Al día siguiente Mr. Merlin se levantó en la sala para anunciar un importante cambio en la situación y pidió al juez Hogtie el aplazamiento del juicio para modificar los informes, respondiendo de que su cliente satisfaría todas las costas que el caso devengare.
El abogado de la demandante (Mr. Schreiner) se opuso, naturalmente, a esta demanda con toda la elocuencia de que era capaz. Tenía confianza en la victoria tal como el asunto se había enfocado, y el atento lector verá claramente cuánto dependía de una victoria inmediata. Si Edith conseguía ahora recuperar la posesión legal del sello, dejando a Jane sólo la facultad de intentar una nueva acción para su rescate (única alternativa del permiso de modificación del proceso), ¿dónde estaría Jane? Jane no estaría de ninguna parte. Los nuevos derechos de Jane (que en breve definiremos) siendo exclusivamente defensivos, no serían ya de ningún provecho. Los terrenos sólidos de objeción suscitados por Mr. Schreiner eran que Jane trataba de invocar un título sobre el sello que no poseía cuando ilegalmente tomó posesión del sello que Mildred Young había arrebatado ilegalmente.
El juez Hogtie, sin embargo, denegó la objeción, concedió la súplica del abogado y aplazó la causa. Las posibilidades legales le intrigaban.
La explicación de todo esto era que el Emú, mientras estuvo en Liverpool ayudando a Mildred a entrar en posesión de su legado, tuvo acceso a los papeles que relataban la pérdida del Phoebe, y se dio cuenta de que todos los riesgos fueron cubiertos por la Compañía de Seguros «Coastal & Marine». Este nombre le parecía familiar, pero no sabía a qué asociarlo. Y sólo durante la exposición de la causa pudo ver claramente que, estando el Phoebe totalmente asegurado, la reclamación de las mercancías perdidas debió ser debidamente liquidada, y que el cargamento comprendía la emisión de sellos, y por lo tanto, que A.P.B., como superviviente del naufragio, había pasado a ser propiedad de la compañía de seguros y que esta compañía de seguros era la «Coastal & Marine», la cual…
Sí; entre las propiedades en las cuales el Emú había sucedido al sexto marqués de Babraham, abuelo de Jane, figuraba una, al parecer, de escaso valor: los bienes recuperables de la «Coastal & Marine Insurance Company» que, a la liquidación de la firma en 1871, como consecuencia de una serie de contratiempos y mala suerte, compró por una bagatela a sus coacreedores. El edificio de las oficinas de Upper Thames Street era muy elegante y había algunas deudas difíciles que le parecieron no serlo tanto como los directores le habían hecho creer. La reclamación del Phoebe había sido saldada en octubre de 1867. Se conservaba el recibo.
Todo esto fue plenamente confirmado por los abogados del Emú, y Jane le compró todos sus derechos sobre el sello A.P.B. al precio nominal de media corona.
Los abogados de Edith fueron informados de esta transacción, y considerando que el caso estaba perdido irremisiblemente, le aconsejaron que retirase su acción.
Edith se retiró. La marquesa de Babraham quedó, pues, dueña legal del sello, la carta y el sobre, y era inconcebible que ningún pretendiente a estas cosas pudiese presentarse. Y nadie se presentó.
¿Entonces no es este el final de la historia? Todavía no.
En el momento en que la segunda acción ante el Tribunal fue señalada para la vista, Oliver y Edith habían iniciado su reino teatral en el «Burlington». Cuanto menos digamos sobre esto, mejor, porque ahora que Jane tenía la posesión legal del A.P.B., estaba casada con su rico, apuesto, inteligente y comprensivo primo, y todo prometía prepararle un resonante triunfo en la industria de la cinematografía, parece un poco injusto poner excesivamente de relieve el espectacular fracaso de los planes teatrales de Oliver. No tenía el menor sentido de lo que el público quería, trató de amedrentar a los actores y las actrices, no gastó suficiente dinero en publicidad y puso en escena sus propias obras. La más larga temporada que consiguió aguantar duró quince días y la profesión, notoriamente supersticiosa, llegó a creer que pesaba un maleficio sobre el teatro y lo boicoteó.
La salud de Edith estaba muy quebrantada y esto fue una buena excusa para venderlo. Lo vendieron. Perdieron mucho dinero en el asunto. Jane volvió a tomar el arrendamiento del teatro y lo convirtió en una lujosísima sala de cinc.
