—¿Se puede saber qué estoy mirando, jefe? Parece un teatro casero o algo así, ¿no?
Nick guardó silencio, de pie al lado de Beau Norlett en el sótano de Delia Cotton, oscuro como boca de lobo, al final de la desvencijada escalera que bajaba de la cocina.
Lo que estaban mirando era una pared de luz en movimiento al fondo del sótano, todo un campo de imágenes danzantes, desde el verde subido hasta el amarillo intenso pasando por el azul puro y el marrón vívido, una especie de cuadro impresionista proyectado en una pantalla, un rielante campo de movimiento y de luz que cubría la pared entera y que medía aproximadamente diez metros de ancho por dos de alto.
Pasmados, siguieron contemplando aquel espectáculo, ambos con el vello de la nuca erizado y presas de una suerte de miedo atávico.
—No sé… —dijo Nick, al tiempo que bajaba el último peldaño y se adentraba en el cuarto oscuro—. Pero no se parece a ningún teatro casero que yo haya visto.
El resplandor del campo de luz le bastó para, una vez sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, distinguir una enorme caldera antigua que parecía un calamar gigante y una hilera de cajas alineadas contra la pared opuesta al campo de luz danzante. Las vigas del techo eran gruesas e irregulares, el suelo de cemento estaba muy limpio, ni una mota de polvo; en conjunto un espacio cuidado y seco, tan pulcro como el resto de la casa.
Nick oyó a Beau detrás de él, murmurando.
—¿Qué haces? —le preguntó, hablando en susurros, como si temiera llamar la atención de aquella cosa de luz, fuera lo que fuese.
—Buscar un interruptor —respondió, también en voz baja, Beau.
—No. No toques nada. Quédate donde estás.
—¿Qué hacemos?
—No lo sé —dijo Nick, adentrándose en el sótano sin dejar de mirar la luz que parpadeaba en la pared. Franjas verdes en la parte superior, manchas de colores fuertes aquí y allá, una franja azul cielo en la parte inferior… ¿un azul frío?
—Beau, ¿tu móvil lleva cámara?
—Sí —respondió Beau—. ¿Quieres que saque una foto de… eso?
—Sí. Pero sin flash. ¿Puedes?
—Un momento… sí… vale.
Nick oyó el falso chasquido metálico que las cámaras de móvil tenían que hacer ahora por culpa de los pervertidos que compraban teléfonos con cámara para hacer fotos en vestuarios, y a continuación el mismo sonido pero en rápida sucesión, como una ráfaga.
—Puedo grabar un vídeo, si quieres.
—Bien. Empieza ya.
—De acuerdo… pero, jefe, no te acerques a esa cosa.
—Descuida. Solo estoy… ahí hay algo raro.
—No me jodas —dijo Beau, mirando por la pantalla LCD cómo Nick se situaba en mitad del espacio, de cara a la pared de luz, envuelto en el resplandor y mirando fijamente, como en trance.
Estaba tratando de entender qué era aquello cuando algo se disparó dentro de su cerebro, una configuración visual, y acto seguido el enigma dejó de serlo: el campo de color estaba boca abajo.
Nick se inclinó hacia un lado tratando de verlo así, y de pronto se dio cuenta de que estaba mirando una línea de árboles, borrosa pero lo bastante clara, una cúpula arbórea de robles y castaños y unas formas puntiagudas que podían ser pinos o cedros; debajo de la línea de árboles un extenso campo labrado con gente trabajando en él, un tractor marrón tirando de una rastra cargada hasta arriba de lo que parecían piedras blancas grandes, redondas como pelotas.
Más siluetas de hombres, unos cavando en la tierra negra, otros levantando del suelo algo similar a cajas alargadas, y otros simplemente observando en una fila mal formada.
Nick intentó enfocar la imagen forzando la vista, dio un paso al frente y…
—Nick, en serio, no lo toques.
—Solo voy a…
Oyó algo, una especie de gruñido que le produjo un escalofrío a lo largo de la columna. El campo de luz parpadeó, dio como un salto y cambió. En lugar de árboles y un campo con hombres que parecían cavar zanjas, lo que Nick estaba viendo ahora era una imagen invertida de unos tejados de pizarra, casas grandes y viejas extendiéndose como robles con colgajos de musgo español, ondulados céspedes y, más en primer plano, una cerca de hierro forjado, una verja, un todoterreno rojo y negro con alguien al lado, una figura oscura.
Nick dio la espalda a la pared de luz y caminó hacia un trecho más negro que había en lo alto de la pared contraria. Según iba avanzando, su sombra se fue haciendo más grande en la imagen hasta cubrirla por entero. Entonces levantó una mano y vio, en la palma de la misma, un pequeño disco de luz resplandeciente.
Movió la palma hacia el trozo oscuro hasta que el disco se redujo al tamaño de una moneda pequeña.
Detrás de él, el sótano había quedado completamente a oscuras. Escrutó el trozo oscuro de la pared y observó en mitad del mismo un diminuto círculo de luz.
