XX. UN DEFECTO EN EL TÍTULO

—No —dijo el Emú, respondiendo a las ansiosas preguntas de Jane—. Sólo un plomo fundido. Y he tenido que hacer tropezar a una muchacha vestida de verde. Realmente, no ha sido difícil.

—Emú —dijo Jane, estrechando el sobre contra su pecho—, ahora podemos hablar claramente. Has hecho tuya mi causa y has llevado a cabo una tarea aparentemente imposible. Si lo que dices es verdad, entonces… ¡C…!

—¡Jane!

—¡No, no, Emú! Conserva tu terreno. Ante todo, tenemos que asegurarnos de que esto no será un triunfo de corta duración, con las puertas de la prisión abiertas de par en par y esperándonos.

—No hay que preocuparse —dijo él, radiante—. Todo irá como una seda. Mildred ha cedido sus derechos al sobre en tu favor. Es indiscutiblemente propiedad de Mildred Young como legataria de Harry Young, cuyo nombre figura en el sobre. He tenido que telegrafiar a Australia para comprobar los informes de la herencia, pero verdaderamente le pertenece a ella.

—¿Cuánto has pagado por el sello?

—Nada. Le he pedido lo siguiente: «Tengo un documento, una carta, que puede procurarle un legado de veinte mil libras, y lo único que le pido a cambio es el mismo sobre franqueado en que está la carta. Colecciono sellos raros». ¿Recuerdas que la carta indicaba al hermano Fred y sus herederos como legatarios de cierta cantidad de dinero depositado en la casa Whitebillet? Pues bien, el dinero seguía allí y el interés compuesto durante setenta años había elevado la suma a veinte mil libras. No está mal. Pero Mildred se merece esto y mucho más. El «más» es que le pagaré los gastos legales de recuperación, pero he hablado con los abogados de la firma, que da la casualidad que son los míos, y dicen que aconsejarán a la firma que no discuta la propiedad.

—Pero ¿estás seguro de que Mildred tiene derecho al sello? ¿No hay una cuestión de prescripciones o lo que sea que le impida invocar sus derechos? Setenta años son muchos…

—Veo que te tendré que hacer un ligero esbozo del punto de vista legal de la posesión. No fue puesto totalmente en claro en la causa Palfrey c/ Price. Hay puntos salientes que no fueron puestos de manifiesto. Pero estudié Derecho en Australia, de manera que estoy en condiciones de exponerte el caso. En primer lugar, ¿sabes que la Ley establece una diferencia entre la posesión y la pertenencia, y que el derecho de posesión es un tercer concepto?

—¿Y bien?

—Pues bien, la posesión es, en general, el control físico de una cosa con la intención de ejercerlo, y puede ser justo o injusto. La Ley protege la posesión, justa o injusta, dictando medidas contra su arbitraria perturbación. Si yo me llevo tu paraguas sin permiso, continúa siendo de tu pertenencia, aunque yo lo poseo. Tienes un derecho de acción contra mí por habértelo quitado, que puedes o no ejercer. Pero yo tengo también derecho a ejercer acción contra todo el mundo, salvo contra ti o tu representante, que tratare de impedir mi posesión, quitándome tu paraguas. En este caso el nuevo ladrón tendría la posesión, yo el derecho de posesión y tú la pertenencia. Después de haber consentido mi acto durante seis años, la ley te quita el derecho a ejercer una acción contra mí, pero el paraguas sigue siendo tuyo. Tienes lo que se llama «derecho sin recurso». El paraguas se encuentra entonces en una situación muy peculiar: yo soy casi su propietario, ya que nadie puede quitármelo por medio de una acción legal y yo puedo reclamarlo, por medio de una acción legal, salvo contra ti, a quien quisiera quitármelo. Pero si tú lo ves por casualidad en algún paragüero y te lo llevas, no puedo reclamártelo, porque, pese a que has perdido el derecho de recurso, jamás perdiste la propiedad y sigues siendo su propietario. Es más, al recobrar su posesión, has establecido la posesión original y si consigo volvértelo a tomar, volverás a tener el derecho de recurso contra mí por este nuevo agravio durante seis años más. Esta extraña posición no se ha suscitado, por lo que sé, jamás en un caso determinado, pero está apoyada por los textos legales y se considera generalmente correcta. ¿Está claro hasta ahora?

—Transparente, Emú. Hablas como Cicerón. Quieres decir que el sello era de Mildred como legataria, y que los Whitebillet adquirieron un derecho legal a él por no haber sido reclamado; y que entonces Oliver y yo, al incluirlo en nuestro álbum de sellos, adquirimos un derecho de posesión legal; y que la única persona que tenía derecho a reclamárnoslo era Mildred, pero no tenía posibilidad alguna de hacer reconocer su derecho ante un Tribunal de Justicia a menos de que lo hallase en algún sitio y consiguiese apoderarse de él y llevárselo en el bolso.

