QUINTA PARTE: BOREAS

QUINTA PARTE

LA HISTORIA DE BOREAS

Con el reactor de la Cuchilla de Caliban a una velocidad peligrosa, todavía quedaban doce días para regresar a Limnos IV. Tan pronto como los Marines Espaciales estuvieron de nuevo a bordo, la nave inició su curso. Bóreas se dirigió directamente a la capilla, cerró herméticamente la puerta y permaneció allí durante diez días.

Sustentado únicamente por los sistemas de mantenimiento de su armadura, el Capellán Interrogador permanecía arrodillado inmóvil ante el altar en una silenciosa vigilia. Si alguien le hubiese visto, habría pensado que se trataba de una estatua. Pero a diferencia de su inmovilidad física, la cabeza del Capellán era un febril torbellino. Intentó calmar sus pensamientos con oraciones y salmodias y recitó todos los himnos y catecismos que conocía durante horas, pero no sirvió para nada. La desesperación se convirtió en ira, la ira en temor y el temor de nuevo en desesperación en el remolino de su mente.

Intentaba desesperadamente recuperar la razón y la calma, pero la locura inundaba sus pensamientos, aporreaba su conciencia, le arrancaba el orgullo y alimentaba su culpabilidad. La vergüenza se apoderaba de él mientras recordaba lo imprudente y lo estúpido que había sido. El remordimiento le torturaba hasta que arremetió mentalmente contra él y maldijo a los Grandes Maestres por su secretismo y a Hephaestus por su desconfianza. Lo que más le atormentaba era lo inútil de su situación. Estaba desesperado, y sus emociones, que tanto tiempo había contenido gracias a su formación y a una disciplina de hierro, se habían descontrolado.

Rogó fervientemente para pedir orientación, algún signo de qué era lo que tenía que hacer, pero no obtuvo respuestas ni revelaciones. La sensación de traición inundó sus pensamientos. La traición de aquellos a los que servía, la traición de aquellos a los que había servido durante todo aquel tiempo. Una risa burlona se mofaba de él y empezó a alucinar. Veía apariciones de un Limnos desierto, con el suelo cubierto de millones de huesos. Rostros deformados y sonrientes envueltos en sombras inundaban su vista y se reían de su ignorancia.

Lo más doloroso de todo era el pensar que había perdido. Los Caídos le habían arrastrado de la nariz todo aquel tiempo, le habían atraído hacia delante para alejarle de Limnos. Y aún peor era la sensación de que además de haberle engañado le habían corrompido espiritualmente. Había abandonado su juramento de proteger Limnos y a sus habitantes. Le habían obligado a enfrentarse a las fuerzas leales del Emperador. La escala de lo que habían hecho resultaba desconcertante. Todo había sido una ilusión, un elaborado juego de sombras para alejarle cada vez más de su verdadero propósito.

Ahora le resultaba obvio que habían sido los Caídos quienes habían provocado los disturbios para atraer su atención. No había habido ningún navegante mutilado, todo había sido un pretexto. ¿Cuánto tiempo llevaban los agentes de los Caídos manipulando a los ciudadanos de Puerto Kadillus? ¿Cuánto tiempo llevaban plantando las semillas dé sus mentiras y conspirando en el centro del reino que Bóreas había jurado defender? Sabían que se enteraría de la presencia de la San Carthen. Desde ese momento pusieron en movimiento su complejo plan. Los Ángeles Caídos sacrificaron sin compasión a sus seguidores para llevar a cabo su objetivo a sabiendas de que los Ángeles Oscuros actuarían de manera despiadada. Dejaron la información justa para que siguiera el rastro hacia una base falsa que lo alejase de donde tenía que estar.

Lo más terrible de aquella conspiración era su audacia. En sus momentos de lucidez, Bóreas fue atando cabos, y fueron estas deducciones las que le hicieron perder las esperanzas de salvar Limnos IV del aciago destino que los Caídos habían planeado. Y si Limnos IV caía, Limnos V sería sin duda su siguiente objetivo. Cuando la San Carthen llegó e inició la cadena de acontecimientos que habían alejado a Bóreas, los Caídos habían estado allí y habían desembarcado en el planeta. Cuanto más perseguía a la nave, más distancia había entre él y su auténtica presa. Había sido una calculada y cruel ironía, conjurada para causarle el mayor de los tormentos. Como titiriteros, sus enemigos le habían manipulado y habían conspirado para llevarle hasta la situación en la que ahora se encontraba. No contentos con destruir el mundo bajo su protección, lo habían preparado todo para condenar su alma en el proceso.