El primer hijo de Edith había nacido y un año y medio más tarde vino una niña. Después Edith resultó gravemente herida en un experimento eléctrico que estaba haciendo. Oliver se hallaba a la sazón en Constantinopla, buscando material para otra novela. En realidad, Edith y él no se llevaban nada bien.
Edith, bajo la influencia de la morfina, llamaba repetidamente a Jane. Jane fue avisada, y en cuanto se enteró de que Oliver no estaba en Inglaterra acudió en el acto. El doctor le dijo:
—Temo que Mrs. Price no vivirá. Si vive, no volverá a andar nunca más. Pero no tiene que saberlo. Jane entró sigilosamente en la habitación a oscuras.
—¿Eres tú, Jane?
—Sí, Edith, querida. Eres una tonta de haberte herido de esta manera. Pero dicen que no tienes nada grave. Sólo el choque.
—Se equivocan. No viviré. Por esto te he mandado buscar. Si tuviese que vivir no me hubiera atrevido.
—No debes hablar de esta forma, querida…
—Sí, sí… Jane, ¿me perdonas? ¡Hace tanto tiempo que quería pedírtelo…! Desde que nació mi hijo, en realidad.
—¿Por qué? ¿Por lo de Oliver? ¡Qué tontería! Si no te hubiese perdonado no hubiera venido. ¿Y me has perdonado tú a mí?
—¿Por qué? ¿Por haber tratado de impedir mi boda con Oliver? ¡Ojalá lo hubieses conseguido!
—¡Cómo…! ¡Oh, lo siento tanto…! ¿Es que no te ha tratado bien?
—No. No me ha querido nunca, en realidad. Me di cuenta demasiado tarde. A quien quería era a Edna. Pero no podía conseguirla, y se vengó de ti casándose conmigo. Y mi dinero le era útil, desde luego. Nuestro fracaso del «Burlington» le llegó al alma. ¿Sabes lo que sucederá ahora, Jane?
—Dímelo, Edith querida…
—Yo me voy a morir y Edna se divorcia de Freddy. Ya sabes las cosas que ocurren en la India. Freddy bebe como un pez y además se ha jugado casi todo el dinero de Edna en la bolsa. De manera que Edna vendrá a ocuparse de mis chiquillos, porque le gustan mucho los niños, y dentro de un año Oliver podrá casarse con la hermana de su difunta esposa.
—¡Qué tonterías, Edith! En primer lugar, no morirás, y, en segundo, no hay nadie más que tú que sea lo suficientemente idiota como para enamorarse de Oliver.
—¡No, en serio! Sé muy bien que ahora está en Constantinopla con Oliver ayudándole a recoger material para su próxima novela. Me parece que siempre le ha gustado, pero se avergonzaba de ello.
—¡Nunca comprenderé a las mujeres!
—¿Cómo va la compañía? ¿Cómo va Nuda? Es la que me gustaba más, me parece. Y J. C. Neanderthal… Y Madame Blanche… Muchos recuerdos a todos. Incluso a…
—¿Incluso a Owen Slingsby?
—Sí, a todos. Nos hemos divertido mucho juntos… ¡Jane!
—Sí, querida.
—¿Te acuerdas de cuando yo era chiquilla, que me planteabas problemas científicos para que te los resolviese? Lo pasaba tan bien. Me sentía feliz hasta que volvía a verte. ¿Te importaría…?
—¿Quieres un problema ahora? Edith asintió.
—Veamos —dijo Jane—. ¿Qué necesito? De momento, lo único que necesito es un paraguas. Detesto los paraguas. Le dan a una un aspecto tan vulgar… Edith, dibújame un paraguas que sea digno. Que no pese nada, pueda llevarse en el bolso, no se desgarre, no se vuelva del revés y no pueda perderse. ¿Te sirve esto como problema?
—Me durará toda la noche. Gracias, Jane. No hay límite en el gasto, ¿verdad?
—No. Sólo hace falta un paraguas para mí. O mejor dicho, dos, uno para mí y otro para ti. No quiero que nadie más que tú lo tenga igual.
Entró la enfermera y dijo que era hora de que Jane se marchase. Y así Jane besó a Edith y Edith dijo que se sentía feliz.
