Hay una mano de niño. Y hay un hilo delgado pero firme. Y hay un armazón de madera flexible. Y hay una tela cosida al armazón, teñida de rojo y con un círculo blanco bordado en su centro.
Y está el viento.
Es una cometa: rudimentaria, milenaria, humildísima. José la ideó y construyó, María la decoró, pero es Jesús quien la vuela. Es Jesús quien corre sujetando el hilo bajo el cielo del verano. Es Jesús quien pierde el aliento y gana la risa mientras allá arriba la pequeña bandera sin nación es bendecida por las corrientes del aire. Es Jesús quien cae y se levanta, quien yerra y acierta, quien aprende a manejar el pájaro que vuela por encima de los afanes de las tribus y de las lenguas.
Infancia: tesoro inextinguible, única verdad segura, hogar y cauterio. Te he regalado una infancia cualquiera sin otro ánimo que cierta justicia poética. Devolverte lo que otros te negaron. O ignoraron. U ocultaron. Pero ahora te dejo ir, niño plausible, niño soñado, niño intolerablemente humano al que sentir como propio, pues todos los niños del mundo son en realidad nuestros hijos.
Otra vez se eleva la cometa y Jesús corre sobre el perfil de Palestina. Alza los ojos, niño de todos, y ríe.
Ninguna alegría mayor podría entregarte.