A la mañana siguiente, como si presintieran que Niceville necesitaba una buena ducha, las nubes habían surcado el cielo desde el sudeste y una lluvia caliente como la sangre repiqueteaba en la ventana del dormitorio. Nick estaba despierto desde el alba, dedicado a escuchar el vaivén de la respiración de Kate, sintiendo el calor de su cuerpo en el flanco izquierdo, el olor de ella en su piel y sus labios y su pelo. Teniendo en cuenta cómo se había desarrollado la noche, Nick debería haberse sentido acariciado por el calorcillo de un recuerdo agradable.
Pero Nick estaba inquieto y no divagaba.
Tumbado a la espera de que sonase el despertador, trató de reunir fuerzas para hablarle a Kate de un asunto tan volátil que incluso le daba miedo abordarlo, pues tenía que ver con un viejo amigo del ejército y del favor que Nick le había pedido. Se preguntaba si, una vez hubiera terminado de hablar de ello, continuaría viviendo en lo que era su casa.
Kate, además de ser una mujer preciosa y una de las chicas de carácter más dulce que Nick había conocido nunca, podía tener muy mal genio. Lo más sensato, cuando empezaba a enfadarse, era poner pies en polvorosa. Nick había tardado un tiempo en llegar a esa conclusión y, de hecho, conservaba una pequeña cicatriz en la sien de un día en que debió esquivar hacia el lado contrario cuando ella le lanzó un tazón y este le pasó rozando a gran velocidad. Kate lamentó mucho haberle hecho sangre, pero no así haberle hecho daño.
Ella se movió a su lado, y Nick notó un cambio sutil pero palpable en el aura de su mujer cuando poco a poco despertó en la lúgubre mañana de sábado.
—Nick —dijo—, ¿cuánto rato llevas despierto?
Él se acodó en la cama y apartó de sus ojos un mechón de pelo cobrizo. Ella le sonrió con una expresión llena de afecto y confianza.
Su matrimonio iba bien, muy bien, y Nick se consideraba un hombre afortunado.
—¿Despierto? Pues una hora o así. Estabas soñando.
—¿Ah, sí?
—Sí. ¿Te acuerdas del sueño?
Ella cerró los ojos y pensó.
—Era una tontería sobre una mujer con un vestido verde y un gato grandote y feo. Ella quería entrar en casa y no sé por qué yo no quería dejarla pasar.
Le miró.
—Tú tampoco parece que hayas descansado bien. ¿Pensabas en el tiroteo? —dijo.
El rostro de Nick se endureció por momentos, pero volvió a relajarse.
—A ratos, sí.
—¿Vas a tener que hacer algo más, aparte de investigar el lugar de los hechos con Marty y Jimmy?
—Seguramente no. Se ocuparán los federales, porque el First Third es un banco nacional. A nosotros nos tocarán las migajas.
—Imagino que Reed irá al funeral. ¿Piensas ir tú?
Nick negó con la cabeza y apartó la mirada.
Kate recordó que Nick había visto ya demasiados funerales militares. Cambió de tema.
—Fuiste a correr un poco, cuando yo me quedé dormida, ¿verdad? —Le miró de abajo arriba y luego añadió—: Me sorprende que tuvieras fuerzas para eso.
Nick le sonrió.
—Necesitaba salir de aquí, o habrías acabado conmigo. Me di una ducha y luego fui a correr por Patton’s Hard.
Nick no tenía ganas de decirle que había ido a Patton’s Hard para ocuparse de un asunto urgente, lo que él solía llamar una redada sin orden judicial. Tenía motivos para pensar que había en la zona un violador en serie, un cerdo sádico y malvado que, por el momento, había sido lo bastante listo como para no dejarse atrapar.
Nick iba, pues, todas las noches a Patton’s Hard. Y, por fin, la víspera, se había topado con él en persona, vestido de chándal y agazapado entre los arbustos a unos pasos del sendero, al acecho.
No vio llegar a Nick.
Después ocurrió una cosa muy extraña. Mientras corría de vuelta a casa por el angosto camino que atravesaba el bosque junto al río Tulip, un caballo enorme le había adelantado y por poco no le había tirado al suelo.
Apenas tuvo un momento para mirar mientras el caballo se alejaba a galope, iluminado por las escasas farolas que alumbraban el sendero; parecía una bestia de carga, probablemente un clyde o un belga. En cualquier caso era un caballo gigantesco, de pelaje marrón claro, con una larga crin dorada y cuatro imponentes pezuñas blancas.
Un caballo lo bastante grande como para hacer temblar el suelo cuando pasó por su lado en la semioscuridad, resoplando de mala manera, con un tintineo de arneses y el ruido sordo de sus cascos golpeando la tierra. Se había perdido de vista en la noche, el ruido decreció hasta extinguirse, y luego, mientras Nick permanecía allí de pie, sin salir de su asombro, un súbito viento helado procedente del río lo dejó tiritando.
