El frisbee-robot con el logotipo de Raytheon GNS descansaba en su estuche de acero inoxidable forrado de terciopelo azul encima de la mesa de comedor entre Coker y Danziger, bajo la deslumbrante luz blanca procedente de una lámpara halógena de escritorio que Coker había traído de su despacho.
Junto al codo derecho de Coker había una botella de Jim Beam, y ambos tenían junto a la mano derecha idénticos vasos, uno de esos vasos para zumo con naranjas y uvas pintadas en él. De fondo sonaba el solo de trompeta de Jerry Goldsmith en la banda sonora de Chinatown.
Coker dio una última calada al cigarrillo, lo apagó en un cenicero que parecía un neumático de Fórmula 1, se retrepó en la silla, que gimió como una cancela oxidada, y observó la expresión de Danziger mientras este daba otra calada a su propio cigarrillo.
—No olvides que tienes una bala en ese pulmón que estás llenando de humo…
Danziger le miró entrecerrando los ojos contra la neblina de su propio humo.
—Ese no lo utilizo. Lo que hago es redireccionar.
—¿Re… qué? ¿Mandar el humo al otro pulmón?
—Sí.
—Tú verás. Si la palmas, me quedo con todo.
—¿Qué hay de Merle Zane? ¿Te ha llamado?
Coker negó con la cabeza.
—En diez minutos he recibido tres llamadas. Siempre sale el número de Zane en la pantallita, pero cada vez que acepto la llamada, solo se oye una especie de silbido, un susurro, como si fuera vapor, o quizá el viento moviendo la hierba. Ahora que lo pienso, podría ser también algún animal, quizá un mapache o una zarigüeya. Yo me quedo esperando a que Merle diga algo, pero nada, solo esa especie de silbido durante quince o veinte segundos y luego se corta.
—¿Has devuelto la llamada?
—Después de la tercera suya. Su móvil suena un par de veces y luego sale el buzón de voz…
—¿Has dejado algún mensaje?
—Que quería que nos viéramos, de buen rollo, para aclarar las cosas y buscar una solución, y que solo tenía que proponer un lugar de encuentro.
—¿Él no te ha vuelto a llamar?
Coker negó con la cabeza mientras se concentraba en los posibles motivos del silencio de Zane. Tuvo que rendirse por falta de datos.
—No. Por eso estaba ahora mismo pensando en ello. Si se me ocurre alguna idea luminosa, te aviso.
Coker se inclinó hacia delante y dio unos golpecitos al estuche de acero inoxidable.
—Bien. Y respecto a este frisbee alienígena que tenemos aquí… ¿alguna sugerencia, Charlie?
Danziger no respondió enseguida.
En un rincón el televisor de pantalla plana y muchas pulgadas mostraba, sin volumen, coches de policía congregados en torno a un edificio de ladrillo rojo contiguo a una iglesia art déco, y a una reportera con un peinado tipo casco hablando a la cámara en primer plano.
En la parte inferior de la pantalla unas letras corrían de derecha a izquierda: INCIDENTE EN SAINT INNOCENT ORTHODOX CONSERJE TOMA DOS REHENES Y AMENAZA CON SUICIDARSE LA POLICÍA ESTÁ NEGOCIANDO…
—Primero contéstame a una pregunta. —Danziger tomó un sorbo de Jim Beam y dio un respingo al tragar. Odiaba ese bourbon en particular, pero en la zona donde se encontraban, emborracharse con polis quería decir hacerlo con Jim Beam. A solas bebía Pinot Grigio, tan helado que hasta le dolían los dientes, pero ni loco hubiera permitido que corriera la voz.
—Dispara —dijo Coker.
—¿Qué hacía esa cosa en una caja de caudales del First Third?
—Fácil. Esperar a que llegaras tú y nos jodieras bien jodidos.
—Sí, vale, aparte de eso.
Coker meditó la respuesta.