—Exacto. Pertenencia sin posesión o recurso, es un derecho estéril que sólo puede adquirir valor si se combina con la acción de apoderarse físicamente de él y huir. Esto es lo que ha realizado Mildred con mi ayuda y la de tu viejo amigo Alfred Williams. (Este merece una recompensa. Hay que darle un empleo importante en los estudios). Y Edith no tiene ahora derecho de posesión. Porque Mildred, teniendo ahora la pertenencia y la posesión, te ha cedido sus títulos a ti.

—Has dicho algo de haber hecho tropezar una muchacha vestida de verde…

—¡Oh!, sí, llevaba el sobre, pobre muchacha. El único medio de tenerlo en la mano. Pero no se hizo daño. Le he dado media corona, de manera que no le importó.

—Explícate.

—Había consultado a mi abogado, que estuvo de acuerdo conmigo en que una carta y un sobre, una vez introducida la primera en el segundo, una vez oficialmente consagradas por una estampilla de correos, forman una sola unidad. Estuvo de acuerdo en que Mildred tenía un derecho legal a la posesión de ambas cosas, sobre y carta. Pero consideraba que su título podía quedar en cierto modo oscurecido por el hecho de que la carta, al cabo de trece años de separación del sobre, había iniciado una nueva fase de su existencia como propiedad tuya; mientras el sobre había sido ahora concedido a Edith. Simplificaría mucho las cosas y confirmaría la autenticidad del sobre como el perteneciente originalmente a su abuelo el que la carta pudiese figurar dentro de él. Yo no estaba de acuerdo en que esto implicase la menor diferencia, pero lo que piensa un abogado puede pensarlo también un juez, y no quería correr riesgos. De manera que hice rápidamente la operación de introducir la carta en el sobre, al amparo de la mesa. Ciertamente el ver la carta dentro del sobre dejó atónito a Hazlitt, y le dio a Mildred los cinco segundos que necesitaba para largarse.

—¿Entonces el sello es absoluta e indiscutiblemente mío?

—Sí.

—Emú, tú eres mi Lanzarote, mi Galahad y todas las Pimpinelas Escarlatas del mundo a la vez.

Y así se casaron una semana después de Navidad, y todo fue alegría en la boda y no hubo bocadillos envenenados, e invitaron a Edith y Oliver, que no asistieron. Pero todos los demás fueron. Todo el que era alguien. Li Feng asistió y les trajo un encantador regalo de boda —una serie completa de discos de gramófono de Gilbert y Sullivan— y el Maharajá fue también y trajo otro encantador regalo de boda: una serie completa de los dramaturgos clásicos franceses encuadernado en piel roja. Y el embajador brasileño… Pero dejemos los regalos de boda. Todo el mundo felicitó a la nueva marquesa por su posesión del «Antigua, Penique, Burdeos», y todo el mundo creyó a Oliver fuera de combate y que jamás volvería a atreverse a levantar la cabeza delante de un Tribunal de Justicia.

Sin embargo, la noche de Fin de Año, mientras Jane bajaba las escaleras de su casa y se dirigía al «Packard» que le esperaba en la puerta para llevarlos a un baile, un muchacho de aspecto inteligente avanzó a su encuentro, tímidamente, tendiéndole algo. Tenía una estilográfica en la mano.

—Perdón, ¿es usted Jane Palfrey?

—No firmó autógrafos —dijo ella con calma—, especialmente con estilográficas verdes.

—Ya lo sé, señora marquesa —dijo el muchacho—. No tendría este valor. No es ningún autógrafo. Tenga la bondad de leer esto. ¿Puedo rogarle compare la copia con el original?

Jane cogió lo que le ponía en la mano.

1935.—P.—510

TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA

DIVISIÓN FISCAL DE LA CORONA

ENTRE Edith Whitebillet Price, Demandante

Y

Mavis Jongh, llamada Mildred Young, y

Jane Palfrey, marquesa de Babraham, Demandados

Jorge V, por la Gracia de Dios, de Gran Bretaña, Irlanda y Dominios Británicos allende los Mares, Rey, Defensor de la Fe, a Jane Palfrey, marquesa de Babraham y baronesa Blancaster, de 31 Cocked Hat Street, Mayfair, en el condado de Londres.

Os ORDENAMOS, que dentro de los Ocho Días después de la entrega de esta Citación, incluido el día de la misma, COMPAREZCÁIS para ser oída en la acción intentada por Edith Whitebillet, esposa de Oliver Palfrey St. Simón Price, tomando nota de que en defecto de vuestra comparecencia, el demandante proseguirá su acción y podrá ser dictada SENTENCIA, en vuestra ausencia.

TESTIGO: Douglas McGarel, vizconde de Hailsham Lord Canciller de la Gran Bretaña, el trigésimo día de diciembre del año de Nuestro Señor de Mil Novecientos Treinta y Cinco.

