Sangre
Nicolás no había dicho nada para detenerme. Oí cómo calmaba al mayordomo y ordenaba que fuera a descansar mientras subía la escalera. Pisé el último escalón y encaré el pasillo hasta la última puerta, donde sabía que estaba Sal. No era necesario ser un genio para saberlo; primero, porque podía sentir su energía desde aquel sitio, y segundo, porque había estado evitándola todo este tiempo.
Percibí el chisporroteo de energía en cuanto mi mano se acercó a la puerta. Nicolás tenía más poder del que podía imaginar, tal vez no pudiera ver al vampiro, pero era mucho más poderoso que uno cualquiera. Sentí cómo la energía fluctuaba y desaparecía, tan simple como si aquello hubiera sido una puerta corrediza invisible que se abría para mí. Sonreí y agradecí mentalmente al centinela. Abrí la puerta y entré. La habitación era grande, pero estaba atiborrada de cosas y a media luz. En la cama del medio noté la silueta de Sal. Ella estaba tendida de lado, dándome la espalda, su cuerpo enredado en una fina sábana blanca que parecía no cubrir nada. Tan solo llevaba una camiseta y una tanga diminuta que me excitaron al instante. La necesitaba tanto que dolía, si ella tan solo lo supiera… Suspiré retomando el control, la bestia en mí la deseaba, pero aun así la miraba desconfiada, la había herido, nos había herido y éramos uno en ese dolor. Me detuve un momento y repasé sus largas piernas, su trasero redondeado logrando que mi miembro se apretara contra mis jeans.
Me moví despacio hasta estar junto a la cama mientras me acomodaba los pantalones lo mejor que podía para que la erección no me molestara en lo que iba a hacer. Con la bolsa aferrada en mi mano y al notar que no se movía, sin pensarlo más salté sobre la cama, cayendo sobre ella, pero no se movió. La giré y la sostuve con las manos por debajo de su cabeza, ella volvió el rostro para mirarme. Le trabé las piernas con las mías, inmovilizándola, pero Sal no luchó. Sus ojos estaban pegados a la nada, me miraba, pero sin verme; sus pupilas lucían como si estuvieran vacías. Pensé que era un juego, por lo tanto la sostuve allí hasta que noté que no se movía para nada y empecé a preocuparme; solté la bolsa sin dejar de sostenerla y pasé la mano por delante de sus ojos. Nada.
—¿Sal? —ella no se movió. Toqué su mejilla, estaba fría. Maldije y la solté. La tomé de los hombros y la zamarreé, pero no hubo respuesta; volví a sacudirla, no reaccionó. Me agaché un poco sobre ella y la besé. Me retiré esperando un parpadeo, un bufido, algo, pero no hubo nada—. ¡Mierda, Sal, despierta…! —tomé su rostro entre mis manos y la levanté un poco. Sus brazos colgaban sin vida, como si fuera una muñeca de trapo. No había movimiento. El desagrado y el dolor comenzaron a carcomerme el cuerpo, la ponzoña y la rabia crecieron por mi garganta inundando mi boca. Mis colmillos se extendieron y moví su rostro hacia un lado, exponiendo su cuello y luego… simplemente clavé mis dientes. Un gemido surgió de los labios de Sal, su pecho se estrelló contra el mío, y la sostuve mientras mi lengua lamía el lugar donde la había mordido sellando la herida. Sus brazos me envolvieron con tal fuerza que llegué a pensar que, de seguir así, podríamos fundirnos en uno. La mantuve apoyada en mi cuerpo, aunque tuve que recurrir a todas mis fuerzas para no dejarme vencer cuando el alivio me inundó.
—¡Aaaaahhh! —Sal emitió un sonido sordo, como si el aire comenzara a fluir en ella. No me moví cuando escondió su rostro en mi hombro, no pude detenerme y comencé a besar su cuello con más fuerza, mi lengua trazó la curva de su cuello y siguió subiendo hasta que mis labios apresaron el lóbulo de su oreja. Me detuve un momento saboreándola, deseándola con tanta premura que no podía contenerme. Había pasado varios días fuera de su alcance, lejos de la necesidad, pero el hambre por ella me había encontrado rápido, me había atenazado el pecho la primera noche después de su rescate, y ahora no podía hacer nada para soltarla.
