En el periódico del domingo, día 26 de abril de 1936, apareció el siguiente relato de los acontecimientos.
OTRA VEZ EL «ANTIGUA, PENIQUE, BURDEOS».
MRS. OLIVER PRICE DEMANDA AL MARQUÉS Y LA MARQUESA
DE BABRAHAM, EX ACTRIZ CÓMICA
La causa célebre del pasado otoño, en la cual Miss Jane Palfrey, actual marquesa de Babraham, demandó a su hermano Mr. Oliver Price, conocido autor, y a su asociada teatral, Miss Edith Whitebillet, por la posesión del célebre sello «Antigua, Penique, Burdeos», tuvo una secuela de igual transcendencia ayer ante los Tribunales, cuando Miss Edith Whitebillet, actual Mrs. Price, demandó al marqués y a la marquesa de Babraham y a Miss Mildred Young de Fallowfield, Manchester, titulada secretaria, por la misma notoria y disputada posesión.
Se recordará cómo, por un golpe de audacia, el pasado diciembre el sello pudo ser sustraído mientras se procedía a su subasta y en el momento en que las ofertas habían alcanzado la suma asombrosa y sin precedentes, de 137 000 libras. Parece ser que Miss Mildred, alias Mavis Jongh, que resultó ayer ser la misteriosa persona que consiguió desaparecer con el sello ante las mismas narices del subastador, Mr. Hazlitt, era la verdadera propietaria del sello, como heredera de la persona a la cual fue originariamente expedido. Pero se ha demostrado que la marquesa de Babraham, en cuya posesión se halla actualmente el sello, se lo ha comprado con posterioridad. El precio no ha sido revelado. Miss Young es australiana, nieta de la persona a quien fue dirigida la emocionante carta franqueada con este sello único, escrita por su tío abuelo, capitán de marina mercante, y arrojada al mar en una botella desde un barco que se hundía en las costas de Antigua.
Se produjo una gran sensación cuando Mr. Philip Schreiner, K. C. se levantó y, en nombre de la demandante, expuso al Tribunal que en los alegatos no se revelaba ninguna defensa de la acción. Solicitó la sentencia inmediata. Mr. Schreiner arguyó que, aun cuando los demandados pudiesen probar sus alegaciones, sólo conseguirían establecer sus derechos sobre el sobre al cual iba adherido el sello, pero no sobre el sello mismo.
El juez, Mr. Hogtie, decidió que el asunto debía ser discutido, pero expresó la opinión de que el punto de vista de Mr. Schreiner era de gran peso y que esperaba verlo expuesto extensamente por el letrado.
Mr. Schreiner declaró que en los informes, la tarea de probar este caso recaía sobre los demandados. Su Señoría asintió y dio orden de que empezasen.
Tomando la palabra, por consiguiente, en nombre de la defensa, Mr. Anthony Merlin K. C. expuso cómo, en la primavera de 1866, aquella carta, objeto del litigio, había sido dirigida por el infortunado Young, capitán de marina mercante, a su hermano Fred, de Oddington Oxfordshire, primitivo emigrante a las antípodas; cómo había sido hallada por alguna persona desconocida entre los restos del naufragio en la playa y expedida por el correo a los armadores de Inglaterra a cuyo cuidado estaba dirigida. Describió las infructuosas pesquisas hechas para dar con las huellas del hermano del capitán, que se hallaba en aquellos tiempos en la isla de Norfolk y, por consiguiente, fuera del radio de difusión de los periódicos en que se insertaron los anuncios; y cómo ante el fracaso de estos esfuerzos, la carta, junto con una cierta cantidad de dinero nada despreciable y algunos efectos personales pertenecientes al infortunado capitán, habían sido guardados en custodia por las diferentes generaciones de Whitebillet, esperando quien lo reclamase y, al no hacerlo nadie, fueron paulatinamente olvidados.
