Los enemigos de mis amigos
Tomamos mi coche. No solo era el más veloz, sino que era él más fácil de esconder. Sentada al volante mis manos se aferraron a él como si en eso se me fuera la vida. No podía dejar de pensar en las palabras de Mikela. Quería tomar a Hero por las solapas de su chaqueta y obligarlo a decírmelo; pero sería inútil. Sabía que algo estaba pasando aunque se negaran a decirme qué. Antes de partir había increpado a Nicolás para que respondiera mis preguntas, pero no había dicho más que vaguedades. Estudié el rostro de Mikela por el espejo retrovisor y sus palabras resonaron en mi mente como un disco rayado. ¿Qué harás? Si ni siquiera puedes curarlo. Si le pasa algo, maldita chupasangre, será tu culpa… ¿Qué sabes tú del daño que le hace un ángel?
Había afirmado que él se curaría, pero aún no sabía de qué. No parecía enfermo, se veía bien y concentrado. El daño de un ángel… ángeles. ¡Maldición!
—Es allí —dijo Hero interrumpiendo mi discusión mental. Observé sus ojos, él sonrió de lado e intenté leer su mente. Si tan solo pudiera… si tan solo…— ¡Vamos!
En cuanto pisamos la calle mi instinto se disparó, sabía qué debía hacer. Esto era para lo que me habían reclutado. Era para lo que había nacido. Por un momento la intuición se apoderó de mí, llevándose todos los demás problemas a aquella parte del cerebro más alejada, dejando que solo las funciones de rastreo, búsqueda y ataque surgieran; esa parte de mi cerebro que hacía las cosas de forma robótica, no tenía que explicarle a mi cuerpo cómo moverse, lo sabía, estaba allí de modo tan automático que casi podría hacerlo con lo ojos vendados. Mi cuerpo se preparó, sintió el aire entrando por mi nariz y mis pulmones paladearon el perfume de ese aire, separando las hebras de aroma que pertenecían a Hero y a Mikela como si fueran pequeños hilos, dejando al descubierto lo demás. Comenzamos a andar con pasos medidos, estábamos cerca de la última localización de los asesinatos.
En mi mente las palabras de Carim se filtraron como propias: debíamos buscar una casa, no muy vistosa, alejada y solitaria. Por lo que sabíamos se movía a pie, ya que tenía el poder de cubrirse tras un manto que lo hacía invisible, al menos para mis ojos. Nicolás había hablado con las sacerdotisas de la Sociedad, quienes confirmaron que no estaba lejos. Me dejé guiar por mi instinto, mi olfato alerta y los ojos bien abiertos, buscando cualquier pista, cualquier detalle… Tras deambular sin ninguna novedad unas diez cuadras, mi piel se erizó ante el sabor de óxido y sangre. Comencé a moverme más rápido, sabiendo que Hero y Mikela estaban detrás. No tenía tiempo para explicarles. Las casas eran pequeñas, muy diferentes a donde había matado la última vez; este era un barrio pobre, con casas derruidas por los años, matorrales en sus jardines y mugre en cada esquina. Los patios se separaban con rejas débiles de metal que no impedirían el paso de alguien como Zell; inútilmente los humanos aún colocaban rejas en sus puertas en su búsqueda incesante de seguridad; como era sabido, nadie se asomó a la ventana al escuchar mis pasos sobre la acera, varias casas que estaban iluminadas quedaron de pronto a oscuras. Ellos no querían saber de nosotros, y por mí estaba bien, sin interferencias ni distracciones.