—Así, de bote pronto, yo diría que no había ningún motivo para que estuviera allí. Si realmente es una especie de artefacto ultrasecreto, lo más lógico sería que lo tuvieran guardado en el cuartel general de Raytheon, dondequiera que esté.
—En Waltham, Massachusetts.
—O en la filial de Quantum Park que esté haciendo I + D para Raytheon.
—Sí, es lo que yo pensé.
—Ah. ¿Y sabes cuál es la maldita filial?
—Lo he buscado. Una empresa que se llama Slipstream Dynamics.
—Vale, muy bien. ¿Tú dirías que esos de Slipstream Dynamics tienen un problema con uno de sus frisbees supersecretos, el que estaba en una caja fuerte del First Third en Gracie?
Leve inclinación de la cabeza de Danziger para contemplar el objeto en cuestión.
—Mientras estabas en la cámara acorazada, ¿no te fijaste a quién pertenecía la caja fuerte?
—No —respondió Danziger—. Nunca ponen nombres, Coker. Solo números.
—O sea que la cogiste sin más…
—Porque estaba allí.
—Ya… ¿y si resulta que estaba pero no tenía que estar?
—Eso explicaría por qué ni la prensa ni la televisión han dicho nada de que los ladrones se hubieran llevado un artilugio de alta tecnología. Lo cual quiere decir que el que lo tenía allí guardado estaba haciendo algo que a los santitos de Raytheon tal vez no les…
—Agradaría demasiado…
—Por ejemplo.
Coker recapacitó. Danziger se dedicó a observarlo. Siempre era interesante mirar cómo pensaba Coker.
—¿Crees que quizá les gustaría recuperarlo?
—Sí, es lo que creo.
Coker se quedó un momento callado. Danziger aprovechó para servir más Jim Beam y encender otro Camel de los de Coker; por un momento pensó en dejar el tabaco, al menos hasta que se le curara el pulmón, rechazó la idea y se recostó con un suspiro de satisfacción, dispuesto a seguir mirando cómo pensaba Coker.
—Muy arriesgado —dijo este al fin.
Danziger asintió.
—También lo es matar polis por la pasta. A propósito, ¿cuánto nos hemos llevado?
Coker hizo un gesto ausente señalando hacia la encimera de la cocina, donde se amontonaban treinta y nueve pilas de billetes dispuestos con quirúrgica precisión, al lado de un montón más pequeño consistente en anillos, joyas y bonos negociables sustraídos de las diversas cajas fuertes que Danziger y Merle Zane habían tenido tiempo de reventar una vez las sacas estuvieron llenas de dinero en metálico.
—Dos millones ciento sesenta y tres mil dólares, más los objetos variados.
La expresión de Danziger fue de verdadera sorpresa.
—¡Tío! Ya sabía yo que sería un buen golpe.
—El banco dice que han perdido dos kilos y medio.
—Cuando los atracan siempre hacen igual.
—Muy bien, tenemos dos millones ciento sesenta y tres más los objetos variados, pero no se te ve muy feliz.
—Es demasiada pasta, Coker. Con una cantidad así, la gente se vuelve loca tratando de encontrarla. Es demasiado dinero.
—¿Y qué pretendes, que devolvamos una parte?
Danziger parecía estar pensando precisamente eso.
—Supongo que no. Pero más vale que no perdamos la calma.
—Yo no la he perdido. Menudo botín, Charlie.
—Es verdad. Y el frisbee —dijo Danziger mientras dividía mentalmente dos kilos ciento sesenta y tres (más objetos variados) entre uno. El cociente le gustó.
—Sí, y el frisbee. ¿Crees que podríamos pedir un rescate por él? ¿Con quién deberíamos negociarlo?
—Imagino que con Byron Deitz. Es el jefe de seguridad de todo el complejo.
—Y dices que Deitz ya está husmeando. ¿Te explicó Boonie por qué?
—Deitz solo dice que quiere colaborar. La hermandad de la placa y esas chorradas. Aparte de que un buen pedazo de las nóminas de todo Quantum Park está ahora mismo sobre la encimera de tu cocina, o sea que él se siente profesionalmente obligado.
