razón —corroboró Stephanie—. La fe, no los hechos, la define.

Thorvaldsen negó con la cabeza.

—Quitemos ese elemento de la ecuación por un momento, ya que le fe también elimina la lógica. Piensen en ello. Si existió un hombre llamado Jesús, ¿cómo los cronistas del Nuevo Testamento sabrían nada de su vida? Consideremos sólo el dilema del idioma. El Antiguo Testamento estaba escrito en hebreo. El Nuevo lo estaba en griego, y todas las fuentes materiales, si es que existieron alguna vez, habrían estado en arameo. Luego está el tema de las fuentes mismas.

»Mateo y Lucas hablan de la tentación de Cristo en el desierto, pero Jesús estaba solo cuando eso ocurrió. Y la plegaria de Jesús en el Huerto de Getsemaní. Lucas dice que la pronunció después de alejarse de Pedro, Santiago y Juan “como a un tiro de piedra”. Cuando Jesús regresó, encontró a sus discípulos dormidos e inmediatamente fue arrestado, y luego crucificado. No hay ninguna mención de Jesús diciendo una palabra sobre su plegaria en el huerto o la tentación en el desierto. Sin embargo, conocemos ambas cosas con todo detalle. ¿Cómo?

»Todos los Evangelios hablan de unos discípulos que huyen ante el arresto de Jesús (de modo que ninguno de ellos estaba allí); no obstante aparecen detallados relatos de la crucifixión en los cuatro. ¿De dónde surgen estos detalles? De lo que los soldados romanos hicieron, de lo que Pilatos y Simón hicieron, ¿cómo se enteraron los escritores de los Evangelios? Los fíeles dirían que esa información procedía de la inspiración divina. Pero esos cuatro Evangelios, estas supuestas Palabras de Dios, se contradicen mucho más de lo que concuerdan. ¿Por qué permitiría Dios semejante confusión?

—Quizás no nos corresponde a nosotros cuestionarlo —indicó Stephanie.

—Vamos —dijo Thorvaldsen—. Hay demasiados ejemplos de contradicciones para que nosotros las descartemos como casualidades. Echemos una mirada en términos generales. El Evangelio de Juan menciona muchas cosas que los otros tres ((los llamados Evangelios sinópticos) ignoran completamente. El tono en el de Juan es también diferente; el mensaje, más refinado. El de Juan es como un testimonio enteramente diferente. Pero algunas de las contradicciones más precisas se inician con Mateo y Lucas. Éstos son los únicos dos que dicen alguna cosa del nacimiento y la ascendencia de Jesús, e incluso en eso entran en conflicto. Mateo dice que Jesús era un aristócrata, que descendía del linaje de David, perteneciendo por ello a la línea de sucesión real. Lucas está de acuerdo con la ascendencia de David, pero señala unos orígenes más humildes. Marcos siguió una dirección completamente diferente y creó la imagen de un pobre carpintero.

»El nacimiento de Cristo es igualmente contado desde perspectivas diferentes. Lucas dice que lo visitaron pastores. Mateo los llamó “magos, hombres sabios”. Lucas dice que toda la familia vivía en Nazaret y viajó a Belén para el nacimiento en un pesebre. Mateo dice que la familia era acomodada y vivía en Belén, donde nació Jesús… No en un pesebre, sino en una casa.

»Pero en la crucifixión es donde aparecen las mayores contradicciones. Los Evangelios ni siquiera se ponen de acuerdo sobre la fecha. Juan dice que fue el día antes de Pascua. Los otros tres hablan del día siguiente. Lucas describe a Jesús como un hombre manso. “Un cordero”. Mateo, todo lo contrario: para él, Jesús “no trae la paz, sino la espada”. Incluso las palabras finales del Salvador varían. Mateo y Marcos dicen que fueron: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Lucas dice: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Juan es más simple: “Consumado es”.

Thorvaldsen hizo una pausa y sorbió un poco de vino.

—Y la leyenda misma de la resurrección está repleta de contradicciones. Cada Evangelio tiene diferentes versiones de quién acudió a la tumba, de lo que se encontró allí… Ni siquiera los días de la semana están claros. Y en cuanto a las apariciones de Jesús después de la resurrección… Ninguno de los relatos coincide en ese punto. ¿No creen ustedes que Dios debería al menos haberse mostrado razonablemente coherente con su Palabra?

