Capítulo trece

Alas

Me desperté agitada como si hubiera vivido una pesadilla horrible; tenía el estómago revuelto y sentía náuseas. Me dolía el cuerpo, pero me forcé a sentarme; intentaba buscar la punta del ovillo mental a todo esto, aunque hubiera deseado que los recuerdos volvieran de modo más tranquilo ya que todo cayó sobre mí una como puñalada. Y dolía como el infierno. Estaba sentada en una cama enorme, un edredón muy suave y mullido me cubría. Recordé que me había obligado a ir allí y se había marchado. En mi cabeza resonaron mis súplicas para que se quedara conmigo; era como oír otra voz, mi voz tan extraña, y luego su negativa amorosa acariciándome el cabello y el dolor explotando entre ambos. Una arcada nació de mi cuerpo. Recordé lo que habíamos hecho, su cuerpo, mi cuerpo buscando el contacto, aquella voz sugiriendo cosas que deseaba probar, su sudor… mis gemidos… Me cubrí la boca ocultando un jadeó de desesperación. Levanté los ojos lentamente y vi que Phill estaba parado en el otro extremo del cuarto, lejos de mí, aunque los recuerdos estaban tan cerca que podía aún saborear su piel; ahora llevaba una camisa blanca fuera de unos pantalones sueltos, de color beige, iba descalzo y su cabello lucía revuelto. Me miró cuando jadeé. Sus ojos relampaguearon, aunque no distinguí sus emociones y bajé la cabeza sintiéndome avergonzada. No podía enfrentarme a sus ojos con la furia fluyendo dentro de mí. Me había obligado, tenía que ser eso… debía recordar. Sin duda me obligó.

La voz. ¿Su voz se colaba en mi mente o estaría alucinando?

Levanté la cabeza y lo vi allí, observándome. Suspiré y me crucé de piernas intentando tomar lo hechos de la noche anterior como una adulta, y no sucumbir al llanto que se agolpaba en mi garganta. Cerré con fuerza los puños, aunque supe que luego vería marcas rojas en mi palma, mis uñas se hincaron en la piel y sentí dolor, pero sentirlo me aclaraba la mente, siempre lo había hecho. El edredón blanco era una caricia reconfortante para mi piel y me aferré a eso para no colapsar. Él se volvió, dándome la espalda, y agradecí aquello, ya que todo había vuelto a mí como un torbellino y las náuseas, como mareas, luchaban por salir. No podía creerlo, me había entregado al nefilim… un maldito nefilim, uno igual al que había matado a los míos.

Tonta, tonta. Les juro que si salgo de esta, me tatuaré un gran cartel en mi frente que anuncie cuan estúpida soy. En vez de eso enfrenté sus ojos y pregunté:

—¿Qué pasó anoche? —mi voz salió ahogada, aún continuaba cubriéndome la boca.

—Eso mismo me pregunto —su voz sonaba insegura. Se volvió y pude ver la duda en sus ojos. No sabía qué esperaba encontrar en su mirada, pero ciertamente no era confusión. Esperaba una sonrisa irónica, algo que me diera más motivos para odiarlo.

—¿Tú me hiciste eso? —gruñí, recordando sus palabras—. No te he obligado, aún… —Apreté los dientes—. ¿Me obligaste? —la ira bullía en mí. Phill sacudió la cabeza y me observó.

—No haría eso…

—¿Por qué no? —me envalentoné y me arrodillé mientras buscaba cubrirme, en un intento de parecer más segura de lo que realmente me sentía. Estaba desnuda bajo aquel manto blanco de sábanas. ¿En qué pensaba cuando…?— ¡Me amenazaste con hacerlo…! —grité.

—Te amenacé con obligarte a comer, nada más. —Ahora la ira salía como dardos en cada una de sus palabras y la vergüenza me envolvía como si pudiera engullirme. ¿Era mi culpa?—. Nunca haría eso, nunca, no a una mujer… ni a nadie.

—¿Entonces qué? —protesté. Quería respuestas.