—A ese hijoputa no le interesa una mierda otra cosa que no sea Byron Deitz. Los federales no van a permitir que un mierda como él meta las narices en la investigación. Y Marty Coors menos. Yo tampoco lo permitiría. ¿Y dices que ha preguntado por Lyle Crowder?
—Pues sí —respondió Danziger.
—Eso no me gusta. ¿Hasta qué punto nos exponemos con Lyle?
Danziger se encogió de hombros.
—Aunque cante, cosa que no creo que haga porque le caería la pena de muerte por ser cómplice, ha matado a dos señoras. Y habiendo cuatro polis muertos, aquí nadie va a permitir que se declare culpable a cambio de una reducción de cargos. Aparte de que Lyle no sabe quiénes somos.
Con la mirada perdida, tomó un sorbo, dio una calada y se pasó la mano por el pelo produciendo un sonido como de algo que raspara.
—Claro. Veamos, lo único que puede decir Lyle es que recibió un sobre vía FedEx con cinco mil dólares en billetes de cincuenta y una nota adjunta diciendo lo que tenía que hacer para ganarse otros cinco mil, que era organizar un colapso de la hostia en la interestatal a una hora determinada. Por lo que me dijo, Boonie está prácticamente convencido de que el chaval es inocente. Yo lo dejaría correr, francamente. Más vale que Boonie no cambie de opinión. Además, liquidar a Crowder solo serviría para convencer a Boonie de que está más cerca de los atracadores de lo que él pensaba. Se pondría a investigar lo que hizo Crowder desde el día en que nació. Averiguarían que recibió un envío de FedEx y seguirían esa pista…
—Que no conduciría a nosotros, ¿verdad? Te pusiste guantes cuando metiste el dinero dentro, supongo. Y el remite era falso…
—Sí, pero matar es la típica metedura de pata del atracador, el paso en falso que hace que pringue. Mira lo que ha pasado con Merle. Intenté liquidarlo, y ahora el tío está quién sabe dónde y haciendo sabe Dios qué. Si le hubiéramos dado su parte, habría vuelto con los Bardashi y estaría más contento que un conejo harto de zanahorias. Si intentamos cargarnos a Lyle, ¿quién te dice que uno de sus guardianes no se interpondrá en el camino de las balas? O quizá no lo matamos del todo y el tío decide confesar porque sabe que es su única salida. Pues no. En caso de duda, el culo quieto. Cuando no hay nada que hacer, mejor no hacer nada. ¿Me entiendes?
Coker, después de pensarlo un poco, asintió.
—Por mí, vale, si tan claro lo ves. ¿Qué quieres que hagamos con el botín?
—Lo mejor sería ceñirse al plan, creo yo, no tocar el dinero durante un año más o menos y luego ir sacándolo poco a poco, sin hacer nada que llame mucho la atención. A propósito, ¿qué hiciste con el Barrett?
—Desmontar el cañón y el percutor. Después lo limpié. Lo tengo guardado, en el depósito, donde tiene que estar. El cañón viejo lo tiré a Crater Sink, para que los pececitos le hagan compañía.
—En ese pozo negro dudo que haya ningún pez. Qué sitio más espantoso, siempre me pone los pelos de punta. ¿Y la Python que utilizaste para rematar la faena?
—Con los pececitos también.
—¿Y mi Chevy?
—Lo llevé hasta Tin Town y lo dejé al lado del centro de intercambio de jeringuillas. Con las llaves dentro. Me quedé esperando un rato y a los quince minutos ya lo habían trincado.
—Maldita sea, Coker. Había sangre mía dentro.
—¿Y qué? No significa nada a menos que quieran el ADN. Y el ADN no lleva una etiqueta microscópica donde ponga «Soy el ADN de Charlie Danziger». Además, para cuando esos tíos acaben de investigar, tu sangre estará cubierta por quince capas de pringosa caca de yonqui. Te aseguro que ningún capullo de Homicidios va a querer meterse en semejante vehículo. Estará en plan pasando de todo antes de que la poli de Niceville se dé cuenta siquiera.