—Las variaciones en los Evangelios han sido tema de millares de libros —aclaró Malone.

—Cierto —dijo Thorvaldsen—. Y las contradicciones han estado ahí desde el comienzo… ampliamente ignoradas en los tiempos antiguos, dado que rara vez los cuatro Evangelios aparecen juntos. En vez de ello, fueron diseminados individualmente por toda la Cristiandad… funcionando mejor una leyenda en un lugar que en otro. Lo cual, en sí mismo, contribuye mucho a explicar las diferencias. Recuerden, la idea que hay detrás de los Evangelios era demostrar que Jesús era el Mesías predicho en el Antiguo Testamento… No ha de ser una irrefutable biografía.

—¿No fueron quizás los Evangelios sólo un registro de lo que había sido transmitido oralmente? —preguntó Stephanie—. ¿No era de esperar una serie de errores?

—Sin duda —dijo Casiopea—. Los primeros cristianos creían que Jesús regresaría pronto, y que el mundo terminaría, de modo que no vieron ninguna necesidad de escribir nada. Pero al cabo de cincuenta años, como el Salvador no había retornado, se hizo importante conmemorar la vida de Jesús. Fue entonces cuando se escribió el primero de los Evangelios, el de Marcos. Mateo y Lucas vinieron después, alrededor del 80 después de Cristo. Juan llegó mucho más tarde, casi al final de la primera centuria. Por eso es tan diferente de los otros tres.

—Si los Evangelios hubieran sido totalmente coherentes, ¿no sería incluso más sospechoso? —preguntó Malone.

—Estos libros son algo más que simplemente incoherentes —declaró Thorvaldsen—. Son, literalmente, cuatro versiones diferentes de la Palabra.

—Es cuestión de fe —repitió Stephanie.

—Ya estamos de nuevo con eso —intervino Casiopea—. Siempre que aparece un problema con los textos bíblicos, la solución es fácil. «Es cuestión de fe». Señor Malone, usted es abogado. Si los testimonios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueran ofrecidos ante un tribunal como prueba de la existencia de Jesús, ¿lo declararía así un jurado?

—Desde luego, todos ellos mencionan a Jesús.

—Ahora bien, si ese mismo tribunal fuera requerido para que estableciera cuál de esos cuatro libros es correcto, ¿cuál sería su fallo?

Malone conocía la respuesta adecuada.

—Todos son exactos.

—¿Cómo resolvería usted las diferencias entre los testimonios?

Esta vez no respondió, porque no sabía qué decir.

—Ernest realizó un estudio una vez —dijo Thorvaldsen—. Lars me habló de ello. Determinó que había de un diez a un cuarenta por ciento de variación entre los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas en cualquier pasaje que uno se molestara en comparar. Cualquier pasaje. Y con Juan, que no es uno de los sinópticos, el porcentaje es mucho mayor. De manera que la pregunta de Casiopea es correcta, Cotton. ¿Tendrían esos testimonios valor probatorio alguno, más allá de establecer que un hombre llamado Jesús pudiera haber vivido?

Malone se sintió obligado a decir:

—¿No podrían todas esas contradicciones explicarse por la existencia de unos cronistas que simplemente se tomaron libertades con la tradición oral?

Thorvaldsen asintió.

—Esa explicación tiene sentido. Pero lo que hace difícil aceptarla es esa fea palabra, «fe». Ya ve, para millones de personas, los Evangelios no son la tradición oral de unos judíos radicales que establecen una nueva religión, tratando de asegurar conversos, añadiendo y restando a su leyenda todo lo que hace falta para su época particular. No. Los Evangelios son La Palabra de Dios, y la resurrección es su piedra angular. Porque su Señor lo mandó a Él para que muriera por ellos, y para que resucitara físicamente y ascendiera a los cielos… Eso es lo que los sitúa aparte de todas las otras religiones emergentes.

Malone se dio la vuelta para mirar a Mark.

—¿Creían esto los templarios?

