Capítulo once

El hijo de los ángeles

Escuché unos pasos cerca de mí y mi cerebro me impulsó a la conciencia; aun así no me moví.

—Lo lamento —aquella voz empalagosa me devolvió la cordura, o a lo poco que me quedaba de ella; algo frío se esparcía sobre mi frente. Abrí los ojos atónita, conteniendo la respiración y bastante indignada, pues yo lo había salvado una vez y él me lo pagaba así. Frente a mí, aquellos ojos color caramelo me escrutaban, mientras con mano suave me pasaba un paño con agua. No podía oler ningún químico. Conocía ese rostro.

—Suéltame —forcejeé para apartar sus manos de mí. Se alejó unos pasos con una muestra de disgusto, que desapareció de su hermoso rostro como en un suspiro.

—No voy a hacerte daño —murmuró. Su tono sonaba medio hastiado, y me dio la espalda. ¿Que no me iba hacer daño? Me había secuestrado y aún no sabía si había matado a Hero. Mientras aquel joven de cabellos rubios se alejaba, pude apreciar su figura; llevaba solo unos pantalones finos, blancos, y una camiseta metida dentro del pantalón, esta era de un celeste tan puro que resaltaba su piel tostada. Iba descalzo. Su cabello, dorado como la miel, estaba prolijamente peinado hacia arriba con pequeñas puntitas dispersas. Se movió dejándome ver su espalda ancha y unos brazos que prometían encerrar a cualquiera allí; su cintura parecía pequeña conjugando con el cuerpo de un gran nadador, y no tenía alas. ¡Santa madre diosa! Pero había algo que debía recordar, él no era humano, y yo tampoco.

No pude moverme, observé con detenimiento mis muñecas apretadas, pero no logré ver nada; seguramente él estaba usando algo de su poder para someterme y dejarme allí, como lo había hecho con Hero. Estaba sentada en una silla que parecía ser muy antigua; apreté mis manos en el apoyabrazos y mis dedos recorrieron el tallado. Romana, pensé, por sus exquisitos motivos. Levanté la vista y quise mirar a la estancia. Como imaginaba, todo seguía el mismo diseño. El suelo era de madera lustrosa color caoba, las paredes tenían un color terracota, adornadas por pequeñas guardas con flores de lis. Infinidad de cuadros cubrían parte de ella; miré con detenimiento las imágenes, muchas debían pertenecer al siglo XV, aunque en verdad no estaba segura, nunca fui buena en historia.

Mi mirada recorrió los muebles de la sala, y pude reconocer que todo parecía antiguo, y la luz tenue, que se filtraba por las cortinas lujosas, hacía que pareciera más añejo. El juego de comedor estaba ubicado bajo una importante luminaria de cristal, las sillas tenían diseño francés, con un respaldo ovalado y un tapizado color amarillo, que combinaba muy bien con la madera oscura, que formaba unos apoyabrazos iguales a los que yo estaba atada. La habitación tenía un juego de sillones, el tapizado parecía ser de una tela muy costosa, aunque lo que me llamó más la atención fue el fino diseño del respaldar, pequeños bucles de madera fina se mezclaban con ángeles regordetes que soplaban pequeñas flautas. Era mágico.

Oí el tintineo de una cuchara y mi mirada volvió hacia él, se hallaba de espalda junto a una mesilla.

—¡Hijo de perra…! —le espeté lanzando toda mi ira contra él. Se volvió. Yo no sabía dónde me hallaba… ¿A qué lugar me había llevado?

—Lamento haberte lastimado, no quise hacerte ningún daño. —Miró hacia mí por sobre su hombro, esbozó una sonrisa y me tomé un minuto para observar las delicadas líneas de su rostro. No eran femeninas, pero eran bellas. Sus ojos eran un poco rasgados de mirada enigmática, sus cejas finas, su nariz recta, formaban un conjunto armonioso con esa mandíbula masculina, y los labios tan finos y carnosos a la vez… Sin duda le quitaría el sueño a más de una chica.

—Me acabas de secuestrar, en mi propia casa…

—Te salvé, como tú lo hiciste ayer… —me dio la espalda nuevamente y tironeé de aquella cuerda invisible.

—¿Me salvaste? ¿En verdad crees que lo hiciste? . —Dio un giro con la elegancia propia de un bailarín y entrecerró los ojos, sus pestañas le dejaban pequeñas sombras bajo los ojos. Se acercó a mí con paso tranquilo, traía una taza en sus manos grandes. Por un momento no pude hablar, las palabras se me atragantaban—. ¿Qué eres? —aunque lo sabía, quería oírlo.