Crucé otra calle corriendo y noté gotas en la acera, pequeñas gotitas que habían manchado el cemento y… ¡allí estaba el olor a sangre! Mis pies daban pequeños golpes precisos sobre el suelo, todo mi cuerpo extendido hacia la caza. Mientras corría hacia la nueva dirección advertí cómo las gotas en el suelo se hacían más continuas hasta formar una débil línea carmín mezclada con tierra y suciedad; la seguí y doblé en la esquina siguiente, mi nariz me dijo que estábamos cerca, mi instinto me llevó a contactar inevitablemente con el lazo de mis hermanas. Estaban alertas, en otra parte de la ciudad. Seguí corriendo aún más fuerte, la línea continuaba hasta un contenedor de basura apoyado en una entrante del muro; cuando llegué hasta allí agucé mi oído y percibí un latido leve. Moví aquel maldito obstáculo que impedía mi acceso y allí lo vi. Un hombre agonizaba junto al contenedor, su cuerpo parecía una bolsa de huesos, pero todavía respiraba. Tomé entre mis manos su cara deformada y sentí la presencia de Hero y Mikela detrás de mí.
—Aún lucha —dije negándome a abandonarlo.
—Sí, pero está roto —dijo Mikela, y por primera vez no escuché nada más en su voz, solo la realidad.
—¿Puedes hacer algo? Tal vez pueda ayudar —le eché un vistazo por encima de mi hombro y asintió. Me moví de modo que ella pudiera acercarse y tomé mi móvil mientras veía a Hero comprobar el resto de la cuadra. No había tiempo que perder, el rastro era fresco, él debía estar todavía ahí—. Nahima —dije sabiendo que ella ya chequeaba mi ubicación en el ordenador. No había nada que se le pasara por alto—. Tengo un humano. En shock. Sufrió un ataque.
—No lo ha mordido —me indicó Mikela.
—No fue infectado —aclaré— perdió mucha sangre y tiene más huesos rotos que sanos.
—Bien, dame unos minutos y tendrás un grupo allí. Quédate con él.
—Mikela es una bruja —dije con pesar por lo que iba a decir— ella lo está ayudando ahora, pero debemos seguir…
—Sal… —Mikela volvió a llamar mi atención y miró al hombre. Había abierto los ojos y balbuceaba alguna palabra—. ¿Dónde te atacó? —Había logrado que hablara. Me agaché con el teléfono en la oreja.
—A tres cuadras, atacó a mi familia, en el callejón… —intentó moverse, pero era inútil.
—Es un vagabundo —dijo Mikela—. Vive a una cuadra de donde captaste el rastro.
—Por lo visto solo se divirtió con él, por eso no lo infectó —aventuró Hero, irritado.
—Le ha roto cada hueso, creo que no hubiese llegado hasta aquí si no hubiera estado tan drogado. —Observé al hombre que había caído en un estado de inconsciencia.
—Bien —comencé a caminar por la dirección que él nos había indicado. Hero protestó pero no lo escuché, debía encontrarlo antes de que matase a alguien más. La regla número uno era no matar humanos, pero claramente estaba implícito el «no dejarás que mueran tampoco» aunque no lo dijera. Si había posibilidad de atraparlo, este era el momento; tal vez lo hallara distraído alimentándose.
Mis pasos se volvieron más firmes mientras la imagen de la sangre se filtraba dentro de mí, las pastillas habían dejado de hacer efecto hacía semanas, aun así las devoraba como una condenada tratando de suplantar la necesidad de sangre; sacudí la cabeza dejando de lado mis pensamientos, los humanos eran lo primero. Seguí escrutando cada casa, todo sitio, hasta que mi instinto tiró de mis sentidos hacia enfrente y lo vi al otro lado de la acera. Se escabullía lejos del umbral de una casa, mi cuerpo se tensó, la puerta estaba entreabierta y me debatí si correr hacia allí o seguirlo. Mikela y Hero podrían hacerlo luego, yo debía detenerlo, era mío.