Alargó la mano y palpó lo que parecía una tela gruesa, en medio de la cual había un agujero, tal vez un roto, de entre dos y tres centímetros de diámetro.
Retrocedió unos pasos meneando la cabeza y se echó a reír.
—¿Qué pasa? —preguntó Beau, mientras la sombra de Nick menguaba y parte del campo pancromático reaparecía en la pared. Nick levantó el brazo, retiró la cortinilla y la imagen de la pared desapareció inundada por la luz del sol que se colaba por una ventana del sótano.
Volvió a correr la cortinilla y la pared se llenó una vez más de luz, aunque ahora, según pudo ver, la imagen era completamente distinta de la que había visto primero, aquella escena irreal de unos árboles, gente trabajando en un sembrado y un tractor tirando de una plataforma con pequeños objetos redondos que podían haber sido piedras blancas.
«O calaveras», se le ocurrió entonces, pero no dijo nada.
—¿Sabes lo que es una cámara oscura, Beau?
—Creo que sí. ¿No las llaman estenopeicas o algo parecido? Las estudiamos en la escuela, nos hicieron construir una con una caja de zapatos.
—Ya. Pues ahora este sótano es una cámara oscura.
Giró para señalar hacia el campo de luz.
—Yo diría que se dan las condiciones ideales. En esa persiana negra de allá hay un pequeño agujero. Cuando está echada, el sol entra por el agujero en un haz muy estrecho, igual que en una cámara estenopeica; lo que ves allí es una imagen invertida de la calle que hay enfrente. Ese es el todoterreno de Armed Response, la figura que se ve al lado es Dale Jonquil, y ahí están la verja de hierro, la cerca, y las casas y jardines del otro lado de la calle.
Beau frunció el entrecejo, miró y luego, de ese modo en que las ilusiones ópticas se revelan por sí solas, lo entendió de golpe. Se aproximó a la pared, estiró el brazo y notó en la punta de los dedos el frescor de la piedra.
—Maldita sea. Estaba acojonado de verdad.
—Y yo. La primera vez que vi algo parecido fue ayudando a unos amigos a hacer la mudanza. Entonces era un crío. Habíamos alquilado un viejo camión, e iba cubierto por una lona. Yo tenía la espalda apoyada en las tablas de uno de los lados (dentro estaba muy oscuro) y de pronto vi algo que parpadeaba al fondo del camión. Había un agujerito en una de las tablas y el sol se colaba por allí. Tardé un minuto o dos en comprender que estaba mirando una imagen de las calles y los coches que pasaban, solo que invertida. El camión era una cámara oscura.
—¿Y esto de aquí será cosa de la señorita Cotton?
—Ni idea. Diría que se trata de algo puramente accidental. —Nick estaba pensando en el efecto que aquella primera imagen le había causado, la del campo y la gente trabajando la tierra, la imagen que bruscamente se había convertido en un reflejo de la calle frente a la mansión de Delia Cotton.
«Una granja fantasma —pensó—, extraños árboles retorcidos bajo una misteriosa luz dorada, cráneos humanos amontonados en una carreta, peones (o esclavos) cavando… ¿qué era lo que sacaban del suelo?
»¿Ataúdes?»
—Beau, ¿has grabado eso en la cámara?
—Creo que sí —dijo Beau. Encontró un interruptor y encendió la luz, una bombilla grande que colgaba de un cable en mitad del sótano. Las densas sombras retrocedieron hacia las esquinas y la imagen en la pared se desvaneció dejando paso a una tenue insinuación de movimiento en colores.
La luz les permitió ver también algo que había bajo la enorme caldera, a la sombra de la misma, una masa oscura y redondeada.
Beau se acercó a ella y se arrodilló para mirar debajo de las viejas tuberías. El amasijo retrocedió hacia lo oscuro casi como si fuera líquido, sin hacer el menor ruido.
Beau se sentó sobre los talones.
—Esta casa no me gusta, Nick, te lo digo en serio. Ahora entiendo lo de la cagalera. ¿Qué demonios puede ser eso de ahí?
—No lo sé —dijo Nick, inclinándose para mirar, el pulso otra vez acelerado. Beau no era el único poli que tenía cagalera.
—Sea lo que sea, está vivo —dijo Beau—. Me parece oír como un silbido. ¿Y si le meto una bala?
—No se puede ir disparando a diestro y siniestro, Beau. A Tig no le gustaría. Además, te haría pagar la bala. ¿Qué tal si te metes ahí debajo y salimos de dudas?
Beau le miró de mala manera, se puso de pie, retrocedió, sonrió de oreja a oreja, y le cedió el paso a Nick con un muletazo torero.
—Señor, ateniéndonos al manual, aquí es donde el oficial de mayor rango y experiencia tiene que enseñar al pobre novato cómo se hacen las cosas.
—¿Ateniéndonos al manual?