Mr. Merlin explicó entonces en qué extraordinarias circunstancias el marqués de Babraham, australiano también por nacimiento, había hallado la pista del descendiente y único heredero titular del destinatario original, la actual demandada Mildrey Young. Explicó cómo Miss Young, debido al tiempo transcurrido había perdido el derecho a recuperar la carta por una acción legal —los medios que había empleado para hacerse con ella era un tema que no se proponía tratar— era todavía, sin embargo, su legal propietaria. Había resuelto recuperar la posesión de su propiedad por el método no usual, pero perfectamente legal, de recobro pacífico, y lo había llevado a cabo en el escenario del «Burlington Theatre» durante la subasta de sellos.
Mr. Merlin añadió que Miss Young era la representación viviente de su tío abuelo y que, hechas las debidas averiguaciones, resultaba que había sido netamente reconocida por la Whitebillet, Thunderbottom and Spanish Main Shipping Company, Ltd. —actuales propietarios de la antigua compañía Whitebillet— y que todo el legado del difunto capitán de marina mercante le había sido debidamente entregado. En reconocimiento a la ayuda prestada por el marqués al procurarle la restitución de la herencia de la familia y por ulterior consideración monetaria, Miss Young había transferido recientemente y por documento legal todos sus derechos sobre el sello a la marquesa de Babraham.
Refiriéndose al tema tan dramáticamente suscitado por Mr. Schreiner al principio de este debate, Mr. Merlin arguyó que el sello no podía ser considerado separadamente del sobre. Uno y otro eran inseparables.
EL JUEZ HOGTIE: Hace muchísimos años, tenía yo la costumbre de someter los sobres que me daban de cartas extranjeras o que hallaba en los cestos de papeles, a la acción del vapor de una cafetera. Este es un procedimiento que no goza hoy de gran favor entre los modernos coleccionistas de sellos, según tengo entendido, quienes estiman que la acción del vapor puede perjudicar el colorido de muchos ejemplares valiosos cuya impresión es defectuosa. Sin embargo, si mi memoria me es fiel, al cabo de unos sesenta años, siempre consideré los sellos como fácilmente separables de los sobres o «cubiertas», como creo son designados hoy técnicamente por los iniciados filatélicos. (Risas).
MR. MERLIN: Físicamente separables. Su Señoría…, pero…
MR. SCHREINER: Su Señoría, sólo reclamo un sello físico, y dejaré encantado a mi docto colega todo el consuelo espiritual que su cliente pueda hallar. (Risas).
MR. MERLIN: Iba a exponer, Su Señoría, que sello y sobre constituyen una única pieza y objeto, de la misma manera que la constituían en las épocas anteriores a la invención del sello adhesivo, o como la constituyen ahora en el sistema de franqueo concertado utilizado por las grandes firmas comerciales; y que, si bien un objeto puede indudablemente hacerse trizas, el derecho a él es único e indivisible.
EL JUEZ HOGTIE: ¿No sería divisible bajo este concepto, Mr. Merlin? Si suponemos que el papel de la carta hubiese sido propiedad del capitán Young cuando esta fue escrita y transferida al abuelo de Miss Young, ¿no aparece claramente que el sello no era suyo? A mi juicio, el sello puede hallarse en una situación muy diferente de la del sobre.
MR. MERLIN: Puede haber o no defectos en el título de propiedad del capitán Young sobre el sello, o incluso sobre el papel o la tinta (ya que estos pueden haber sido propiedad de la Compañía), pero estaba indiscutiblemente en posesión de la carta como un todo, incluyendo el sello, antes de que la disfrutara la demandante y propongo, con la venia de Su Señoría, dejar bien establecido que sus derechos, por defectuosos que pudiesen haber sido, pero siempre superiores a los de la demandante, recaen sobre los demandados.