—Lo he pensado, tuve una sensación anoche, como si algo estuviera mal, y fue cuando apareciste… —tragué con fuerza tratando de no gritarle que no había nada malo en mí, que había sido su culpa y de ese maldito lugar, pero me mordí el interior de la mejilla hasta que sangró—. Todo paso muy rápido, recuerdo haberte dejado aquí, y volver a mi cuarto…, luego todo se tuerce en mi cabeza.

—¡Vamos, eso es muy trillado! —le respondí—. ¿Acaso me ves como una nenita que quiere un noviazgo? ¿Como alguien que rogará que no la dejes? Porque sinceramente, lo único que falta aquí es que me digas, «no eres tú, soy yo» y juro que te romperé la boca. —Él me escuchaba como si no entendiera.

—Claramente fuimos ambos —dijo con pesar y su voz sonó acusadora.

—No me vengas con idioteces Phill, tú estabas ahí —gruñí apuntándolo con el dedo—. ¿Qué hiciste? Me enturbiaste la mente con las velas y el baño, ¿o qué fue eso?

—Creo que has dejado claro tu punto —dijo colocándose las manos en la cintura ofuscado. ¿En serio? ¿Estaba ofendido?

—¿De qué punto me hablas?

—Lo de anoche no hubiera sucedido si no fuera…

—¡Claro que no hubiera sucedido…! ¿Querías seducir a una asesina de la Asociación? ¿Es eso? ¿Acaso te gusta invadir la mente de alguien y usarla? O quizá Ben te contrató para terminar de corromper mi vida.

—Claro que no —respondió—. Si eso pasó, fue a ambos…

—¡Tú no fuiste el abusado! —le grité tan fuerte que mi garganta dolió.

—Sal, por favor, no me digas que eres de esas histéricas feministas que solo piensan que un hombre abusa de una mujer, porque definitivamente no abusé de ti, estabas allí agarrándome —hizo un gesto obsceno y gruñí— bien fuerte y pidiéndome que te posea.

—No era yo… —espeté y desvié la mirada. , lo sé, al decirlo así parecía una actriz barata de telenovela.

—¿Y yo soy el de las frases trilladas? ¿Qué? ¿Ahora me dirás que no sabes qué te pasó, que no eras tú, y no sabes por qué actuaste así? . —Lo miré con bronca y fusilándolo con la mirada—. Oh muñeca, no pienses que eres la única que conoce eso, porque te equivocas.

—Entonces qué, por como lo has dicho, lo de anoche fue una idiotez…

—Yo no quería abusar de ti, tú viniste a mí, no al revés… al menos podrías recordar eso, asesina.

—Agggg… me das asco.

—Estos son los momentos en que deberías cerrar el pico y oír lo que voy a decirte, porque si alguien se sintió penetrado anoche, puedo decirte que ese fui yo… —se señalo el pecho y bufé frustrada.

—Penetrado… ¿tú? Si fui yo a la que le metiste esa «miniatura» que tienes.

—No te veías renuente a querer hacerlo, además eras tú la que pedía a gritos mi «miniatura», que ahora denigras, mientras anoche presa de la excitación gritabas mi nombre y me incitabas a continuar —se burló y lo maldije en todos los idiomas que conocía, que no eran muchos. Inglés y español, para ser exactos. Salté de la cama hasta estar a un solo paso de él y le apoyé mi dedo acusador en el pecho.

—Yo no grité tu nombre…

—Sí, lo hiciste; así es como sé que te gusta el sexo salvaje y duro. —Mi cara se tiñó de todos los colores posibles y cualquier respuesta que fuera a dar se atascó en mi garganta. Había gritado su nombre y suplicado por más, pero nunca lo admitiría—. ¿Qué? ¿Te ha comido la lengua un ratón que ya no respondes? Y yo que pensé que solo metiendo mi «pequeñez» en tu boca te haría callar. —Lo empujé, haciéndolo tambalear, y me alejé tomándome la cabeza. Necesitaba pensar. No hablamos por varios minutos, no podía creer que hubiera hecho eso; esto no podía estar sucediendo, nada de esto. Estuvimos en silencio hasta que él habló.

—Sal…

—¿Qué? —grazné.