—Debes comer —susurré, la escuché gimotear con sus labios pegados contra mi piel y su nariz escondiéndose en la curvatura de mi cuello. Me levanté un poco para mirarla a los ojos—. Tienes que comer —repetí. Mi voz sonaba agitada, no podía contenerme. Ella me observaba con los ojos vidriosos, como si no creyera que estaba allí, sosteniéndome sin apartar las manos de mí, aferrándose a la tela de mi camiseta, como buscando la forma de impedir que me marchara. Volví a recostarla mientras ella negaba frenéticamente sin decir una palabra, me senté a horcajadas sobre ella y tomé la bolsa de sangre. Ella no apartaba sus ojos de mi rostro. Maldiciéndome por mi necesidad de ella, de un mordisco abrí la bolsa. Escupí el plástico y con mi mano libre le acerqué la bolsa a los labios, pero antes de que pudiera comenzar a alimentarla noté que una lágrima corría por su mejilla. Tragué con fuerza, mi corazón inerte se estrujó y alejé la bolsa—. Tienes que comer —repetí.
—¿Para qué? —balbuceó y otra lágrima corrió por su mejilla. Era la primera vez que la veía llorar y me enojaba. No quería que llorara—. La Asociación ya tiene mi cabeza en bandeja de plata, y… —ambos contuvimos el aliento y el tiempo se volvió lento y pegajoso, impregnado de deseo.
—No te tocarán… —gruñí.
—¿Cómo puedes decir eso? —Acaricié su mejilla enjugando sus lágrimas.
—Después… después de lo que dije…
Negué rotundamente. No pensaba hablar de eso ahora. Me negaba a pensarlo teniéndola semidesnuda bajo mi cuerpo.
—No querías verme… —sus dientes se apretaron y sus manos se cerraron en un puño apretado—. ¿Qué haces aquí?
—Tienes que comer Sal —repetí automáticamente, como si aquello calmara mi propia hambre. Una cosa a la vez, ese era mi plan, ahora que ella no estaba pegada a mi cuerpo podía pensar con un poco de libertad.
—No, déjame —hizo un mohín que en otro momento me hubiera hecho reír— quiero estar sola.
—Bueno, eso, no puedo hacerlo… —le llevé la bolsa a los labios pero ella la apartó y giró su rostro para no verme—. Podemos hacerlo a la fuerza ¿es lo que quieres? —Como ella no respondió lo interpreté como un sí. Tomé la bolsa y le di un trago. Aparté la bolsa sin soltarla y aferré sus brazos. Sal me miró y comenzó a agitarse, pero bajé el rostro antes de que pudiera girar la cara y volqué en su boca la sangre; mientras la besaba la obligué a tragar. Puede que ella no lo quisiera, pero su cuerpo respondía a mí y eso hizo, sus labios se abrieron y su lengua invadió la mía. Sal peleaba, pero con menos intensidad, me alejé observándola mientras ella se lamía los labios, no estaba seguro si era consciente de eso. Volví a repetir el proceso, pero esta vez fue ella quien se levantó y buscó mi boca. Me dejé caer sobre su cuerpo fundiéndome en su calor. Mis labios estaban hinchados por la necesidad, mis manos recorrieron el costado de Sal, memorizando sus curvas y el calor de su piel. Me abrazó. Abandoné sus labios, pero cuando intenté levantarme ella me lo impidió. Sus labios encontraron mi cuello, mientras sus manos recorrían mi espalda hasta mi trasero. Me ciñó contra ella de tal forma que me hizo gruñir, mientras mi miembro se apretaba entre ambos, frotándose con el abdomen de ella, mi erección era más que evidente. Me giró en un movimiento brusco que no preveía, me dejó de espaldas contra el colchón y antes de que pudiera decir nada me montó a horcajadas. En ese preciso momento fue cuando el último vestigio de conciencia se extinguió en mí como una vieja galaxia, dejando a mi cuerpo y todo mi ser a disposición de ella.
—Hero… —gimió agitada y me detuvo cuando quise atraerla contra mi cuerpo. Mis ojos vagaron por sus pechos y mientras mis manos se aferraban a su cintura colocándola sobre mi sexo.