—¿Importa? —levantó los hombros para demostrar su desinterés.

—Sí —gruñí. Acercó la taza a mi boca, pero me volví rechazándolo.

—Debes alimentarte, Sal —murmuró tan cerca de mi oído que me contuve de tiritar, su voz era malditamente hermosa, como el canto de un pájaro. Alas. Mi olfato me advirtió del contenido de la taza: sangre. ¡Que mierda! ¿Esto era una broma? ¿Llevaba sangre en una taza de porcelana fina?

—No lo necesito.

—Puedo obligarte si lo prefieres, podría hacer que rogaras por ella Sal. —Giré la cabeza de forma tan brusca que mi cuello dio un tirón. Mis ojos se clavaron en los suyos mientras apretaba los dientes. La máscara que portaba por rostro era tan dura como el mismo mármol, no había nada humano en él, y ni se inmutó ante mi ira contenida—. Preferiría que no. No sabes lo que me ha costado detener tu ataque de histeria cuando despertaste. —Yo no recordaba eso, pero él levantó su brazo derecho para mostrarme una marca de sangre allí. ¿Había sido yo? ¿Había despertado? Bien por mí y mis ratos de inconsciencia. Sus palabras eran elegantes. Por un instante tragué con fuerza, mientras mis colmillos se extendían dentro de mi boca ante la respuesta a la sangre—. Estás forzándote de forma innecesaria.

—Suéltame primero.

—No —lo dijo de forma categórica y colocó la taza en una mesa, a mi lado, cuya existencia no había notado.

—Si vas a matarme, ¿por qué me alimentas?

—¿Matarte? —una sonrisa se formó en su cara—. No voy a matarte.

¿Cómo? Esto era peor de lo que creía. Si no iba a matarme, ¿entonces qué…?

—Me entregarás ¿cierto? —el odio creció en mi pecho atenazándome las entrañas. No podía haber caído tan bajo. Mis manos se sintieron libres de un momento a otro, desvié la mirada hasta mis muñecas y no había sujeción, me froté con fuerza, intentando mitigar el dolor de las cuerdas invisibles que me había echado.

—¡No! —gritó y de un instante para otro sus manos apretaban los apoyabrazos de la silla donde estaba, su rostro estaba tan cerca de mí que podía sentir su respiración. Me contempló durante un momento, su mirada era tétrica y dura, como si pudiera atravesarme—. ¿Por qué estás empeñada en eso…?

—Porque me trajiste aquí. —Él aflojó el agarré y se enderezó.

—No es mi intención lastimarte —sus rasgos se suavizaron.

—¿Entonces qué?

—Buscas algo que necesito, que debo encontrar. Él te quiere a ti, está obsesionado contigo. —Una a una las piezas se formaban en mi mente. Era su cebo.

—Eres un nefilim, no necesitas mi ayuda —ya de nada importaba mantener la fachada. Al diablo con todo.

—No, un nefilim tiene alas, yo perdí las mías.

—Solo los ángeles pierden sus alas.

—Sí, tienes razón, a los nefilim nos las arrancan… —por un momento en mi mente se formaron hermosas imágenes de alas.

Alas blancas que brillaban contra el sol.

Alas batiéndose en el aire.

Alas con plumas mágicas.

Alas puras como la nieve.

Alas puras como la nieve… manchadas de sangre.

¡Sal…! —un gritó ahogado, mi cabeza entre mis piernas. Mi nariz rozando el suelo, mi sollozo descontrolado. El olor acre de la muerte entrando por mi nariz— Sal… ¡ah! —un grito ahogado y mis ojos asomándose detrás de una roca, mis pupilas lastimadas por el sol, el olor a sangre, muerte, y aquellas alas manchadas cubriendo parte del cielo.

No. Detente. Ahora. Parpadeé con fuerza cuando el escozor llegó a mis ojos. Levanté la vista hasta el nefilim.

—Hubo un tiempo en que los humanos nos adoraban y se arrodillaban frente a nosotros —dijo como para sí.

—No me arrodillaré —gruñí—, no soy humana.

—No te lo he pedido… —dijo ignorando mi declaración— por ahora. —Su voz era calma pero afilada, su mirada se perdió en un rincón. No me atreví a desconcentrarme—. Como dije, ese tiempo pasó, ahora las cosas han cambiado.