Mr. Merlin comenzó a desarrollar un intrincado argumento legal completamente fuera del alcance de la elegante concurrencia que llenaba la sala de Justicia de Su Señoría el juez Hogtie, y a citar cierto número de casos que formaban jurisprudencia. Se llamó entonces a declarar a Miss Mildred Young, una mujer alta y llamativa, que apareció ataviada con un abrigo de renards plateados, un gorro ruso de la misma valiosa piel y varias sortijas que centelleaban con cada gesto de sus expresivas manos. Aportó la prueba de su identidad como sucesora al título de su abuelo con respecto a la carta dirigida a él.
—¿Es usted australiana de nacimiento? —le preguntó Mr. Schreiner.
—Sí.
—¿Realiza curaciones por fe?
—Soy médico de la Ciencia Cristiana. Sin título, desgraciadamente. Trabajo de una forma independiente.
—¿Quiere decir que es una curandera?
—En absoluto; no he seguido nunca un curso de teología, pero practico de acuerdo con los textos.
—¿Lo hace usted como ocupación remuneradora?
—No, para hacer el bien. No cargo honorarios.
—Pero si alguien quiere pagarla, ¿acepta?
—Mrs. Eddy estableció que no debe rehusarse el dinero si alguien lo ofrece y una lo necesita.
—En resumen, ¿es su medio de vida?
—Es una ayuda.
—¿Cuándo vino usted a este país?
—Por primera vez en 1923, con mi madre. Regresé a Australia dos años después para volver aquí, sola, en 1930.
—¿Vivió usted muy modestamente en Australia entre 1925 y 1930, según tengo entendido?
—Hacia el final tuve que luchar bastante.
—Algunos de los medios por los que consiguió usted ganarse la vida durante aquellos años son un poco discutibles, ¿verdad?
—Puede usted interrogarme sobre ellos si quiere.
—Me propongo hacerlo. ¿Estuvo usted empleada en un «Sydney Fun-Fair[15]»?
—Durante algún tiempo.
—¿Actuó usted como Mujer Ayunadora?
—No fue una actuación. Mi doctor me aconsejó el ayuno como cura para una enfermedad intestinal que, según él, padecía.
—¿Su doctor? ¿No era usted fiel a la Ciencia Cristiana en aquel tiempo?
—No muy ferviente, temo… Y el ayuno no parecía estar en contradicción con los principios de nuestra fe. El Fundador ayunó también.
—No quisiera herir sus susceptibilidades religiosas, Miss Young, pero supongo que el Fundador de su religión no debió exhibirse en un «Fun-Fair», ¿verdad?
—No me refería a Mrs. Eddy; me refería a Nuestro Salvador.
Mr. Schreiner pareció quedar un poco confuso por esta respuesta.
—¿Pretendió usted adivinar también el porvenir?
—No; yo leo los caracteres. Es muy diferente.
—¿Estuvo usted, sin embargo, una vez en este país acusada de decir la buenaventura en una feria de Blackpool?
—No fui procesada. No decía la buenaventura.
—¿Quiere usted decir que las cosas que predecía eran todas patrañas?
—Quiero decir que sabía que decir la buenaventura era ilegal.
—Era usted una muchacha despierta, ¿verdad?
—Todas las muchachas australianas son bastante desenvueltas, y tenía mucho cuidado en no pasar los límites de la lectura de los caracteres. No hacía nunca referencia a futuros acontecimientos a los que pudiese llevar el defecto de carácter, aun cuando los viese claramente.
—Comprendo. ¿Fue mientras decía usted la buenaventura, o leía los caracteres, si prefiere, en Blackpool, que entró usted en contacto con su antiguo patrón Mr. John Guffey Brownsea, de Blanckburn, propietario retirado de un molino?
MR. MERLIN: Protesto, Su Señoría; esta clase de preguntas son completamente impertinentes al caso. ¿Necesita mi docto colega arrancar a Miss Young toda su biografía?
MR. SCHREINER: Es pertinente como crédito, Su Señoría.
El juez Hogtie autorizó la pregunta.
Miss YOUNG: Sí, quedó profundamente impresionado por algunas advertencias que le hice respecto a su carácter. Me contrató como secretaria.
MR. SCHREINER: ¿Pagándola cinco libras a la semana?
