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Me arrastré fuera de la cama, literalmente me arrastraba, en cuanto mis fuerzas volvieron, bueno, parte de ellas, una mínima parte. No ayudaba nada el hecho de que no conocía la casa y mi búsqueda por la cocina no estaba dando frutos. Me orienté hacia la derecha, traspasé más de diez puertas, crucé dos pasillos, una biblioteca y un salón. Definitivamente Nicolás estaba forrado en dinero. Debieron pasar unos quince minutos hasta que pude gritar: ¡Aleluya! ¡Al fin… la cocina! Después de engullir dos sándwiches y tres vasos de jugo de pera, sentí una presencia a mis espaldas.
—No deberías estar levantado —me dijo Nicolás al verme allí. Me volví y lo observé extrañado, por la hora él tampoco debería estarlo y no creía que me viera tan mal.
—¿Qué sabemos del vampiro? —pregunté cambiando de tema mientras me chupaba de los dedos los últimos rastros de mayonesa.
—Encontraron unos cuerpos —me tensé de inmediato, sabía que volvería a matar, pero no tan pronto. Al parecer los tiempos se habían acortado. Aunque también sopesé la idea de que tal vez, el vampiro esperaba que con eso lograría que Sal saliera de donde se encontrase.
—¿Dónde? —me apoyé en la mesada mientras estudiaba a Nicolás tomando unas rodajas de pan. Él también parecía agotado.
—Cerca de la central eléctrica… —respondió mientras masticaba un trozo de pan y se apoyaba contra el muro.
—Bien —dejé lo que estaba haciendo y lo miré Nicolás decidido a marcharme en cuanto él lo dijera. Dolorido o no, quería un pedazo del maldito.
—… Pero no irás —respondió con voz monótona, mientras sacaba un poco de leche del frigorífico. Me atraganté en cuanto entendí lo que decía y comencé a toser de modo desenfrenado haciendo que el dolor regresara a mi cuerpo como un recordatorio. Un horrible recordatorio.
—¿Qué? —mi cuerpo se quejó por el movimiento brusco, mi bestia interior gruñó más fuerte aún. Nunca me había gustado que me dieran órdenes. Simplemente no era un boy scout, ni había nacido como uno de ellos. No—. Tú no eres mi centinela —le dije imprimiendo la gama de sentimientos que me atravesaban. No tenía un centinela por decisión propia, eso estaba claro. Tener uno garantizaba la seguridad de los hermanos, la seguridad de tener alguien que siempre pudiera localizarte y te protegiera en caso de que la Asociación se las tomara contigo por algo, pero la verdad no me importaba. El centinela era el vínculo entre sus protegidos y la central, cuando los hermanos estaban en problemas el centinela lo sabía y mandaba el rescate. Eso nunca me llamó la atención, aquello hacía que perdiera la emoción de la caza, aunque en mi interior sabía que en un tiempo no me importaba si vivía o moría. Ahora era diferente.
—Ya hablamos de eso, hablé con Ben y me ordenó mantenerte aquí por unos días. —Inconscientemente palpé mi pecho confirmando que aún la herida del ángel no se había curado. Nicolás había hablado con varios curanderos pero muchos decían que no sanaría, me encanta cuando mi vida se vuelve emocionante; otros más fatalistas, sí, más fatalistas, como si morir no fuera lo peor, decían que cualquier herida como esa me llevaría directo a la muerte pero no solo de mi cuerpo, sino a la muerte de mi alma. ¡Genial! Y lo mejor era que decían que tal vez, y solo tal vez, los ángeles tuvieran una cura, pero dado el caso, no creía que ellos cooperaran en mi ayuda. No podía ni imaginarlos tomando café conmigo y compartiendo su cura. ¡Demonios!
—Unos días en que el maldito podría atacar y matar nuevamente —protesté. El código por encima de todo. Proteger a los humanos era más fuerte que mi propia necesidad, pero vi en los ojos de Nicolás que no discutiría eso.
—¡Hero! Él es como tú —apuntó tratando de darme una explicación justa—. Yo no puedo verlo, nadie en esta casa puede hacerlo. —Nicolás aporreó la mesada, tal vez recordara la noche en que pasó a su lado y no lo vio; aquello debía frustrarlo—. Por más que quiera proteger a Sal y mantener a los humanos a salvo, no puedo dejarla indefensa.
—No está indefensa, se recuperará, es fuerte, y lo sabes —repliqué aún con el dolor de lo que ella había hecho.
—No se ha alimentado… —cuando lo observé frunciendo el entrecejo siguió— insiste en verte y se lo hemos negado, como lo has pedido, y no está comiendo. Lleva dos días en la cama, y lo único diferente que hizo fue dar datos sobre lo ocurrido.