Más tarde llegó a preguntarse si aquello había ocurrido de verdad. De todas formas, no pensaba contárselo a Kate. Ella detestaba Patton’s Hard, un camino oscuro y peligroso a través de un bosque de sauces, un lugar que ella evitaba incluso a la luz del día.
Kate frunció el entrecejo.
—Preferiría que fueras a correr de noche por la parte del río. Ya sabes lo que les pasó a esas dos pobres chicas el mes pasado. No es un sitio seguro.
Nick la miró.
—Kate…
—Sí, ya sé. Ahora no me vengas con ese rollo machista del Semper Fidelis y el ¡vamos! y qué sé yo…
—Oye, nena, eso del ¡vamos! es cosa de tenistas, el Semper Fidelis es de marines, y yo estuve en las Fuerzas Especiales. Eso es el ejército, ¿recuerdas?
Kate sabía muy bien que Nick sentía tanta añoranza de las Fuerzas Especiales como el fumador empedernido añora el tabaco. No acababa de entender cómo un hombre que tenía a sus espaldas ocho años de combate en primera línea no hubiera superado aún el ansia de guerra. Pero ahora que Nick estaba en Niceville, porque así lo había elegido él, iba siendo hora de que se dejara de historias y se concentrara en la vida que compartían. Kate estaba dispuesta a recuperarlo, de un modo o de otro.
El despertador de la mesilla de noche empezó a lanzar fuertes destellos amarillos, iluminando la habitación del desván.
Kate se incorporó, desnuda, pulsó el botón de DORMIR, se volvió hacia él y le dio un beso, intenso, escrutador; al notar su rápida reacción, sonrió para sus adentros.
«De un modo o de otro».
Un rato después desayunaban tostadas, zumo y café solo, y Kate, que se había puesto una falda azul ceñida y una blusa blanca para ir a trabajar (estaba citada con una trabajadora social del condado), cogió la mano de Nick entre los restos de pan con mermelada y los cubiertos en el momento en que él alzaba su taza.
—Casi se me olvida. En el juzgado me tropecé con Lacy Steinert; dice que vayas a verla.
Nick dejó en la mesa la taza que acababa de levantar y se pasó la mano por el pelo, un gesto típico suyo. Parecía que algo le rondaba por la cabeza; Kate no sabía qué era, pero sí que lo estaba royendo por dentro. A lo mejor se decidía pronto a contárselo.
—¿Y qué quiere? —preguntó él, cauteloso.
Kate mudó el gesto, y cualquier rastro de buen humor desapareció. Fuera seguía lloviendo con ganas, y del pavimento ascendía una niebla espesa y gris que se encaramaba a los árboles como una inundación. En el silencio que siguió, Kate escuchó el fuerte rumor de la lluvia en el tejado mientras miraba a su marido.
—Es sobre Rainey Teague —dijo.
Nick dio un respingo (era lo que ella esperaba) y bajó la vista apenas un segundo. El caso Rainey Teague había abierto un boquete en el corazón de Nick. Kate lo sabía mejor que nadie y por esa razón había cosido a Lacy a preguntas y meditado largamente antes de sacar el tema a colación.
—¿Te dijo Lacy si tenía algo?
Por quitarle hierro al asunto, Kate se encogió de hombros, diciendo:
—Ya la conoces. Siempre forzando la máquina judicial.
Lacy Steinert, que trabajaba como asistente social por cuenta del condado para el seguimiento de personas en libertad condicional, mujer excelente y persona de fiar, pero también muy tenaz en lo relativo a sus clientes, siempre estaba buscando la manera de sacarle las castañas del fuego a algún delincuente maltratado.
—Sí, la conozco —dijo Nick, todavía tenso.
Kate tomó aire y se lanzó de cabeza.
—Se trata de Lemon Featherlight…
—Sé quién es. Un ex marine. Dos campañas, condecorado, héroe de guerra. Licenciado con todos los honores y después las cosas se tuercen. Ahora trabaja como informador clandestino de Tony Branko en la brigada de estupefacientes de Niceville. Indio seminola, de Islamorada, allá en los Cayos. Suele rondar por el barrio de los clubes, al sur de Tulip Bend. Puede conseguir cualquier receta: éxtasis, OxyContin, Percodan, Demerol. Vende a clientes selectos. Y, según he oído, él también se vende.
—Vale —dijo Kate—. Clientes selectos. Por ahí va la cosa. Resulta que le ha contado a Lacy que le vendía Demerol a Sylvia Teague.
Nick guardó silencio, pero ella vio que sus palabras habían hecho mella en él.
—¿Para el cáncer?
—Eso es lo que dice él.
—Kate, Sylvia Teague tenía mucho dinero y la gente rica recibe el mejor tratamiento posible. Podía conseguir de su médico lo que le daba la gana, hasta heroína si me apuras. Antes de la desaparición de Rainey ella ya había tomado morfina. Podía apretar el botoncito del monitor y conseguir todo el alivio del mundo. ¿A santo de qué iba a tener tratos con un tipo como Lemon?
