Kate estaba conduciendo de regreso a casa cuando le sonó el móvil. Era Nick llamando desde el coche patrulla, a juzgar por el ruido de fondo.
—¿Cómo ha ido lo de Bock?
Kate, que se había quedado preocupada después de cómo la había mirado Bock al final, se animó al oír la voz de Nick.
—El cabrón se va a llevar su merecido —dijo.
—Estupendo. Pero ya hemos hablado de él. Creo que deberías extremar las precauciones. ¿Aún tienes esa Glock en la guantera?
Kate puso los ojos en blanco. Nick solía excederse un poco en lo referente a la seguridad de su familia. Puesto que Kate, que ella supiese, era la única esposa que tenía, siempre estaba muy pendiente de ella.
—Oye, Nick, no te alteres. No es necesario que estés siempre dispuesto a todo. Mira lo que pasó en Savannah la semana pasada.
—Eh, eh. Esos tipos se lo buscaron. Yo solo los afiné un poquito.
—Nick, no eran más que dos chiflados de esos que se hinchan a esteroides. Y si dices que solo los «afinaste», no quiero ni pensar qué habría pasado si llegas a ir en serio. Y nada menos que enfrente del hotel donde estábamos nosotros. Toda la gente que había en el vestíbulo lo vio.
—El hotel estaba bien, por cierto. Una piscina cojonuda.
—Estás cambiando de tema.
—No te lo discutiré.
—Nick…
—Mira, Kate, en Savannah me pasé de la raya. No volverá a ocurrir. Pero tú estás conduciendo por ahí, y eres lo que más me importa en el mundo.
—No me digas. —Kate aflojó un poco—. ¿Qué hay de los Raiders de Oakland? ¿Es que han dejado de interesarte?
—Ya no están en Oakland. Además, esos van todos armados.
—Y yo. ¿Dónde estás ahora?
La voz de Nick volvió a cambiar de tono.
—¿Te has enterado de lo de Gracie?
—Sí. Qué horror. ¿Te han dicho que investigues?
—De momento, no. El First Third es un banco nacional, o sea que se ocuparán el FBI y Marty Coors, de la estatal.
—No me has dicho dónde estás.
—En la escena del crimen. Con Jimmy Candles y Marty.
—¿Y cómo es eso, si la BIC no se va a ocupar?
La respuesta de Nick sonó prudente.
Precavida.
—Bueno, principalmente porque soy ex militar. Y porque Marty me lo ha pedido.
Kate no dijo nada.
Había conocido a Nick cuando este apareció en uno de sus cursillos sobre criminalística, de punta en blanco con su uniforme, un montón de insignias en la pechera, moreno como un beduino, tenso a más no poder con sus fríos ojos grises, la cara angulosa tan chupada que parecía medio famélico, y todo él tan enjuto y nervudo como para pensar que uno podía cortarse al contacto con su cuerpo.
Kate, aunque venía de familia de militares y tenía un hermano menor en el centro de instrucción para policías federales, en Glynco, era tan discretamente izquierdista y antiguerra como podía serlo una chica del Sur.
No importó en lo más mínimo.
Por razones que no supo explicar, tanto a sí misma como a sus estupefactas compañeras de clase, la mayoría jóvenes serias y progresistas como ella, Kate quedó inmediatamente prendada de Nick, absolutamente fascinada por su cuerpo prieto, sus andares extrañamente líquidos, su aura de amenaza latente, como un leopardo recién huido del zoo rondando por McDonough Hall al acecho de gacelas. Tras algunas pesquisas, Kate había averiguado que Nick quería probar suerte en el mundo del derecho, pues le habían ofrecido un puesto como asesor jurídico de las fuerzas armadas.
Y cuando por fin un día, estando en el atrio de la biblioteca Williams, se decidió a decirle algo, la irónica y del todo inesperada sonrisa de Nick y cómo aquel gesto hacía bailar las pequeñas arrugas en torno a sus ojos, prendieron en sus entrañas un fuego lento.
Al cabo de un mes de salir juntos, Kate se habría cortado un par de venas por llevárselo consigo a Niceville. Tuvo que esperar hasta el final del semestre de otoño. Su padre, en honor a la primera visita de Nick a Niceville, había venido del Instituto Militar de Virginia para organizar una merienda más o menos formal en el club de golf Anora Mercer, que fue donde Nick conoció a Tig Sutter. Hacia el final de la fiesta, Sutter habría hecho cualquier cosa por meter a aquel tipo en la Brigada de Investigación Criminal de los condados de Belfair y Cullen. Tuvo que esperar a que terminara el curso académico, pero lo consiguió.
