Rennes-le-Château.
10:40 am.
Malone seguía a Mark mientras se aproximaban a la iglesia de Santa María Magdalena. Allí no se celebraban servicios religiosos durante el verano. El domingo era, al parecer, un día muy popular entre los turistas, ya que una multitud se estaba apiñando ya ante la iglesia, tomando fotos y filmando en vídeo.
—Necesitaremos una entrada —dijo Mark—. No se puede entrar en esta iglesia sin pagar.
Malone entró en la Villa Betania y esperó en una corta cola. Fuera se encontraba Mark ante un jardín vallado donde se levantaban la columna visigótica y la estatua de la Virgen de las que les había hablado Claridon. Leyó las palabras penitencia, penitencia y misión 1891, grabadas en la cara de la columna.
—Nuestra Señora de Lourdes —dijo Mark, señalando la estatua—. Saunière estaba cautivado por Lourdes, que fue la primera aparición mariana de su época. Antes que Fátima. Quería que Rennes se convirtiera en un centro de peregrinación, de modo que hizo construir este jardín y diseñó la estatua y la columna.
Malone hizo un gesto hacia la gente.
—Y realizó su deseo.
—Cierto. Pero no por la razón que él imaginaba. Estoy seguro de que ninguna de las personas que están aquí hoy sabe que la columna no es la original. Es una copia, puesta ahí hace años. El original resulta difícil de leer. El clima se cobra su tributo. Está en el museo de la casa parroquial. Lo cual ocurre también con un montón de cosas de este lugar. Poco de ello procede de la época de Saunière.
Se acercaron a la puerta principal de la iglesia. Bajo el dorado tímpano, Malone leyó las palabras terribilis est locus iste. Del Génesis. «Terrible es este lugar». Conocía la leyenda de Jacob, que soñó con una escalera por la que subían y bajaban ángeles y, al despertar de su sueño, murmuró las palabras —terrible es este lugar—, y luego llamó a lo que había soñado Bethel, que significa «casa de Dios». Se le ocurrió otra idea.
—Pero en el Viejo Testamento, Bethel se convierte en rival de Jerusalén como centro religioso.
—Justamente. Otra pista sutil que Saunière dejó tras de sí. Hay incluso más en el interior.
Todos habían dormido hasta tarde, y se habían levantado hacía sólo treinta minutos. Stephanie había ocupado el dormitorio de su marido, y seguía allí dentro con la puerta cerrada cuando Malone sugirió que él y Mark se dirigieran a la iglesia. Quería hablar con el joven sin que Stephanie rondara cerca, y quería darle tiempo a ella para que se calmara. Sabía que estaba buscando pelea, y más tarde o más temprano su hijo iba a tener que enfrentarse con ella. Pero creía que retrasar esta inevitable situación podía ser una buena idea. Geoffrey se había ofrecido a venir, pero Mark le dijo que no. Malone había notado que Mark Nelle quería hablar a solas con él también.
Se adentraron en el pasillo.
La iglesia era de nave única y techo alto. Un espantoso diablo esculpido, en cuclillas, vestido con una túnica verde y haciendo una mueca sonriente bajo el peso de una pila de agua bendita, los saludó.
—En realidad es el demonio Asmodeo, no el diablo —dijo Mark.
—¿Otro mensaje?
—Parece que usted lo conoce.
—Un custodio del secreto, si no recuerdo mal.
—Recuerda bien. Mire el resto de la fuente.
Encima de la pila de agua bendita cuatro ángeles, cada uno de ellos representando una parte separada del signo de la cruz. Debajo estaba escrito par ce signe tu le vaincras. Malone tradujo del francés. «Con este signo lo vencerás».
Conocía el significado de estas palabras.
—Eso es lo que Constantino dijo cuando luchó por primera vez con su rival Majencio. Según la historia, parece que vio una cruz sobre el sol con dichas palabras blasonadas bajo él.
—Pero hay una diferencia. —Mark señaló las esculpidas letras—. No decía «lo» en la frase original. Sólo «Con este signo vencerás».
—¿Es importante eso?
—Mi padre descubrió una antigua leyenda judía que hablaba de cómo el rey consiguió impedir que los demonios interfirieran en la construcción del Templo de Salomón. Uno de esos demonios, Asmodeo, era controlado mediante la obligación de cargar agua… el único elemento que despreciaba. De modo que el simbolismo encaja bastante bien. Pero el «lo» de la cita fue claramente añadido por Saunière. Algunos dicen que el «lo» es simplemente una referencia al hecho de que humedeciendo un dedo en el agua bendita y haciendo la señal de la cruz, como hacen los católicos, el demonio («lo») sería vencido. Pero otros han observado la situación de la palabra en la frase francesa Par ce signe tu le vaincras. La palabra le, «lo», representa la decimotercera y decimocuarta letras. 1314.