—Vendré mañana por la mañana temprano —dijo Jane.
Edith murió aquella noche, y al día siguiente la enfermera le enseñó a Jane un diseño inacabado hecho sobre la página de guarda de la última novela de Oliver. Debajo del dibujo había escrito: «Paraguas. Con el cariño de Edith. Besitos».
La enfermera le dijo:
—¡Pobre Mrs. Price, deliraba! Me hizo prometer que le diría que el principio de su nuevo paraguas es el gas helión. Dijo que sin él no podría obtener la rigidez necesaria para un objeto tan pequeño que pudiese caber en un bolso y que no pesara nada. Es curioso las ideas que se les ocurren a los enfermos cuando van a morir…
Y así Oliver se casó con Edna. Jane y el Emú fueron invitados a la boda, pero no asistieron. Jane dijo: «No es por nada que Edith y Edna eran gemelas. En el fondo, parece que fuesen idénticas. La misma inexplicable química del corazón». Y Edna no tuvo hijos de Oliver, y desde luego, no se le pueden achacar a él las culpas.
Se habrá observado que hemos pasado ya del año 1936 y que volamos confiadamente hacia el futuro. La hijita de Edith, sin embargo, no ha nacido todavía en el momento de entrar este libro en prensa. La legitimidad de tal anticipación de fechas ha sido largo tiempo debatida. El 10 de mayo de 1813, por ejemplo, Miss Charlotte Clavering le escribía a Miss Susan Ferrier, con la cual colaboraba en una novela: «Tengo ahora una duda que someterle. ¿Es admisible escribir sobre acontecimientos que tienen que producirse en un tiempo futuro? Porque sitúa usted la historia de la madre, conjeturo, en estos siete u ocho años pasados; luego la historia de la hija alcanzará por lo menos diecinueve años más adelante. A mí no me choca, en absoluto, pero no sé lo que podría decir la demás gente, ya que no existe otro caso igual». Pero el Tiempo corrigió el error hacia 1852, y hay que confiar en que el Tiempo corregirá este también. Hacia 1949, más o menos, todo habrá pasado holgadamente.
Estamos en junio de 1949, y Jane, mujer todavía joven y bella (pero vestida con trajes que en 1936-1937 se considerarían horriblemente futuristas), se pasea por Kensington Gardens. Puede reconocerse todavía Kensington Gardens, pese a que han aparecido nuevos parterres llenos de curiosas flores del Himalaya (¿un nuevo triunfo científico sobre el clima?), y no se percibe ya el distante rumor del tráfico, sino sólo el ocasional silbido de algunos objetos en el aire, muy altos, demasiado rápidos para que la vista pueda verlos. Y una línea de horizonte tenue, los jardines de los tejados de los hoteles lujosos. Todavía hay nurses con sus cochecitos, pero estos son objetos extravagantes con piernas en lugar de ruedas y con formas de animales, caminando de una manera casi real y obedeciendo a la voz de la nurse. Debe de ser divertido ser nurse en 1949. Subsisten todavía los Guardsmen vestidos de colorado, agitando el aire con sus eternamente elegantes bastones. Uno de ellos, joven sargento de rostro agradable de los Coldstream, le está diciendo galanterías a una linda niñera, sentados ambos en un banco, bajo un castaño. La linda niñera lleva una sortija con un diamante en la nariz y el cabello pintado de verde oscuro. Los castaños parecen pequeños en contraste con los enrejados circulares de madera de unos sesenta pies de altura, por los cuales trepan unas enredaderas con tallos como las mangueras de goma de los incendios portuarios. Parece que se trata de los conocidos «dondiego de día». (Ipomaca) agigantados artificialmente y perfumados, y las flores de azul eléctrico o rojo escarlata tienen el tamaño de una bandeja de té. Son algo horrendo en sí mismos, pero muy ornamentales para un parque público. En lo alto de los enrejados, a cada extremo, está fijada una colmena. Las abejas que, por lo que dice el sargento, son de una especie que no pica, si bien del tamaño de un abejorro, se afanan. Porque estas flores (que por alguna razón de él conocida llama «Stosias», y suponernos que algún nombre hay que darles) derraman literalmente miel, como en las leyendas de la Edad de Oro. Sin embargo, nadie presta gran atención a ellas por lo que imaginamos llevan ya allí exhibiéndose al menos uno o dos años. Las sortijas de la nariz, dicho sea de paso, son universales y parecen muy bonitas una vez se ha acostumbrado uno a la idea. Jane lleva una bellísima, de zafiros.