Bóreas se arrodilló en el suelo de la capilla con la cabeza inclinada ante el altar y rogó al Emperador y a su primarca que le perdonasen. Pero sabía que no obtendría su perdón, porque ni siquiera él podía perdonarse a sí mismo. Era esa vergüenza, esa oscura espiral de pecado la que se retorcía en su interior y le mantenía encerrado en aquel santuario. ¿Cómo iba a salir de allí y mirar a Hephaestus a la cara, quien sin ser consciente de ello le había condenado? ¿Qué podía decirle a Zaul, que había sido el más ferviente de todos y que tenía a Bóreas por un héroe del Capítulo? Y los demás: Néstor, Damas y Thumiel… sus acusaciones serían silenciosas, pero no menos atroces. Bóreas no podía enfrentarse a aquello. No tenía ninguna de las respuestas que necesitaban. Acudirían a él en busca de fuerza y valor, pero no tenía ni una cosa ni la otra para dar.

El décimo día, medio delirante y ridiculizado por los demonios que él mismo había creado, el Capellán sacó su pistola y presionó la boca del arma contra la ensambladura más débil de la pieza del cuello de su armadura. El rayo le atravesaría la garganta y le reventaría la columna acabando con el dolor para siempre. Durante medio día permaneció sentado con el dedo sobre el gatillo imaginando la dichosa inconsciencia que se encontraba a un simple gesto de distancia.

Su mente se había serenado. Todo se había alejado de sus pensamientos. Sus emociones se habían concentrado en un único punto en su mente. La galaxia había desaparecido. La nave, sus hermanos de batalla, todos habían desaparecido de su consciencia. Lo único que quedaba eran él y la pistola. La vida y la muerte.

En ese momento alzó la mirada con su ojo bueno y vio el símbolo del Capítulo de los Ángeles Oscuros en la pared que tenía delante. Estaba hermosamente elaborado. La espada del centro estaba hecha de oro y plata puros, las oscuras alas a ambos lados estaban cinceladas en mármol negro. Bóreas se puso de pie y la pistola resbaló de entre sus dedos. Estiró la mano hacia la encarnación de todo por lo que había vivido, todo aquello para cuya protección le habían creado. Dio un par de tambaleantes pasos hacia delante y después avanzó más decidido por el altar y colocó una de sus manos sobre la espada. Se quitó el casco abollado y lleno de cortes y lo apartó a un lado. Se inclinó hacia delante, apoyó la frente contra la empuñadura de la espada y sintió la intensidad y el ritmo de la nave vibrando a través de su desgarrado rostro. Cerró los ojos, se agachó más todavía y besó la hoja con delicadeza a modo de agradecimiento.

—Alabado sea el León —susurró—. Alabado sea el León por su fuerza, su sabiduría y su fortaleza. Su sangre corre por mis venas. Su espíritu reside en mi alma. Alabado sea el Emperador por su valor, su orientación y su propósito. Fui creado por sus manos. Vivo por su voluntad. No hay paz, no hay tregua. Sólo hay guerra.

Bóreas encontró a los demás reunidos en el reclusium, sentados y meditando en silencio vestidos con sus túnicas. Fue Zaul quien advirtió primero su presencia y su expresión de sorpresa pronto se convirtió en alegría.

—¡Hermano Bóreas! —exclamó poniéndose de pie.

Los demás salieron de su trance y también se levantaron con una mezcla de curiosidad y alivio. Sólo Hephaestus permaneció sentado con la vista hacia el suelo.

—¿Hermano Hephaestus? —dijo Bóreas mientras se colocaba delante de él.

El Capellán advirtió que el tecnomarine tenía cortes y magulladuras en las manos e importantes cardenales en el pecho y los hombros. Levantó la cabeza para mirar al Capellán Interrogador y tenía una expresión angustiada. Bóreas le ofreció la mano y, tras vacilar un momento, el tecnomarine la aceptó firmemente y se puso de pie con una débil sonrisa en sus labios.

—Néstor tenía razón —dijo el Capellán mientras se volvía para dirigirse a todos ellos—. No es momento de juzgar o de recriminar nada. Ahora debemos permanecer más unidos que nunca. Quieren dividirnos, volvernos a los unos contra los otros y contra nosotros mismos. Debemos impedir que lo consigan. Somos más fuertes que ellos.