—Oblígala a comer —murmuré.
—Lo haré, pero por ahora seguimos como estamos, te quiero en la casa. Necesito que seas mi segundo al mando Hero, que protejas a Sal. Sé que no te agrada pero puedo verlo guerrero, en tus ojos, sé que lo harás, aunque te duela, porque eres más antiguo, conoces las reglas de la sociedad antigua; para ti sigue siendo una dama, y la protegerás. No es mi intención obligarte, aunque pueda, quiero que sepas que confío en ti; sé que eres él único en esta casa tan poderoso como para detenerlo.
—¿Tan poderoso como tú? —entrecerré los ojos dándole énfasis a la pregunta, aunque dudaba que insistiendo lograra mucho.
—Sé que te lo has preguntado desde un principio —paseó los ojos por la estancia y volvió a enfocarse en mí— y juro que tendré una respuesta para ti cuando esto termine. Pero necesito ir a ver qué ha ocurrido y, por ahora, eres él único en quien confío. —Algo se hinchó en mi pecho. Que Nicolás confiara en mí me enorgullecía y me cabreaba del mismo modo y peso.
—¿Crees que vendrá por ella?
—Sí, estoy seguro de que lo hará. —Nicolás se apoyó en la mesada y suspiró mientras se restregaba las manos.
—¿Has averiguado algo más sobre él? Saber qué es nos ayudaría, y mucho.
—Hablé con Ben, confirmé su modo de operar, y la verdad es no se qué le hiciste, pero está ligado a ti y a Sal al mismo tiempo.
No me gustó lo que decía. Que estuviera ligado a mí era malo y sonaba gay.
—Explícate —le exigí, y lo vi cruzar sus brazos; su postura no me tranquilizaba en lo más mínimo.
—Antes de que aparecieras en el radar, Sal lo persiguió siempre después de que realizaba sus matanzas, él siempre corrió, siempre escapó sin más, como si fuera un juego, tenemos registros de sus ataques; luego todo cambió… la noche en que apareciste siguiendo al nefilim, algo cambió —se metió las manos en los bolsillos y caminó acercándose a la ventana—. No sé cómo, pero sabía que estabas ligado a Sal, aún no logro entender cómo lo supo antes que todos —desvié mi mirada al piso. El hecho de que aquel ser supiera las cosas antes que nosotros mismos, antes incluso de que yo descubriera que estaba ligado a Sal, demostraba que poseía un gran poder— pero imagino que es alguien que te conoce.
—¿Que me conoce? —Él asintió en silencio—. ¿Me hablarás de los renegados?
—Eso es un asunto delicado.
—Delicado porque la Asociación no quiere que sepamos que falla…
—La Asociación tiene… tiene una jodida manera de llevar las cosas —noté la duda colándose en su voz— algunos de los que atrapamos son más importantes que otros, tienen información que mantiene a la Asociación al tanto de cualquier tipo de problema.
—¿Me estás diciendo que hay tipos allí afuera, a los que cazamos, que siguen vivos y ninguno lo sabe? —Nicolás hizo silencio y solté un resoplido molesto.
—Sí, algunos son encerrados dentro de la Asociación en distintas zonas del país y ayudan a mantener el ojo sobre los oscuros… otros aún recorren las calles.
—¿Y cómo diablos sabes si no se han desquiciado? ¿Cómo sabes si incumplen las reglas?
—Mantienen un control sobre ellos, se les permite «hacer» ciertas cosas, pero siempre monitoreados. —Apreté los puños sobre la mesada de mármol. Aquello era como saber que dejaban salir a los presos de las prisiones para monitorear al resto. ¡Diosa! Era como dejar a Hitler suelto.
—Y ahora dime por favor que ellos saben quién es…
—Hubo una fuga —gruñó y levanté nuevamente mis ojos hacia él.
—¿Fuga? —repetí sin creérmelo. Aquello no era una simple fuga de agua que podías cubrir con un dedo, aquello eran oscuros que nosotros habíamos atrapado corriendo por las calles y matando.
—Sí, perdieron el contacto con algunos de ellos, lo atribuyeron a la caída del nefilim y pensaron que era solo eso, pero después notaron ciertos patrones, ataques.
—¿Me estás diciendo que el nefilim había pisado la tierra mucho tiempo antes de que nos lo avisaran?
—Sí. Enviaron a Sal a investigarlos creyendo que era un vampiro desviado, pero al parecer…
—No me digas… ¡era un renegado! —dije con pesar.
—Sí, o eso creemos. Así que tan solo… te necesito aquí. —Nicolás dio un paso hacia la puerta, pero había una pregunta que debía hacer. Al menos intentarlo.
—Nicolás —él se detuvo a un paso de la puerta—. ¿Quién controla a los renegados?