Recordó su lectura del libro sobre los templarios.
—El año en que Jacques de Molay fue ejecutado.
—¿Coincidencia? —dijo Mark encogiéndose de hombros.
Se habían arremolinado unas veinte personas tirando fotos y admirando la chillona imaginería, que rezumaba una alusión oculta. Algunas vidrieras, sus reflejos avivados por el brillante sol, aparecían alineadas en las paredes exteriores, y él contempló las escenas. María y Marta en Betania. María Magdalena encontrando al Cristo resucitado. La resurrección de Lázaro.
—Es como una casa encantada teológica —susurró.
—Es una forma de decirlo.
Mark se acercó al suelo ajedrezado situado ante el altar.
—La entrada de la cripta está ahí, justo ante la reja de hierro forjado, oculta mediante las baldosas. Hace unos años algunos topógrafos franceses efectuaron un estudio con radar capaz de penetrar el suelo del edificio y consiguieron hacer algunos sondeos antes de que las autoridades locales los detuvieran. Los resultados mostraban una anomalía subterránea bajo el altar que bien podía ser una cripta.
—¿No se hicieron excavaciones?
—No hubo manera de que lo permitieran. Demasiados riesgos para la industria turística.
Sonrió.
—Es lo mismo que Claridon dijo ayer.
Se instalaron en uno de los bancos.
—Una cosa es segura —susurró Mark—. No vamos a encontrar ningún tesoro aquí. Pero Saunière utilizó esta iglesia para comunicar lo que él creía. Y por todo lo que he leído sobre ese hombre, dicho acto encaja con su descarada personalidad.
Malone observó que nada de lo que le rodeaba era sutil. La excesiva coloración y el sobredorado echaban a perder toda posible belleza. Entonces otro aspecto se puso de manifiesto. No había nada coherente. Cada expresión artística, desde las estatuas a los relieves, pasando por las vidrieras, era individual… sin relación con el tema, como si la semejanza fuera de algún modo ofensiva.
Una extraña colección de santos esotéricos le miraba desde arriba con expresiones indiferentes, como si ellos también se sintieran embarazados por sus chillones detalles. San Roque mostraba un muslo llagado. Santa Germana dejaba caer un puñado de rosas de su delantal. Santa Magdalena sostenía una vasija de extraña forma. Por más que lo intentaba, Malone no conseguía sentirse cómodo. Había estado dentro de muchas iglesias europeas y la mayor parte de ellas rezumaba un profundo sentido del tiempo y la historia. Ésta parecía tan sólo repeler.
—Saunière dirigió cada detalle de la decoración —estaba diciendo Mark—. Nada se colocaba aquí sin su aprobación. —Señaló una de las estatuas—. San Antonio de Padua. Le oramos a él cuando buscamos algo perdido.
Malone captó la ironía.
—¿Otro mensaje?
—Evidentemente. Mire las estaciones del Vía Crucis.
Las tallas empezaban en el púlpito, siete a lo largo de la pared norte y luego otras siete en el sur. Cada una era un bajorrelieve lleno de color que describía un momento de la crucifixión de Cristo.
Su brillante pátina y sus ingenuos detalles parecían insólitos para algo tan solemne.
—Son extrañas, ¿no? —preguntó Mark—. Cuando fueron instaladas en 1887, eran corrientes para esta zona. En Rocamadour, hay una serie casi idéntica. La casa Giscard de Toulouse hizo las unas y las otras. Estas estaciones han sido interpretadas de muchas maneras. Algunos conspiradores pretenden que tienen origen masónico o son realmente alguna especie de mapa del tesoro. Nada de eso es cierto. Pero hay mensajes en ellas.
Malone se fijó en algunos de los aspectos curiosos. El muchacho negro esclavo que sostenía el cuenco para lavarse las manos de Pilatos. El velo que llevaba Pilatos. Una trompeta que se hacía sonar cuando Cristo caía cargando la cruz. Tres platos de plata sostenidos en alto. El niño que se enfrentaba a Cristo, envuelto en un manto de tela escocesa. Un soldado romano tirando los dados por las vestiduras de Cristo, los números tres, cuatro y cinco visibles en las caras.
