Capítulo 24

El presidente Fatta medita

Los cónyuges Fatta pasaron juntos lo que quedaba de tarde, en el saloncito de la señora, acontecimiento que sorprendió a Lucia cuando entró allí.

Margherita había quedado trastornada por las revelaciones de Lilla, temía por la integridad de Carmela y bordaba entre continuos suspiros. Pietro, sentado en su sillón junto a ella, pensaba; de vez en cuando intercambiaban algunas palabras que sólo tenían un denso significado para aquellos que han pasado la vida juntos: «Bah», «Eh, sí señor», «Qué vida», «Es verdad, qué vida», «Qué mundo más distinto», «Una locura».

El suyo era un matrimonio tranquilo y muy afectuoso, aunque Pietro no había estado nunca enamorado de su buena mujer. Le había sido fiel por miedo a perder su reputación de hombre probo, que le importaba tanto como la armonía secreta de su casa. Se respetaban y habían criado juntos una familia envidiable, algo por lo que le estaba inmensamente agradecido. Margherita lloraba en silencio. Pietro intentó consolarla prometiéndole que todo se resolvería de la mejor manera, las hijas de Orazio eran demasiado teatrales. La mujer se recobró y le acarició la cara antes de dejarlo para ir a visitar a Adriana. Pietro le tomó la mano y le propinó un largo beso, convencido de que a su muerte las cosas serían distintas.

Cuando por fin se quedó solo se recompuso, tomó un café, el último del día, y se refugió en su despacho. Allí guardaba una colección consoladora y secreta de libros eróticos y pornográficos antiguos y modernos, que tenía escondidos en unas estanterías dobles proyectadas con Orazio. Aquellos libros eran su alivio solitario y silencioso; de aventuras reales había tenido bien pocas, de joven, y ninguna después de su boda.

Su queridísimo amigo Orazio, casi un hermano, no había tenido esos problemas. A pesar de que sus padres le obligaron a dedicarse a la abogacía, ejercía su profesión esporádicamente y con tanto desinterés que cuando decidió poner fin a su actividad jurídica, en el pueblo fueron pocos los que se dieron cuenta. Había aceptado tomar como mujer a Adriana Mangiaracina para contentar a sus padres, como por lo demás había hecho también Pietro casándose con su prima, pero no había abandonado ni disminuido su activo interés por las mujeres, lo que llamaba su actividad venatoria. Poseía un agudo sentido del humor y sostenía que sus energías se concentraban en el crecimiento demográfico de los cornudos y en el saneamiento genético de los roccacolombeses, entre los que predominaban los matrimonios consanguíneos. En tales situaciones, Orazio sabía cómo comportarse. No sólo era un amante discreto y considerado, sino que supo mantener relaciones de afectuosa complicidad con la mayor parte de las mujeres casadas con las que había tenido aventuras galantes.

Entre los dos amigos no había secretos. Orazio le hablaba a Pietro de sus mujeres y juntos organizaban el complot para su conquista, desde el cortejo inicial a la seducción. Pietro contribuía con su refinada y vasta erudición; era como si él también viviera las historias de Orazio, tal era su identificación y la riqueza de detalles y sensaciones que el amigo volcaba sobre él.

Orazio era también un hombre de cultura e intereses diversos. Mimado por su madre, estaba acostumbrado a satisfacer todos sus caprichos y a ser el centro de atención. Gracias a la relación con los príncipes Di Brogli, en verano los Alfallipe se codeaban con la nobleza que pasaba las vacaciones en la montaña: Orazio era muy requerido y apreciado por su conversación brillante y su cultura ecléctica. Además, amaba la música, sobre todo la ópera, y era coleccionista por naturaleza. Se dedicaba, por breves e intensos periodos de tiempo, a coleccionar todo aquello que le entusiasmaba para abandonarlo más tarde por un nuevo objeto de interés, como hacía también con las mujeres, dilapidando su patrimonio. No se interesaba por sus bienes y tampoco por su familia: si no hubiera sido por la sagaz administración de su madre y más tarde de la Mennulara, habrían acabado en la calle, como tantos otros.

Con la muerte de la Mennulara parecía como si la familia se estuviera desintegrando y saliera definitivamente a la superficie la insensatez de sus miembros. Pietro Fatta escogió un libro y se olvidó de Roccacolomba y del mundo entero.