Nick hace un desglose

Nick estaba en el patio de atrás de la casa, de espaldas al invernadero, mirando hacia los tilos donde Kate decía haber visto a la joven del vestido ensangrentado, pero en ese momento no pensaba en ella.

Estaba escuchando.

Escuchaba a un sargento de la policía de Lexington (Virginia), mayor que él, de voz grave y serena, un poquito ronca. Nick trataba de imaginárselo. El hombre se llamaba Linus Calder y se encontraba en el umbral del despacho de Dillon Walker en la Biblioteca Preston del Instituto Militar de Virginia, describiéndole a Nick por el móvil lo que veía.

Kate, Beau y Lemon Featherlight estaban en el invernadero, mirando hacia afuera, observando a Nick en la penumbra del jardín con el móvil pegado a la oreja, las líneas de su cuerpo tensas como cuerdas de piano, intenso en todos sus ángulos y, aunque no se movía, su mente se hallaba allá en Virginia, intentando ver a través de los ojos de otra persona.

—No hay señales de lucha, inspector Kavanaugh. El despacho está en orden, no hay nada roto. Papeles sobre la mesa, un pisapapeles que es un cañón en miniatura, la ventana abierta hacia el exterior, sobre la plaza de armas, que está cuatro pisos más abajo. Él siempre trabajaba a solas, según dice el personal de limpieza; la biblioteca cierra los sábados por la tarde cuando los cadetes están haciendo instrucción.

—¿Y sus habitaciones?

—He estado allí. Nada fuera de lo normal, según parece. En fin, que no hay indicios de nada raro en ninguno de sus…

—Salvo que ha desaparecido y nadie sabe dónde está.

—¿Qué quiere que le diga, inspector Kav…?

—Llámame Nick.

—De acuerdo, Nick. Llámame Linus. No sé qué decirte. El hombre tiene setenta y cuatro años, es profe, vive solo, sale a dar un paseo, no tiene que dar razón a nadie… Para serte franco, si estamos manteniendo esta conversación es porque los dos somos polis y porque tu señora es una mujer muy persuasiva, y luego está su hermano, que también es poli, no recuerdo su nombre…

—Reed Walker. Conduce un interceptador de la policía estatal.

—Pues resulta que viene para acá cagando leches. Me ha llamado ya cuatro veces para decirme a qué distancia se encontraba.

—Reed es un buen chico, pero no sabe estarse quieto.

—Pues por muy poli que sea, va a tener que quedarse sentadito en el coche ese comiendo rosquillas y no tocarme las narices. No quiero a un poli de carreteras en mi investigación. El profesor Walker solo lleva unas horas en paradero desconocido, caray.

—Cosa que nunca había ocurrido hasta ahora.

—Y él siempre contesta al móvil cuando tu mujer le llama, aunque sea en mitad de una clase, y siempre hablan un rato los sábados…

—Desde hace años, sí, cada sábado a las cinco…

—Excepto hoy, que habían hablado antes y él dijo que estaría en Niceville dentro de cuatro horas. Sí, todo eso ya lo sé, pero… Mira, Nick, tú eres inspector y sabes de qué va la cosa: a menos que se trate de un chaval, o que le hayan diagnosticado Alzheimer o demencia senil, que no es el caso, no podemos hacer nada salvo pedir a los agentes que estén atentos y esperar a que aparezca…

—O no.

—Sobre todo si no aparece, claro. En cuanto eso esté claro, la maquinaria se pondrá en marcha. Tú harías lo mismo.

—Resulta que llevo un caso de desaparecidos. Dos personas mayores, hombre y mujer, aquí en Niceville, no se sabe nada de ellos desde ayer por la noche. Ambos conocían bien al padre de Kate. El tipo estuvo en el desembarco de Normandía, a no mucha distancia de Walker, en la playa de Omaha, y ella era amiga de la familia. ¿Ves por dónde voy?

—Demasiadas coincidencias.

—Sí. Mira, Linus. Sé que es de locos, pero echa un vistazo al despacho y…

—Nick, con todos mis respetos, ¿qué crees que estoy haciendo? ¿tocarme la polla? Estoy mirando un…

Pausa, mientras Nick oía respirar al otro, jadeante, como si tuviera asma o estuviera pasando frío.

—¿Qué es?

—Pues, aquí en el suelo, veo un…

A Nick se le heló el pecho de golpe, pero no dijo nada.

—Parece una…

Linus se estaba moviendo por el despacho, dedujo Nick al oír el rumor de los zapatos.

—Sí, aquí hay una mancha, como si algo hubiera caído al suelo y se hubiera comido el barniz de…

Nick no pudo contenerse.

—¿El suelo está caliente, Linus?

—¿Caliente? ¿Al tacto, quieres decir?

—Sí.

—Espera. —Crujir de zapatos, Linus resollando más fuerte que antes—. Sí, está caliente. Quiero decir que se nota como…

—Prueba alrededor. A ver si la mancha está más caliente que el resto.

Murmullos.

—Oye, pues sí. Espera un poco… Aquí, debajo del escritorio, hay algo…

Más crujidos, la respiración entrecortada en el momento en que el hombre estiraba el brazo. Nick se preguntó por qué la gente contenía el aliento cuando se agachaba para coger algo del suelo. Por eso la cara se les ponía toda…

—Son como varillas metálicas. Corroídas, parece.

Nick viajó mentalmente hasta Tahití, porque Tahití estaba muy lejos y se suponía que era un buen sitio para olvidarse de todas las penurias de la vida, pero no le quedó más remedio que volver volando y regresar al aquí y el ahora.