—Ahora no… —gruñí, mi ser no quería ser civilizado, estaba poseído por el instinto primitivo, deseaba hundirme en ella, clavarla hasta que doliera y marcarla como mía. El animal en mí, aquel vampiro arcaico festejó a lo grande cuando sus ojos se iluminaron con excitación y mi nariz percibió su necesidad impregnado en aquel aroma—. Ahora te necesito —le dije y ella se dejó caer contra mí sintiendo la urgencia de mis manos que pujaban por quitarle la camiseta. Su aroma me inundó los sentidos, veneno dolorosamente dulce para el infierno de mi instinto posesivo. Sonreí al percibir cómo la bestia rugía por tomarla, hacerla suya.
Estaba siendo territorial y ridículo, lo sé, una imagen de mí vistiendo como un cavernícola y arrastrando a Sal por los pelos vino a mi mente, pero la descarté y el vampiro en mi rostro mostró los dientes. Mi bestia era posesiva en cuanto a Sal se tratara, por lo que no dudé cuando ella vino por mí. Sabía que saciaría a esa hembra hasta que no pudiera dejarme, la tomaría de todos los modos posibles, los más prehistóricos y vulgares. Todavía estaba furioso con ella, aunque debía admitir que las palabras del nefilim me habían calmado, pero mi bestia interior no era tan fácil de manejar, el hombre en mí podía entenderlo pero… el vampiro no, no aquel que me pedía tomarla, aunque fuese contra su voluntad.
Necesitaba oírla gemir mi nombre.
—Ahora te necesito —eso era lo único que mi mente quería oír. Me dejé caer sobre su pecho. Hero estaba agitado, al igual que yo, podía palpar su necesidad bullendo bajo su piel.
Sus manos se aferraron a mi cuerpo con intensidad, cada caricia era más y más posesiva. Me sentía arder por su beta dominante, me derretía en sus manos. Me levanté alejándome de sus besos y mis manos acariciaron su pecho duro, de un tirón arranqué su chaqueta. Lo quería ahora. Acaricié su piel y luego mi boca fue por ella como un niño corre a un dulce, su dureza se apretaba contra mi centro, mientras mi lengua se encargaba de lamer cada centímetro de sus músculos. Me empujó hacia atrás y sus dedos rasgaron mi camiseta y mi piel sintió el aire contra mis pechos, pero Hero no se detuvo allí, pellizcó mis pezones y gemí arqueándome sobre él. Acarició el valle entre mis pechos, mi estómago, mientras de mi boca escapaban incontrolables gemidos, sus manos bajaron a mi trasero y me apretó aún más contra su erección, mi centro bullía y miles de sensaciones se acumularon en mi vientre. Mi entrepierna quemaba. Me movió de costado recostándome con el estómago contra el colchón, no podía luchar contra sus manos, se colocó detrás de mí y levantó mis glúteos, sollocé cuando su lengua comenzó a probarme la piel. No podía respirar, esto no tenía nada que ver con lo que había hecho inconsciente con Phill, podía sentir cada célula de mi cuerpo reaccionando ante sus lengüetazos; con cada caricia, mi piel vibraba.
Agitada y sin poder moverme, en ese preciso momento fue cuando lo entendí, no solo lo necesitaba, lo quería, lo deseaba aún más que a la sangre. Aquel hilo de pensamiento se cortó cuando un orgasmo atravesó mi cuerpo impulsado por sus dedos que hurgaban en mi interior.
Él seguía llevándome al extremo. Gruñó y lo supe. Hero iba a tomarme primero sin piedad, para marcarme. Siempre pensaban que solo los lobos y los gatos marcaban a sus hembras, pero no era cierto. Los vampiros no podíamos tener familia, por ello no producían secreciones como lo hacían los demás machos esparciendo su semen, tan solo era un líquido parecido al de los humanos, pero nada más. Con ese líquido los vampiros marcaban a su hembra, una mezcla ultra fuerte para nuestros sentidos. Solamente podían hacerlo cuando su ser reconocía a su pareja, era la única forma en que un vampiro crearía algo parecido al semen para marcar a su hembra. Liberaban su semisemen dentro de la hembra, logrando que en su cuerpo se creara un olor diferente, un olor que lo unía al vampiro, que los identificaba como únicos. No había fallas. Las hembras… bueno eso era un punto diferente. El olor me golpeó como un puñetazo, como si mi cara hubiera chocado a doscientos kilómetros por hora contra una pared de concreto. No, esto no era simplemente algo parecido al semen, era algo más, sabía lo que haría, me estaba por marcar y sin saber bien por qué mi cuerpo se moría de impaciencia por recibirlo. Elevé el trasero dándole la bienvenida, sentí la lejanía de su cuerpo al segundo que noté el ruido de los pantalones de Hero tocando el piso, un momento después su miembro rozaba mi entrada, esperé la embestida pero no la hubo, él pasó sus brazos por mi pecho y me elevó hasta que mi espalda chocó contra él.