—La Asociación —respondió con voz velada, como aquello que respondes como te lo han enseñado. Automático.
—¿Sabes de qué hablo Nicolás? —sonreí de lado sabiendo que el centinela no podía engañarme. Nicolás sonrió con ironía y me echó un vistazo por encima del hombro.
—Hay un grupo encargado de monitorearlos constantemente, ellos manejan el control y yo los superviso —desvió la vista mientras hablaba y noté que en ese momento no se sentía muy orgulloso de su puesto.
—Eso nos vuelve a llevar a la misma pregunta: ¿Qué diablos eres?
—Lo sabrás cuando termine, lo prometo por Vatur. Ahora tan solo…
—Me quedare aquí; extenderé un manto. Diles a tus vampiros que permanezcan en un radio mayor a los dos metros de distancia de la casa y quiero conocer a todos aquellos que permanecerán dentro. Nadie sale ni entra en el proceso. —Pensé que Nicolás se negaría, pero asintió y llamó al mayordomo.
—Clif, encárgate de que Hero tenga todo lo que necesita. Hero, este es mi hombre de confianza dentro de la casa.
—¿Un gnomo? —estudié al hombrecillo cuya vestimenta le daba un aspecto gracioso.
—Es poderoso señor —dijo el gnomo sonriendo ampliamente. No todos los oscuros podían reconocerlos como yo y eso era un poder que servía y mucho.
—Lo sé, él quedará a cargo mientras yo no esté. —Nicolás colocó una mano en mi hombro dándole énfasis a sus palabras—. Cualquier situación será expuesta a Hero y él tomara las decisiones. Quiero que le presentes a los que estén en la casa y sigas sus órdenes —me miró—. Ahora tú estás al mando.
—Así será —dijo el mayordomo.
—Carim y Eva irán conmigo. —Asentí en silencio. En cierto modo me sentía a gusto ante la confianza que Nicolás depositaba sobre mí y me proponía no decepcionarlo.
Después de eso se marchó.
Habían pasado veinte minutos y Clif, el mayordomo de Nicolás, me había presentado de manera eficiente a cada uno de los que estaban en la casa. Tomé una nota mental de cada uno de ellos, sus auras era como huellas dactilares para mí, cada uno diferente al otro. Así, cuando extendiera el manto de poder, cada uno de los que circulara dentro de él sería fácilmente reconocido. Me senté en la sala, en un gran sofá de dos cuerpos. Había observado que Nicolás tenía gustos caros, excéntricos, y pensé que era más viejo de lo que parecía. Nada pasó en la casa, ni un movimiento extraño, eso me permitió descansar recostado viendo el fuego crepitar en la chimenea, por primera vez en mucho tiempo, sin preocuparme por nada.
Nicolás y las chicas volvieron dos horas después con un informe de dos víctimas muertas, una humana, la otra no. Aquello comenzaba a fastidiar a todos. Nicolás me había entregado los informes con las fotos y demás… asqueroso. El maldito simplemente las había dejado allí estacadas cerca de la central como si fueran espantapájaros horribles. Carim y Eva estaban trabajando en un patrón desconocido para intentar seguir sus pasos, se habían marchado a la asociación para comunicarles a los demás los últimos detalles de lo ocurrido. También debían informar a Ben. Nicolás se había quedado en casa, estaba seguro de que Ben estaba al tanto de lo que el centinela sabía. Había dejado marchar a sus asesinas. Sabía que ninguna de las dos estaba expuesta, por eso las dejó ir solas… con unos diez guardias, claro. No las dejaría descubiertas, no Nicolás. Después de ir de un lado al otro como un poseso, se había sentado en el sillón a mi lado y me contó todo lo sucedido con lujo de detalles cuando escuchamos a alguien maldiciendo y luego Clif apareció por la escalera.
—¿Qué ocurre? —él mayordomo sacudió la cabeza con disgusto. No parecía de esas personas que maldecía por nada, aunque lucía un poco despeinado. Se tomó un momento para recomponer su postura y nos miró.
—Disculpe, señor Nicolás, pero ella no quiere… —lo observé detenidamente y parecía muy preocupado— la señorita no come, no lo hace. No ha bebido ni un trago —nos enseñó la bolsa con sangre y vi unas diminutas manchas en su mano— creí que le disgustaban las pastillas de sangre, por eso compramos sangre de humanos, del banco de donantes, pero simplemente ella la rechaza. —Me levanté lentamente y caminé hasta Clif. Observé la bolsa un instante y sin decir nada la tomé de las manos del gnomo y caminé hacia arriba. Sal debía comer, esto era una estupidez y lo sabía; pero necesitaba hacérselo saber. Por más enojado que estuviera, el vampiro en mí se negaba a perderla. La necesitaba viva.