—Mire la estación catorce —dijo Mark, haciendo un gesto hacia la pared sur.
Malone se puso de pie y anduvo hacia la parte delantera de la iglesia. Las velas parpadeaban ante el altar, y enseguida observó el bajorrelieve de debajo. Una mujer —María Magdalena, supuso— llorando, arrodillada en una gruta ante una cruz formada por dos ramas. Un cráneo descansaba en la base de la rama, e inmediatamente Malone se acordó del cráneo de la litografía que viera la noche anterior en Aviñón.
Se dio la vuelta y examinó la imagen de la última estación del Vía Crucis, la número 14, que describía el cuerpo de Cristo transportado por dos hombres en tanto tres mujeres eran presa de las lágrimas. Tras ellos se levantaba una escarpadura rocosa sobre la cual pendía una luna llena en el cielo nocturno.
—Jesús transportado a la tumba —le susurró a Mark, que se le había acercado por detrás.
—Según la ley romana, a un crucificado nunca se le permitía ser enterrado. Esa forma de ejecución estaba reservada solamente para aquellos encontrados culpables de crímenes contra el imperio. La idea era que el acusado muriera lentamente en la cruz, que la muerte tardara en llegar varios días, y todos pudieran verlo. El cuerpo era abandonado a las aves carroñeras. Sin embargo, al parecer, Pilatos concedió el cuerpo de Cristo a José de Arimatea para que pudiera ser enterrado. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué?
—No. La verdad es que no.
—Otros sí lo han hecho. Cristo murió la vigilia del Sabbath. No podía, según mandaba la ley, ser inhumado después de la puesta del sol. —Mark señaló a la estación 14—. Sin embargo, Saunière colgó esta representación, que evidentemente muestra al cuerpo transportado después del crepúsculo.
Malone seguía sin comprender el significado.
—¿Y si en vez de ser transportado a la tumba, Cristo estuviera siendo sacado de ella, después del crepúsculo?
Malone no dijo nada.
—¿Está usted familiarizado con los Evangelios Apócrifos? —preguntó Mark.
Lo estaba. Fueron encontrados en algún lugar junto al Nilo superior en 1945. Siete operarios beduinos estaban cavando cuando tropezaron con un esqueleto humano y una urna sellada. Pensando que contenía oro, abrieron la urna a golpes y encontraron trece códices encuadernados en piel. No exactamente un libro, sino un antepasado. Los textos, de bordes raídos, escritos con claridad, lo estaban en antiguo copto, sin duda compuesto por monjes que vivieron en un cercano monasterio basiliano durante el siglo IV. Contenían cuarenta y seis antiguos manuscritos cristianos, que databan del siglo II, habiendo sido modelados los códices en el siglo IV. Algunos se perdieron posteriormente, utilizados para encender fuego o desechados, pero en 1947 el resto fue adquirido por un museo local.
Le contó a Mark lo que sabía.
—La respuesta de por qué los monjes enterraron los códices se encuentra en la historia —dijo Mark—. En el siglo IV, Atanasio, el obispo de Alejandría, escribió una carta que fue enviada a todas las iglesias de Egipto. Decretaba que sólo los veintisiete libros contenidos dentro del recientemente formulado Nuevo Testamento podían ser considerados Escrituras. Todos los demás, libros heréticos, debían ser destruidos. Ninguno de los cuarenta y seis manuscritos de aquella urna se ajustaba. De manera que los monjes del monasterio basiliano decidieron esconder los trece códices en vez de quemarlos, quizás esperando un cambio en la cúpula de la Iglesia. Por supuesto, no tuvo lugar ningún cambio. En vez de ello, la Cristiandad romana floreció. Pero, gracias al cielo, los códices sobrevivieron. Éstos son los Evangelios Apócrifos que ahora conocemos. En uno de ellos, el de Pedro, aparece escrito: «Y mientras declaraban las cosas que habían visto, nuevamente vieron a tres hombres aparecer de la tumba, y dos de ellos sostenían a uno».
Malone volvió a contemplar la estación 14. Dos hombres sosteniendo a uno.
—Los Evangelios Apócrifos son textos extraordinarios —dijo Mark—. Muchos eruditos dicen ahora que el Evangelio de santo Tomás, que estaba incluido en ellos, puede ser lo más próximo que tenemos de las auténticas palabras de Cristo. Los primeros cristianos estaban aterrorizados por los gnósticos. La palabra viene del griego, gnosis, que significa «conocimiento». Los gnósticos eran simplemente personas informadas, pero la emergente versión católica del cristianismo acabó eliminando todo el pensamiento y enseñanzas gnósticas.