—Sí, existimos —él giró el rostro y sus ojos relampaguearon.

—Sí, también él.

—¿Hablas del vampiro? ¿El que te atacó?

—Sí —sus ojos relampaguearon una vez más y por un instante noté un dejo de tristeza, pero aquello desapareció tan rápido como vino. No es humano, me dije conteniendo la sensación de dolor.

Alas sangrantes. Alas con sangre. Mi familia.

—¿Cómo te llamas? —dije intentando romper el silencio.

—Phill, llámame solo Phill. —Se alejó con paso tranquilo. Me restregué las muñecas sin apartar la mirada. Era peligroso, no importaba lo que dijera.

—¿Qué quieres? —él no me miró.

—Solo un poco de tu tiempo, asesina.

Me levanté, estirando mis músculos. Él no pareció molestarse. Aquello que más me molestaba era que él ni siquiera se preparaba para un ataque, como si yo fuera apenas una mosca en su sopa que podría matar cuando guste. Comprobé que mis armas no estaban, como había imaginado. Tampoco mi teléfono móvil. Verifiqué el lazo mientras me paseaba por la sala intentando parecer entretenida por los cuadros. No había nada. Debía estar muy lejos para no sentir nada. Ni siquiera un cosquilleo de respuesta de mis hermanas.

—¿Dónde estamos? —Cuando él no respondió me volví molesta para enfrentarlo.

—No necesitas saberlo —aquella respuesta me cabreó más.

—¿Que no lo necesito? ¿Quién te crees? —me abalancé sobre él. Con o sin armas debía desahogarme.

—No lograrás nada —dijo tomándome de las muñecas. Mis intentos por asestarle un golpe no parecían más que un berrinche. Rechiné los dientes aun pujando por soltarme. En un simple y grácil movimiento me alejó de él. Respiré entrecortado intentando recuperarme. Algo en aquello estaba mal y no pensaba quedarme sentada sin saber por qué me retenía allí. ¿Qué había pasado con mis hermanas? ¿Qué había pasado con Hero? Diosa, Hero. El corazón me dio un vuelco al recordar la imagen. El dolor en su mirada, sentir el peso de sus ojos y su grito ahogado. Algo se apretó en mi alma. Debía saber qué había ocurrido con él, tenía que haber un modo de escapar de ahí. Vatur no podía dejarme olvidada. Habían pasado cuatro horas desde que había despertado. A veces me preguntaba qué era lo que iba mal conmigo, por qué me ocurrían estas cosas. Me había obligado a comer, aunque en realidad lo hacía por una cuestión de estrategia.

Si quería escaparme de allí debería estar alimentada, aunque sea un mínimo. Al no obtener respuestas, y al notar que cada ataque era previsto por él sin lograr ni un rasguño, accedí a su invitación de descansar.

Además, atacar requería fuerza y concentración. Estaba muy cansada, no había dormido bien por dos noches, así que me dejé guiar hasta una habitación. Él me señaló cada cosa del cuarto y por un instante quedé embelesada. Era mágico. Claro, era mágico si no olvidaba el hecho de que estaba en ese lugar por la fuerza y que cabía la posibilidad de que mis hermanas estuviesen como locas buscándome, y que Hero estuviera herido. No iba a dejar que mi mente siguiera más allá. Él debía estar herido, solo herido.

Sacudí aquellos pensamientos y me concentré en mi entorno; tenía un leve color tiza en las paredes, la alfombra era un tono más oscuro que estas, era tan afelpada que daban ganas de tirarse y rodar en ella. Una cama king size era el centro del cuarto con un hermoso edredón, tenía muchas almohadas de diferentes colores. Frente a la cama una majestuosa chimenea daba calor al lugar. Había pocos muebles, todos de líneas modernas en tonos blanco y pastel. Me llevó hasta el baño, era tan grande como la habitación, tenía mármol de punta a punta; a mi derecha un gran jacuzzi, que podía albergar a dos personas, y una ducha. Al frente, una mesada con una hermosa bacha y un espejo como los que tienen los famosos, incluso con las luces arriba. Lo observé todo, embobada. Frente a tanta opulencia casi podía olvidar cómo había llegado allí. Era como un sueño, un gran y lujoso sueño. Phill encendió unas velas para mí con delicados aromas que invadieron el baño, me indicó que cualquier cosa que necesitara lo llamase y se marchó dejándome sumida en el placer.

