XIII. PALFREY CONTRA PRICE Y OTRO (Continuación)

De un periódico de la mañana del 17 de octubre:

«ANTIGUA, PENIQUE, BURDEOS».

Renovada la audiencia, Miss Edith Whitebillet se

desvanece en la barra de los testigos.

Colérico estallido de Mr. Price.

Ayer, ante una sala atestada de público, tuvo lugar la continuación del proceso por la posesión del famoso sello «Antigua, penique, Burdeos». Mr. Anthony Merlin K. C., abogado de la acusación, llamó, como su primer testigo de hoy, a Mr. Ernest Harrow, socio, desde 1904, de la firma «Messrs. Harrow & Hazlitt», de las subastas de sellos de Argent Street.

MR. MERLIN: ¿En qué fecha visitó Mr. Price por primera vez su establecimiento para tratar de la venta de este o de otros sellos?

MR. HARROW: El 18 de setiembre del año pasado. Nos preguntó qué valor podía tener su álbum.

MR. MERLIN (tendiéndole un álbum): ¿Era este?

MR. HARROW: No, sino uno similar. Era, como este, un álbum Stanley Gibbons de la edición de 1916.

—No, le ruego que lo guarde hasta que acabe de formularle mis preguntas. ¿Le pidió Mr. Price que le hiciesen ustedes una oferta por los sellos que el álbum pretendido suyo (no este) contenía?

—No, explicó que él y un amigo suyo, que había colaborado un tiempo en formar la colección, tenían ambos ganas de quedarse con él y convinieron en que quedaría propiedad del que hiciese la mejor oferta por encima de su valor en el mercado. Dijo que había decidido dejar que su amigo se quedase con el álbum por un precio que le permitiese comprar una serie duplicada de los sellos del álbum a fin de comenzar una nueva colección solo. Le dimos una cifra.

—¿Les dio a ustedes Mr. Price orden de comprar estos duplicados?

—Sí; a la mañana siguiente volvió para informarnos que había hecho subir la oferta de su amigo a cinco libras más de la cifra que nosotros habíamos dado. Nos pidió que le procurásemos una colección duplicada por el precio por nosotros dado, y que la colocásemos en un nuevo álbum que nos trajo. Así lo hicimos.

—¿Sello por sello?

—Sí.

—¿Formaba parte de la colección el sello de Antigua en litigio?

—No.

—¿Lo ofreció para la subasta en sus salas como ejemplar separado?

—Sí, en la semana de Navidad de 1934.

—¿Con qué título dijo especular con él?

—Con el de propietario. Nos dijo que había formado parte de una colección de su padre, y cuando le preguntamos cómo había llegado a posesión de su padre dijo que este le había contado que lo cambió con un compañero de colegio por un par de mazas de gimnasia.

—¿Es un sello de gran valor?

—Es único. Me ha interesado muchísimo conocer su historia durante el transcurso de este caso. Hasta ahora sólo habíamos sido capaces de atribuir la súbita retirada de aquella edición al temor del explosivo efecto en la opinión pública de Antigua a causa del faro incorporado en el dibujo. Parece que se habían hecho numerosas demandas de instalación de este faro en aquella costa ante las autoridades competentes, pero que habían sido infructuosas. Siempre habíamos supuesto que no se había salvado ningún sello de esta emisión, ni aun nuevo, y menos todavía uno que hubiese pasado por el correo. Como resultado de la publicidad dada a este sello, a causa de la subasta del 12 de febrero, apareció a la luz del día la plancha original de cobre, que se halla ahora en el Museo Filatélico. Ha sido rayada al través a fin de evitar una nueva impresión.

—¿Contenía el álbum que Mr. Price les trajo para poner su nueva serie duplicada, algún otro sello?

—Sí, una pequeña colección.

—¿Le pidió a usted Mr. Price que hiciera una oferta por estos sellos?

—Le ofrecimos seis libras, que él aceptó. Dedujimos esta suma del precio de los duplicados que le procurábamos.

Adoptando un tono dramático, Mr. Merlin preguntó:

—¿Es el álbum que tiene usted en la mano aquel para el cual procuraron ustedes los duplicados?

—Sí, lo es.

—¿Tenía las iniciales O. y J. marcadas con lápiz cuando lo devolvió usted a Mr. Price incluyendo los duplicados?

—No, no lo creo.