—Hero… —murmuré.
—Quiero que lo pidas… —señaló y gimoteé. Busqué con mi mano su miembro pero él lo alejó—. Quiero oírlo Sal.
—Hero por favor… —moví mi cuerpo frotándome contra él.
—Quiero oírte Sal, quiero que me lo pidas —una mano llegó a mi cuello y corrió mi cabello a un lado, besó mi hombro y lo arañó con sus colmillos haciéndome temblar. Recosté mi cabeza en su hombro allí arrodillada contra él seguí moviéndome, pero volvió a apretarme sin que pudiera moverme.
—Por favor, te necesito… —murmuré.
—Esto es más de lo que puedo manejar… quiero saber qué hiciste con él —gruñó.
—¿Qué? No Hero… —protesté.
—Dímelo, ¿dónde te tocó? ¿Qué hizo con tu cuerpo? —no podía parar de gimotear, lo necesitaba.
—Él no importa —le di como respuesta—. Hero te necesito —él se metió dentro de mí. Me arqueé hacia delante quedando apoyada tan solo en mis manos y rodillas. Me tomó de la cintura y comenzó a moverse. Jadeaba con cada embestida. Mi cuerpo se movía instintivamente contra él golpeando mis caderas contra su cuerpo. Gemía mientras intentaba encontrar mi voz. No podía dejar de sentir el poder de su cuerpo tomándome. Hero acarició mi espalda y me tomó del cabello una vez más para que elevara el torso. Nuevamente estuve con la espalda contra su pecho. Volvió a besar mi cuello y sentí cómo mi cuerpo respondía, elevándome para llevarlo lo más adentro posible. Cuando las embestidas comenzaron a aumentar me preparé para recibirlo y ser marcada, pero eso no pasó. Hero reemplazó su miembro por sus manos acariciándome. Me sentí confusa y me giré sin importarme nada. Me tomó del tobillo y me acercó, su mano volvió a tomarme mientras lo veía acabando en sus manos. El olor penetrante estaba allí, solo que no dentro de mi cuerpo como para marcarme.
—¿Qué haces? —grité mientras lo veía acabar. Cuando se sacudió por última vez volvió sus ojos a mí y tomó mis muñecas para que no me moviera ni me alejara. Cerré las piernas cuando leí su intención, pero no pude impedirlo, usó su mano para estimularme, y acabé estremeciéndome hasta que, agotada, me derramé contra el colchón—. Se suponía —mi voz salía entrecortada por los jadeos— se suponía que debías…
—¿Marcarte? —pasó su mano por mi nuca y me besó tan duramente que dolió—. No —dijo y luego se limpió las manos con un trapo.
—¿Cómo que no? —protesté—. Hero…
—No ahora —dijo mientras me tendía la bolsa de sangre. La tomé en el aire más por reflejo que por razonamiento. Él había comenzado a tomar sus ropas y se marchaba. Sacudí la cabeza molesta, me levanté y me coloqué delante de la puerta en un soplido, haciendo uso de mi rapidez. Él echó un vistazo a mi cuerpo desnudo y sudoroso. Se acercó despacio y se detuvo a solo un suspiro de mí. Acarició mi entrepierna, pero estaba demasiado furiosa para gemir aunque su mano se metió un poco en mi carne un segundo para luego quitarla, quedé fascinada por su mirada lujuriosa y ardí lentamente.
—¿No ahora? ¿Por qué no ahora? —repetí furiosa, a los gritos. Él apresó mis labios y todo lo que tenía para decir se perdió en sus besos.
—Come —me ordenó y me empujó a un lado. Me quedé sin entender qué era lo que ocurría, me moví dos pasos con el envión mientras lo observaba atónita. Abrió la puerta y señaló una bolsa que no había visto junto a la mesilla—. Bebe —estiró su mano hasta tomar mi mentón, me dio un rápido beso y se alejó unos pasos para luego llevar sus dedos a la boca y chuparlos mientras sonreía. No lo entendí de primera intención, hasta que él cerró la puerta y recordé por dónde había pasado esa mano; me sonrojé. Me acerqué hasta la puerta de madera y me dejé caer allí. Oí pasos al otro lado y, aunque estaba confusa, logré identificar la voz del mayordomo de Nick.