—Varillas. Bien. ¿Cuántas hay?

—A ver… Cinco… no, seis.

—¿De acero? ¿Unos cinco centímetros de largo?

—Sí. Exacto. Acero inoxidable.

Nick tenía que convencerle, no solo decirlo en voz alta.

—El padre de Kate se hacía un chequeo cada año, en la clínica del Instituto. Te voy a decir una cosa y sé que te sonará raro de cojones, o sea que vaya por delante que no estoy chiflado. Quiero que hagas una cosa en cuanto te explique lo que estoy pensando: que te acerques a la clínica y pidas que te enseñen las radiografías de Dillon Walker.

—Nick, mi turno termina dentro de media hora escasa…

—Dillon Walker sirvió en el 101 Aerotransportado. Lo lanzaron sobre Francia el Día D, aterrizó sobre una cerca de piedra y se hizo añicos el fémur de la pierna derecha. Tuvieron que ponerle clavos. Ha llevado eso dentro desde entonces.

El silencio que siguió fue del tipo escéptico, un silencio que suele escucharse mientras el poli piensa «oh, no, joder, otro que está más loco que una cabra».

—Por eso quiero que vayas a la clínica, Linus. Coge los clavos y una vez allí, si ves que no son los mismos que Dillon Walker tenía en el fémur, entonces tendrás razón y es que yo estoy más loco que una cabra.

—Eh, que yo no pienso tal cosa.

—Y una mierda. ¿Lo harás?

Más silencio.

—Vale, de acuerdo. ¿Estarás en este mismo número?

—Sí. Disponible en todo momento. A cualquier hora.

—Hablas en serio, ¿verdad? Me refiero a que si es verdad lo que dices…

—Ahora mismo estarías en la escena de un crimen.

—Joooder —dijo Linus. Y colgó.

Nick se guardó el móvil en el bolsillo, inspiró hondo y dio media vuelta para ir a decirle a Kate cualquier cosa menos lo que ya creía firmemente que era la verdad, esto es, que su padre estaba tan muerto como Gray Haggard y que él, Nick, no tenía ni idea de cómo podía haber ocurrido.

Kate abrió la puerta y salió a recibirle, y tan pronto le vio la cara supo lo que él escondía. De pronto se dejó caer de rodillas y rompió a llorar. Nick se acercó a ella y la abrazó.

—Esto pinta mal —dijo Beau, observando la escena desde el invernadero.

—Y que lo digas —corroboró Lemon Featherlight.

—¿Qué demonios le pasa a esta ciudad? —dijo Beau. Una pregunta retórica, claro, pero Lemon intentó responderla de todos modos.

—Sea lo que sea —dijo—, ya dura mucho tiempo. Demasiado.

Kate entró y los miró a ambos con cara de perplejidad, como si no supiera qué hacer con dos desconocidos que se hubieran colado en su casa.

Lemon y Beau se dieron cuenta.

—Nick, creo que será mejor que devuelva el coche patrulla. ¿Puedo dejar a Lemon en alguna parte?

Nick pensó. Estaba agotado, después de semejante día, y lo mismo podía decirse de Beau. Lemon parecía ansioso por hacer algo, lo que fuera. Kate, por su parte, estaba a punto de desmayarse. Le vino a la cabeza aquella frase de la Biblia: «Basta a cada día su propio mal».

—Lemon, antes has dicho que querías echar un vistazo al ordenador de Sylvia Teague, para ver qué era lo que andaba buscando en Ancestry. ¿Sigues con ánimos?

—Sí —respondió Lemon—. ¿Está todo allí, en su casa?

—Sí. Kate es la tutora legal de Rainey y ha procurado mantener la casa en orden. Todo está tal como el día en que empezó todo. Espera un momento.

Nick sacó su libreta, anotó una serie de números, arrancó la hoja y se la pasó a Lemon.

—Es el código para entrar en casa de Sylvia.

Lemon le echó una ojeada.

—No es el mismo.

—Ya. Lo hicimos cambiar. Beau, ¿le acercas allí? Coge unas cervezas y una pizza por el camino, ¿eh, Lemon? ¿Tienes dinero?

—Estoy bien —dijo Lemon—. Además, odio la pizza y odio la cerveza. Los Teague tienen una buena bodega. Llamaré a un Kentucky para que me traigan algo.

—De acuerdo. Beau, avisa a los que patrullan Garrison Hills de que habrá alguien donde los Teague. No quiero que echen abajo la puerta porque algún vecino fisgón vea que hay luz.

—Descuida. ¿Y qué hay de lo demás?

—¿Quieres decir Delia y Gray Haggard? Tig ha hecho cerrar la casa. Los de homicidios ya se han marchado. Dale Jonquil y la gente de Armed Response esperan fuera. La policía local anda buscando señales de Delia. Pronto será de noche y todos estamos muy cansados. Tig se ha marchado hace como una hora. No va a haber ninguna novedad hasta mañana. Vete a casa y cuida de May. Oye, Lemon, ¿quieres que alguien vaya a ver si Brandy está bien?

—He hablado con ella hace unas horas. Está en su piso y no se moverá de allí.

—Espero que tenga los dientes bien —dijo Beau, con retintín—, que no se le haya roto ninguno al morderme el culo.

Nick miró largamente a Lemon y le preguntó:

—¿En serio te ves con ánimos de ir a casa de Sylvia?

—Hasta que no vaya no podré dormir.