Tras una tarde frenética pero productiva a lo largo de la cual ideó y puso en práctica una manera entretenida a la par que seria de llevar a cabo el intercambio del frisbee cósmico con Byron Deitz, Charlie Danziger estaba otra vez en casa, el pequeño rancho que tenía al norte de Niceville, ya en plena campiña, una casa grande hecha de troncos y amueblada casi exclusivamente a base de madera desnuda, alfombras mexicanas, armeros y butacas de piel con brazos de asta de buey (al igual que Ralph Lauren, Danziger era hombre de gustos sencillos, tipo vaquero), y una caballeriza recién construida en madera de pino, además de un cercado para domar y adiestrar y unas cuantas hectáreas de ondulados pastos, suficientes para tener contentos a ocho caballos cuarto de milla.
Se dio una ducha, se afeitó, volvió a ducharse para ir sobre seguro, se cambió el vendaje (hubo de admitir que para ser un dentista siciliano pervertido, Donny Falcone sabía cómo coser una herida), se puso rompa limpia y quemó las otras prendas a excepción de las botas azul marino. Un vaquero precavido jamás tiraba sus botas de la suerte.
Luego se preparó un enorme filete, muy poco hecho, y lo acompañó con una jarra de Pinot Grigio frío. Consumió ambas cosas con verdadera fruición, encendió un Camel gorroneado, ya le debía tres cajetillas a Coker, y finalmente, descansado y razonablemente tranquilo, se sentó al ordenador para ver hasta qué punto había funcionado bien el lápiz de memoria que le había dado a Boonie Hackendorff.
Y es que, aparte de los nombres de todos sus socios en Wells Fargo, el dispositivo incluía también un programa, disponible en CopNet, que, cuando el lápiz de memoria estuvo conectado al servidor principal, obró una especie de ciber-vudú que permitió a Danziger gozar de una mirada encubierta a cuanto sucedía en el ordenador personal de Boonie Hackendorff.
Una vez encendido y a punto su PC, Danziger tocó unas cuantas teclas y pudo escuchar el diálogo entre la policía local de Niceville y la estatal en un escáner de la policía puesto encima de un mueble en su despacho a media luz, despacho cuyas paredes estaban decoradas con buenos paisajes al óleo del río Snake y los Grand Tetons, donde Danziger se había criado, y del valle del río Powder, donde esperaba ser enterrado si a su fallecimiento quedaba lo suficiente de él como para justificar las molestias y el gasto subsiguientes.
Una fría luz azul iluminó el monitor, y allí estaba el emblema del FBI sobre una barra en letras rojas advirtiendo de que quien entre ahí más vale que tenga un buen motivo, de lo contrario…
Unos minutos después tenía delante de él las notas de Hackendorff sobre el robo a la sucursal de Gracie, Número de Incidencia CC 9234K 28RB 8766.
Las notas de Boonie eran claras, concisas, bien organizadas, muy profesionales; el FBI podía estar orgulloso de él. Para cuando hubo terminado de leerlas, Charlie sabía ya que no tenía suficiente Pinot Grigio en casa para ahogar las penas de tan horrible noticia ni suficiente tabaco para asfixiarla.
Coker y él necesitaban hablar.
Le telefoneó y se lo dijo.
Coker respondió que se alegraba mucho de saber de Charlie porque él, Coker, tenía en ese momento a una bonita y joven india de nombre Twyla Littlebasket tendida en el sofá de su sala de estar lloriqueando de tal modo en los cojines del mismo que los iba a dejar hechos mierda, esto es, a los cojines.
—¿Tu casa o la mía? —preguntó Danziger, aprovechando la lógica pausa en la narración de Coker.
—La mía. Seguramente recordarás que tengo aquí el botín.
—Oh, no. ¡Mierda! ¿Lo ha visto Twyla?
—Sí.
—¿Y cómo coño?
—Tiene llave. Me la he encontrado en casa al llegar.
—¿La pasta seguía en la puta cocina?
—Te marchaste después que yo, Charlie.
—Joder. Cómo iba a imaginarme que…
—Estás perdiendo facultades, muchacho.
—¿Y es por eso por lo que Twyla está llorando?
—Qué va. Tiene demasiados problemas ahora mismo como para molestarse en mirar lo que hay en la encimera.
—¿Qué problemas?
—Tendrías que verlo para creerlo. ¿Has sabido algo de Deitz?
—¿No te he dicho que iba a dedicar la tarde a joder a Deitz?
Charlie, que ya estaba de pie y buscando su arma, su chaqueta y sus botas, se sacó el móvil de prepago del bolsillo lateral. Había un mensaje de texto, mal escrito, como si el autor tuviera los pulgares más gordos de lo normal.
OK KUANDO QANTO DONDE
TIENE SER STA NOCHE
Y NA DE TRUCOS HIJOSD E PUT
—Se me había olvidado, Charlie. Quizá recuerdes que estaba ocupado procurando no pegarle un tiro a un presunto secuestrador. ¿Es lo que hiciste después de dejarnos allí en la iglesia?
—Mi afán obra siempre maravillas.
—Sí, vale. ¿Seguro que el mensaje es de Deitz?
Danziger lo volvió a leer.
—Hombre, sea quien sea no sabe escribir bien hijodeputa.
—Entonces es Deitz.