Salí disparada hacia él como tantas veces. Él pareció verme también. En una fracción de segundo me dedicó una sonrisa tétrica, su cara dibujada por surcos y cicatrices, un gran bigote se apretaba contra sus labios ensangrentados, no llevaba más que unos pantalones, y exhibía el torso lleno de cicatrices e intrincados tatuajes. Comenzó a correr, aumentó su ritmo cuando mis pasos resonaron detrás de él, giró por una callejuela y se metió de lleno en un callejón más pequeño; el suelo empedrado hacía que nuestros pasos sonaran firmes, las paredes altas se cerraban sobre nosotros como una trampa. Trepó por un muro ayudado por una lámpara que sobresalía del muro y una saliente, subió por el tejado de una casa de dos pisos; imitándolo lo seguí y usando mis habilidades trepé por un balcón asiéndome de las rejas. Salté al tejado torpemente, él me llevaba varios metros de distancia, nuestros pies golpeteaban sobre los techos de las casas. Pasé el primer callejón, el techo de tejas casi me hace caer pero logré mantenerme en pie. Estaba tan cerca, tan condenadamente cerca… Advertí algo moviéndose arriba de su cabeza, algo revoloteando en lo alto frente a él, en la oscuridad de la noche. ¡Mierda, ángeles!
Lo bueno: lo atacaban a él, no a mí. Lo malo: además de que fuera un ángel el que estaba allí, era que Zell lo había visto y se había desviado.
El batir de alas fue más fuerte cuando se abalanzó sobre él con lo que parecía un cuchillo en sus manos; lo esquivó y seguí corriendo mientras observaba la escena. Él ángel le dio otra embestida logrando desestabilizarlo, Zell gruñó e imaginé que lo había herido; lo vi caer de lado mientras saltaba al último techo que me separaba de ellos y noté algo más, no era solo un ángel, era un ángel muy poderoso y con una arma, una hembra con sus grandiosas alas; esto me hizo pensar en Phill, en Hero. No había escuchado sus pasos detrás de mí. Llegué a él mientras se levantaba con torpeza sosteniéndose el hombro; rápidamente le di una patada en su espalda, le tomó menos de un segundo girarse, mis manos fueron por un puñal que hinqué en su costado, se retorció y me dio una patada en el pecho empujándome unos metros hacia atrás. Eso me cortó el aire y dolía como el demonio, pero no podía parar, mis ojos se nublaban por la sed de venganza, por haber jugado con mi cabeza, por haber matado a tantos humanos, por haber hecho que la S.A. dudara de mi lealtad; era más que un asunto personal. Me puse de pie, y fui por él. Le caí encima, mi puño golpeó contra su rostro, hizo un gemido de dolor y tiró con fuerza de mi pelo. Odiaba que me hicieran eso.
Mi mano arrancó la daga incrustada en su piel y volví a hincarla; logré que me soltara, pero volvió a patearme. Luego tomó mi pie y tiró de mí, ambos rodamos hacia abajo por el declive del tejado y sentí pánico al pensar que podía terminar con la espalda rota, en la acera. Cuando el final del tejado llegó me agarré fuertemente, mientras veía a Zell estabilizarse para asestarme otro golpe; mi mano izquierda fue por mi arma, alojada en la parte baja de mi espalda, la saqué un segundo antes de que su mano diera en mi rostro, lo esquivé por milímetros y aún sosteniéndome de una mano le di un tiro en el hombro. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa, como si no esperase aquello, y caí, o eso pareció. Mis ojos habían quedado fijos en Zell que se sostenía de la saliente del techo.
Mi mano no soltó el arma; si caía él lo haría conmigo. Le acerté otro tiro en la pierna derecha que salió sordo y humeante. En mi caída desesperada noté el golpe de alguna parte del muro y unas manos tomándome mientras intentaba medir la distancia que había hasta el piso. Pero ya no caía. Levanté los ojos y lo primero que vi fueron alas. ¡Alas! Me retorcí recordando a los ángeles que atacaban a Phill hasta que me depositó en el suelo. Me alejé de las alas como si tuvieran veneno, me arrastré fuera de su alcance. Mis piernas se doblaron un poco y mis ojos permanecieron fijos en el ángel mujer que se elevaba en la oscuridad de la noche.
—Sal —me puse en guardia. Conocía esa voz. Apartando los ojos de ella vi a Phill. Me giré rápidamente para examinarlo; la última vez que lo había visto estaba herido. Las alas se batieron nuevamente alejándose de mí, levanté la vista adonde había estado Zell, pero ya no lo vi—. Ten cuidado Irizadiel —le dijo antes de tenderme la mano y me ayudó a pararme. Mi cuerpo dolía, los golpes debían estar coloreándose a morado.