El juez Hogtie:

—¿Qué está usted tratando de probar? Mr. Merlin:

—Que este es el álbum duplicado con el cual fue engañada mi clienta. Estará dispuesta a jurar que había las iniciales. Cayó por casualidad en sus manos a las pocas semanas de ser cometido el fraude.

Interrogado por Mr. Schreiner, el testigo reconoció que no había tenido ninguna dificultad en encontrar los duplicados; en muchas ocasiones estaban incluso en mejores condiciones que los originales. El precio fue de quince libras, que Mr. Price pagó puntualmente.

Mr. Hogtie volvió las páginas del álbum atentamente tomando algunas notas.

Mrs. Trent, la encargada del guardarropa del «Burlington Theatre», mujercita acicalada de cabello gris, vestida de negro, fue la última testigo llamada por la demandante. Declaró que había trabajado como costurera en casa del difunto Rev. Charles Price, vicario de St. Aidan, entre los años 1912 y 1929. Los dos hijos de este, la demandante y demandado, tenían un álbum de sellos de aspecto similar al que se había aportado al tribunal. Había pertenecido originariamente a Mr. Price pero, durante el año 1919, Mr. Price había consentido en compartirlo con su hermana, y esta se comprometió a aumentar la colección dentro de sus posibilidades. A menudo se producían disputas a causa del álbum. Mr. Price tenía tendencia a mostrarse dominante haciendo que Miss Palfrey se sintiera agraviada. En cierta ocasión, recordó Mrs. Trent, la niña había contribuido con 3 chelines y medio, suma importante para alguien cuyos padres no eran acaudalados, que pagó por un paquete de sellos de Centro América, y había escrito, incluso, a países tan lejanos como Persia y Bolivia, a fin de obtener sellos de parientes que vivían en estos países.

MR. SCHREINER (interrogando): Mrs. Trent, ¿cuánto tiempo dice usted que hace que tuvo lugar este convenio respecto al álbum?

MRS. TRENT: Fue en 1919, señor. Debe de hacer dieciséis años.

MR. SCHREINER: ¿No es un poco raro que recuerde usted con tanta precisión, después de tanto tiempo, un trato hecho entre dos chiquillos?

MRS. TRENT: Pues verá usted, señor… Miss Jane, es decir, Miss Palfrey, convenció a Mr. Price de que dijese delante de mí que accedía a compartir la colección, para que yo fuera testigo. Temo que Mr. Price no fuese mucho de fiar, ni aun entonces, señor. (Risas).

MR. SCHREINER: No importa lo que tema usted, Mrs. Trent. Limítese a contestar mis preguntas, me hace el favor…

MR. MERLIN (dirigiéndose al juez Hogtie): Ha sido mi colega quien ha provocado la cuestión.

MR. SCHREINER: ¿Perdió Miss Palfrey su interés por el álbum en 1920 dejando que Mr. Price se ocupase sólo de él y que se lo llevase al colegio de Suiza y de allí a Charchester?

MRS. TRENT: Mr. Price perdió interés en la colección de sellos antes que Miss Palfrey. Recuerdo una carta que le escribió desde el colegio de Charchester pidiéndole que no le mandase más sellos porque eran bobadas de «escuela preparatoria de chiquillos». (Risas).

MR. SCHREINER: ¿Y, sin embargo, Mr. Price insertó una serie de sellos nuevos en su álbum durante las siguientes vacaciones?

MRS. TRENT: No lo recuerdo.

Interrogada de nuevo por Mr. Merlin, Mrs. Trent declaró que recordaba con toda claridad el convenio de compartir la colección de sellos.

Esto cerró la prueba por parte de la demandante, y el tribunal se levantó para ir a almorzar.