—Sí.
—¿Por una hora de trabajo al día?
—Algunas veces mucho más.
—¿Lo convirtió usted a la Ciencia Cristiana?
—Algunas plácidas conversaciones conmigo le hicieron ver la verdad.
—¿Le tomó Mr. Brownsea gran cariño y le hizo valiosos regalos de ropas y joyas?
—No tan valiosos como sugiere usted. Y tuve la suerte de poder hacer mucho por Mr. Brownsea a cambio
—¿Qué hizo usted por él?
—Le hice dejar la bebida. Era un alcohólico.
—¿Mrs. Brownsea no le tomó a usted tanto cariño como su marido?
—Reprobaba mis creencias religiosas y, al parecer, quería que su marido volviese al error.
—¿Y lo hizo?
—Lamento tener que decir que debido a lo que yo considero una mala conducta por parte de ella y un equivocado concepto del deber por parte de él, es cierto que retrocedió un poco.
—¿Murió, en efecto, de alcoholismo agudo en 1934?
—Pasó a mejor vida.
—Le pregunto a usted si murió. ¿No puede usted hablar claro?
—No utilizo las mismas expresiones que usted. Es una palabra errónea.
—Bien, antes de «pasar a mejor vida» como usted dice, ¿no pasó también por alto su nombre cuando añadió dos codicilos a su testamento?
—No, me dejó un legado.
—¿De 5000 libras?
—Sí.
—¿Bajo el nombre con el cual la conocía a usted, Mavis Jongh?
—Exacto.
—¿Dejó al mismo tiempo 2000 libras a una contorsionista llamada Patty Fahy que le había presentado usted en la feria des Blackpool?
—La había conocido primero en Morecambe. Miss Fahy era una muchacha respetable, y Mr. Brownsea estaba impulsado por los más generosos motivos. Quería ayudarla a arrancar un negocio que no requiriese una desagradable exhibición. Siempre había suspirado por una pequeña tienda de tabacos y dulces.
—Dejemos las aspiraciones secretas de Miss Fahy. ¿Le dejó 2000 libras?
—Sí.
—¿Fue discutido el legado por la viuda?
—Sí.
—¿Y denegado?
—Sí.
—¿Se probó que había usado usted una indebida influencia sobre Mr. Brownsea?
—No es cierto. Jamás le mencioné el testamento. Había un prejuicio contra nosotras como artistas de varietés.
—¿Pero esta fue la decisión del Tribunal?
Miss Young asintió.
Mr. Schreiner hizo una especie de aparte como diciéndose «Vamos a ello, ahora». Le pregunto a Miss Young:
—¿Es usted entonces profesionalmente lo que se conoce vulgarmente por una «buscadora de oro»? Miss Young se sonrojó visiblemente.
—No, ni hago profesión de lo que se conoce vulgarmente por «sacar trapos al sol». (Grandes risas).
EL JUEZ HOGTIE: Tenga cuidado, Miss Young. Conteste usted sólo lo que le preguntan y no pierda la calma.
Miss YOUNG: Perdone Su Señoría. He olvidado dónde estaba. He considerado la pregunta y el tono bastante ofensivos. Con todo respeto, la actitud de este caballero es algunas veces tal, que si la emplease fuera de esta sala estaría tentada de cruzarle la cara.
EL JUEZ: Esta no es forma de expresarse. Sigue usted olvidando dónde está.
Mr. Schreiner, en tono elegantemente irónico, añadió:
—Lamento, Miss Young, haber olvidado tratarla como la grande dame que pretende usted ser, pero nosotros, los abogados, aspiramos a llegar a la verdad sin usar circunloquios inútiles. No nos inspiran respeto ni los renards plateados ni los diamantes. Dígame ahora: ¿quién la informó a usted por primera vez de que era la heredera del capitán Tom Young, que murió en 1866?
—El marqués de Babraham.
—¿Ignoraba usted totalmente este parentesco hasta entonces?
