Roccacolomba queda perpleja ante las ampliadas esquelas mortuorias de la Mennulara
Los roccacolombeses se quedaron con la boca abierta, aunque no por mucho tiempo, cuando se dieron cuenta de que las esquelas murales de Maria Rosalia Inzerillo habían experimentado correcciones. Bajo los datos de la difunta aparecía pegada una tira de papel, del mismo color, donde estaba escrito: «Administradora y persona de casa Alfallipe. Apesadumbrada anuncia la familia Alfallipe entre llantos su inconsolable pérdida eterna». Otra tira añadía más abajo: «Desde la edad de trece años vivió en casa Alfallipe y sirvió honradamente a la familia que desconsolada la llora». En el Giornale di Sicilia apareció además una versión completa de la esquela, incluida la fecha de las exequias, ya de valor histórico.
Los pocos que no conocían a los Alfallipe y a la Mennulara hubieran podido deducir que se trataba de un amadísimo miembro del servicio y que, en la confusión que siguió a su fallecimiento, los Alfallipe no habían acordado el texto de la necrológica, de manera que quisieron rectificarla formalmente, por extraño que resultase.
La gente que estaba mejor informada y aquellos que habían tenido contactos directos con los Alfallipe quedaron doblemente sorprendidos: dado el comportamiento de los hijos en el funeral y durante las visitas de pésame, en todo caso, hubieran esperado modificaciones de la esquela que recortaran los elogios a la difunta y la descripción de su pesar, lo contrario de lo que había sucedido.
—¿Y por qué todas estas esquelas? —fue la primera pregunta que todos los roccacolombeses se plantearon. La explicación era sencilla: los Alfallipe habían perdido la cabeza.
—¿Y por qué han perdido la cabeza? —era la segunda. No fueron capaces de hallar una respuesta racional y completa a esta sencilla y pertinente cuestión.
Como era previsible, la reacción inmediata de los amigos y conocidos de los Alfallipe fue precipitarse a su casa, aprovechando la circunstancia de que las visitas de pésame son las únicas que pueden realizarse sin invitación y, a veces, sin aviso previo. Adriana Alfallipe acogió las muestras de pesar con gratitud y su habitual cortesía. Parecía alicaída y algo brumosa; se deshacía en lágrimas con facilidad y a cada momento. Las visitas fueron tantas que nadie tuvo la oportunidad de preguntarle nada acerca de las recientes esquelas.
En realidad no era Adriana Alfallipe la persona por la que la gente se molestaba en hacer visitas de pésame, sino los hijos, para averiguar, por su comportamiento o por su respuesta a las preguntas indirectas que se hacen en tales circunstancias, los motivos de sus acciones. Los Alfallipe debían de haber previsto esas intenciones porque Gianni se largó a Catania y Carmela permaneció en casa de su madre muy poco tiempo antes de volver a la suya, víctima de una jaqueca, aunque todos sabían que estaba recuperándose todavía de los palos de su marido. Lilla, muy ocupada recibiendo y acompañando a la puerta a las numerosísimas personas que pasaban por casa Alfallipe, consiguió evitar preguntas directas acerca de las necrológicas hasta que se presentaron las primas Aruta, por sorpresa, a la hora de comer.
Mariella y Tanina Aruta eran unas ancianas solteronas, emparentadas con los Alfallipe, pero sin posibles: su abuelo se había casado con una mujer de la servidumbre y por esa trasgresión había sido desheredado. Malvivían de su mercería y eran muy queridas en Roccacolomba por su cordialidad y amabilidad: no hablaban mal de nadie y estaban siempre dispuestas a ayudar al prójimo. Tenían otra cualidad muy apreciada en el pueblo: pese a no ser nada chismosas, eran incapaces de mantener un secreto. Repetían todo lo que se les contaba y contaban todo lo que veían, no sólo sin exageraciones o adornos, sino sin formular juicios que pudieran parecer negativos: eran el telégrafo sin hilos del pueblo.
Mariella Aruta pidió a Adriana que le enseñara un bordado y ambas mujeres se fueron al saloncito de trabajo. Lilla se quedó sola con Tanina Aruta, quien le preguntó con su habitual franqueza:
—Debes decirme por qué habéis cambiado la esquela, Lilla, me lo ha preguntado mucha gente, en la tienda, y quisiera dar una respuesta que sea verdad, en caso contrario pensarán lo peor.
Lilla, que previamente había acordado con Gianni la explicación que había que ofrecer a la gente, aprovechó la ocasión para darla en ausencia de Carmela:
—Lo que ahora leéis no es una necrológica cambiada sino la que hubiera debido ser impresa desde el principio. Siento tener que decirlo, pero todo ha sido por culpa de Massimo. Se ofreció para encargarse de la publicación de las necrológicas que habíamos escrito juntos. Tú ya sabes que mamá y Mennù estaban muy unidas, y por insistencia de mamá dispusimos que se colocaran las esquelas por las calles y en el periódico, tal y como quería Mennù. No sé cómo ni por qué, pero las esquelas que aparecieron el martes estaban incompletas: Massimo se habrá olvidado de algo o no habrá leído con suficiente atención las pruebas, no lo sé. El hecho es que mamá lo sintió muchísimo, y nos hemos dicho que para nosotros es más importante contentar a nuestra madre que las críticas que nos hagan en el pueblo. Por fin la gente podrá leer la versión original.
Massimo y Carmela, por su parte, dieron una versión ligeramente distinta: no se sabía cómo, pero tanto el tipógrafo como el redactor del Giornale di Sicilia habían omitido algunas palabras del texto original. Massimo se había quejado enérgicamente, había explicado el dolor que tal omisión le habían causado a su suegra, y ellos, corriendo con los gastos, habían corregido el error.
Las señoritas Aruta hicieron cuanto estuvo en sus manos para difundir la versión de los acontecimientos proporcionada por Lilla, pero hallaron pocas personas dispuestas a creerla. En cuanto a la explicación de los Leone, fue desmentida por el tipógrafo.