A la reanudación del juicio, Mr. Philip Schreiner K. C., declaró, en nombre de la defensa, que Mr. Price había comenzado su colección de sellos en diciembre de 1918 y que desde entonces no había cedido en momento alguno, ni pensado en ceder, derecho alguno sobre su colección a su hermana, la demandante, ni a persona alguna. El sello de Antigua no formó jamás parte de la colección pero había constituido un préstamo informal hecho en 1922 por Miss Whitebillet, préstamo que, al no darse cuenta de su inmenso valor, había omitido devolver, hasta que, en agosto de 1934, al recordárselo Miss Whitebillet, se ofreció inmediatamente a venderlo en su nombre, si es que la venta valía la pena. Miss Palfrey había hecho, en setiembre de aquel mismo año, una disparatada reclamación de compartir la posesión del álbum. Al mismo tiempo se había suscitado entre ellos una frialdad de relaciones debido a ciertos efectos de su padre, de quien él era ejecutor testamentario. Miss Palfrey había entonces reclamado la participación de los sellos considerándose con derecho a la mitad. Naturalmente Mr. Price se mostró reacio a acceder. La colección era suya y quería conservarla intacta para su hijo, si lo tenía, al casarse. Pero Miss Palfrey insistió hasta tal punto que, para mantener la paz y por un sentimiento de caballerosidad, fingió aceptar, y recurrió a un inocente subterfugio. Se arregló secretamente con Messrs Harrow & Hazlitt para que le llenasen un álbum con los duplicados exactos de sus sellos y entonces le permitió llevarse la mitad tal como ha sido explicado. El sobre de Antigua no estaba entre ellos. Pero sería una suposición maliciosa y sin fundamento de causa, aun admitiendo que la colección les pertenecía a los dos conjuntamente, suponer que Mr. Price hubiese obrado deshonestamente al retener el sello.

Mr. Oliver Price, hombre corpulento y de cabello rubio, y sin gran semejanza con su famosa hermana, prestó entonces declaración de acuerdo con los términos expresados ya por su abogado. Dijo que, en agosto de 1919, su hermana le pidió que le dejase compartir su colección de sellos con él. Él le respondió que vería si ella podía «hacer su parte» y que, si lo conseguía, al cabo de un tiempo determinado tendría en cuenta su petición. Pero se vio claramente, como muchos muchachos han visto con sus hermanas, que Jane Price, como se llamaba entonces, no poseía el temperamento filatélico necesario. No tenía memoria para las diferentes variedades, deterioraba algunos ejemplares por falta de cuidado y no consentía en gastar dinero, como hacía él, para mejorar la colección de sellos. Sus aportaciones eran insignificantes, y él no tardó en tener que decirle que le era imposible compartir su colección con ella. Miss Palfrey no renovó su petición ni solicitó de nuevo compartir la colección de sellos, hasta recientemente, el 17 de octubre de 1934. No podía haber mala interpretación en su actitud al someter a su hermana una serie duplicada de sellos para que eligiese. Había manifestado exigencias absurdas y durante su entrevista en la galería le dijo: «Miraremos el álbum página por página y examinaré cuidadosamente tu rostro para ver cuáles esperas que no coja y entonces los cogeré». No tenía otro objeto que disgustarlo y él se consideraba en su perfecto derecho al burlarla y quedarse con la colección original, por la cual sentía un afecto particular que todo coleccionista de sellos apreciará.

En cuanto al sobre de Antigua con sello, llegó a sus manos siendo colegial en Charchester durante el año 1921. Miss Whitebillet se lo había prestado y lo recibió incluido en una carta de su hermana, como ejemplar de posible interés. Olvidó devolverlo a Miss Whitebillet, no acordándose más de él hasta julio de 1934 en que Miss Whitebillet le preguntó si el sello seguía todavía en su posesión. Procedía de los papeles de su padre el difunto Sir Reginald Whitebillet. Él le contestó que probablemente todavía lo tenía y que tal vez, después de todo, podía tener bastante valor en el mercado porque no había conseguido encontrarlo en ningún catálogo ordinario. Miss Whitebillet le preguntó entonces si podría encargarse de venderlo en subasta por cuenta de la testamentaría de su padre, de la cual era única ejecutora. Él asintió y Miss Whitebillet le dio la necesaria autorización por escrito. El documento estaba fechado en 23 de junio de 1934.

MR. SCHREINER: ¿Debía usted percibir alguna comisión por la venta del sello de Antigua?

MR. PRICE: Ni un solo penique. Este asunto no ha hecho más que costarme mucho dinero.

—¿Tuvo en algún momento la impresión, en 1931, de que Miss Whitebillet tenía la idea de hacerle un regalo para su colección?

—Nunca. Era claro que no tenía derecho a regalarlo. Como he dicho, olvidé devolvérselo.

—Cuando su hermana quiso que la informara sobre el paradero del sello, ¿en qué forma contestó usted?