—Desde luego, señor. Ha oído usted bien. Igual que en NCIS.
Nick le lanzó una mirada de soslayo, suspiró, puso una rodilla en el suelo y bajó la cabeza para escrutar la oscuridad.
Fuera lo que fuese, a la cosa no le gustó ver a Nick y el silbido grave se tornó gruñido. Nick notó que la zona más querida de su anatomía se encogía de frío. Levantó la vista y miró a Beau.
—¿Tenemos guantes en el coche?
—Solo de látex.
—Busca a ver si encuentras unos de jardinero por ahí.
—¿Qué es, lo de ahí debajo? —preguntó Beau, que temía perderse algo interesante.
—Tú busca unos guantes —dijo Nick, poniéndose en cuclillas y respirando por la boca para calmar su agitación. Oyó los pasos de Beau en la escalera y cómo las tablas del suelo crujían al ir hacia el vestíbulo de la casa.
A solas, o no del todo, en el sótano, Nick tuvo la sensación de que la casa entera se aposentaba sobre él, un enorme peso muerto que intentaba aplastarlo contra el suelo.
No tenía la menor idea de lo que había podido ocurrirle a Delia Cotton, pero estaba claro que algo le había pasado a la casa. Todo aquello era tan…
«Exterior».
Fue entonces cuando le vino a la cabeza lo que había dicho Lemon Featherlight al describir lo sucedido a Rainey Teague, cómo el chaval había sido… transportado… a una antigua cripta.
«Fuera lo que fuese, vino de… del exterior».
Nick sacudió la cabeza y se pasó las manos por el pelo. Eso eran gilipolleces. Alguien real, de carne y hueso, estaba jugando con Niceville, y él, como poli que era, tenía que poner fin a todo eso.
Oyó crujir las tablas del suelo: Beau entrando otra vez y bajando al sótano. Lo que había debajo de la caldera silbó de nuevo y se retiró aún más hacia la oscuridad.
—He encontrado unos —dijo Beau, pasándole unos guantes de jardinero, largos y gruesos—. Y esto también —añadió, sosteniendo en alto una pala y una burda manta gris.
Nick se puso los guantes, se bajó las mangas de la camisa, se deslizó de rodillas bajo las cañerías, esperó un momento y lanzó el brazo con la mano abierta.
Encontró algo blando y duro a la vez, piel y pelo, notó que ofrecía resistencia, la cosa gruñendo y silbando por lo bajo. Tenía una fuerza extraordinaria, pues rápidamente se zafó y le hundió los dientes en el guante (Nick pudo sentir en la piel la punta de sus colmillos). Al sacar el brazo, vio que lo que había atrapado era un enorme gato de raza maine coon.
Con la mano libre, le sujetó las patas traseras para que no se escapara. El gato tenía los ojos muy abiertos y dilatados, sus iris parecían despedir chispas verdes, las orejas echadas hacia atrás, el pelo del cuello erizado, la cola no paraba de moverse, y enseñaba los colmillos hasta la encía mientras con las garras traseras intentaba arrancarle la piel del brazo.
Beau le echó la manta encima y entre los dos consiguieron por fin inmovilizar al felino dejando solo la cabeza fuera. El gato, por su parte, seguía debatiéndose con todas sus fuerzas, gruñéndoles, intentando sacar más la cabeza para dar una dentellada a la mano de Nick.
—¡Uf! —exclamó Beau—. Pero ¿qué le habrá entrado a este bicho?
—Es la gata de Delia Cotton —dijo Nick—. Figura en el informe. Mildred no sé qué… Mildred Pierce, creo.
Al oír el nombre, la gata pareció calmarse un poco, no tanto como para dejarla salir de la manta, pero al menos había cejado en sus intentos de hacerlos picadillo a los dos.
Nick notó que el animal temblaba y también el calor que irradiaba a través de la manta.
Por regla general prefería los gatos a los perros. Atrajo a la gata, con manta y todo, hacia su pecho. Estaba tensa como la cuerda de un arco cuando subieron del sótano y fueron a la cocina, mientras Beau vigilaba los movimientos del animal armado con su pala como si fuera un bate de béisbol.
—Deja eso —le dijo Nick—. No vamos a partirle la crisma a un gato casero, ¿verdad?
—Como intente algo, sí. Es grande como un maldito lince. Mira qué ojos pone. Esa gata está chiflada.
Nick miró a la gata y esta, de repente inmóvil, le devolvió una mirada fija, dura y sin párpados. Por un momento, Nick tuvo la ilusión de estar ante un ente frío pero dotado de inteligencia. La sensación pasó y ya no fue más que una gata.
Nick la sostuvo en alto.
—¿Qué habrás visto tú, gata? ¿Qué demonios has visto?
—¿La estamos interrogando, jefe? —dijo Beau.
—Es el único testigo que tenemos —respondió Nick—. Me parece que tiene sangre en el pelo. Empezaremos por ver de quién es.