ALEF

Durante buena parte de la noche escuchan llorar a dos niños.

A la mañana siguiente felicitan al carpintero por su fortuna. Pero él tiene los ojos cansados y el aliento le falta.

—Mi primogénito —dice señalando el pequeño ataúd— murió al romper el alba. Sólo ha sobrevivido el segundo. He intentado no despertar a nadie con los golpes —añade mostrando sus manos llenas de heridas y blancas de polvo.

Lo ven alejarse con la espalda humillada, como un huésped expulsado por ladrón.

Es entonces cuando de nuevo escuchan llorar al superviviente.

* * *

Entierran el cadáver bajo un olivo, sin ceremonia ni lujo. Es cierto que derraman lágrimas, pero más por sentido del deber que por verdadero dolor. Es difícil lamentarse con sinceridad viendo los ojos del niño vivo, el temblor de su pecho. Los perros cimarrones guardan el lugar durante días. Luego, un crepúsculo, oyen aullar a los chacales y se alejan. Pero ninguna alimaña ronda el árbol.

Años más tarde, Jesús recordará aquella tumba hasta imaginar el rostro del gemelo al que no llegó a conocer, pero de quien su madre, en repetidas ocasiones, le pintó su fugacísima existencia con vivos colores, como si en vez de haber respirado apenas unas horas hubiera sido una leyenda.

—Se habría llamado David, como el rey de los judíos —decía ella entonces con la voz a punto de quebrarse, consciente de que el lenguaje de los hombres, por tabú o por pereza, desconoce la palabra que designa a la mujer que ha perdido al fruto de sus entrañas.

* * *

Pasa sus primeras semanas llorando sin descanso. No parece un niño sano, nadie apuesta una moneda por su vida. Y su padre, con las mismas manos con las que ha construido el ataúd de su hermano, se obstina en hacer un segundo para él.

Pero el coraje de su madre lo saca adelante.

Es ella, son sus tetas grávidas de leche las que salvan al pequeño de morir. Cómo chupa él, con qué avidez se agarra a la carne agraviada por el polvo de Belén, con qué ahínco sus encías se cuelgan del pecho de María es algo que ninguna pintura ha logrado representar con el suficiente dramatismo, con la suficiente valentía.