La chiquilla confiada a la linda niñera es una preciosa criatura de once o doce años. Tiene los dedos largos, un perfil delicado, el cabello multicolor y un andar ligero. Se aleja del árbol y encuentra a Jane.
—¿Te aburres? —le pregunta Jane gentilmente.
—¡Y tanto! No hago más que pensar —responde la chiquilla en un tono preciso.
—¿En qué?
—En el bestia, en el muy bestia de mi hermano y su odioso álbum de sellos. Jane abre los ojos.
—¿Cómo te llamas, querida?
—Sarah. Sarah Whitebillet Palfrey Price.
—¡Oh, desgraciada criatura! Debí suponerlo. ¿No se llama Reginald tu hermano?
—Sí, es mayor que yo, y es un cerdo. ¿Cómo lo sabes?
—Tu madre fue mi mejor amiga, durante años.
—¿De veras? Entonces, ¿por qué no vienes a vernos?
—Me peleé con tu padre. Sarah se echó a reír.
—Yo también me he peleado con papá, esta mañana. Por el dichoso álbum de sellos.
—Dime —prosigue Jane—. Háblame de él. Pero ante todo quiero saber una cosa: ¿sabías que tienes una tía llamada Jane? ¿No te han hablado nunca de ella?
—No. ¿De veras? ¿Es simpática?
—Tu padre no lo cree así.
—¡Oh. papá! Papá tampoco cree que yo sea simpática. Se pone furioso cuando bailo. Tengo que hacerlo a escondidas, y Reggie es un chivato asqueroso…
—Háblame del álbum de sellos, Sarah.
—¡Oh, sí! Papá se lo dio a Reggie cuando cumplió doce años. Le hizo una especie de sermón. Le dijo que era su álbum, que lo tenía desde chiquillo y que lo había guardado para él, cuando fuese mayor. Y le dijo a Reggie que yo no debía meter la nariz en él nunca jamás ni acercarme para nada, porque era enteramente suyo y las muchachas no entienden de sellos, y que el álbum valía un montón de libras. Desde entonces Reggie está insoportable. Dice: «No eres más que una chiquilla y mi álbum vale un montón de libras, y no debes ni acercarte a él, y si te acercas se lo diré a papá».
—Mala cosa… —murmuró Jane—. Dime, ¿es uno de estos muchachos cargado de espaldas y corpulento que dice mentiras y tira del cabello a sus hermanas?
—Sí, ese es Reggie. Pero tiene que andarse con cuidado con tirarme del cabello ahora. La última vez le arrojé encima un frasco de goma y se quedó con todo el cabello y la cara untados. Además usa lentes; siempre puedo romperle los lentes, accidentalmente a propósito.
—Sí, es un buen truco. Recuerdo que una vez rompí también unos lentes accidentalmente a propósito. Supongo que Reggie irá a Charchester el año que viene, ¿verdad?
—Sí. Está ya inscrito allí. Papá fue también.
—¿Y tú?
—Me voy a escapar en cuanto tenga dinero suficiente. Estoy economizando ya. Quiero ser bailarina. No se lo dirás, ¿verdad? ¿Prometido?
—Te lo prometo solemnemente, Sarah. Háblame de tu pelea con tu padre.
—¡Oh!, le he dicho únicamente que si estaba decidido a convertir el álbum en una especie de tierra prohibida sólo para Reggie y para él, le haré desear a Reggie no haber cumplido nunca los doce años. Y le he declarado la guerra a papá. Esta mañana me he levantado temprano y le he robado dos páginas de la nueva novela que está escribiendo. Las he metido en la biblioteca, en el volumen LORD-MUMPS de la Enciclopedia. No se ha dado cuenta todavía. Será gracioso cuando pase. Se vuelve loco hasta cuando extravía su bolsa de tabaco. Se la he escondido también. La he metido dentro de un par de calcetines de invierno.
Jane miró a Sarah con admiración.
—¿Vendrás aquí el próximo domingo?
—Cada tarde, menos los martes y viernes, que tengo lección de música.
—Entonces, búscame.