Zaul corrió hacia delante y le dio unas palmaditas a Bóreas en el hombro izquierdo sin dejar de sonreír.

—Estábamos desconcertados por tu ausencia, Hermano Capellán —dijo, y su sonrisa pasó a convertirse en una expresión de consternación—. Estábamos perdidos sin tu orientación y sin tus sabias palabras.

—Hemos estado debatiendo mucho sobre lo que debíamos hacer —explicó Damas—. No estábamos seguros de cuál era la mejor medida que debíamos tomar.

—Yo tampoco —admitió Bóreas, y le devolvió a Zaul los golpecitos en el hombro—. He estado recorriendo un solitario camino, pero el León me ha guiado de vuelta.

—¿Qué ordenas que hagamos? —preguntó Néstor—. Creo que es fundamental que regresemos a la ciudadela en cuanto lleguemos a Limnos IV.

—Estoy de acuerdo —respondió Bóreas mientras daba un paso atrás y formaba puños con ambas manos—. Debemos confirmar que lo que nos han dicho es cierto. Los Caídos han estado jugando a un juego muy peligroso con nosotros hasta ahora, y esto podría tratarse de otra falacia para confundirnos.

—¿Y si no lo es? —preguntó Thumiel—. ¿Qué haremos entonces?

—Si podemos, evitaremos que se salgan con la suya —respondió Bóreas rápidamente—. Si llegamos demasiado tarde, lamentaremos la pérdida.

—¿Y qué será de los Caídos? —inquirió Damas.

—Serán juzgados y castigados, como hemos hecho con ellos durante diez mil años —contestó el Capellán.

Los Ángeles Oscuros permanecieron allí de pie por un momento unidos por aquel pensamiento. Bóreas dio un paso hacia Damas y tiró ligeramente de su túnica.

—No llevas puesta tu armadura, Hermano Sargento —dijo con una ligera sonrisa—. Ninguno la lleváis. No recuerdo haber anunciado que la cruzada hubiese terminado.

—Como desees, Hermano Bóreas —dijo Zaul—. Nos armaremos y continuaremos la lucha. Pero sugiero que mientras lo hacemos te alimentes con ganas y te refresques un poco. Te he olido antes de verte, y tienes la cara tan delgada que pareces un eldar. Tu búsqueda de orientación debe de haberte llevado muy lejos.

—Ha sido un largo camino —asintió Bóreas—. Largo y peligroso, pero ya no tendré que volver a recorrerlo.

Conforme la Thunderhawk descendía a toda velocidad a través de la atmósfera superior de Limnos IV, el comunicador se llenó de una algarabía de transmisiones. Durante los últimos dos días la Cuchilla de Caliban había intentado contactar con la superficie del planeta o la estación orbital, pero no había obtenido respuesta. El continuo silencio había acrecentado los miedos de Bóreas, pues temía que se debiese a la extinción de la vida en el planeta, a que los Caídos hubiesen activado el annihilus y hubiesen erradicado a todo aquello que había jurado proteger. Ahora, mientras los Marines Espaciales se dirigían hacia su fortaleza, cada frecuencia, cada medio de transmisión estaba repleto de frases casi incomprensibles y, por muy terrible que fuera, Bóreas sintió alivio al ver que todavía había vida en aquel mundo bajo sus pies.

Todo intento de contactar con la superficie seguía siendo fallido, y el Capellán Interrogador seguía sin decidir cómo debían actuar. Por mucho que lo intentaba, Hephaestus no podía hacer nada por filtrar los mensajes que se solapaban unos con otros, y sólo unos fragmentos sueltos se escuchaban a través de la unidad de audio en confusos estallidos.

