Entretanto, en Catania, Zúrich y Palermo se cumplen las últimas voluntades de la Mennulara
Mientras tanto, el señor Palmeri había enviado un telegrama a un banco de Zúrich, como le había solicitado el señor La Mennulara. Extraña petición aquélla, pero que había que satisfacer: al fin y al cabo, el señor La Mennulara había donado al museo algunas monedas siracusanas que faltaban en su colección, y además había regalado restos arqueológicos antiguos al director y al propio señor Palmeri.
«Certificado entregado. Vasijas retiradas martes hora 10:30», rezaba el telegrama. El señor Stutz, empleado bancario de Zúrich, lo recibió esa misma mañana y de inmediato retiró del fichero «Inversiones extranjeras discretas» la carpeta que llevaba el encabezamiento «Sucesión La Mennulara». Contenía el testamento de Maria Rosalia Inzerillo y cinco grandes sobres, cuatro aún sellados, titulados respectivamente:
A. Texto íntegro de la necrológica publicada el día siguiente del fallecimiento.
B. Texto modificado de la necrológica publicada en los dos días posteriores al fallecimiento.
C. Texto íntegro de la necrológica publicada en los cuatro días posteriores al fallecimiento, después del funeral.
D. Texto íntegro o modificado de la necrológica publicada en los cuatro días posteriores al fallecimiento.
E. Ninguna necrológica publicada.
Sacó la carpetita C, la única abierta. Contenía la página de las esquelas de la edición del jueves, 26 de septiembre de 1963, del Giornale di Sicilia, donde se había publicado la necrológica de Maria Rosalia Inzerillo. Las primeras letras de la frase: «Apesadumbrada anuncia la familia Alfallipe entre llantos su inconsolable pérdida eterna» habían sido resaltadas, y reescritas al margen: «A alfAllipe».
El señor Stutz tomó la página y la sostuvo entre las manos, dejando volar la imaginación hacia la cliente con la que se había comunicado durante decenios a través de esquelas ficticias, un sistema sencillo y seguro. Ésta era la primera vez que lo utilizaba para controlar el comportamiento de los presuntos herederos y decidir si eran dignos de la herencia, usando un ingenioso sistema que el señor Stutz había puesto meticulosamente a punto con la cliente con ocasión de su acostumbrado encuentro anual, en agosto, en Catania. Sólo con que los tales señores Alfallipe, desconocidos para él, hubieran publicado la esquela rápidamente, como se preveía en el sobre A, le habrían ahorrado mucho trabajo y habrían recibido de inmediato la herencia de la difunta.
Ahora, en cambio, el señor Stutz y sus colaboradores debían ejecutar escrupulosamente, hasta en sus más mínimos detalles, las disposiciones acordadas con la cliente. Controló una vez más los documentos y telefoneó a su delegado de Palermo, un abogado de confianza. Éste tenía un duplicado del sobre C. Lo abrió y extrajo otro sobre más pequeño, amarillo, en el que estaba escrito: «Carta para entregar en mano a los herederos Alfallipe cuando el museo les haya expedido el certificado». La abrió con cautela para no estropear el contenido. Dentro había una hoja blanca. Era una carta escrita a mano en grandes letras de imprenta, con la caligrafía de quien no sabe escribir de otra manera. El abogado añadió la fecha y la metió en otro sobre con la dirección de la familia Alfallipe. Se la dio después a un colaborador de confianza, con el encargo de que fuera a Roccacolomba y la entregara personalmente en casa Alfallipe al día siguiente por la mañana.