—Phill… ¿Qué paso? Pensé que habías muerto. —Él me estudió a una distancia razonable, como si yo tuviera la peste o algo así. Un grito nos sacó de aquella charla y ambos elevamos los ojos al cielo. Corrimos hacia la calle buscando una buena visión. Quise trepar al muro nuevamente, pero Phill me detuvo. Cuando mis pies dieron con la calle escuché pasos provenientes de donde había venido. Empujé a Phill hacia la oscuridad.
—Son los míos, Phill por favor, dime… ¿Qué ocurre? —la urgencia se coló en mi voz.
—Quieren matarte Sal… —sus ojos no se apartaron del cielo, como si buscara al ángel que me había ayudado. Estaba pensativo, con una mueca de dolor, e imaginé que extrañaba sus alas.
—Eso no es nuevo Phill —me quejé—. ¿Por qué quieren matarme?
—Eres más valiosa de lo que crees, no deberías estar aquí. —¡Diablos!, casi sonaba como Hero.
—¡No! —dije firme— voy a matarlo. Por Vatur que lo mataré.
—No creo que Vatur te quiera muerta, Sal… —los pasos estaban más cerca. Otra vez escuché el aleteo por encima de nuestras cabezas. Vi al ángel descender a unos metros de nosotros, sus ojos eran casi como el fuego azul. Phill la estudió un momento y luego volvió su mirada a mí—. Debo irme.
—Lo sé —respondí; no quería a Phill cerca de Hero y Mikela. Algo en él me intrigaba. Me había cuidado.
—Cuídate Sal, estaré cerca —tocó mi frente y susurró— sabes como encontrarme. Háblame si me necesitas.
—Había olvidado que podías hacer eso…
—No solo yo Sal, tú tienes más dones de los que piensas —acarició mi mejilla mientras sonreía.
—Debemos irnos —dijo el ángel y asentí, tomé su mano y deposité un beso en su palma.
—Mantente vivo Phill, no olvides tu promesa.
—No lo haré. Busca a Ben —se alejó corriendo; con facilidad la mujer lo tomó en un abrazo y emprendieron vuelo. Me quedé absorta un momento mientras los pasos se acercaban aún más. Hero fue el primero en llegar a mi lado aunque mi cabeza había quedado trabada en las palabras de Phill… ¿Buscar a Ben? Mi espalda se acalambró y mi costado ardía. Miré hacia ellos.
—¿Cómo están los humanos?
—Uno vivo, dos muertos, un hombre, dos niñas —el horror se instaló en mi rostro, nunca antes había atacado a los niños. ¿Por qué un padre le abriría la puerta a alguien como él?
—¿Mató a las niñas?
—A una, la abrió en canal, y al hombre tan solo lo secó; la otra niña es escoltada hasta la Asociación, tratarán de reparar lo poco de cordura que queda en su mente. —Imaginé por un momento si aquello era posible luego del horror que habría vivido y me estremecí.
—Bien —dije atragantada por las imágenes— debemos hablar con Ben.
—¿Por qué? —Hero parecía confundido.
—Lo perseguí —respondí pensando que ellos lo habían hecho también.
—¿Estaba aquí?
—¿No lo viste? —pregunté ofuscada mientras Mikela se colocaba junto a Hero. Su hermosa ropa lucía manchas de sangre como flores horrorosas.
—No, ¿fuiste tras él? —Hero me tomó de la muñeca—. ¿Estás loca? ¿En qué mierda estabas pensando?
—Pensé que me seguían, creí que lo habías visto —ahora estaba cabreada—. ¿Cómo no lo viste?
—Corriste Sal, corriste y creí que ibas por algo más… Había un vampiro en la casa.
—¿Qué demonios Hero? —me solté de él con un tirón—. Él siempre trabaja solo.
—No esta vez —me confesó Mikela—. Había otro allí, creímos que ibas por uno de ellos, eso es terrible Sal, no puedes ir tras él así nomás —se quejó. Por un momento su preocupación logró impresionarme. Tal vez tenía miedo.