—Lo lamento —me volví para verlo y sentí la culpa llenándome.

—Y yo —dije sintiéndome una perra por cómo le había gritado. Sabía que, fuera lo que fuera, aquello que nos impulsó a tener sexo había sido externo. Phill nunca me había maltratado, incluso había sido respetuoso conmigo. Odiaba sentir culpa.

—¿Recuerdas aquel día en el edificio abandonado? —las imágenes corrieron en mi cabeza aunque la furia golpeaba en mi mente martillándome el cerebro, había algo que debía recordar, algo, ¿pero… qué era? Por un instante mi cerebro buscó y rebuscó hasta que lo hallé; entonces la ira fue reemplazada por el dolor y la vergüenza, el mundo se me vino abajo al recordar los ojos de Hero. Lo había traicionado y lo sabía. Quería gritar y golpear algo, quería hacer sangrar algo… Clavé mi ojos en él.

—¿Y qué mierda tiene que ver eso?

—Agredes demasiado… —respondió con un suspiro.

—Vete al infierno, Phill. ¿Qué tiene que ver eso? Responde. ¿Qué tiene que ver eso con lo que hablamos?

—Bebió mi sangre —chilló como si debiera saberlo y su rostro se volvió duro y terrorífico. Sacudí la cabeza sin comprender y me mordí el labio por no volver a maldecirlo—. Bebió mi sangre, Sal… —aquella declaración fue como un balde de agua helada que me ayudó a pensar con claridad.

—¿Y eso qué? ¿Qué tiene que ver con… con…? —no pude terminar, decirlo en voz alta sería como sentenciarme. Si lo decía, se volvería realidad—. ¿Me estas diciendo que fuiste «penetrado» por él anoche? Por Vatur, eso suena morboso. ¿Es que eso le da poder sobre ti? ¿Qué tiene que ver eso con lo de anoche?

—Parece que le da cierto poder… —tragué con fuerza mientras se rascaba la cabeza—. Por lo ocurrido anoche, sé que algo sucede.

—¿Eras tú, cierto? Dime que eras tú —sus ojos se volvieron oscuros—. Esa voz… —murmuré pensativa.

—¿Qué voz? —lucía irritado y su rostro se volvió una máscara oscura otra vez, nada tenía que ver con el hombre al que me había entregado la noche anterior.

—Oí una voz, pensé que eras… tú —lo señalé con el dedo y él maldijo. De pronto recordé mi languidez, el calor fluyéndome por dentro… mi necesidad… Todo cayó en picado cuando la imagen frustrada de Hero se coló en mi mente. Hero. Diosa… no. Volví a cubrirme la boca con espanto y las náuseas regresaron. Debía calmarlas o devolvería todo sobre el hermoso edredón de plumas.

—Se coló aquí —dijo tocándose la frente—. ¡Maldito sea!

—Todo eso fue su culpa ¿cierto? —pregunté intentando buscarle la vuelta a lo que había ocurrido; mi voz sonaba alterada, esto era más de lo que podía soportar.

La mirada de desprecio de Hero aún seguía en mi mente colmándome los nervios. Él me había advertido de los nefilim, del vampiro… y yo… simplemente había fracasado. La vergüenza me cubrió por completo y sentí repugnancia de mí. ¿Cómo había olvidado todo? ¿Cómo pude olvidarlo?

—Sí —respondió pensativo devolviéndome a la realidad— pero es algo más…

—¿Algo más? —quería dejar de sentirme así, borrarlo todo. Quería golpear a alguien hasta que sangrara… ver mis puños asestándole golpes a algo. Me sentía humillada.

—Me gustas Sal —aquella declaración atrajo mis ojos a él y me sentí abofeteada. Parecía sincero, peor aún, lucía dulce y yo… me asqueé conmigo misma por aquello. Me apreté más al edredón—. Me atraes, eres una mujer hermosa… y él se aprovechó de eso.

—¿Cómo sé que no fuiste tú y toda tu basura mental?