Me detuve frente al jacuzzi aspirando el aroma de las velas, y de pronto nada era tan urgente; no pasaría nada si pasaba solo un rato disfrutando de todo eso ¿verdad? Era como si las preocupaciones simplemente se esfumaran de mi mente y no pudiera recordar qué era tan urgente. El mundo no dejaría de existir si no estaba por un rato intentando salvarlo, ¿cierto? Juzgué que una gran alarma se encendía en mi cerebro pero no le di importancia, ahora el vapor lo abarcaba todo rozando mi cuerpo con un calor maravilloso mezclado con las fragancias de las velas. Exótico.

Probé el agua con el dedo y la sentí agradable, me metí lentamente dejando que el calor me rodeara. Apoyé los brazos en los bordes dejando caer la cabeza hacia atrás, aquello se sentía agradable y limpio. Cerré los ojos, dejándome envolver por todo aquello. Esa alarma seguía sonando. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo había llegado ahí? Nada. No había nada.

Por un momento me sentí tonta al pensarlo, si pasara algo lo recordaría ¿no?, si algo estuviera mal mis hermanas estarían aquí. ¿Cierto? Hermanas. Aquella alarma buscó el vínculo, pero no hubo nada. Silencio. ¿Cómo podría haberlo olvidado? Esto es estúpido, nunca he perdido el lazo. No hay dolor… no hay… Me quedé dura al no reconocer qué era lo que había estado pensando. No podía recordarlo. ¿Qué era?

Olvídalo, olvídalo todo Sal —esa voz susurrada se coló en mi mente sin problemas. Escruté el lugar y no vi nada—. Olvídalo… quédate aquí

—Sí… tienes razón… —ronroneé mientras me acomodaba nuevamente. Nada por qué preocuparse, me dije y dejé que aquel lugar me absorbiera por completo. Luego de relajarme allí durante un buen rato me levanté a duras penas y tomé una bata de baño. Me la llevé a la nariz percibiendo el perfume dulzón… como el de Phill. Los pelos de la nuca se me erizaron y mi entrepierna se estrujó ante el deseo. Como un animal comencé a sentir la atracción, como si todo mi ser respondiera a él. Lo deseaba. De un momento a otro solo él importaba. Me sentí consumir por dentro como si un calor abrasador se metiera bajo mi piel y solo sus manos pudieran calmarlo. Salí del baño con la bata impregnada en su aroma. Caminé hasta la puerta y el picaporte cedió ante mi mano. La abrí lentamente y salí al pasillo envuelta por una neblina mental. La madera comenzaba en mi puerta y con la sensación de ardor y deseo, caminé a tientas hasta el final y giré a la derecha, parecía que algo me guiaba hacia allí. La gran sala se abría ante mí, pequeñas lámparas en forma de antorchas colgaban de las paredes; me deleité con el roce de mis dedos contra el muro, era como si mis sentidos se hubieran potenciado diez mil veces más, podía sentirlo todo. Caminé hasta la puerta y la abrí. Phill estaba sentado dándome la espalda; giró rápidamente hacia mí desde el otro extremo del cuarto. Pude verlo detrás de un costoso escritorio, las luces eran tenues y la alfombra rozó mis pies enviando nuevas sensaciones a mi cuerpo.

—¿Sal? ¿Qué ocurre? . —No respondí, seguí observando el ambiente y noté la amplia cama. Me mordí los labios cuando mi centro ardió otra vez. Caminé hacia él y me paré a su lado. Me estudió un momento, mientras con la mirada yo recorría ese cuerpo que podía saciar mi necesidad, y abrí mi bata dejándola caer. No dijo nada, por un momento tan solo se dedicó a mirarme—. ¿Sal? Algo no va bien… ¿Lo sientes?

Olvídalo, olvídalo todo… —dije con una voz extraña, repitiendo algo que había escuchado aunque no sabía dónde.

—¿Lo oíste? ¿Tú también lo oíste?

—Déjalo —acaricié su rostro lentamente. Cerró los ojos y acaricié sus labios—. Tranquilo.

—Sal… —susurró mordisqueando mis dedos—. ¿Qué haces? —levantó su mano para detener la mía y todo sucumbió. Vi el cambio en sus ojos, la pasión naciendo como una pequeña chispa y una corriente eléctrica que nos recorrió. Llevé su mano hasta cubrir uno de mis pechos y suspiré cuando noté cómo el ardor disminuía—. Sal —murmuró rendido, y sin pensarlo me subí a horcajadas sobre él. ¿Qué estaba pensando? ¿Estaba desnuda?

