Rennes-le-Château.
2:30 pm.
Malone examinó el interior de la modesta casa de Ernest Scoville. La decoración era una colección ecléctica de antigüedades británicas, arte español del siglo XII y cuadros franceses no muy notables. Calculó que estaba rodeado por un millar de volúmenes, en su mayoría libros de bolsillo y envejecidas tapas duras, cada estantería arrimada a una pared exterior y meticulosamente arreglada según temas y tamaños. Periódicos viejos, apilados por años, en orden cronológico. Lo mismo sucedía con las revistas. Todo hacía referencia a Rennes, Saunière, la historia francesa, la Iglesia, los templarios y Jesucristo.
—Al parecer, Scoville era un experto en la Biblia —dijo, señalando unas filas.
—Se pasó la vida estudiando el Nuevo Testamento. Era la fuente bíblica de Lars.
—No parece que nadie haya registrado esta casa.
—Quizás lo hayan hecho con cuidado.
—Cierto. Pero ¿qué estaban buscando? ¿Qué estamos buscando nosotros?
—No lo sé. Lo único que sé es que hablé con Scoville, y luego, dos semanas más tarde, ha muerto.
—¿Qué podía saber que valiera la pena matarlo por ello?
Ella se encogió de hombros.
—Nuestra conversación fue agradable. Yo sinceramente creía que era él quien me había enviado el diario. Él y Lars trabajaban estrechamente. Pero Scoville no sabía nada de que me hubieran mandado el diario, aunque deseaba leerlo. —Stephanie interrumpió su examen—. Mire todo esto. Estaba obsesionado. —Movió negativamente la cabeza—. Lars y yo discutimos sobre esto durante años. Siempre pensé que Lars estaba derrochando su talento. Era un buen historiador. Debería haber estado ganando un salario decente en una universidad, publicando investigación verosímil. En vez de ello, andaba por todo el mundo persiguiendo sombras.
—Era un autor de éxito.
—Sólo su primer libro. El dinero era otra de nuestras constantes discusiones.
—Parece usted una mujer con un montón de remordimientos.
—¿Acaso no tiene usted algunos? Recuerdo que no se tomó usted muy bien lo del divorcio de Pam.
—A nadie le gusta fracasar.
—Al menos, su esposa no se mató.
No le faltaba razón.
—Dijo usted, mientras veníamos, que Lars creía que Saunière descubrió un mensaje dentro de aquel frasquito hallado en la columna. ¿De quién era el mensaje?
—En su diario, Lars escribió que era probablemente de uno de los predecesores de Saunière, Antoine Bigou, que desempeñó el cargo de cura párroco en Rennes durante la última parte del siglo XVIII, en la época de la Revolución francesa. Lo mencioné en el coche. Era el cura al que Marie d’Hautpoul le contó el secreto familiar antes de morir.
—¿De manera que Lars pensaba que el secreto de la familia estaba guardado en el frasco?
—No es tan sencillo. La historia sigue. Marie d’Hautpoul se casó con el último marqués de Blanchefort en 1732. El linaje de los De Blanchefort se remonta hasta la época de los templarios. La familia tomó parte tanto en las Cruzadas a Tierra Santa como en la Albigense. Uno de sus antepasados fue incluso maestre de los templarios a mediados del siglo XII, y la familia controló el municipio de Rennes y las tierras de los alrededores durante siglos. Cuando los templarios fueron arrestados en 1307, los De Blanchefort dieron refugio a muchos fugitivos de los hombres de Felipe IV. Se dice incluso, aunque nadie lo sabe con certeza, que algunos miembros de la familia De Blanchefort pasaron a formar parte de los templarios después de eso.
—Parece usted Henrik. ¿Cree realmente que los templarios siguen ahí?
—No tengo ni idea. Pero algo que dijo el hombre de la catedral no deja de venirme a la memoria. Citó a San Bernardo de Clairvaux, el monje del siglo XII que contribuyó al ascenso de los templarios. Yo hice como si no supiera de lo que estaba hablando. Pero Lars escribió muchas cosas sobre él.
Malone también recordaba el nombre del libro que había leído en Copenhague. Bernardo de Fontaines era un monje cisterciense que fundó un monasterio en Clairvaux en el siglo XII. Fue un pensador destacado y ejerció gran influencia dentro de la Iglesia, convirtiéndose en consejero íntimo del papa Inocencio II. Su tío era uno de los nueve templarios originales, y fue Bernardo el que convenció a Inocencio II de que otorgara a los templarios su inaudita regla.
—El hombre de la catedral dijo que conocía a Lars —prosiguió Stephanie—. Incluso dio a entender que había hablado con él del diario, y que Lars le había desafiado. El hombre de la Torre Redonda también trabajaba para él (quiso que yo lo supiera), y ese hombre lanzó el grito de batalla templario antes de saltar.
—Podía ser todo una mascarada para desconcertarla a usted.
—Estoy empezando a dudarlo.
Malone estaba de acuerdo, especialmente por lo que había observado cuando salían del cementerio. Pero por el momento prefirió guardárselo para sí mismo.