LA RECLAMACIÓN DEL DEMANDANTE ES…

Jane quedó sinceramente sorprendida cuando lo leyó y vio que el demandante se quejaba de la apropiación de un objeto, a saber, un sello de correos de color castaño lila, con un valor facial de un penique, estampillado por el jefe de Correos de la isla de Antigua en el año de Gracia de 1866.

Llamó al Emú, que estaba en el coche esperándola.

—Lee esto —le dijo.

El Emú lo leyó y se mordió el labio.

—Es un bluff —dijo—. No tienen en qué apoyarse.

El muchacho le dejó la copia y endosó el original con su estilográfica. Dio las buenas noches en tono de excusa por la molestia. Ellos no le contestaron y volvieron a meterse en casa para hablar del asunto.

—Henry —dijo Jane (ahora lo llamaba así cuando se acordaba)—, ¿quiere esto decir que Oliver va a ganar el último asalto? No soñarían siquiera en intentar una acción si no tuviesen algún fundamento de derecho.

El Emú parecía preocupado.

—No se me ocurre qué puede ser, a menos que…, a menos…

—¿A menos qué?

—A menos que discutan el derecho de Mildred al sello, independientemente del sobre y la carta.

—Pero el sello debe formar parte de la unión carta-sobre, ¿verdad? Una especie de hijo…

—Normalmente, sí. Pero lo que puede ocurrir es que, como el capitán Young no llegó a pagar el sello, este fue, por decirlo así, hurtado y permanece, por lo tanto, propiedad de la Central de Correos de Antigua. Pensé en ello durante el juicio, pero me pareció tan fantástico…

—¡Pero si está estampillado…! Aceptaron claramente su derecho a él.

—No, sólo consintieron en transportar la carta, que no estaba siquiera suficientemente franqueada. Temo que puedan ser todavía los propietarios legales.

—¡Bah…! No puede ser esto. Recuerda lo que me dijiste de los seis años. Sólo podía tener pertenencia legal sin posesión ni recurso. Y esto es un derecho estéril que sólo puede adquirir un valor si se arrebata físicamente el objeto. Podemos impedir que el director de Correos de Antigua se apodere del sello, encerrándolo sencillamente en mi caja particular. Si intenta algún truco podemos perseguirlo por violación de domicilio y violencia. No lo hará. Y Edith no puede ejercer acción ninguna en nombre del director de Correos, como no puede hacerlo en nombre propio. Ni tiene recurso alguno. El director de Correos tampoco. Él o sus predecesores aceptaron la apropiación ilegal en 1866 y perdieron todo derecho a recurso en 1872.

El Emú movió la cabeza tristemente.

—Sí, todo esto está muy bien, pero…

—No hay «pero» que valga en este caso.

—Suponte que se les haya ocurrido esta idea. El «pero» puede ser que hasta 1942 tiene el derecho de atacarte por turbarla en la posesión (ilegal, pero auténtica) del sello, que pertenece a las autoridades postales de Antigua. La carta y el sello son de Mildred y tiene derecho a recuperarlos. Edith no lo discute. Pero el viejo capitán Young no fue jamás propietario del sello, de manera que no podía transferir sus derechos a su hermano o a los herederos de este. El sello sigue siendo propiedad de la oficina de Correos de Antigua. Pero su poseedor, hasta el otro día, era Edith. Tiene el derecho a apelar a la protección de la Ley contra cualquiera, menos su verdadero propietario.

—¿Crees que Oliver nos tiene atrapados con una cuestión técnica?

—Puede ser.

—Emú, me decepcionas. No sirves, después de todo. He perdido toda fe en ti. Si Oliver gana este caso, jamás volverá a ser lo mismo que antes entre tú y yo. Jamás en la vida…

Estaba pálida de despecho.

—Bien, querida —dijo él—, si este sello de correos representa para ti más que yo…

—¿Y si así fuese?

Con perfecta naturalidad, el Emú prosiguió:

—Me ocuparía de que Oliver no se saliese con la suya…

Jane sollozó.

—¡Oh, Emú, perdóname! No he querido decir eso, te lo aseguro. Pero es horrible para mí, ¿no lo ves…? ¡Este incalificable Oliver riéndose de mí…! Y Edith refugiándose en sus brazos… ¡Edith, que era mi mejor amiga! ¡Y estábamos tan seguros que la historia del sello se había terminado…!

—Todavía no nos han batido —dijo él—, debe de haber alguna salida. Y la encontraremos. Tenemos la posesión actual. Es una fuerza que difícilmente nos arrebatarán.

Y así se fueron a ver a sus abogados y les expusieron el caso, y estos dijeron que si los Price tomaban este camino y podían probar que Mildred tenía derecho legal sobre la carta y sobre, pero no sobre el sello, porque; se habían apropiado de él ilegalmente en un principio, el caso estaba perdido. Desgraciadamente la carta había ya sido impresa palabra por palabra en un periódico del domingo.

—Busca una salida —ordenó Jane.

Algo que lo parecía fue encontrado.