No pienses, solo hazlo —murmuró aquella voz.

Lo miré, buscando en sus ojos aquella orden, pero no la había, tan solo estaba aquella chispa de deseo que debía avivar antes de que se consumiera. Lo besé. De manera furtiva y dolorosa. Él dudó un poco hasta que tomó mi rostro con sus manos profundizando nuestro beso. No quería sus manos allí, había tantos lugares donde colocarlas para apaciguar el fuego. Tomándole las manos las llevé hasta la curva de mi cintura y volví apretarme contra su cuerpo. Su ropa estaba húmeda al instante, mi cabello chorreaba. Besé su cuello para seguir el camino hasta su clavícula, mientras comenzaba a frotarme contra él. Me tomó de las caderas, intensificando el movimiento, mientras mi boca no podía dejar de besarlo.

—Quiero meterme dentro de ti —murmuró mientras besaba mi cuello para seguir bajando hasta encontrar mi pezón y succionarlo. Gemí ante aquello y el calor en mi cuerpo aumentó—. Quiero meterte mi pene dentro, quiero poseerte —volví a gemir cuando me tumbó sobre la mesa. Mis manos querían acariciarlo, pero Phill condujo mis sensaciones hacia la locura con su boca, su lengua paseando libre por mi cuerpo desnudo, tumbado e indefenso. Él ocupaba el lugar entre mis piernas, llenando todas las dudas que corrían por mi mente. Convulsioné contra su boca, mientras su lengua seguía castigándome incansablemente. Levanté la cabeza y reclamé su boca al momento que mis manos comenzaron a arrancarle la camisa, los botones volaron, la piel dorada quedó en mis manos. Acaricié sus pectorales mientras le quitaba la camisa por los hombros mientras él tenía los ojos repletos de hambre y sus pulgares frotándome allí donde lo deseaba.

—Te quiero dentro —murmuré mientras mis labios comenzaron a surcar su pecho y lo buscaba con un frenesí imparable. Sin más comencé a desabrocharle los pantalones, pero no me dejó. Me alzó sin esfuerzo y envolví mis piernas en él sintiendo el roce de nuestros sexos, y comenzó a caminar hacia la cama. Se agachó, de modo que me bajé y tiré de él hacia mí. Se quitó los pantalones, dejándome verlo desnudo. Me apoyé en mis codos para mirarlo.

—Hermoso —murmuré mientras me lamía los labios. Él se subió a la cama gateando hasta cubrirme, se sostuvo entre mis brazos mientras mis manos exploraban la extensión de su eje. Por un instante algo en mi mente me dijo que parara, pero no quería parar—. Esto no está bien… —hablé, pero mi mente dejó de pensar cuando su embestida llegó. Me arqueé ante el dolor y el placer.

—Sal… —gimió. Abrí los ojos cuando la reverberación de mi nombre llegó a mi mente. Algo me decía que esto no estaba bien. Debía detenerme. Que yo era más fuerte que el deseo que sentía; mis hermanas, era una Asesina…— se alejó y volvió a embestirme y aquel embate me hizo olvidar todo.

—No pares, no quiero parar —gemí con una voz que casi sonaba como la mía.

—No lo haré, no puedo —dijo y sentí otra embestida. Cerré los ojos intentando contener un grito y acostumbrarme a su tamaño. Luego intenté abrir los ojos y lo observé. Parecía tieso.

—¿No puedes?

—No, te deseo —cubrió mi boca con la suya y jadeó cuando volvió a embestirme, sus retiradas eran lentas y suaves como si se contuviera… la confusión se mezclaba en mi mente como el agua y el vino enturbiándome y llenándome de deseo.

—Oh… —volvió a meterse, y esta vez lo necesitaba más. Comenzó a moverse más fuerte hasta que el mismo nirvana explotó frente a mis ojos. De un momento al otro me sentí laxa y relajada.

Recuerdo que me llevó hasta mi cuarto en brazos, sin problemas me cargó con una mano, mientras con la otra acariciaba mi rostro y besaba mis labios sutilmente. Me metió en la cama y me cubrió con el edredón.

—Descansa Sal, duerme… todavía hay tiempo.

—¿Tiempo? No tengo tiempo, ellas me necesitan…

—Mañana. Descansa.

—Sí, estoy muy cansada.

Murmuré algo más y me sumí en un sueño reparador.