Charlie miró a Coker y sonrió.
—¿Has dicho «pringosa caca de yonqui»?
—Bueno, intentaba adornar la cosa.
—Pues ahórratelo.
En ese momento sonó el teléfono, uno de aquellos viejos aparatos negros, encima del aparador que quedaba detrás de Coker.
Coker alargó el brazo y descolgó.
—Sí.
Danziger alcanzó a oír una especie de zumbido, una voz de mujer. Vio que la expresión de Coker cambiaba bruscamente.
—Qué tal, Mavis… no, estoy bien, aquí tomando un trago con Charlie Danziger… sí, ya lo sé, no para de salir en las noticias, lo estoy viendo…
Apartó el teléfono y lo dirigió hacia el televisor: la cobertura de Live Eye Seven sobre el incidente en Saint Innocent se estaba retransmitiendo a escala nacional.
—Charlie, ¿puedes darle volumen? —dijo.
Así lo hizo Danziger, y de pronto sonó la voz jadeante y acalorada de la reportera de Live Eye Seven, una rubia oxigenada con un casco por melena y pinta de quinceañera.
—… Y hasta el momento no ha habido ningún progreso, ya que Kevin Dennison se niega a contestar las llamadas de los negociadores…
Coker y Danziger se quedaron mirando un rato la pantalla. Finalmente Coker se pasó el índice de lado a lado de la garganta y Danziger pulsó el botón para quitar el volumen. Coker estaba otra vez al teléfono, prestando mucha atención, dando respuestas escuetas, todo muy profesional.
—De acuerdo. Entendido. ¿Y la gente de Marty… Bueno, entonces llama a Glynco y consigue un… ¿qué? ¿Benning? No me jodas. Sí, lo comprendo… no, ningún problema… ¿y cuándo? Sí… que sí… ¿Tenemos el visto bueno de Mauldar? ¿Por escrito? Muy bien. Estupendo. Cálmate, Mavis, dentro de quince minutos estoy ahí. Tengo el equipo en la camioneta. Sí. Bien.
Colgó el teléfono, movió los ojos hacia Danziger y esbozó una gran sonrisa.
—Era Mavis Crossfire.
—Ya. Se la ve ahí al fondo, junto a los coches patrulla. Necesita un francotirador de la policía, ¿a que sí?
—Solo por si acaso.
—¿Y el comando de Marty?
—Están todos en Benning, en una competición de tiro.
—Mal momento para que llames la atención con tu buena puntería, Coker.
—¿Y qué quieres que haga? ¿decirle que no me apetece ir?
Coker se puso de pie, apuró el vaso y lo dejó sobre la mesita, mentalizado ya para la misión.
—Tengo que ir a cambiarme. ¿Quieres venir conmigo? Puede que sea interesante.
—¿Ah, sí? ¿Y qué voy a hacer? ¿sostenerte la picha? ¿ir a por rosquillas y café? Ya no soy poli, Coker. Tú a lo tuyo; yo iré a hacer algo con respecto a este artilugio de espías.
—¿Como qué?
—Tocarle los cojones a Byron Deitz.
—¿Cómo?
—Queremos que él nos lo compre, ¿verdad?
—Claro.
—Vale, pues primero tenemos que desconcertarlo un poco.
—¿Tienes alguna idea?
—Me lo voy a llevar de gira por Tin Town, un garito detrás de otro: Helpy Selfy, Piggly Wiggly, Winn-Dixie, Lowe’s, todos los sitios adonde van polis. Y cuando termine de pasearlo de un lado para otro, ese capullo no sabrá ni dónde tiene el culo. Y luego haremos el trato.
—No me digas. Sigo pensando que es más divertido sostenerme la picha.
—¿Y cómo querías que lo supiera, Coker?
—Pregúntale a tu madre.