—Podría haberte sometido de otro modo, si lo hubiera deseado. —Se movió hacia donde estaba con tanta rapidez que me eché hacia atrás; sus manos se apoyaron violentamente en el colchón y la ira centelleó en sus ojos. Retrocedí y me acurruqué contra el respaldar esperando un ataque que nunca llegó. Sus manos se relajaron y sacudió la cabeza—. Pero es la fuerza de tu personalidad lo que ha hecho que vuelva para cuidarte, si te hubiera tomado en contra de tu voluntad, eso se habría ido… —algo en sus palabras me decía que era sincero. Podía recordar a Hero diciéndome casi lo mismo: Eso me gusta de ti, eres fuerte Sal, tan fuerte hasta el punto que duele. Su voz se coló añadiendo varias toneladas de dolor sobre mi pecho. ¿Qué había hecho? Él se había interpuesto para salvarme y yo simplemente había caído como una estúpida… Comencé a llorar sin importarme nada más. No lloraba por él, lloraba por mí. Por haber sido tan débil. Si salía viva de esto, Ben me castigaría por traición… mi muerte estaría cerca y me lo merecía. Tras mis párpados la imagen de Hero asintió. Sabía que me lo merecía. Me abracé las piernas y enterré la cabeza entre las rodillas dejando salir todo el dolor.

—Cuéntamelo Sal —susurró con calma. Hipé y lo miré ceñuda, sin comprender.

—¿Qué? —dije con un hilo de voz mientras enjugaba las lágrimas que corrían por mis mejillas.

—En tus sueños, hablabas de alas… —Sin duda había estado hablando o él había logrado colarse en mi mente. Me froté los ojos con fuerza.

—No hablaré de eso —dije juntando el poco de dignidad que me quedaba y apretando los labios.

—¿Temes a las alas?

—No, no les temo —mentí— pero en general me aparto de quienes las poseen.

Él sonrió de lado.

—Tendrías que haber visto las mías. Eran las más bellas —se movió hasta recostar su espalda contra el muro.

—¿Por qué caíste? . —Sus ojos relampaguearon y una vocecita en mi interior me gritó que cerrara el pico, que saliera de allí ahora que estaba con la guardia baja, pero necesitaba saber. Él no respondió, se limitó a observarme—. Bien. ¿Qué haremos? —dije moviéndome hasta el borde de la cama—. Aún no me has dicho qué quieres. —Tiré del edredón para cubrirme.

—No importa lo que quiera, mi deber es protegerte —dijo sin más y me helé.

—¡Protegerme! ¿De qué estás hablando? —me levanté de un salto y busqué mis ropas con la vista. Las descubrí en el suelo del baño.

—De hacer lo que debía hacer alguna vez, mucho tiempo atrás.

—¿Qué quieres decir? —una parte de mí quería correr por mis cosas mientras otra se negaba a olvidar sus palabras. ¿Alguna vez? ¿Cuándo? Solo hubo una vez en la que me crucé con alas. Eso había sido tiempo antes de que me metiera en la Asociación, cuando atacaron a mi familia.

—Debía cuidarte y fallé; era joven —dijo respondiendo a mis cavilaciones. Retrocedí mirándolo a los ojos, mis pasos eran torpes y casi me caigo, me sostuve contra el muro sin apartar los ojos.

—¿Cuidarme? ¿Cuándo? ¿De qué hablas…? —estaba gritándole, no sabía cómo pero me había acercado a él en el transcurso, otra vez estábamos a solo a unos pasos. Me tomó de la muñeca para que no cayera. Alas… alas sangrando, alas levantando el cuerpo de mi madre, alas sangrientas. Retrocedí forcejeando ante la angustia y caí. Estaba sentada en el piso, enredada en aquel acolchado carísimo; me arrastré alejándome de él cuando extendió su mano para ayudarme. Seguí arrastrándome hasta que mi espalda dio contra la cama—. Los nefilim no cuidan de nadie —mis manos temblaban como una hoja…

—Dime una cosa Sal, si los ángeles cuidan de los humanos, ¿quiénes crees que velan por los oscuros? —Era un razonamiento retorcido, pero podía ser—. ¿Acaso no lo habías pensado?

—En verdad no… —seguía temblando.

