Capítulo 26

En casa de los Risico se analiza la situación

Después de cenar, Elvira Risico retiró la taza de café de las manos de su marido y preguntó:

—¿Qué es lo que podrá ser tan importante en el correo de una trabajadora doméstica?

Quería conocer los hechos.

—Massimo Leone es un mal tipo, gandul y mujeriego —empezó Gaspare, y siguió contando que se hablaba hasta de actos obscenos, perpetrados en su juventud contra una lavandera. Único hijo varón de un pequeño comerciante de maderas, en pocos años había llevado la empresa familiar al borde de la quiebra. Un cuñado suyo acabó comprando el negocio, y le dio un empleo ficticio. Su boda con Carmela Alfallipe fue un verdadero golpe de suerte; en el pueblo se decía que Rosalia Inzerillo lo consideraba indigno de Carmela y no quiso conocerlo nunca: se casaron en verano, mientras ella estaba de vacaciones con sus sobrinos. Massimo traicionaba a su esposa regularmente y, por si fuera poco, la maltrataba.

—A las mujeres no se las maltrata —dijo turbado, corrigiendo el tono didáctico con el que habitualmente se dirigía a Elvira—. Se dice que su padre lo zurraba de lo lindo, pero de ahí a darle a su mujer…

Y se quedó así, desarmado, como si no fuera capaz de convencerse.

Elvira, por su parte, tenía novedades espectaculares: por la tarde, la señorita de Aruta había entrado en la librería para contarle a la señora de Pecorilla que una cliente le había explicado que habían rajado los neumáticos del coche nuevo de Leone. Además, esa misma mañana, la señora de Pecorilla había hablado a media voz con el padre Arena de una persona importante que había aparecido por el funeral, no se atrevía a decir su nombre, y el cura había bajado los ojos como asintiendo. Elvira aventuró una hipótesis:

—¿Estará mezclada la mafia en esto?

Gaspare no quería oír hablar de curas ni tampoco de mafia.

—Analicemos la situación lógicamente —dijo recuperando su tono acostumbrado—. De cuanto te he explicado, hasta el momento de la muerte de Rosalia Inzerillo no hay nada sospechoso en el comportamiento de los Alfallipe y de Leone, por extraña que fuera la situación. Los acontecimientos del día de hoy tienen algo turbio, que no entiendo. Inzerillo recibía paquetes, revistas y libros en el apartado de correos. Eso podría explicarse por sus ocupaciones y por la pereza de los Alfallipe, que no se molestaban ni siquiera en retirar su correspondencia. Pero la correspondencia seguía llegando después de la muerte del abogado Alfallipe, y eso ya no me lo explico. Era un material carísimo, pornografía, arte y arqueología. Quién sabe quién lo leería. Hay que excluir a Inzerillo, semianalfabeta; es muy improbable que fuera la señora de Alfallipe, mujer burguesa, fatua y de inteligencia limitada, según quienes la conocen, sin duda no muy interesada en las antigüedades; entonces ¿quién lo leía? ¿Será que las suscripciones seguían por inercia y la correspondencia se quedaba en los sobres sin abrir? Lo dudo, dada la avaricia de los Alfallipe.

—¿Y no será que las dos mujeres leían juntas esos libros, en voz alta, como hacemos nosotros? Después de todo vivían en la misma casa, las tardes de invierno son largas —sugirió Elvira, acurrucándose bajo el brazo de su marido.

—Una relación lésbica… —murmuró Gaspare, acariciándole el pelo.

—¡Pero qué dices, Gaspare, esas dos viejas! —protestó Elvira.

Gaspare le retorcía ahora un mechón de pelo subrepticiamente.

—La historia presenta un nuevo y complicado viraje, con la visita a Correos de Carmela Leone. Inzerillo recibía correo certificado el 25 de cada mes. Me acuerdo de que una vez reclamó por un retraso de apenas un día; yo tomé nota del remitente, un banco, y esperé la verificación de un colega.

»Pero hoy la carta no ha llegado. Alguien la espera y la necesita. Por eso Carmela Leone se ha presentado amenazando y tiene tanto miedo. ¿Qué hay en esas cartas? ¿De quién tienen miedo los Alfallipe? Y ¿por qué?

Elvira se incorporó, liberando la cabeza de la mano de su marido y se encogió de hombros como diciendo que no sabía la respuesta.

—¿Y el elemento mafioso? ¿Cómo lo introducimos? Ya no entiendo nada. Elvira, vámonos a la cama y veremos qué pasa mañana —le dijo Gaspare.

—Quién sabe si la carta llegará con retraso —murmuró ella mientras apagaba la luz.