—Mi madre me había hablado de un tío abuelo Tom Young que había sido capitán de barco, pero únicamente en relación con una lucha que sostuvo con un oso blanco sobre un iceberg. No sabía lo que había sido de él.
—¿Quién mandó a buscar a Australia copias de los certificados de nacimiento y matrimonio y demás documentos apartados para justificar la autenticidad de sus antepasados?
—Los abogados del marqués de Babraham lo hicieron en mi nombre.
—¿Y si yo sugiriese que no es usted la verdadera Mildred Young, la muchacha de delicada salud que vino a Inglaterra en 1923 en viaje de placer con su acomodada madre, que sufría entonces de una afección de la garganta tan grave que los médicos anticiparon su próxima muerte (que puede haber ocurrido desde entonces, pese a todas las pruebas que pueden hallarse de lo contrario), sino una tal Mavis Jongh, persona de dudosos antecedentes que no estuvo nunca en Inglaterra antes del año 1930?
—Mavis Jongh era mi nombre profesional. Soy la Mildred Young a que hace usted referencia.
—¿Y si yo sugiriese que es usted una impostora que, el año pasado, contestando a un anuncio insertado en los periódicos por Lord Babraham o alguno de sus ayudantes, se ofreció a sustituir a la mujer desaparecida o acaso muerta?
—Es una mentira ridícula. Mildred Young no ha muerto. Estoy viva todavía. Perdimos toda nuestra fortuna, esto es todo. Fue mi madre quien pasó a mejor vida, no yo, y quedé sola. Tuve que ganarme la vida como pude, pese a mi delicada crianza, como usted dice, y en aquellos tiempos hubo una fuerte crisis en Australia.
—¿De veras? ¿Y su afección de garganta?
—Jamás he tenido una afección de garganta.
—¿Está usted enterada de que la Mildred Young que vino a Inglaterra en 1923 tenía las amígdalas muy infectadas y que se negó a dejarse operar?
—En el pueblo donde vivíamos había un tal doctor Baring-Naylon. Tenía una mentalidad materialista y dijo que había que quitarme las amígdalas. Yo no era más que una chiquilla entonces, pero era firme en mi fe y el error se desvaneció. He testimoniado de esta cura en diferentes iglesias de Ciencia Cristiana. Debe de haber centenares de testigos.
—Se ha dicho que se puso usted en contacto con Lord Babraham por mediación de un periódico de Ciencia Cristiana, ¿es cierto?
—Exacto.
—¿Lo ha convertido usted a su fe?
—No.
—¿Lo intentó usted?
—Hemos hablado de cuestiones religiosas. Nos está prohibido tratar de convertir a nadie forzando nuestras opiniones. La demanda debe venir primero de ellos mismos. El marqués sentía deseos de ver la luz.
—En los intervalos de estas discusiones, durante las cuales el marqués demostró tal ansia de salvarse de sus errores materialistas, ¿la sobornó a usted para que hiciese el descarado atentado a la propiedad de Miss Price?
—Me dijo que el sello era mío y que sería subastado en el «Burlington Theatre» una tarde determinada. Así, vine a buscarlo y me marché. Eso es todo.
—¿Supongo que le daría a usted instrucciones detalladas sobre la forma cómo apoderarse traidoramente del sello?
—No cometí ninguna traición. Entré y aparecí abiertamente en el escenario.
—¿Le dio, por lo menos, instrucciones sobre cómo entrar en el teatro de una forma segura?
—Sabía que difícilmente podría llegar al escenario salvo entrando por la puerta trasera, de manera que así lo hice, enseñando la tarjeta del marqués. El marqués me había dejado su tarjeta cuando vino a mis habitaciones de Manchester. Fue idea mía utilizarla.
—¿Dijo usted, pues, una mentira para poder entrar?
—Yo no digo mentiras.
—Ya… Entonces, evidentemente, el portero tenía instrucciones de dejarla pasar.