—Con evasivas. No creí que se acordaría de la existencia del sello y no quería complicar su situación con su asociada, Miss Whitebillet, quien me había encargado vender el sello en su nombre. Si Miss Whitebillet quería recordar a mi hermana las circunstancias en que el sello había llegado a formar parte de mi colección, era libre de hacerlo. Una respuesta evasiva era la única actitud honrosa a adoptar en tales circunstancias.

Mr. Merlin interrogó al testigo.

—Ha dicho usted que contestó «con evasivas» a su hermana cuando le preguntó por el sello de Antigua. ¿No sería más exacto decir que le dijo usted una mentira deliberada y calculada?

Mr. Price saltó.

—Protesto contra esta expresión. Sólo quería…

—No importa lo que quisiera —intervino Mr. Merlin—. Responda a mi pregunta: ¿contestó usted a su hermana con una mentira deliberada, o no?

Se entendió que Mr. Price contestó afirmativamente.

—¿Quiere usted explicarnos ahora por qué consideró necesario mentirle a Mr. Harrow al decirle que su padre había obtenido el sello permutándolo por un par de mazas de gimnasia e inventar otra patraña sobre un amigo suyo y usted puestos de acuerdo en adjudicar el álbum al mejor postor?

—Jamás he hablado de mazas de gimnasia —dijo Mr. Price.

MR. MERLIN: ¿Pretende usted que Mr. Harrow ha cometido un perjurio al decir ante el Tribunal que usted le había contado aquel cuento?

MR. PRICE: Puede haber tenido alguna confusión con otro cliente. ¿Cómo quiere que yo haya inventado esta historia acerca de mi padre? ¡Mi padre despreciaba las mazas de gimnasia!

EL JUEZ: ¡Ah, sí!, ¿y por qué?

MR. PRICE: ¡Mi padre era aficionado al golf, Su Señoría!

EL JUEZ: Yo soy jugador de golf también, pero no desprecio las mazas de gimnasia. (Risas).

MR. MERLIN: Si estaba usted al corriente del injustificado desprecio de su padre por estos útiles adminículos de la salud, era una mentira muy indicada para inventar. Según su versión, estaba librándose de las mazas de gimnasia, no adquiriéndolas. En tal caso, ¿le dijo usted a Mr. Harrow la verdad?

MR. PRICE: Le dije todo lo que era necesario que supiese para procurarme los sellos que necesitaba. No hablaba bajo juramento.

MR. MERLIN: ¿No hablaba bajo juramento? ¿Es que es costumbre en usted soltar la primera mentira que le pasa por la cabeza cuando no habla bajo juramento?

MR. PRICE: No era asunto suyo.

MR. MERLIN: Mr. Price, ¿dice usted alguna vez la verdad?

MR. PRICE: La estoy diciendo ahora.

MR. MERLIN: Le estamos por ello muy agradecidos. (Risas).

El juez Hogtie hizo observar, sonriendo, que esperar constantemente la verdad de labios de un novelista era como esperar una perfecta credulidad por parte del fiscal de la Corona.

MR. MERLIN (riéndose): ¡Muy bien, Su Señoría! Pero hay que dar y tomar. Estoy dispuesto a someter mi credulidad al hechizo de una novela romántica que según tengo entendido es el gerente del demandado, si este promete ser fiel a la verdad mientras lo estoy interrogando. (Risas renovadas).

MR. MERLIN (dirigiéndose a Mr. Price): ¿Pegó usted las tapas y la página de guarda del álbum original al de los duplicados con el objeto de hacer creer que era el primero?

—Sí.

—¿De dónde sacó usted el álbum de los duplicados?

Mr. Schreiner protestó de esta pregunta, pero Mr. Merlin dijo que demostraría su pertinencia, pues con ella indicaría los medios poco escrupulosos usados por el demandado para perpetrar el engaño en su hermana. El juez autorizó la pregunta.

MR. PRICE: Lo obtuve de un estudiante de Hammersmith.

MR. MERLIN: ¿Le pagó usted con una fotografía?

—Sí.

—¿Una fotografía de su hermana?

—Sí, amigo mío, ¿y por qué no?

EL JUEZ HOGTIE (duramente): No debe usted llamar al letrado «amigo mío». Tendrá usted la bondad de refrenarse y guardar compostura ante el Tribunal.

MR. PRICE: Perdone Su Señoría. Con todo mi respeto, estaba bajo la impresión de que los amigos de mi abogado eran también amigos míos.