Kate dudó antes de continuar.
—A Lacy le ha dicho que se conocieron hace dos años en el Pavilion. Ella había ido a almorzar con unas amigas, Lemon Featherlight pasaba por allí (es un hombre apuesto y viste bien), una de las amigas de Sylvia le hizo señas y él se acercó a la mesa.
—¿Lacy sabe el nombre de la amiga?
Kate se encogió de hombros.
—Para eso tendrás que hablar con ella.
—No sé si acabo de entenderlo.
—Lacy dice que entre Lemon y Sylvia hubo bastante química —dijo Kate, tras una pausa—. Según Lemon, se hicieron muy amigos.
—Continúo a dos velas —dijo Nick—. ¿Qué conclusión debo sacar de todo esto?
—Lemon Featherlight dice que Sylvia lo invitaba a menudo a su casa. A veces estaba Miles…
Kate dejó la frase en suspenso.
Nick tomó un sorbo de café, sus ojos grises mirando al suelo. Kate notó que pensaba a toda velocidad.
—¿Los tres… juntos?
Kate inclinó la cabeza hacia el lado izquierdo y le dedicó una mirada de madura ironía.
—No puede decirse que sea algo nuevo en Niceville —dijo—. Ni en el resto del mundo. Durante los años veinte pasaron cosas bastante bestias, y en los ochenta no digamos. Incluso en las mejores familias, según he oído decir.
—En la mía, no.
—Cariño, tu familia es de Los Ángeles. Tú te criaste haciendo surf con tu hermana en Santa Monica. Tu padre es abogado del mundo del espectáculo y tu madre administra un hospital, y son los dos tan poco sexis como un chupa-chup de plátano. Jamás entenderé cómo os tuvieron a ti y a Nora. Imagino que estaban probando una nueva postura de yoga, se cayeron y acabaron practicando sexo.
Nick no pudo evitar una sonrisa. Ella tenía toda la razón del mundo. Sus padres mostraban un grandísimo interés por la progresiva extinción del eperlano del delta, pero les importaban un comino los seres humanos. Habían tenido dos hijos, Nick y su hermana Nora, reaccionaron con discreto horror a la brutalidad del proceso natalicio y pusieron nombres «monos» al fruto del mismo como si Nick y Nora fueran dos yorkshire enanos. A renglón seguido corrieron a hacerse, respectivamente, la vasectomía y la ligadura de trompas y ahí terminó la cosa. Kate sonrió y le acarició la mejilla.
—Nick, yo siempre te lo digo, Niceville es diferente. Más aún que el Sur en general. Será por el calor, o puede que en Crater Sink haya realmente algo misterioso. Niceville es un sitio raro. Recuerda que yo he crecido aquí.
—Ah, ¿es por eso por lo que tu padre vive tan lejos?
Kate volvió a sonreír. Desde que, hacía un año, le había consultado sobre la desaparición de Rainey Teague, su padre había escurrido siempre el bulto, eso sí, con elegancia, a no ser que fuera para preguntar, ocasionalmente y midiendo sus palabras, si Kate tenía aún en casa aquel «maldito espejo antiguo».
Y lo tenía.
Kate no respondió a Nick; a fin de cuentas era una pregunta retórica y nada más. De todos modos, él estaba hablando otra vez de Lemon Featherlight.
—En este último año ha ido a ver a Rainey al menos doce veces. Supongo que tú ya lo sabías.
Kate le dijo que sí.
—Ya, bueno —continuó Nick—. Tony Branko investigó un poco y le preguntó a Featherlight qué conexión había entre ambos. Lemon le dijo que lamentaba lo del chico. Branko se olió que eso no era todo, pero Featherlight sabe cerrarse en banda cuando le conviene. Branko tampoco vio que eso fuera un problema. Pero, con esto que me cuentas, parece que las cosas están más claras. Branko trata con demasiada blandura a ese tipo, porque él también estuvo en los marines y piensa que la policía militar lo jodió bien jodido. Espera a que se entere de esto… ¿Y Lemon Featherlight sabe algo interesante sobre lo que le pasó a Rainey?
Kate negó con la cabeza, todavía a la espera de ver en qué acababa todo aquello.
—Ni idea —respondió—. Lacy solo me ha dicho que pasaras a verla.
Nick volvió a guardar silencio. Este no era el momento para sacar «lo otro». De todas formas, las noticias sobre el caso Rainey Teague lo habían descolocado. Ya se le ocurriría algo más adelante.
—Mierda. Lemon Featherlight y Sylvia…
—Y Miles. Sabrás manejarlo, Nick. Eres un tipo duro. Sea lo que sea lo que ese Lemon tenga que decir, lo mejor será que vayas a ver de qué se trata.
—Los Teague me caían simpáticos. Me gustaba pensar bien de ellos. Quizá no voy a querer oír nada.
—Te entiendo, Nick —dijo Kate, y le tocó la mano—. Es lógico, pero ese es tu trabajo, ¿no?