—… víctimas al treinta y cinco por ciento…

—… continúan los incendios aislados, repliéguense…

—… no nos abandones en la hora de necesidad, vuélvete hacia el gran y benevolente…

—… ala oeste está en ruinas, los incendios se extienden, las embarcaciones…

—… la del juicio del Emperador ha llegado, pues los pec…

—… evacuación se ha paralizado…

—… abandonado. No puedo creer que nos hayan abandonado. No puedo creer…

—… o responden a los saludos. Es como si…

—… Emperador nos proteja, hay cadáveres por todas partes. Es como un matadero en…

—… qué han hecho esto? No tiene ningún sent…

—… víctimas al cuarenta por ciento, posible avance…

Bóreas, frustrado, apagó el comunicador y se quedó mirando en dirección al chato morro de la cañonera. Bajo ellos se extendía una espesa nube blanca, pero más adelante se divisaba una creciente mancha oscura que contaminaba el cielo. Durante unos segundos, mientras la Thunderhawk atravesaba la nubosidad, el Capellán Interrogador no veía nada más que blancura. Después, una vez que la cañonera la hubo atravesado, Bóreas avistó por primera vez Puerto Kadillus.

Más de una decena de columnas de humo se elevaban en el aire por toda la ciudad, e incluso a aquella altitud se veían los inmensos fuegos que rodeaban las plataformas y los puertos. El capellán volvió la mirada hacia su izquierda y vio más muestras de problemas. Las explosiones minaban las laderas de los volcanes cerca de la mina de Barrak al norte de la cresta Koth.

—Id directos al puesto de avanzada; aterrizaremos en el parque Kandal —dijo Bóreas incapaz de apartar la vista de la devastación que tenían ante sí.

Mientras la Thunderhawk caía en picado sobre la ciudad, Bóreas iba divisando más muestras de lucha pesada. Las derruidas estructuras de los edificios y las ardientes ruinas de los bloques de habitáculos se extendían junto a extensiones de escombros, fábricas demolidas y un amasijo de vigas retorcidas y grúas.

—¿Qué puede haber pasado? —preguntó Hephaestus—. Es como si la ciudad se estuviese autodestruyendo.

—Eso parece —respondió Bóreas señalando las calles de más abajo.

Estaban plagadas de gente, decenas, tal vez cientos de miles de personas abarrotando las carreteras, encendiendo fuegos, saqueando y peleando. Vio grupos de la Guardia Imperial que disparaban de manera indiscriminada hacia la multitud. Y lo más alarmante era que los tanques avanzaban por las carreteras derribando los edificios y a los ciudadanos con la misma furia. Abrían fuego con sus bólters pesados y dejaban un reguero de cuerpos aplastados a su paso. Vio a los guardias peleando entre ellos, luchando por los tejados, y de calle a calle.

La gente empezó a advertir la presencia de la cañonera sobre sus cabezas, que descendía y planeaba para aterrizar. Algunos lanzaron sus armas al aire como suplicando la ayuda de los Marines Espaciales. Cerca, las balas silbaban mientras otros empezaban a disparar, y los rayos láser rebotaban inútilmente en el duro blindaje de la Thunderhawk.

—¡No puedo aterrizar! —exclamó Hephaestus—. No hay ninguna zona libre.

Bóreas miró hacia delante y vio que el parque público estaba repleto de gente. Las plantas y los setos, la única vida vegetal de la ciudad fuera de los jardines de la Comandante Imperial, estaban siendo pisoteados e incendiados. El césped y los pedregales estaban cubiertos de gente y de muchos cadáveres.

—¡Tú aterriza! —ordenó Bóreas desabrochándose el arnés para dirigirse al compartimento de la tripulación.

Hephaestus miró la espalda del Capellán que se marchaba, sacudió la cabeza y volvió su atención hacia los mandos.

La Thunderhawk descendía sobre columnas de fuego azul. La gente intentó apartarse, pero la presión de los cuerpos hizo que muchos quedasen atrapados en el torbellino descendiente de los reactores y fuesen reducidos a cenizas instantáneamente. La cañonera aterrizó pesadamente sobre la blanda superficie y aplastó los cuerpos carbonizados de aquellos que no habían logrado escapar. Sus patas metálicas se hundieron a un metro bajo tierra. La rampa de asalto descendió y Bóreas se quedó de pie en la cabecera, pistola en mano. La gente empezó a correr hacia él, y el Capellán disparó al aire. Algunos se detuvieron. Otros se lanzaron al suelo. Muchos dieron la vuelta e intentaron huir, y sus gritos inundaron el aire.

Una mujer con el pelo enmarañado y un vestido rojo de lana cubierto de hollín corrió por la rampa con un cuchillo de trinchar en las manos. Se abalanzó sobre Bóreas y empezó a golpearle sobre el peto. Él la empujó a un lado haciéndola caer por la rampa sobre el manto de cuerpos chamuscados.