En los bancos posteriores hubo una oleada de risas, sofocadas inmediatamente en cuanto el juez amenazó con hacer evacuar la sala.

MR. MERLIN: ¿Se trataba de la fotografía que regaló una vez a su madre con una dedicatoria cariñosa?

—No me fijé en ella. La fotografía se hallaba entre los papeles de familia que me fueron dejados por mi padre.

—¿Era esta la fotografía? —dijo Mr. Merlin mostrándola.

—Esta o una igual.

—Esta es la que le vendió usted al joven Dormer. ¿La reconoce usted ahora?

—Creo que sí.

MR. MERLIN (triunfante): ¿Oh, sí? ¿Por la dedicatoria, supongo? Está indudablemente escrita con una letra muy clara…

—He dicho «creo que sí», refiriéndome a que mi recuerdo, tanto de la fotografía como de la dedicatoria, es muy vago.

—Supongo que la vaguedad de sus recuerdos le hizo también olvidar la regla inveterada de su hermana de no entregar jamás fotografías firmadas a coleccionistas. Estaría usted al corriente de esta regla, naturalmente. ¿No es así?

—He visto y sabido muy poco de mi hermana durante muchos años. Y además, no soy coleccionista de autógrafos.

MR. SCHREINER (prosiguiendo el interrogatorio): Cuando habló usted con Miss Palfrey respecto al sello de Antigua, ¿creía usted que tenía algún derecho válido que invocar sobre él?

—No.

—¿Intentó usted desposeerla alguna vez de algo que fuese suyo?

—De ninguna manera. Al contrario. Le regalé un número considerable de sellos adquiridos a elevado coste en «Casa de Messrs Harrow & Hazlitt».

Se llamó a Miss Edith Whitebillet. Llevaba un traje azul marino con cuello de piel negra y sombrero azul también. Parecía nerviosa. Dijo que, a principios de 1920, Miss Palfrey, de quien era amiga y vecina, le pidió que mirase si entre sus viejos papeles y sobres procedentes del extranjero encontraba algún sello de correos que pudiese aumentar la colección de su hermano. Le había mandado un cierto número, quitándolos de los sobres. Pero la carta de Antigua era un caso totalmente distinto. La había encontrado en medio de los papeles de su padre y la consideró sumamente interesante como documento humano. La mostró a Miss Palfrey, que dijo: «El sello debe de ser de gran valor. Vamos a ver el catálogo de tu primo». Así lo hicieron y al no hallar rastro de él, lo mandaron a Mr. Price, que estaba en Charchester, para que diese su opinión. Tenía entendido que Miss Palfrey guardó la carta, esperando que su hermano trajese el sobre cuando viniese por las vacaciones de Navidad. Pero cuando llegó aquella Navidad, tanto Miss Palfrey, como Mr. Price, como la testigo habían olvidado completamente el sello; la carta había seguido en posesión de Miss Palfrey y el sobre con el sello en la de Mr. Price.

En junio de 1934, dijo Miss Whitebillet, encontró casualmente a Mr. Price en Regent’s Park y hablaron de los viejos tiempos. El sello de Antigua vino a la conversación y Mr. Price se ofreció a averiguar si tenía valor y, de ser así, venderlo por cuenta de la testamentaria.

MR. SCHREINER: ¿Quedó usted sorprendida cuando, el 28 de setiembre de 1934, Mr. Price le dijo que Miss Palfrey pretendía que el sello formaba parte de la colección?

—Los actos de mi asociada son siempre tan imprevisibles que no me sorprende nunca nada de lo que haga. (Risas).

—Aun cuando unida a ella por los más fuertes lazos del afecto y el negocio, ¿considera usted que Miss Palfrey obraba en este caso de una manera despótica y codiciosa?

MR. MERLIN: Realmente, Su Señoría, ¿tiene necesidad, mi docto colega, de guiar a sus testigos palabra por palabra? Parece que son bastante competentes para perjudicar a mi cliente sin su ayuda…

MR. SCHREINER: Protesto, Su Señoría. La pregunta era perfectamente adecuada, y si mi colega se queja de injuria…

EL JUEZ: Temo que se haya usted pasado un poco de la raya, Mr. Schreiner; tengo la seguridad de que no tenía intención de dirigir a Miss Palfrey ninguna ofensa personal…

MR. SCHREINER: De ninguna manera, Su Señoría. He sentido por Miss Palfrey como actriz, la más sincera admiración… Bien, Miss Whitebillet, quizá mi docto colega me permitirá dirigirle a usted la siguiente pregunta: ¿Consideró usted justificada la actitud de Miss Palfrey?