—¿Y los templarios mantuvieron eso vivo?
Mark asintió.
—Los Evangelios Apócrifos, y otros textos que los teólogos de hoy jamás han visto, están en la biblioteca de la abadía. Los templarios eran de amplias miras cuando se trataba de las Escrituras. Se pueden aprender un montón de cosas de esas supuestamente heréticas obras.
—¿Y cómo sabría nada Saunière de esos Evangelios? No fueron descubiertos hasta varias décadas después de su muerte.
—Quizás tuvo acceso a una información aún mejor. Deje que le muestre algo más.
Malone siguió a Mark de nuevo a la entrada de la iglesia y salieron al pórtico. Encima de la puerta había una caja tallada en la piedra sobre la que había pintadas unas palabras.
—Lea lo que está escrito debajo —dijo Mark.
Malone se esforzó en distinguir las letras. Muchas estaban difuminadas y eran difíciles de descifrar, y todas estaban en latín:
regnum mundi et omnem ornatum saeculi contempsi,
propter amorem dominin mei Jesu Christi: quem vidi,
quem amavi, in quem credidi, quem dilexi
—Traducido, quiere decir: «He sentido desprecio hacia el reino de este mundo, y todos sus ornamentos temporales, por el amor de mi Señor Jesucristo, al cual vi, a quien amé, en quien creí y al que adoré». A primera vista, una interesante afirmación, pero hay algunos errores evidentes. —Mark hizo un gesto con la mano—. Las palabras soeculi, anorem, quen y cremini están todas mal escritas. Saunière se gastó ciento ochenta francos por esa talla y por las letras pintadas, lo cual era una suma considerable para su época. Lo sabemos porque tenemos las facturas. Se tomó muchas molestias para diseñar esta entrada, y sin embargo permitió que quedaran los errores de ortografía. Habría sido fácil enmendarlos, ya que las letras estaban sólo pintadas.
—¿Quizás no lo advirtió?
—¿Saunière? Era un tipo de fuerte personalidad. Nada se le escapaba.
Mark lo apartó de la entrada cuando otra oleada de visitantes penetraba en la iglesia. Se detuvieron cerca del jardín que contenía la columna visigoda y la estatua de la Virgen.
—La inscripción que hay sobre la puerta no es bíblica. Está contenida dentro de un responsorio escrito por un hombre llámalo John Tauler, a comienzos del siglo XIV. Los responsorios eran preces o versículos que se decían entre la lectura de las escrituras, y Tauler era muy conocido en tiempos de Saunière. De manera que es posible que a Saunière simplemente le gustara la frase. Pero es bastante insólito.
Malone se mostró de acuerdo.
—Los errores ortográficos podrían arrojar alguna luz sobre el motivo por el que Saunière lo utilizó. Las palabras pintadas son quem cremini «en el cual creí», pero la palabra debería haber sido credidi; sin embargo, Saunière permitió el error. ¿Podría significar eso que no creía en Él? Y luego lo más interesante de todo. Quem vidi. «Al cual vi».
Malone vio instantáneamente su significado.
—Lo que fuera que encontró lo condujo a Cristo. Al cual vio.
—Eso es lo que papá pensaba, y yo estoy de acuerdo. Saunière parecía incapaz de resistirse a mandar mensajes. Quería que el mundo supiera lo que él sabía, pero era casi como si se diera cuenta de que nadie de su época lo comprendería. Y estaba en lo cierto. Nadie comprendió. Hasta cuarenta años después de su muerte nadie reparó en ello. —Mark miró por encima de la antigua iglesia—. Todo el lugar está lleno de inversiones. Las estaciones del Vía Crucis cuelgan de la pared en dirección contraria a la de cualquier otra iglesia del mundo. El diablo de la puerta… es lo contrario del bien. —Luego señaló a la columna visigótica situada a unos metros de distancia—. Cabeza abajo. Observe la cruz y las tallas en su cara.
Malone estudió la cara.
—Saunière invirtió la columna antes de grabar «Misión 1891» al pie y «Penitencia, Penitencia» en la parte de arriba.
Malone observó una «V» con un círculo en su centro, en el ángulo inferior derecho. Giró la cabeza y contempló la imagen invertida.
—¿Alfa y omega? —preguntó.
—Algunos lo piensan. Papá también.
—Otra manera de llamar a Cristo.
—Correcto.
—¿Por qué Saunière le dio la vuelta a la columna?