—Hay un elemento de gnosticismo en el credo templario. El conocimiento se transmitía a los hermanos por fases, y sólo los dignatarios más elevados de la orden estaban al corriente de todo. Pero ninguno ha recibido ese conocimiento desde la pérdida del Gran Legado durante la Purga de 1307. Todos los maestres que vinieron después de esa época se vieron privados del archivo de la orden.

Malone quería saber.

—¿Qué piensan de Jesucristo hoy?

—Los templarios dan el mismo valor al Antiguo que al Nuevo Testamento; los profetas judíos del Antiguo Testamento anunciaron la venida del Mesías, y los autores del Nuevo relataron su llegada.

—Es como con los judíos —dijo Thorvaldsen—, de los que puedo hablar puesto que soy uno de ellos. Los cristianos durante siglos han dicho que los judíos no supieron reconocer al Mesías cuando vino, por lo que Dios creó un nuevo Israel en forma de la Iglesia cristiana… para ocupar el lugar del Israel judío.

—«Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» —murmuró Malone, citando lo que Mateo dijo sobre la disposición de los judíos a aceptar esa vergüenza.

Thorvaldsen asintió.

—Esa frase ha sido utilizada durante dos milenios como una razón para matar judíos. ¿Qué podía esperar de Dios un pueblo después de rechazar a su propio hijo como el Mesías? Palabras que algún ignorado redactor de Evangelios escribió, por la razón que fuera, se convirtieron en la llamada de los asesinos.

—De manera que lo que los cristianos hicieron finalmente —dijo Casiopea— fue separarse de ese pasado. Llamaron a la mitad de la Biblia el Antiguo Testamento, y a la otra mitad, el Nuevo. Uno para los judíos, el otro para los cristianos. Las doce tribus de Israel del Antiguo fueron reemplazadas por los doce apóstoles del Nuevo. Paganos y creyentes judíos fueron integrados y modificados. Jesús, a través de los escritos del Nuevo Testamento, cumplió las profecías del Antiguo, demostrando con ello su pretensión mesiánica. Un paquete bien envuelto (el mensaje adecuado, adaptado al auditorio idóneo), todo lo cual permitió al cristianismo dominar completamente al mundo occidental.

Aparecieron criados, y Casiopea les hizo una señal de que quitaran los platos del almuerzo. Se llenaron nuevamente los vasos con vino y se sirvió el café. Cuando los últimos sirvientes se retiraron, Malone le preguntó a Mark:

—¿Creen verdaderamente los templarios en la resurrección de Cristo?

—¿Cuáles? —dijo Mark.

Una extraña pregunta. Malone se encogió de hombros.

—Los de hoy… por supuesto —siguió Mark—. Con pocas excepciones, la orden sigue la doctrina tradicional católica. Se han efectuado algunos ajustes para adaptar la regla, como todas las órdenes monásticas han tenido que hacer. Pero ¿y en 1307? No tengo ni idea de en qué creían. Los cronistas de aquella época son enigmáticos. Como he dicho, sólo los dignatarios superiores de la orden podrían haber hablado sobre este tema. La mayoría de los templarios era analfabeta. Incluso el propio Jacques de Molay quizás no sabía leer ni escribir. Sólo unos pocos dentro de la orden controlaban lo que muchos pensaban. Por supuesto, el Gran Legado existía entonces, por lo que imagino que ver era creer.

—¿Qué es el Gran Legado?

—Me gustaría saberlo. Esa información se ha perdido. Los cronistas no hablan mucho de ella. Yo supongo que es una prueba de lo que la orden creía.

—¿Por eso la buscan? —preguntó Stephanie.

—Hasta hace poco, realmente no la buscaban No ha habido mucha información relativa a su paradero. Pero el maestre le dijo a Geoffrey que pensaba que papá iba en el buen camino.

—¿Por qué lo desea De Roquefort tan desesperadamente? —le preguntó Malone a Mark.

—Hallar el Gran Legado, dependiendo de su contenido, bien podría alimentar el resurgimiento de la orden en la escena mundial. Ese conocimiento podría cambiar también fundamentalmente la Cristiandad. De Roquefort quiere un castigo por lo que le ocurrió a la orden. Quiere que la Iglesia católica sea denunciada como hipócrita y el nombre de la orden limpiado.

Malone estaba estupefacto.