—Lars escribió en su diario sobre el secreto de los De Blanchefort, un secreto que al parecer se remontaba a 1307, la época del arresto de los templarios. Halló bastantes referencias a ese supuesto deber familiar en documentos del período, pero nunca detalles. Según parece, se pasó un montón de tiempo en los monasterios de la zona examinando escritos. La tumba de Marie, sin embargo, la descrita en el libro que Thorvaldsen compró, es lo que parece ser la clave. Marie murió en 1781, pero hasta 1791 el abate Bigou no colocó una lápida mortuoria y una leyenda sobre sus restos. Recuerde la época. La Revolución francesa se estaba iniciando, y se destruían las iglesias católicas. Bigou era antirrepublicano, de manera que huyó a España en 1793 y murió allí dos años más tarde, sin regresar jamás a Rennes-le-Château.
—¿Y qué pensó Lars que Bigou había escondido en el frasco de vidrio?
—Probablemente no el verdadero secreto de los De Blanchefort, sino más bien un modo de descubrirlo.
En el diario, Lars escribió que creía firmemente que la tumba de Marie albergaba la clave del secreto.
Malone estaba comenzando a comprender.
—Por eso el libro era tan importante.
Ella asintió.
—Saunière vació muchas de las tumbas del cementerio, cavando para sacar los huesos y colocándolos en un osario comunal que aún se alza detrás de la iglesia. Eso explica, tal como escribió Lars, por qué no hay tumbas allí con fecha anterior a 1885. Los habitantes de la localidad armaron la gorda por lo que estaba haciendo, de modo que tuvo que parar por orden de los concejales de la villa. La tumba de Marie de Blanchefort no fue exhumada, pero todas las cartas y símbolos fueron borrados por Saunière. Sin que él lo supiera, había un boceto de la lápida que sobrevivió, dibujado por un alcalde del pueblo, Eugène Stüblein. Lars se enteró de la existencia de ese dibujo, pero nunca pudo encontrar una copia del libro.
—¿Cómo supo Lars que Saunière había mutilado la lápida?
—Existe el registro de que la tumba de Marie había sido destruida durante aquella época. Nadie atribuyó una importancia especial al hecho, pero ¿quién, si no Saunière, podía haberlo hecho?
—¿Y Lars pensó que todo eso conduce a un tesoro?
—Escribió en su diario que creía que Saunière había descifrado el mensaje que el abate Bigou dejó, y que halló el lugar de los templarios, diciéndoselo sólo a su amante, y ésta murió sin decírselo a nadie.
—Así pues, ¿qué se disponía usted a hacer? ¿Utilizar el diario y el libro para buscarlo otra vez?
—No sé lo que hubiera hecho. Lo único que puedo decir es que algo me dijo que viniera, comprara el libro y echara un vistazo. —Hizo una pausa—. También me dio una excusa para venir, quedarme en su casa por un tiempo y recordar.
Eso Malone lo entendía.
—Pero ¿por qué involucrar a Peter Hansen? ¿Por qué no, simplemente, comprar el libro usted misma?
—Todavía trabajo para el gobierno de Estados Unidos. Pensé que Hansen me proporcionaría discreción. De esa manera mi nombre no aparecería por ninguna parte. Desde luego, no tenía ni idea de que estuviera implicado en todo esto.
Malone consideró lo que ella acababa de decir.
—De modo que Lars estaba siguiendo las huellas de Saunière, del mismo modo que Saunière seguía las de Bigou.
Ella asintió.
—Y según parece alguien más está siguiendo esas mismas huellas.
Estudió la habitación nuevamente.
—Tendremos que examinar todo esto con cuidado para tener siquiera la esperanza de enterarnos de algo.
Algo en la puerta principal llamó su atención. Cuando entraron, una pila de cartas esparcidas por el suelo había sido barrida contra la pared, aparentemente dejadas caer a través de la ranura de la puerta. Se adelantó y levantó media docena de sobres.
Stephanie se acercó.
—Déjeme ver ésa —dijo.
Él le tendió un sobre color gris oscuro con una escritura negra.
—La nota incluida en el diario de Lars estaba en un papel de color similar y la escritura es parecida.
Buscó la página en su bolso y compararon la escritura.
—Es idéntica —dijo ella.
—Estoy seguro de que a Scoville no le importará.
Y rasgó el sobre.
De él salieron nueve hojas de papel. En una de ellas había un mensaje escrito a mano. La tinta y la escritura eran las mismas que las del mensaje recibido por Stephanie.
Ella vendrá. Sé indulgente. Has buscado durante mucho tiempo y mereces ver. Juntos, quizás sea posible. En Aviñón busca a Claridon. Él puede indicar el camino. Pero prend garde de l’ingénieur.
Leyó otra vez la última línea: prend garde de l’ingénieur.
—Ten cuidado con el ingeniero. ¿Qué significa eso?
—Buena pregunta.
—¿No se hace mención en el diario de ningún ingeniero?
—Ni una palabra.
—«Sé indulgente». Al parecer, el que le envió esto sabía que usted y Scoville no se llevaban bien.
—Es desconcertante. Yo no era consciente de que nadie supiera eso.
Malone examinó las otras ocho hojas de papel.
—Son del diario de Lars. Las páginas que faltaban. —Miró el matasellos del sobre. De Perpiñán, en la costa este. De cinco días antes—. Scoville nunca recibió esto. Llegó demasiado tarde.
—Ernest fue asesinado, Cotton. No hay ninguna duda ahora.
Malone se mostró de acuerdo, pero había algo más que le preocupaba. Se deslizó hasta una de las ventanas y cuidadosamente atisbo a través de los visillos.
—Tenemos que ir a Aviñón —dijo ella.
Malone asintió, pero mientras concentraba su mirada en la vacía calle y captaba una vislumbre de lo que sabía que estaría allí, dijo:
—Después de atender otro asunto.