—Te cuidaré hasta que él esté muerto. Vatur tiene formas de cuidar a sus hijos.

Así que la gran diosa estaba detrás de todo esto, mierda, cómo no lo había pensado. Nefilim, pero aun así él no me había dicho cómo había perdido las alas.

—No puedes retenerme —me quejé queriendo salir de aquella pesadilla. Comencé a levantarme tomándome de la cama.

—Sí, puedo.

—También sé otra cosa, Phill —dije animada— cuando un ángel o nefilim pierde las alas pierde parte de su poder. ¿Es cierto?

—En algún modo, volar en un poder…

—Sabes de qué hablo —dije haciendo una mueca y cruzándome de brazos para que el cobertor no cayera.

—Dime una cosa, asesina, ¿qué harías tú en mi lugar?

—Haría cualquier cosa menos intimar contigo —le solté con furia.

—Eso no fue cosa mía —dijo levantando las manos.

—Eras tú, era tu cuerpo…

—Y el tuyo Sal, pero lo oíste ¿no?

—¡Hijo de puta! —le grité indignada.

—Bien, como te decía, sabes que el único que puede matar a tu enemigo es aquel al que tanto odias.

—Los míos están ahí afuera, no puedes aislarme y cuando… —mi corazón se apretó al recordar la furia de Hero, la imagen de él odiándome me golpeó como una bola en el pecho— cuando Hero te encuentre, te destripará —rogaba que él nunca supiera lo que había pasado—, también Nicolás y mis hermanas. —Aunque creía que los dos machos serían aún más crueles… ¿Qué les diría? ¿Lo sabrían? Tomé coraje dejando todo eso de lado, después, después… suspiré con fuerza y seguí—. Así que dime, Phill, ¿qué harías tú en mi lugar sabiendo que mi centinela y un vampiro lo bastante enojado pueden llegar a matar al único ser que puede matar a mi enemigo número uno?

Por un momento lo pensó, lo noté en su rostro. Caminó fuera de la habitación echándole llave a la puerta sin decir ni una palabra. Estaba furiosa conmigo, por ser tan estúpida. No podía creerlo, y la culpa me corroía el cuerpo dejándome inquieta. Me paseé por la habitación envuelta en el cobertor. Aquello que buscaba estaba fuera de allí. La habitación tenía las ventanas cubiertas por madera. Rocé mis dedos contra ella buscando un lugar para arrancarla pero, como lo imaginé, la ventana estaba protegida por magia. Magia de nefilim. Debía encontrarlas, estaba tan solo buscando encontrar la conexión.

Y lo vi.

Era un hilo dorado, muy fino, que aún me conectaba con mis hermanas. Estaban allí. Con un impulso que no sabía de dónde había nacido, tomé una silla y la arrojé contra la puerta. Esta se partió en grandes trozos. De un manotazo quité todo lo que había encima de una mesilla junto a la ventana. La golpeé con ella y caí al piso. La mesa había seguido el camino de la silla, pero nadie entró por la puerta a pesar de que sabía que había hecho el ruido suficiente como para que Phill me oyera. Volví a largar el aire violentamente y a concentrarme en mis hermanas. Me aferré a ese delicado lazo, lo tomé con las manos invisibles de mi mente. Debía mantenerme cuerda, nunca había sufrido la separación que me asolaba ahora. Ahora podía percibir el dolor, la sensación de estar desgarrada por dentro. Las necesitaba. Necesitaba el lazo. Necesitaba mi mundo de nuevo. Allí en el fondo de mi mente logré ver algunos recuerdos, algunas pequeñas señales de la existencia de ellas. Las recordé jugando, nuestras primeras cazas, las risas por la noche, las confidencias… aquello parecía reforzar el lazo, el hilo dorado se había engrosado ínfimamente, pero era algo de qué aferrarme. Mis ojos se llenaron de lágrimas ante la idea de perderlas, de perderlo. Hero estaba allí afuera. ¿Estaría pensando en mí? ¿Estaría emprendiendo mi búsqueda? ¿Sabrían que caí? Llorando me tendí en la cama, dándole golpes a la almohada. Odiaba sentirme así, odiaba estar sola.