Para sorpresa y contento de Kate, Nick se había licenciado pronto del ejército, renunciado a estudiar para abogado civil y aceptado un puesto en la recién creada BIC de Tig Sutter. La explicación que le dio a ella fue persuasiva (que la quería, que le encantaba Niceville, que así podrían empezar una vida juntos), pero Kate se quedó con la idea de que, aun siendo sincero, pues su sinceridad era a prueba de bomba, Nick se guardaba alguna cosa, algo que, suponía ella, estaba relacionado con su pasado militar, con su experiencia fuera del país. Pensando que Tig Sutter lo sabría, no en vano había contratado a Nick y era también ex militar, intentó sonsacarle en el bar Moot Court a base de unos mojitos de infarto.
Al principio Tig había tratado de escabullirse, pues era un hombre que detestaba el engaño, y su manifiesto nerviosismo no hizo sino confirmar que realmente había algún secreto, de modo que Kate perseveró, llegando a cruzar en algún momento el límite de la amistad. Al final, sin embargo, Tig solo se avino a decirle, con cariño pero también con firmeza y zanjando la cuestión, que aunque Nick tenía un historial militar intachable, la guerra encubierta pertenece al mundo de lo difuso, de la ambigüedad, y lo que pueda pasar (o no) en una determinada misión, no debe salir de allí. Esa era la filosofía militar, y también la de Tig, y si algún día Nick decidía hablarle de ello, fuera lo que fuese (si es que realmente había algo que contar), lo haría, pero cuando le viniera bien.
Al margen de esto, Tig le dijo que se alegraba por ella y que Nick debía considerarse un hombre muy afortunado, pero que iba a meterse en un taxi porque estaba viendo dos Kates y la de en medio era muy borrosa.
Fiel a su palabra, Nick había hecho el curso de un año en Glynco en solo seis semanas y cuatro días, todo un récord para el centro de adiestramiento, había entablado amistad con Reed, el hermano de Kate, durante el tiempo que coincidieron allí, y obtuvo el tercer puesto de su clase. Al final se habían casado, Nick y Kate, hacía dos años, y, bueno, él aún estaba en Niceville, con ella, seguía siendo su marido, el pilar de su vida, la voz que ahora le hablaba del tiroteo desde el otro extremo de la línea con aquel tono grave y balsámico, con paciencia, como siempre con ella, explicándole los pormenores.
—El tirador probablemente es ex soldado, pero aparte de eso, poca cosa más. Un asesinato a sangre fría. Imagino que el arma era un Barrett, en todo caso un rifle del calibre 50. Podía haber neutralizado el coche sin más, pero el caso es que estalló el motor entero y un pedazo de metralla acabó con el que conducía. Luego se los fue cargando a medida que entraban en su punto de mira. Es posible que matara a los otros tres porque, claro, una vez muerto el primero, daba lo mismo. Para el buen gobierno de la casa, ¿entiendes?
—¿Lo dices porque en este estado si matas a alguien durante un robo a mano armada la pena es de muerte?
—Exacto. Aunque cabe también la posibilidad de que el tirador tuviera pensado cargárselos a todos desde el primer momento. Ya había matado a los dos que iban en el helicóptero.
—Sí, pero ¿por qué matar a los agentes pudiendo neutralizar los coches?
—Desde el punto de vista militar, es más eficaz así. Ni supervivientes ni testigos, riesgo cero.
—Oh, Nick, eso es espantoso.
—Bah, no tanto. Cosas de militares.
—¿Estás de camino a casa?
—No tardaré.
—¿Cuánto rato es eso?
—Llegaré antes de que anochezca. ¿De verdad tienes ahí la Glock?
—Sí. Metida en la guantera, descuida.
—¿Está cargada?
—Si no lo está es un pisapapeles.
—Cariño, quiero que la lleves contigo.
—¿Es que parezco Harriet la Sucia?
—No estoy seguro. A ver, entorna los ojos y di: «¿Te la quieres jugar?».
—Está bien, cogeré el arma.
—Perfecto. Te quiero.
—Lo mismo digo. Ten cuidado. Hasta luego.