—Señor —me tensé. Nicolás, Nicolás estaba ahí. Me paré apoyando mi oreja contra la puerta, aunque tenía una excelente audición gracias a mi especie. No sabía qué sucedía, pero algo podría oírse.
—¿Qué sucede Clif? —me alejé un momento, confundida, la voz que respondió no era la de Nicolás. Estaba confundida.
—La señorita Mikela exige su presencia, ella dijo otras cosas groseras pero no me atrevo a repetirlas —continuó el mayordomo que me había cargado hace unos días hasta esta habitación-prisión. Me tensé al oír aquel nombre.
¿Qué? Mikela. Me estrujé la mente intentando recordar… ese nombre me sonaba. ¿De dónde me sonaba? Demonios. ¿De dónde me sonaba ese nombre? Ellos siguieron hablando mientras los engranajes de mi cabeza seguían corriendo hasta que la ficha cayó. La bruja. Oí un gruñido que le siguió a un grito. Mis gritos. Mis celos, malditamente mis celos decidieron aparecer ahora. Justo ahora. Mi esencia más primitiva buscaba su cuerpo, necesitaba su cuerpo tanto como desean los humanos la comida y él…
—¡Hero…! —aporreé la puerta con los puños— ¡Hero…!
—Detente Sal —su voz era suave y calmada— descansa, te abrirás las heridas si sigues así, bebe la sangre —el calor subió por mi cuerpo. Y esta vez no tenía nada que ver con el deseo.
—No es eso lo que quiero… ¡Hero! Maldito sea, vuelve aquí, no puedes dejarme de este modo. —Oí su risa apagada del otro lado y golpeé la puerta con una patada bien fuerte que la hizo vibrar.
—Me requieren abajo —susurró.
—No te quiero cerca de ella, Hero vuelve aquí, ¡o te la cortaré…! —volvió a reír y eso me enojó aún más.
—Deja las amenazas para la vuelta cariño, volveré.
Me quedé sola gritando que no lo quería cerca de ella, simplemente no lo quería cerca de cualquier otra fémina que no fuera yo. Busqué la conexión con mis hermanas bajando los muros de mi mente. Encontré un débil lazo debido a que ellas no estaban cerca; como si fuera una biblioteca hurgué en la librería de la mente de Carim y comencé a buscar los rostros y nombres, hasta que di con uno con una señal distinta. Aquella figura vino a mi cabeza golpeándome. Los ojos de Mikela me observaban desde la imagen mental que mi hermana se había hecho de ella.
Unos hermosos ojos azules armonizaban con su cara perfectamente diseñada de la que colgaba una sonrisa pecaminosa en unos labios gruesos y carnosos. Era rubia, su cabello era dos o tres tonos más claros que el mío. Su cuerpo era perfectamente femenino y curvilíneo, aunque lo que más odiaba era su mirada. Aquellos ojos que podrían prometer a un hombre el mayor de los pecados. Me maldije y volví a buscar. Allí encontré una imagen de Hero. Lucía molesto ante la presencia de Mikela, aunque ella no dudaba en tocarlo o exhibirse frente a él. Tragué con fuerza, en su recuerdo. Hero vestía camiseta blanca que contrastaba con su piel dorada, su cabello estaba desordenado y llevaba un jean que lo hacía ver mortífero.
¡No, no, no! No necesitaba eso. Apreté mi cabeza y seguí. Necesitaba saber qué relación tenía con ella.
—¿Sal? —Carim me halló buscando en su mente y me llamó—. ¿Estás bien, ocurre algo?
—¿Quién es? —gruñí mentalmente. Mi cuerpo ardía de celos, por un momento pensé que hasta podría entrar en combustión por ellos.
—¿Quién?
—Mikela. Carim, ¿quién es ella?
—¿Te ha lastimado? —siseó Eva. Me concentré en ambas.
—¿Quién es…?
—Es una amiga de Hero, ya sabes… él y ella, bueno, se conocían de antes —tanto la gata como la loba saltaron cuando mi animal interno chocó contra los muros de mi cerebro, mis colmillos se extendieron.
—¿Hermana?
—Cálmate Sal, estamos cerca —dijo Eva y se desconectó.
—No quiero saber eso, la quiero lejos de él.
—Hermana, estás fuera de control…