—¡Acabad con esta locura! —entonó.

Pero la multitud aterrorizada y frenética le hizo caso omiso y salió desbandada en todas direcciones, tropezando sobre aquellos que habían se habían caído, y sus llantos de terror y de dolor se ahogaban entre los gritos y los chillidos.

—Debemos abrirnos paso, emplead la fuerza mínima —dijo antes de empezar a descender por la rampa—. Planearemos una estrategia cuando hayamos comprobado si la fortaleza sigue intacta.

Los demás le siguieron, mirando a ambos lados con incredulidad mientras bajaban. Cuando el último de ellos llegó al suelo, la rampa se cerró a sus espaldas con un fuerte chirrido.

Bóreas se abrió paso a empujones a través de la multitud de hombres y mujeres. Agarró a un anciano que había intentado agarrar su pistola bólter por la garganta y lo lanzó a un lado. Otros intentaban hacerse con su cuchillo o le golpeaban en el pecho y en las piernas mientras él los despachaba con letales movimientos de su mano. Miró por encima de su hombro y vio que los demás avanzaban igual de despacio, ya que la multitud volvía a agruparse tras él conforme el Capellán continuaba avanzando.

Mientras se abría paso a través del cúmulo de personas, Bóreas empezó a escuchar sus gritos. Maldecían a los Ángeles Oscuros y les llamaban traidores y asesinos. Rogaban al Emperador que se vengase de los Marines Espaciales y les acusaban de haber roto sus promesas. Una terrible sensación invadió a Bóreas al adivinar lo que había sucedido.

Los Caídos estaban allí, o habían estado. Los ciudadanos de Limnos, la Guardia Imperial, los agentes de seguridad les habrían tomado por Marines Espaciales leales. Sabían poco sobre la Herejía de Horus, y menos de la continua lucha contra las Legiones Traidoras, y nada en absoluto de la traición de los lutheritas. Bóreas no quiso ni pensar en las atrocidades que habrían cometido pero, fueran las que fueran, habían vuelto al mundo entero contra los Ángeles Oscuros.

—Debemos llegar al puesto de avanzada a toda costa —dijo a sus hombres al tiempo que golpeaba con su guantelete el pecho de un hombre delgado y barbudo que le había golpeado con una barra de metal.

Bóreas empezó a avanzar con mayor violencia, aplastando a la gente y enviándolos a ambos lados. Por fin llegó a la alta verja de metal que rodeaba el parque y notó subconscientemente los cadáveres que yacían a lo largo de ella, aplastados hasta morir por la multitud. Sin detenerse, abrió un pequeño agujero en la verja y siguió rompiendo el metal hasta hacer un agujero lo bastante grande como para poder pasar. La calle al otro lado estaba tranquila, los altos edificios se extendían desiertos a ambos lados.

Giró a la izquierda y echó a correr por la calle en dirección a la fortaleza. Conforme aumentaba su ira aumentaba su celeridad, hasta que llegó un momento que avanzaba a toda velocidad por la carretera. Giró una esquina y corrió hacia el amplio campo de batalla que rodeaba el puesto de avanzada. Allí había montones de Guardias Imperiales luchando contra los ciudadanos y entre ellos. Los llameantes restos de un transporte blindado de tropas le daban un aire sangriento a la escena. Bóreas aminoró el paso hasta detenerse. Mirando más allá de la gente peleándose, divisó otro transporte de tropas con el estandarte del coronel Brade. El resplandor de los disparos iluminaba la macabra escena mientras el multiláser del transporte abría fuego y los bólters de energía atravesaban a los hombres de la Guardia Imperial y enfurecían a los ciudadanos.

—Abríos paso. Disparad a herir si es posible, a matar si es necesario —ordenó el Capellán al tiempo que sacaba la pistola bólter.

Avanzaba disparando hacia delante con tiros bajos que fracturaban los fémures, atravesaban las caderas y destrozaban las rótulas de quienes se interponían en su camino, hasta que se abrió un pasillo ante él que le llevaba hasta Brade. La pequeña torreta del TBT giró en su dirección y, por un momento, parecía que iba a dispararle. Después los cañones se inclinaron hacia abajo y lanzaron otra ráfaga de disparos hacia la terrible batalla que abrió un nuevo sendero para él. Bóreas corrió hacia delante. El resto de Ángeles Oscuros le seguían de cerca. Finalmente se detuvo junto al transporte y golpeó el casco. Un momento después se abrió la trampilla y el coronel Brade asomó la cabeza.

