En la sobremesa musical en casa de los Parrino no se escucha música sino que se habla de la familia Alfallipe y de la Mennulara
Los salones de los Parrino estaban abarrotados no sólo por las señoras, sino también, hecho desusado, por sus maridos. Los hombres solían acompañar a sus esposas hasta la casa y volvían a recogerlas al final de las sobremesas musicales, innovación en la vida social del pueblo introducida por Rita Parrino, como aún se la llamaba. Las señoras intentaron atenerse en esa ocasión a la fórmula consabida de aquellos encuentros, pero no lo consiguieron: los maridos no hacían ademán de marcharse y ninguno de los invitados parecía tener la más mínima intención de escuchar música. Deambulaban formando grupos grandes o pequeños, según la entidad de las noticias y los chismorreos sobre los extraordinarios acontecimientos que se habían verificado en los últimos días en casa Alfallipe. Los grupos parecían amebas, se deshacían y después volvían a formarse a la primera señal de habladurías aún más picantes o improbables de las conversaciones limítrofes. A pesar de que los hechos que se contaban no fueran en absoluto divertidos, se respiraba una atmósfera chispeante, tal era la antipatía, por no decir el hastío, que en Roccacolomba se alimentaba hacia la familia Alfallipe, la cual, habiéndose asegurado la posición de administradores de los príncipes Di Brogli, se había enriquecido adquiriendo sus feudos a precios ínfimos y había asumido incluso su altanería.
El atávico placer de chismorrear derrotó a la música de Wagner, que se convirtió en mero fondo musical. A Carmela Leone se la había visto, a última hora de la mañana, cuando bajaba del coche delante de su casa, temblorosa y doblada en dos, caminando con dificultad y cubierta de vómito. Massimo había tenido que sujetarla hasta el portal y tenía la cara desencajada de ira. ¿Qué le había pasado? La baronesa Ceffalia, que raramente se dignaba visitar los salones del pueblo, tras fingir una inicial reticencia a comunicar tales malas noticias, hizo gala luego ante una nutrida multitud de haber sabido de fuentes dignas de todo crédito que Massimo Leone le había atizado a Carmela; el doctor Mendicò le había encontrado algunas fracturas en las costillas. La baronesa omitió nombrar a las «fuentes dignas de todo crédito», su portera Enza Militello, que se había enterado por el marido de la planchadora de casa Mendicò, que a su vez había oído las novedades espiando la conversación entre el doctor Mendicò y su hermana, la señora Di Prima, y había referido todo a su marido cuando éste había ido a recogerla para acompañarla a casa.
Involuntariamente, doña Mimì Bommarito distrajo de la baronesa la atención del resto de los invitados, al exclamar:
—¡Era una Casandra, ésa Mennulara! Lo había previsto todo, mi criada me contaba que se había opuesto a la boda de Carmela porque sabía que Massimo era violento, hasta a su madre le había dado bofetadas, ¡tenía razón en no quererlo en su casa! La Mennulara sólo deseaba el bien de la familia Alfallipe, si la hubieran escuchado…
Los invitados, arrebatados por la noticia, se olvidaron de hacer más preguntas a la baronesa. Ésta, ultrajada, no quiso apreciar la intervención de la profesora Bommarito, mujer de modestos orígenes que ingenuamente creía adquirir cultura acudiendo a esas sobremesas en casa Parrino, que —todos lo sabían— estaban organizadas para exhibir la cubertería de plata del notario y no por amor a la música. Se empeñó por lo tanto en abatir su fugaz celebridad, diciendo con voz desdeñosa:
—No hay que creer lo que la gentuza y los criados decidan contarnos, no son personas de las que pueda una fiarse. Lo cierto es que Massimo Leone le ha roto tres costillas a la pobre Carmela, y que no le corresponde a una criada abusar de la confianza mal depositada en ella por los Alfallipe interfiriendo en la decisión sobre la boda de la hija de sus amos. Le correspondía en exclusiva al cabeza de familia, Orazio, pero es sabido que no era más que un pusilánime, bajo la influencia de ciertas mujeres, y que la ganadora siempre era ella, la criada.
Encantada de haber alcanzado dos objetivos con una bonita frase, la baronesa miró fugazmente a Mimì Bommarito, quien enrojeció de vergüenza, aceptando la lección de sagacidad y señorío; después clavó los ojos en la cara de Rita Parrino, amante desde hacía poco de Salvatore Sillitto, su yerno, lo que había llevado discordia y dolor a casa de su hija Maria José.
Se siguió hablando mal de los Alfallipe, de su arrogancia y de la debilidad de los hombres, empezando por el voraz apetito sexual del abogado Gianni.
Antes de marcharse, la baronesa lanzó el último dardo contra Rita:
—Se entiende que una familia en la que los hombres valen tan poco, una criada como la Mennulara pudiera mangonear así. En realidad os digo que Orazio vivió bajo el influjo de su madre, y más tarde de la Mennulara, quien por lo menos le salvó la posición y le fue fiel y leal, ¡y no se lo comió vivo como se rumorea que hicieron ciertas «amigas» suyas con viajes y regalos, pese a cuanto digan algunas personas!
Una vez más, la baronesa dio en el blanco: Rita palideció visiblemente, y le lanzó una mirada de fuego; la baronesa le dirigió media sonrisa, disfrutando de su turbación, y se deslizó hacia otro grupo.
Al despedirse, los invitados se congratularon entre sí y con los dueños de la casa por el éxito de la sobremesa musical. Rita, en cuanto se quedó sola en casa con sus padres, dio muestras de tener un fuerte dolor de cabeza y se retiró a su habitación. La madre fue a la cocina a controlar que las criadas hubieran lavado y secado toda la cubertería de plata, para contar después los cubiertos y guardarlos bajo llave, junto a las bandejas, en el armario empotrado. El notario Parrino se quedó solo y pensativo. Se había dado cuenta de la humillación infligida a su hija por las afiladas palabras de la baronesa Ceffalia y rumiaba ideas de venganza mientras caminaba con largos pasos pesados arriba y abajo por el pasillo, con la cabeza gacha, las manos nerviosamente entrelazadas detrás de la espalda, ignorante de las miradas de divertido estupor del personal de servicio. Después, para distraerse, se marchó al Círculo.