—No me pareció muy gentil de su parte tratar de que Oliver, quiero decir Mr. Price, le diese la mitad de su colección, o reclamar el sello que yo le había dado a él, no a ella.

EL JUEZ: Tenía entendido que se trataba tan sólo de un préstamo.

MR. SCHREINER: Mi cliente emplea la palabra «dar» un poco a la ligera. Quiere decir que se lo dio para saber su opinión, no para que se quedase con él.

Miss WHITEBILLET: Eso es.

MR. MERLIN: Sería mucho más interesante que mi colega permitiese a la testigo hacer sola su relato, Su Señoría.

EL JUEZ: Ha de tener un poco de cuidado, Mr. Schreiner.

MR. SCHREINER: Como plazca a Su Señoría.

Mr. Merlin interrogó a Miss Whitebillet.

—¿Estaba usted enterada, entre 1920 y 1921, de que Miss Palfrey consideraba que la colección de sellos le pertenecía a ella y a su hermano conjuntamente y que toda la familia daba por hecho que era así?

—Siempre la consideré como la colección de Mr. Price.

—¿Y el sello que encontró usted «entre los papeles de su padre», como ha dicho usted, iba destinado únicamente a Mr. Price?

—Sí.

—¿Sentía usted afecto por Mr. Price?

—Estábamos muy unidos.

—Por el tiempo en que mandó usted para su inspección, o regaló, o prestó, el sello de Antigua a Mr. Price a la sazón en Charchester, ¿mandó usted también algunos más?

—Dos o tres.

—¿Para que le diera su opinión?

—Como regalo.

—¿Entonces hizo usted una distinción esencial entre el sello de Antigua y los demás?

—No escribí a Mr. Price directamente. Los mandé a Miss Palfrey para que los hiciese llegar a sus manos. Ignoro lo que le escribiría.

—¿Por qué no le mandó usted los sellos directamente?

—Me pareció más correcto mandárselos a través de su hermana.

—¿No quería usted que pudiese parecer que se insinuaba?

La respuesta de Miss Whitebillet fue inaudible.

—Creo que en realidad dio usted el sello para esta colección compartida y que la versión del préstamo es posterior.

—No.

—Creo que su recién renovado afecto por Mr. Price le ha hecho olvidar a usted la lealtad y la sinceridad que debe usted a Miss Palfrey, con la cual lleva usted tantos años de leal asociación, y que ha disfrazado su declaración en forma calculada para reforzar y afianzar el afecto de Mr. Price.

—¡No, no!

—Insinúo que ha hecho algo más que disfrazar su declaración, en realidad insinúo que está usted cometiendo deliberadamente el delito de prevaricación.

—¡Oh, no, por favor!

—¿Cuándo se enteró usted por primera vez del fraude cometido por Mr. Price con su hermana en el asunto de la sustitución del álbum?

—No creía que fuese un fraude. Los sellos elegidos eran del mismo valor, según tengo entendido, que los correspondientes del álbum original. Mr. Price no me lo contó hasta después de la subasta y lo consideré una broma. Me parecía que Miss Palfrey había obrado de una manera muy mezquina al resucitar su viejo derecho a la mitad de los sellos.

—¿Ahora admite usted que ella tenía un derecho establecido a la mitad de la colección?

—Un derecho muy dudoso. Jamás lo tomé en serio.

—Pero, con razón o sin ella, Miss Palfrey ha hablado siempre de esta colección, desde el año 1919, como si la mitad le perteneciese.

—Supongo que sí. Es un tema que no ha aparecido a menudo sobre el tapete desde 1920.

—¿Y se le permitía y siguió permitiéndosele hablar de la colección como de cosa suya?

—Pues…, sí…, por lo menos, yo no la contradije nunca.

—¿La contradijo Mr. Price alguna vez en su presencia cuando hablaba en estos términos? Tenga cuidado en la respuesta, Miss Whitebillet.

—No lo creo…, Mr. Price siempre buscaba conservar la paz.