—Gracias al Emperador que habéis vuelto, lord Bóreas —exclamó el Coronel saliendo del tanque como podía.

Observó por un momento a los Marines Espaciales como si fuera la primera vez que les veía bien. Entonces Bóreas se dio cuenta de que así era, al menos con su aspecto actual. Su armadura era de color blanco hueso y estaba decorada con heráldica roja, verde y negra y adornada con sellos de pureza que revoloteaban al viento. Las abolladuras, los agujeros de bala, las quemaduras láser y los trozos incrustados de metralla seguían marcando su armadura a pesar del buen trabajo de reparación que había realizado Hephaestus en el poco tiempo que había tenido. La de Damas presentaba de los pies a la cabeza el texto íntegro del Opus Victorium, y el lateral roto del casco de Bóreas estaba cubierto de una simple placa de metal.

—¿Qué ha pasado? —inquirió Bóreas al tiempo que se volvía para observar la lucha.

El combate empezó a alejarse mientras los guardias que protegían al Coronel les obligaban a avanzar hacia el norte con ráfagas de fuego láser y alejaba a la multitud armada de la fortaleza. No obstante, las balas y los disparos láser todavía silbaban ocasionalmente por encima de sus cabezas, y el aire estaba inundado con el clamor de los gritos, los disparos y las explosiones intermitentes.

—No sé ni por dónde empezar… —dijo Brade sacudiendo la cabeza y mirando cautelosamente a su alrededor.

—Háblame de los Marines Espaciales —le animó Bóreas, al tiempo que indicaba a Thumiel y a Damas que cubriesen el otro lado del vehículo con un gesto de su mano.

El Capellán oía los disparos de los bólters cada dos por tres mientras disparaban a los rebeldes que habían atravesado el cordón de la Guardia Imperial.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Brade.

—Eso no importa —respondió Bóreas eludiendo la pregunta del Coronel—. Debes contarme todo lo que sepas sobre los otros Marines Espaciales.

—Nadie sabe a ciencia cierta cuándo llegaron. Desde luego no vinieron en ninguna nave ni ninguna lanzadera de las que aterrizaron aquí —empezó el Coronel—. Los hombres de la Comandante me informaron de que los Marines Espaciales habían regresado a la fortaleza, y no le di ninguna importancia, pues daba por hecho que seríais vosotros. Después los orkos volvieron a atacar en un número que no había visto desde la invasión. Invadieron Vartoth en una tarde, y formamos una línea para evitar que avanzasen hacia el sur. Atravesaron nuestras defensas ayer por la noche y ahora estamos intentando que no entren en Barrak.

—He visto la lucha —dijo Bóreas—. ¿Dónde están los Marines Espaciales ahora?

—No lo sé —respondió Brade encogiéndose de hombros.

Una bala detonó contra el muro de un edificio cercano, y el Coronel se estremeció.

—Intenté contactar con vosotros en la fortaleza, pero no hubo respuesta, de modo que envié a un representante para solicitar una reunión. Fue entonces cuando emergieron. Sólo tengo informes aislados, no estoy seguro de qué sucedió después.

—Cuéntame lo que sepas —insistió Bóreas—. Cada detalle podría ser importante.

—Bien, el primer grupo que surgió obvió a los mensajeros —dijo Brade frunciendo el ceño a modo de concentración.

Parecía que estaba a punto de desmayarse, estaba demacrado, con los ojos oscuros y apesadumbrados.

—Eran tres, o puede que cuatro. No cabía duda de que se trataba de Marines Espaciales. Su armadura era igual que la vuestra, con el símbolo del Capítulo y las insignias. Mis oficiales intentaron hablar con el líder, pero los empujaron a un lado, de modo que no insistieron para no ofenderles.

—¿Cómo sabían quién era el líder? —preguntó Bóreas.

—Vestía de manera diferente —explicó el Coronel—. Llevaba una larga túnica con un chaquetón sobre su armadura y llevaba dos pistolas bólter en bajas pistoleras.

—Una espada en su vaina. ¿Llevaba una espada larga en una vaina ornamentada? —inquirió Bóreas sintiendo un extraño escalofrío de presentimiento.

—Sí, sí, creo que el superviviente mencionó algo así —respondió Brade asintiendo ligeramente—. ¿Le conoces?