—No sé qué instrucciones había. Le enseñé la tarjeta y me dijo que el marqués estaba en el escenario. Subí, vi el sello, lo cogí y me marché.
—¿Bajo la protección de un apagón que le habían prometido prepararle?
—El apagón me sorprendió.
—¿Lo consideró usted como una respuesta a sus oraciones, quizá?
—No recé para que ocurriese.
—No es la primera vez que está usted metida en un asunto de esta naturaleza, ¿verdad?
—No sé lo que quiere usted decir.
—Se lo expondré más claro. ¿Fue usted detenida una vez por hurtar géneros en una tienda de ropas de Manchester?
—Sí, erróneamente.
—Querrá usted decir que no le encontraron los encajes encima…
—No los había cogido.
Mr. Merlin preguntó seguidamente a Miss Young. Aportó el informe de que la acusación de hurto en los almacenes fue presentada por una persona que se describía a sí mismo como detective privado, ante su patrona y como paciente que necesitaba el tratamiento de la Ciencia Cristiana ante ella. Bajo estos dos aspectos hizo extensas investigaciones sobre sus antecedentes. Esto ocurría un mes después de la recuperación del sello. El «detective» le acompañó un día a la Tots End Universal Stores, de Manchester, donde provocó un escándalo, acusándola de haber robado unos encajes y habérselos dado a una cómplice, pero después no compareció como testigo ante el tribunal de la Policía. La causa fue sobreseída y los almacenes presentaron sus excusas a Miss Young por escrito, excusas que Miss Young tuvo la generosidad de aceptar.
El juez Hogtie dijo que el asunto le parecía muy sospechoso y expresó su esperanza de que el «detective» fuese apresado. A primera vista, todo aquello parecía un complot vergonzoso contra aquella desamparada e inocente muchacha.
Mr. Schreiner declaró entonces que proponía no aportar prueba alguna por los demandantes, pero que alegaría solamente que los demandados no habían establecido defensa legal alguna a su violento acto de apoderarse de un objeto de gran valor, en posesión de los demandantes. Así como podía presumirse que el papel de la carta había sido propiedad del capitán Young, esta presunción, en el caso del sello, quedaba denegada por el hecho innegable de que pertenecía a alguien más, como quedaba demostrado por el texto de la carta publicada por un periódico con la autorización del marqués de Babraham. Este «alguien más» podía ser la oficina de Correos de Antigua, o, acaso, los aseguradores del Phoebe, el barco naufragado; pero lo pertinente era que el sello (si bien en momentos de tan mortal peligro se puede redimir la memoria del capitán de toda censura moral) había sido ilegalmente apropiado por el capitán Tom Young y nunca hasta la fecha había sido satisfecho su importe.
Pero antes de que Mr. Schreiner hubiese seguido sus argumentos legales, el Tribunal se levantó aplazando la audiencia para el día siguiente.
—¡Henry! —dijo Jane cuando hubieron salido—. ¡Vaya gente rara que escoges como compañeros!
—¿Te refieres a Mildred? Es una buena chica. Tengo que excusarme por su aspecto de hoy, pero debes recordar que cuando las mujeres se ven acusadas y se encuentran en posición difícil se visten siempre, sin excepción, como sirenas. Quieren ablandar el corazón de los jueces. Además, la pobre ha pasado una vida muy dura estos últimos años y en cuanto cobró la herencia era natural que se gastase unas mil libras en pieles y brillantes.
—Yo hubiera hecho lo mismo.
—Además, el interrogatorio de Schreiner ha dado una impresión grotesca a su vida. Prefiero estar en el banquillo, acusado de asesinato, actuando Schreiner de fiscal, que en el estrado de los testigos, en un sencillo caso como este, interrogando Schreiner.
—¿Por qué?
—Porque en un proceso civil con el cual yo no tuviese nada que ver, podría exponer todo mi pasado con todos sus inocentemente atroces detalles, con la excusa de hacer ver que era un testigo en quien no se podía fiar, mientras que en el caso de que fuese yo el acusado de un asesinato, no permitiría siquiera que se hiciese la más mínima alusión a condenas anteriores por el mismo delito. Humorismo jurídico inglés.