—¿Qué quieres decir?

—Una de las acusaciones lanzadas contra los templarios en 1307 fue la de idolatría. Alguna especie de cabeza de carnero que la orden supuestamente veneraba, nada de lo cual fue probado jamás. Sin embargo, aún ahora, los católicos rezan habitualmente a imágenes, siendo la Sábana Santa de Turín una de ellas.

Malone recordó lo que uno de los Evangelios decía sobre la muerte de Cristo —«después de que le hubieron bajado, lo envolvieron en una sábana»—, simbolismo tan sagrado que un papa posterior decretó que la misa debería decirse siempre sobre un mantel de lino. El Sudario de Turín, que Mark mencionaba, era una tela de punto de espiga sobre la cual aparecía la imagen de un hombre: de más de metro ochenta de estatura, nariz aguileña, cabello largo hasta los hombros partido por el centro, larga barba, con heridas de crucifixión en sus manos, pies y cuero cabelludo y la espalda llena de cicatrices producidas por los latigazos.

—La imagen que hay en el sudario —dijo Mark— no es la de Cristo. Es la de Jacques de Molay. Fue arrestado en octubre de 1307 y, en enero de 1308, clavado a una cruz en el Temple de París de una manera semejante a la de Cristo. Se burlaban de él porque no creía en Jesús como Salvador. El gran inquisidor de Francia, Guillaume Imbert, fue el que orquestó esa tortura. Posteriormente, De Molay fue envuelto en un sudario de lino que la orden guardaba en el Temple de París para emplear en las ceremonias de iniciación. Sabemos ahora que el ácido láctico y la sangre del traumatizado cuerpo de De Molay se mezclaron con el incienso de la tela y grabaron la imagen. Hay incluso un equivalente moderno. En 1981, un paciente de cáncer en Inglaterra dejó una huella similar de sus miembros sobre la ropa de cama.

Malone recordó que, a finales de los ochenta, la Iglesia finalmente rompió con la tradición y permitió un examen microscópico y del carbono catorce para establecer la antigüedad de la Sábana Santa de Turín. Los resultados indicaron que no había ni trazos ni pinceladas. La imagen está impresa directamente sobre la tela. La datación demostró que ésta no procedía del siglo I, sino de un período indeterminado entre finales del XIII y mediados del XIV. Pero muchos discutieron esos hallazgos, argumentando que la muestra había sido contaminada, o procedía de una posterior reparación de la tela original.

—La imagen del sudario encaja físicamente con la de De Molay —dijo Mark—. Hay descripciones suyas en las Crónicas. En la época que fue torturado, su cabello había crecido mucho y su barba estaba descuidada. La tela que envolvía el cuerpo de De Molay fue sacada del Temple de París por uno de los parientes de Geoffrey de Charney. De Charney fue quemado en la hoguera en 1314 junto con De Molay. La familia conservó la tela como una reliquia y más tarde observó que una imagen se había formado en ella. El sudario inicialmente apareció en un medallón religioso en 1338, y fue exhibido por primera vez en 1357. Cuando se mostró, la gente inmediatamente asoció aquella imagen con la de Cristo, y la familia de De Charney no hizo nada para disuadir esa creencia. Eso siguió hasta finales del siglo XVI, cuando la Iglesia tomó posesión del sudario, declarándolo acheropita (no hecho por mano humana) y considerándolo una reliquia sagrada. De Roquefort quiere recuperar el sudario. Pertenece a la orden, no a la Iglesia.

Thorvaldsen hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Eso es una insensatez.

—Eso es lo que pretende.

Malone observó la expresión de enojo en la cara de Stephanie.

—Esta lección bíblica ha sido fascinante, Henrik. Pero sigo esperando saber la verdad sobre lo que está pasando aquí.

El danés sonrió.

—Es usted un regalo para el oído.

—Atribúyalo a mi efervescente personalidad —dijo Stephanie, y le mostró su teléfono—. Deje que me explique con claridad. Si no obtengo algunas respuestas dentro de los próximos minutos, voy a llamar a Atlanta. Ya estoy harta de Raymond de Roquefort, de modo que vamos a revelar públicamente esta pequeña búsqueda del tesoro y terminar con esta tontería.