—Nadie hasta el presente ha aportado una buena razón.
Mark se apartó de la exposición del jardín y dejó que otros visitantes se lanzaran sobre las pinturas para fotografiarlas. Luego encabezó el camino hacia la parte trasera de la iglesia, llegando hasta un rincón del Jardín del Calvario, donde se encontraba una pequeña gruta.
—Esto es una réplica también. Para los turistas. La Segunda Guerra Mundial se llevó consigo el original. Saunière lo construyó con rocas que traía de sus correrías. Él y su amante viajaban durante días y siempre regresaban con un capacho lleno de piedras. Extraño, ¿no le parece?
—Depende de qué otra cosa hubiera en aquel capacho.
Mark sonrió.
—Era fácil traer un poco de oro sin despertar sospechas.
—Pero Saunière parece un individuo extraño. Es posible que se dedicara sólo a acumular piedras.
—Todo el mundo que viene aquí es un poco extraño.
—¿Eso incluye a tu padre?
Mark le miró con semblante serio.
—Ni hablar. Entregó su vida a este lugar; amaba cada centímetro cuadrado de este pueblo. Este sitio era su hogar, en todos los sentidos.
—Pero ¿no el tuyo?
—Yo traté de seguir su camino. Pero no tenía su pasión. Tal vez comprendí que todo el asunto era fútil.
—Entonces, ¿por qué te escondiste en una abadía durante cinco años?
—Necesitaba la soledad. Pero el maestre tenía planes más grandes. De manera que aquí estoy. Un fugitivo de los templarios.
—¿Qué estabas haciendo en las montañas cuando se produjo la avalancha?
Mark no le respondió.
—Estabas haciendo lo mismo que tu madre está haciendo aquí ahora. Tratando de expiar algo. No sabías que había personas observándote.
—Gracias a Dios que lo hicieron.
—Tu madre está sufriendo.
—¿Usted y ella trabajaban juntos?
Malone observó el intento de esquivar la cuestión.
—Durante mucho tiempo. Es mi amiga.
—Es un hueso duro de roer.
—Dímelo a mí, pero puede hacerse. Está muy dolorida. Montones de culpas y remordimientos. Ésta podría ser una segunda oportunidad para ella y tú.
—Mi madre y yo emprendimos caminos separados hace mucho tiempo. Era lo mejor para los dos.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?
—Vine a casa de mi padre.
—Y al llegar viste que las bolsas de otra persona estaban allí. Nuestros dos pasaportes habían quedado con nuestras cosas. Seguramente los encontraste. Sin embargo, te quedaste.
Mark se dio la vuelta, y Malone pensó que se trataba de un esfuerzo por ocultar una creciente confusión. Se parecía a su madre más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Tengo treinta y ocho años y aún me siento como un niño —dijo Mark—. He vivido los últimos cinco años dentro del resguardado capullo de una abadía, gobernada por una estricta regla. Un hombre al que consideraba mi padre fue bueno conmigo, y yo me alcé hasta un nivel de importancia que jamás había conocido.
—Sin embargo, estás aquí. En medio de Dios sabe dónde.
Mark sonreía.
—Tú y tu madre necesitáis arreglar las cuentas.
El joven parecía sombrío, preocupado.
—La mujer que usted mencionó anoche, Casiopea Vitt. Sé quién es. Ella y mi padre discutieron durante años. ¿No deberíamos encontrarla?
Malone observó que Mark evitaba responder a las preguntas haciéndolas a su vez, algo muy parecido a su madre.
—Depende. ¿Es una amenaza?
—Resulta difícil decirlo. Parecía siempre andar por ahí, y a papá no le gustaba.
—Tampoco le gusta a De Roquefort.
—Estoy seguro.
—En los archivos, anoche, ella no se identificó, y De Roquefort ignoraba su nombre. De manera que si él tiene a Claridon, entonces sabe quién es ella.
—¿No es problema de ella, entonces? —preguntó Mark.
—Me salvó la vida dos veces. Hay que avisarla. Claridon me dijo que vivía cerca, en Givors. Tu madre y yo nos marchábamos de aquí hoy. Creíamos que esta búsqueda había terminado. Pero las cosas han cambiado. Necesito hacer una visita a Casiopea Vitt. Creo que lo mejor sería hacerlo solo, por ahora.
—Está bien. Nosotros esperaremos aquí. De momento yo tengo que hacer una visita por mi cuenta. Llevo cinco años sin presentar mis respetos a mi padre.
Y Mark se marchó dirigiéndose a la entrada del cementerio.