—Confieso —dijo Jane pensativa— que no me gustaría ver mi pasado evocado de aquella forma por él. Las «Resurrecciones de La Habana» no hubieran sonado muy bien en los oídos del Tribunal, y luego, las ropas que no usé cuando fui la Nuda original, y además, una vez, en mis días de Doris Edwards, empujé a un hombre por un acantilado. Creo que no te lo he contado.
Era un griego rico que trató de hacer el amor conmigo en lo alto de Beachy Head.
—A un australiano no le tomas el pelo.
—Por el Cielo, que es verdad. Pero afortunadamente sólo el Cielo fue testigo. Fue a algunos metros de la cima y le di tal empujón que rodó tambaleándose por la rápida pendiente con sus zapatos amarillos de punta afilada y no pudo detenerse a tiempo. Se llamaba Temístocles y era oriundo de Alejandría y asquerosamente rico. Desde entonces he evitado ir por aquellos parajes.
—¿Nada más sobre tu conciencia?
—Me expulsaron de la Escuela de Arte Dramático a la edad de dieciocho años, por ejercer mala influencia sobre mis compañeras jóvenes. Todo esto sonaría espantosamente mal. Oliver lo sabe. Supongo que debió de ser su honor de colegial lo que le impidió revelárselo a Mr. Schreiner durante la primera causa. A propósito, mientras estabas en Manchester, ¿conociste a Fahy, la respetable mujer contorsionista?
—¿Bajo juramento?
—Sí.
—En ese caso, sí. No pude evitarlo. Mildred y ella estaban continuamente juntas.
—¿Trató de convertirte al contorsionismo?
—Sí. Pero… con todos mis respetos, no me preguntes otras cosas porque habrá un nuevo proceso en otra sala.
Aquella noche celebraron una consulta. Las cosas no se presentaban muy halagüeñas, según dijo Mr. Merlin. No creía que el juez hubiese quedado muy convencido por sus argumentos. (Y en realidad su disertación sobre el punto de la inseparabilidad del sobre y el sello había sido de lo más infortunada. Es innegable que la tendencia de la filatelia moderna es separar el sello del sobre, a fin de preservar al primero de la oxidación gradual que podría causar el ácido empleado en la fabricación del papel del segundo. Una tradicional negligencia de esta precaución elemental ha reducido, según se dice, una serie de notables ejemplares del British Museum a un estado deplorable. «Parecen —como dijo Sir Arthur Gamm poco antes de su muerte—, sellos de un penique expuestos durante demasiado tiempo en el escaparate de un tendero de baratillo»).
—¿Quiere decir que vamos a perder? —preguntó Jane.
—No tengo gran confianza, señora marquesa.
El Emú torno la palabra.
—Queda todavía una esperanza. Ese tipo, Schreiner, me ha dado una idea. Debe de ser idiota, porque no se me había ocurrido. Me parece que sé quién es el verdadero propietario del sello, y no es ni la oficina de Correos de Antigua, ni Mrs. John Whitebillet o sus sucesores o delegados.
—¿Quién es, Henry? ¡Pronto!
—Paciencia. Estoy esperando una confirmación. He telefoneado a mi abogado hace media hora para que me lo averigüe. No diré nada…
El teléfono sonó oportunamente en aquel momento y el Emú cruzó la habitación y descolgó el receptor.
—Sí, Babraham al habla. ¿Eh? Sí. ¿Está usted seguro de que es así? ¿«Coastal y Marine» es el nombre? Sí… Sí… ¿Qué fecha? ¿1871? Excelente, excelente. Adiós…
—¡Emú! ¿Quién es? ¡Dímelo! ¿Quién es el propietario?
—Yo —dijo el Emú simplemente—. Lo cual equivale a decir, tú.
(1) Especie de parque de atracciones y pista de baile australiano. (N. del T.)