Kate Kavanaugh recibe una visita

Durante un buen rato Kate se negó a pensar en lo que su padre había dicho de los espejos, se negó incluso a buscarle algún sentido. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y sintió que la invadía un calorcillo de cansancio.

Se quedó dormida.

Al cabo de un rato sonó el teléfono.

Kate descolgó y miró la pantalla: L. STEINERT.

—¿Lacy?

—Hola, Kate. Perdona que llame a tu casa.

—Pareces tensa.

—No, tensa no. Hace rato que intento contactar con Nick pero no me contesta el móvil.

Kate miró la hora: las cuatro pasadas; él llegaría a casa sobre las nueve, a menos que el trabajo se le complicara más de la cuenta.

—Normalmente, si está trabajando, a esta hora suele hacer una pausa para comer. Prueba en el Bar Belle, el que está en el Pavilion. Va a almorzar allí casi siempre. Tengo el teléfono del bar, si lo quieres.

Silencio.

—No, bueno, es que… He dejado mensajes. Ya me llamará.

—De acuerdo. Lo siento, Lacy. ¿Era urgente?

—No, pero creo que le gustará saberlo.

—¿Alguna buena noticia? Eso no le vendría nada mal.

—Todavía no lo sabe nadie, por eso me lo reservo hasta que pueda dar con él. A ti también te atañe, puesto que eres su tutora legal. Se trata de Rainey Teague.

—Dios mío. No me digas que ha muerto…

—No. Se ha despertado.

—¿Qué?

—Pues eso. Bueno, no es que de repente se haya incorporado para pedir unas galletas. Los médicos le están examinando ahora. Pero ha salido de la cosa esa, como se llame, y parece que… que responde… así lo han dicho ellos. ¿Recuerdas que te hablé de Lemon Featherlight?

—Sí, claro. Quería ver a Nick.

—Él es quien lo ha encontrado. Despierto, quiero decir. Había ido a verle después de hablar con Nick esta mañana… ¿Nick te ha comentado algo?

—No. ¿Y qué hacía allí Lemon Featherlight?

—Lemon y Rainey eran amigos. Sí, ya sé que suena raro, pero parece que a Lemon le afectó mucho lo que le pasó al chaval. Después de hablar con Nick se le ha ocurrido ir a hacerle una visita. Creo que era el aniversario o no sé qué. Lemon es un tío raro pero tiene muy buen corazón. En fin, que entra en la unidad de cuidados intensivos y se encuentra a todas las enfermeras junto a la cama de Rainey, un follón de mil demonios, y entonces oye al chico llorando y preguntando por un tal Abel Teague. Nadie sabía quién era, algún familiar, supongo. Ha sido todo bastante caótico. Bueno, el caso es que Lemon quiere ver a Nick otra vez. Y si puede ser ya, mejor. Por eso intentaba yo localizarlo…

Kate la interrumpió.

—¿Has dicho Abel Teague?

—Sí. Eso he dicho.

—¿Rainey pedía por alguien que se llama Abel Teague?

—Sí, Kate. ¿Qué te pasa?

—Si tú supieras…

«No tengo tiempo para explicarle todo el asunto a Lacy».

—¿Has probado en el busca?

—¿El busca? ¿Alguien usa eso todavía?

—Nick sí. Solo para nosotros dos. Odia el móvil y muchas veces lo desconecta para ir a comer. Pero el busca lo lleva siempre encima, por si necesito decirle algo importante.

—Oh, vaya. Pues no puedo llamarlo al busca. Oye, si él te llama, ¿por qué no le dices que se ponga en contacto conmigo cuanto antes? Lemon está que se sube por las paredes.

—Descuida, lo haré. Es una buena noticia, ¿no? lo de Rainey.

—Eso espero. ¿A ti te dice algo ese nombre, Abel Teague?

—¿Por qué?

—Porque te ha cambiado la voz cuando lo he mencionado. ¿Qué ocurre?

—El nombre me dice algo, en efecto.

—¿Qué es?

—Lacy, cuando lo sepa, te lo diré.

—¿Prometido?

—Prometido. Hasta la vista.

Kate se quedó mirando el teléfono y pensó en utilizar el busca.

Pero Lacy llevaba razón. Si le sonaba, Nick se asustaría mucho. Y si estaba conduciendo, podía salirse de la carretera y matarse.

Claro que… Rainey Teague.

Despierto.

Estaba pensando todavía qué hacer cuando reparó en que había alguien al otro extremo del jardín, junto a los pinos, medio a la sombra de los árboles más delgados. Era una chica (adolescente, no niña), los brazos le colgaban a los costados y miraba hacia arriba, a las ventanas del invernadero. Estaba prácticamente inmóvil, con una expresión solemne y muy distante.

Kate dejó el teléfono, se levantó y fue hasta la puerta de cristal que daba al jardín. Hizo visera con la mano para mirar a la chica, que estaba a una treintena de metros, allí de pie. Llevaba un vestido de tirantes color verde claro, estampado con algo que parecían amapolas, o rosas rojas o quizá fresas.

«Igual que la chica de mi sueño».

¿O acaso estaba ajustando ese recuerdo para que encajara con ella? Era bastante corriente. Reprimió un estremecimiento y decidió superar la situación, no pensaba dejarse acobardar en su propia casa.

—¡Hola! —dijo en voz alta, abriendo la puerta del todo y echando a andar por el césped, casi con miedo a asustar a la chica—. ¿Te has perdido?

Kate iba descalza y pudo notar el frescor de la hierba, húmeda todavía tras las lluvias, entre los dedos de sus pies. Estaba a menos de quince metros de la chica, que ahora la miraba con fríos ojos de color avellana, los carnosos labios rojos entreabiertos como si… como si tuviera hambre. Desde esa distancia, Kate pudo ver que la chica era ya lo bastante mayor para poseer un cuerpo sensual, completamente desarrollado, maduro.

La chica de su sueño era solo una niña.

¿Verdad que sí?

Y Kate pudo ver también que las flores del vestido verde claro no eran tales flores, sino manchas, manchas rojas irregulares. Kate había visto suficientes chicas guapas con aquel tipo de manchas para saber que eso era sangre seca.

—¿Cómo te llamas, cariño? ¿Alguien te ha hecho daño? Ven, que te limpiaré de arriba abajo.

La chica, la joven, dio bruscamente media vuelta y se adentró en la sombra del bosque, un parpadeo verde claro en medio de las sombras violáceas.

«Maldita sea —pensó Kate mirándose los pies descalzos—. Así no puedo perseguirte».

Se quedó allí unos instantes, decidiendo si volvía adentro a buscar unos zapatos o si se lanzaba tal cual en pos de la chica, que obviamente necesitaba ayuda.

No había muchos sitios adonde pudiera ir, solo el riachuelo, que estaba repleto de raíces musgosas y piedras resbaladizas, o la colina del otro lado, que era demasiado empinada.

—Sal de ahí, cariño, vamos…

Kate divisó una forma entre las sombras de los árboles. La muchacha estaba todavía allí, observándola. ¿Esperándola, quizá?

Entonces oyó una voz como si saliera de su propia cabeza; una voz familiar que no había escuchado en muchos años.

La voz de Lenore.

«Kate —dijo la voz de su difunta madre—, no entres ahí».

Incapaz de contenerse y enojada por ese repentino ataque de histeria femenina, Kate dijo en voz alta:

—Por Dios, mamá. Que ya no soy una niña.

La respuesta le llegó en una voz que ya no era tanto la de su madre, sino la suya propia.

«Y ella tampoco lo es».