Se encontraron el domingo siguiente. Jane llevaba un paquete en la mano.
—Eso es para ti —dijo.
Sarah lo abrió. Era el álbum de sellos que había un día pertenecido a Harold Dormer. Jane le explicó que los sellos que contenía eran los duplicados exactos de los del álbum de Reggie, con diez libras más de sellos que Jane había encargado a Messrs. Harrow & Hazlitt a fin de poner la colección al día.
—Supongo que eres mi tía Jane —dijo Sarah—, ¿verdad? Para cuando me escape de casa, ¿cuál es tu dirección?
Al día siguiente llegó una carta para Sarah. No era su cumpleaños, de manera que Reggie y la nurse quedaron sorprendidos.
—¡Ábrela, Sarah! ¿Por qué no la abres?
—Desayunaré primero —dijo Sarah. Se llevó la carta sin abrirla y se encerró con ella en su dormitorio para leer con tranquilidad. Decía así:
21 de junio de 1949
BIG FIVE BANKING CORPORATION
DEPARTAMENTO FIDUCIARIO
Telev. City, 9191
Señora:
Tenemos el gusto de poner en su conocimiento que tenemos en depósito destinado a usted y hasta el día de su decimosexto cumpleaños un sello único conocido por «Antigua, Penique, Burdeos» (o castaño lila 1866), que en el día de hoy le ha sido traspasado a usted en título de propiedad por su tía paterna la marquesa de Babraham, D. B. E. Su tía desea que este sello sea vendido en provecho suyo en pública subasta, sobre las bases que dispondremos al ser informados por usted de que ha alcanzado su decimosexto cumpleaños, y que debe usted destinar el importe a abrir una cuenta en nuestra casa. La única condición impuesta a este donativo es que no deberá usted ceder entretanto sus derechos sobre el sello, ni en su totalidad ni en parte, directa ni indirectamente a ningún miembro varón de la familia Price.
Quedando a sus órdenes, señora, somos sus obedientes,
V. RAMAGE
Departamento Fiduciario
p. p. del B.F.B.C.
Sara escondió la carta en un cajón secreto que había descubierto en el escritorio que le fue legado por su madre. Cuando Reggie le preguntó:
—¿Qué era aquella carta? Vamos a verla… —ella respondió tranquilamente:
—Era una carta de mi Banco. No es asunto tuyo.
Aquella tarde Reggie jugaba al fútbol. Por la noche, cuando regresó, encontró a su hermana con unas pinzas en una mano y un montón de sellos en la otra, inclinada sobre el álbum, puesto sobre la mesa de trabajo. Profirió un grito de horror y trató de quitárselo. Ella se aferró a él. Le tiró del pelo. Ella le clavó las pinzas en la pierna. Él le dio un golpe en la cara. Ella le mordió un dedo con todas sus fuerzas. Lanzó un aullido. Oliver y Edna acudieron corriendo.
—¿Cómo te atreves a tocar el álbum de Reginald, después de que te lo tenga expresamente prohibido? —gritó Oliver.
—¿El álbum de Reggie, papá? —dijo Sarah con voz ofendida—. No es el álbum de Reggie. Es mío. Es mucho mejor que el de Reggie y es mío.
Mostró la página de guarda.
«A Sarah con todo cariño de ella misma, 20 de junio de 1946».
—¡Me ha mordido, papá! —aulló Reggie—. ¡Castígala!
Oliver cogió el álbum y le dirigió una mirada larga y escrutadora.
—¡Jane! ¡Siempre Jane!
Sí, los sellos (pueden tener la seguridad) eran de gran valor; algunos de ellos hubieran, incluso, podido alcanzar algo más; aquel 1851, 2 soldi, rojo-ladrillo de Toscana, por ejemplo. Y en cuanto a la posesión legal de «Antigua, Penique, Burdeos», ¿quién sabe? Tratamos aquí un complicado e insólito estado de cosas y en tales circunstancias raras veces es posible decir si la ley es esto o aquello; es sobre la incertidumbre de la ley que la profesión legal florece (si acaso). De todos modos, estamos convencidos de que el relato que los periódicos publicaron de los dos procesos que figuran en este libro fueron fidedignos, y si el juez dictó una sentencia errónea en el primero de los casos, pues… con el mayor respeto… son cosas que algunas veces los jueces hacen.