VIII

Malone y Stephanie fueron trasladados a una comisaría en las afueras de Roskilde. Ninguno de los dos habló durante el camino, ya que ambos sabían lo suficiente para mantener cerrada la boca. Malone comprendió que la presencia de Stephanie en Dinamarca nada tenía que ver con el Magellan Billet. Stephanie nunca hacía trabajo de campo. Se encontraba en el vértice del triángulo… Todo el mundo la informaba a ella en Atlanta. Y además, cuando había llamado la semana anterior diciendo que quería dejarse caer por allí para saludarlo, había dejado claro que se dirigiría a Europa de vacaciones. «Vaya vacaciones», pensó él cuando les dejaron solos en una habitación sin ventanas, brillantemente iluminada.

—Oh, a propósito, el café era bastante bueno en el Café Nikolaj —dijo—. Continué y me bebí el suyo. Por supuesto que fue después de perseguir a un hombre hasta la cima de la Torre Redonda y ver cómo saltaba.

Ella no dijo nada.

—Logré ver cómo le robaban a usted el bolso desde la terraza. ¿Por casualidad se fijó usted en el hombre muerto que yacía cerca? Quizás no. Parecía tener usted mucha prisa.

—Ya basta, Cotton —dijo ella en un tono que él conocía.

—Yo ya no trabajo para usted.

—Pues ¿qué está haciendo aquí?

—Me estaba preguntando lo mismo en la catedral, pero las balas me distrajeron.

Antes de que ella pudiera decir nada más, entró un hombre alto, pelirrojo y de ojos castaño claro. Era el inspector de policía de Roskilde que los había traído de la catedral y sostenía en su mano la Beretta de Malone.

—Hice la llamada que usted me pidió —le dijo el inspector a Stephanie—. La embajada estadounidense confirma su identidad y su estatus. Estoy esperando órdenes de nuestro Ministerio del Interior en cuanto a lo que hay que hacer.

Se dio la vuelta.

—Usted, señor Malone, ya es otro asunto. Está usted en Dinamarca con visado de residencia temporal como librero. —Mostró el arma—. Nuestras leyes no permiten llevar armas, por no hablar de dispararlas en nuestra catedral nacional… Patrimonio de la Humanidad, nada menos.

—Me gusta quebrantar sólo las leyes más importantes —dijo él, no permitiendo que el hombre pensara que le estaba poniendo nervioso.

—Me encanta el humor, señor Malone. Pero éste es un asunto serio. No para mí, sino para usted.

—¿Mencionaron los testigos que había otros tres hombres que iniciaron el tiroteo?

—Tenemos descripciones. Pero es improbable que sigan por aquí. Usted, en cambio, sí lo está.

—Inspector —dijo Stephanie—, la situación que se produjo se debe a mí, no al señor Malone. —Le lanzó una mirada airada—. El señor Malone trabajó para mí en el pasado y pensó que yo necesitaba su ayuda.

—¿Está usted diciendo que los disparos no se habrían producido de no ser por la interferencia del señor Malone?

—En absoluto. Sólo que la situación se escapó de control… sin que fuera culpa del señor Malone.

El inspector valoró su comentario con evidente aprensión. Malone se preguntó qué estaba haciendo Stephanie. Mentir no era su fuerte, pero decidió no contradecirla delante del inspector.

—¿Estaba usted en la catedral en misión oficial del gobierno de Estados Unidos? —preguntó el inspector.

—Eso no puedo decirlo. Lo comprenderá usted.

—¿Su trabajo implica actividades que no pueden ser comentadas? Pensé que era usted abogada.

—Lo soy. Pero mi unidad está de forma rutinaria implicada en investigaciones que afectan a nuestra seguridad nacional. De hecho, ése es el fin principal de nuestra existencia.

El inspector no parecía impresionado.

—¿Cuál es el propósito de su visita a Dinamarca, señora Nelle?

—Vine a visitar al señor Malone. Llevaba sin verlo más de un año.

—¿Ése era su único propósito?

—¿Por qué no esperamos al ministro del Interior?

—Es un milagro que nadie fuera herido en esa mélange. Algunos monumentos sagrados han sido dañados, pero no hay heridos.

—Yo disparé a uno de los hombres —dijo Malone.

—Si lo hizo, no está herido.

Lo que significaba que llevaba chaleco antibalas. El equipo había venido preparado, pero ¿para qué?

—¿Cuánto tiempo pensaba usted quedarse en Dinamarca? —le preguntó el inspector a Stephanie.

—Me marcho mañana.

La puerta se abrió y un oficial uniformado tendió al inspector una hoja de papel. El hombre la leyó y luego dijo:

—Al parecer tiene usted algunos amigos bien situados, señora Nelle. Mis superiores me dicen que la deje ir y no haga preguntas.

Stephanie se dirigió a la puerta.

Malone se puso de pie, también.

—¿Ese papel me menciona?

—Voy a liberarle a usted también.

Malone alargó la mano en busca del arma. El hombre no se la ofreció.

—No tengo instrucciones de que tenga que devolver el arma.

Malone decidió no discutir. Podía tratar ese asunto más tarde. Por el momento, necesitaba hablar con Stephanie.

Salió apresuradamente y la encontró fuera.

Ella se dio la vuelta para hacerle frente, sus rasgos muy serios.

—Cotton, aprecio lo que hizo usted en la catedral. Pero escúcheme, y escúcheme bien. Manténgase al margen de mis asuntos.

—No tiene usted idea de lo que está haciendo. En la catedral, se fue usted directamente hacia algo sin preparación alguna. Aquellos tres hombres querían matarla.

—¿Por qué no lo hicieron, entonces? Tuvieron todas las oportunidades antes de que llegara usted.

—Lo cual suscita aún más preguntas.

—¿No tiene usted bastantes cosas que hacer en su librería?

—Un montón.

—Entonces hágalas. Cuando se marchó usted el año pasado, dejó claro que se estaba cansando de que le dispararan. Creo que dijo que su nuevo benefactor danés le ofrecía una vida que siempre había deseado. Pues vaya a disfrutarla.

—Fue usted la que me llamó diciendo que quería pasar a visitarme.

—Lo cual fue una mala idea.

—Lo de hoy no fue ningún ladrón de bolsos.

—No se meta en esto.

—Me lo debe. Le salvé el cuello.

—Nadie le dijo que lo hiciera.

—Stephanie…

—Maldito sea, Cotton. No voy a decírselo otra vez. Si insiste usted, no me dejará más elección que tomar medidas.

Ahora fue el cuello de Malone el que se puso rígido.

—¿Y qué piensa usted hacer?

—Su amigo danés no es el único que tiene relaciones. Yo puedo hacer que pasen cosas también.

—¡Pues hágalo! —le espetó Cotton, sintiendo que crecía su ira.

Pero ella no replicó. En vez de ello, se dio la vuelta y se marchó hecha una furia.

Malone quería seguirla y terminar lo que había empezado, pero decidió que ella tenía razón. Todo aquello no era asunto suyo. Y ya había tenido bastantes problemas por una noche.

Era hora de volver a casa.