MR. MERLIN (seco): Y, desde luego, cuanto pudiese conservarse independientemente del derecho de propiedad. Gracias, Miss Whitebillet. Ahora dígame una cosa. Hemos visto su nota, fechada en 23 de junio de 1934, autorizando a Mr. Price a vender el sello franqueado. ¿Cuándo fue escrita en realidad esta carta?

—El 23 de junio, supongo.

—¿Lo supone usted? ¿Tiene usted alguna duda, entonces? ¿No hubiera podido ser escrita un poco más tarde, digamos en julio o agosto?

Miss Whitebillet hizo una pausa y respondió:

—Puesto que está fechada el 23 de junio debió de ser escrita en esta fecha.

—¿No fue en realidad escrita mucho más tarde, algunos meses después, luego del comienzo de esta causa?

—¡Oh, no, no! ¡La escribí en junio!

—Recuerde usted que ha prestado juramento, Miss Whitebillet. ¿No separó Mr. Price este sello de la colección y ordenó su venta sin autorización de usted y después escribió esta nota con fecha anterior para ser usada en su defensa?

—¡He dicho que la escribí en junio!

Al llegar a este punto Miss Whitebillet se desvaneció y tuvo que ser sacada de la sala. Cuando, reanimada, volvió a entrar para continuar su declaración, se le permitió responder sentada.

MR. MERLIN: ¿Es usted la única ejecutora de su padre?

—Sí.

—¿Y principal legataria?

—Tengo una hermana gemela. Los bienes fueron divididos en partes iguales entre las dos; aparte del negocio. Este fue constituido en sociedad limitada a la muerte de mi padre en 1929. Mi hermana y yo poseíamos las acciones. En 1932, cuando la crisis, se vio obligada a fusionarse con la competencia. Había también los astilleros de Clyde, pero los vendimos, en 1933, por casi nada.

EL JUEZ: ¿Quiere usted decir que la Compañía Whitebillet no fue nunca incorporada antes de 1929?

—No, mi abuelo era enemigo de las compañías limitadas y mi padre siguió la misma política.

—¿Cogió usted esta carta de entre los papeles de su padre en octubre de 1921, sin que él lo autorizase?

—Era un chiquilla. No creía hacer ningún mal.

—¿Dónde estaban estos papeles particulares?

—En la caja fuerte de su despacho.

—¿Estaba abierta?

—¿Tengo que contestar la pregunta?

—Se la estoy haciendo.

—No; forcé la cerradura con una ganzúa.

—Oh, ya comprendo… ¿Y quién le procuró a usted la ganzúa?

—La hice yo misma, Su Señoría. Tenía a la sazón sólo trece años y había leído una novela sobre un ladrón de cajas fuertes llamado Raffles.

—La conozco. Es del difunto E. W. Hornung. Tengo entendido que es citado con frecuencia por los jóvenes delincuentes. Por cierto, ¿usted es la Edith Whitebillet que colabora algunas veces en la revista Electrical Progress, verdad?

—Sí, Su Señoría, pero hace ya algunos años que no colaboro. Creo que en enero de 1930 fue la última vez que apareció en ella algo mío.

—Entonces fue cuando leí un artículo suyo. Muchas gracias, Miss Whitebillet. Ya bastará. Puede continuar. Mr. Merlin.

MR. MERLIN: ¿A quién legó su padre estos documentos? ¿A ustedes dos o a una sola?

—A una sola.

—A usted, ¿verdad?

—Sí.

—¿De manera que ahora retira usted un regalo que había hecho a Mr. Price y a Miss Palfrey sólo porque se ha enterado de que tiene más valor del que creía entonces, y su pobre excusa es que era sólo un préstamo?

—Era sólo un préstamo, ya se lo he dicho.

Miss Whitebillet, una pregunta final —dijo Mr. Merlin—: ¿Está usted ahora prometida a Mr. Price?

En aquel momento se levantó Mr. Price y a gritos exclamó:

—¡Acabe ya de torturar a la pobre muchacha, granuja! ¡Si quiere hacer preguntas de esta naturaleza hágamelas a mí, como un caballero!

De nuevo hubo una dura repulsa por parte del juez y la amenaza de un castigo por desacato al tribunal. Mr. Price se sentó. Mr. Merlin dijo, con una sonrisa de cortesía:

—No tengo más preguntas que hacer a la testigo.

La audiencia fue aplazada hasta el día siguiente.