—Debemos hablar con Ben —repetí y comencé a caminar por donde habían venido.
—¿Por qué? —pregunto Mikela a mis espaldas.
—Tal vez necesitemos más que un par de asesinos y una bruja para atraparlo.
—¿Qué sugieres? —Hero me tomó del brazo haciendo que me detenga.
—Ni el nefilim ni el ángel lograron atraparlo —dije mientras me cruzaba de brazos frente a él. Hero gruñó y aquello me golpeó. Él debía aprender a confiar en mí—. Había una mujer ángel atacándolo, Phill no puede volar así que estaba tan solo persiguiéndolo en el suelo mientras la mujer lo atacaba desde el aire, y aun así Zell la repelía.
—¿Phill? —pregunto Mikela que nos miraba extrañada.
—El nefilim —respondimos ambos a dúo sin quitarnos los ojos de encima.
—Los nefilim son los ángeles de la guarda de los oscuros, no es raro que estuvieran aquí —respondió ella como si eso fuera tan normal.
—Debemos irnos —dije mirando a Mikela. Ella fue la primera en echar a andar, estudié a Hero un instante. Me acerqué a él y acaricié su rostro—. Eres el único —besé sus labios, tomé su mano y comenzamos a andar. Habíamos ido en mi coche así que no fue difícil encontrarlo. Noté las luces de las ambulancias y vi a un par de ayudantes trasladando al hombre que habíamos encontrado junto al conteiner. Debíamos detenerlo, esta vez había atacado a una niña.
—¿Quién era el otro que estaba con él?
—No lo sabemos —indicó Hero con la voz calma— no le di tiempo a que se presentara mientras le arrancaba la cabeza.
—Hubiera sido bueno —dije evaluando la idea de que tal vez hubiéramos obtenido alguna información.
—Primero estaba la niña, los humanos son primero.
Sabía eso. Nos lo habían enseñado. Nos metimos en el auto. Mikela iba extremadamente callada, Hero acariciaba mi mano mientras metía las marchas del coche. Sabía que él estaba analizando mis palabras y la idea de tener a los nefilim de nuestro lado. Él no confiaba en Phill, pero aun así no lo había matado.
—No lo mataste —susurré y eché un vistazo rápido hacia él que se frotó los ojos con calma— pensé que lo habías matado.
—¿Creías que había mentido? —lo estudié un momento y volví mis ojos a la ruta.
—Creí que estabas tan enojado que no me lo dirías —confesé.
—No podía; fuera lo que fuera, sabía que no te había dañado. No podía matarlo.
—Ante todo el código ¿eh? —murmuré con una sonrisa.
—Somos lo que creemos Sal, y yo creo en ti —me acaricio la mejilla con los dedos. Lucía cansado y sus ojos denotaban algo que yo no podía entender.
—Gracias —dije y aceleré intentando contener la necesidad de preguntarle sobre lo que había dicho Mikela.
Algún día le contaría por qué no odiaba al nefilim. Por qué lo había hecho, y cuál era la historia detrás de la historia que él conocía; pero ahora no. Las imágenes de mi familia arrastrada, asediada y los ojos de un ser joven y alado… tan pequeño como yo, aterrado, en un rincón.
—Eres mío —susurré más para mí que para que él lo oyera. Me sonrió, pero aquella sonrisa no llegaba a sus ojos y no pude contenerme más—. Tenemos que hablar —le susurré— a solas. —Mikela bufó, pero no me importaba.
Era mío en alma y corazón, pero necesitaba conocer qué sabía Mikela que yo no.
Tenía que decírmelo.
No importaba qué fuera, quería saber qué tenían que ver los ángeles con él. Necesitaba oírlo de su boca. Phill se había equivocado una vez y lo había pagado con sus alas; yo lo había hecho también… y lo estaba pagando.
Todos habíamos cometido errores. Incluso los nefilim, los guardianes alados de los oscuros, se equivocan. Tal vez, incluso hasta Vatur podría equivocarse.