—De oídas —respondió Bóreas—. Pero eso no es asunto tuyo. Continúa. ¿Has dicho que hubo un superviviente?

—Eh… sí —dijo Brade temblando visiblemente—. El primer grupo se dirigió hacia el sur, hacia el puerto, y desapareció. No sé adonde fueron. Mis hombres no sabían qué hacer. Se pusieron en contacto conmigo por el comunicador para recibir órdenes, y fue entonces cuando salieron los demás. Abrieron fuego inmediatamente. Oí los gritos del teniente Thene y el fuego de bólter. Uno de los agentes, el teniente Straven, huyó inmediatamente. Fue él quien consiguió escapar, y los demás murieron allí.

—¿Y entonces? —animó Bóreas a Brade, que se había quedado sumido en sus pensamientos.

—Entonces empezó la masacre —dijo el Coronel con una mueca de dolor—. Avanzaron hacia la ciudad y asesinaron a todo el que se interpuso en su camino, destruyeron vehículos, lanzaron granadas al interior de los edificios. Fue una carnicería. No sabíamos qué hacer, y cuando por fin llegó una sección habían desaparecido. Pero era demasiado tarde. El pánico se había extendido. Se corrió la voz de que los Ángeles Oscuros se habían vuelto contra nosotros. Yo no lo creí, pero entonces todo se convirtió en un caos. Había disturbios por todas partes; la mitad de mis hombres participaron con la excusa de dar caza a los Marines Espaciales. Después todo fue a peor.

—¿Cuál es la situación actual? —preguntó Bóreas.

—Estoy convencido de que tú mismo lo has visto —respondió Brade amargamente—. La ciudad entera se ha sublevado, pero la comandante Imperial está a salvo; hemos estacionado tanques en todas las carreteras que llevan a los palacios. El puerto Norte está en ruinas, ninguna nave puede partir o aterrizar, y el puerto ha quedado reducido a escombros.

—Debo atender asuntos urgentes en la fortaleza —informó Bóreas.

Tras indicar a sus hombres que le siguieran, Bóreas empezó a avanzar hacia la casa de guardia de la fortaleza. Dio unos pocos pasos y se volvió hacia Brade.

—Gracias por confiar en nosotros —dijo.

—Tenía que hacerlo —respondió el Coronel apoyándose contra el transporte blindado—. Necesitaba creer que no nos habíais traicionado. La alternativa es demasiado terrible.

—Sí, Coronel, lo es —asintió Bóreas suavemente—. Defended este perímetro todo el tiempo que podáis. Me pondré en contacto en breve.

La puerta principal de la ciudadela estaba sellada. Tras presionar la combinación para entrar, la puerta se deslizó hacia un lado y los Marines Espaciales entraron con las armas preparadas. Una vez dentro, la puerta silbó tras ellos mientras volvía a su posición.

En la entrada yacían tres cuerpos en charcos de sangre. Sus túnicas rojas indicaban que se trataba de los guardianes de la puerta, cuyo deber había sido el de recibir a los delegados de la Comandante Imperial. Tras examinarlos, Néstor señaló las profundas puñaladas que tenían en el pecho y en la garganta. Habían hecho una carnicería con ellos, probablemente mientras daban la bienvenida a sus inesperados visitantes.

Conforme avanzaban fueron encontrando más signos de asesinatos a sangre fría. Guardias, escribas y logistas yacían en su lugar de trabajo o cerca de él, y también habían sido brutalmente asesinados y apuñalados. Abriéndose paso hacia la torre, hallaron cuerpos en las escaleras y en los vestíbulos. Con inquietud, Bóreas siguió a Damas hacia las cámaras de los aspirantes.

El sargento veterano emitió un aullido de angustia y corrió hacia delante. Los cuerpos de los jóvenes yacían desparramados sobre sus catres y sobre el suelo. A algunos parecía que los habían estampado contra las paredes. Damas fue uno tras uno comprobando que estaban muertos, y cuando llegó al último sacudió la cabeza lentamente.

—Les han partido el cuello —dijo rotundamente.

Los cuerpos se reflejaban en las rojas lentes de su casco. El sargento levantó las manos del chico que tenía a sus pies, el joven Varsin. Tenía los nudillos rotos y ensangrentados.

—Intentaron luchar como yo les enseñé, pero fue en vano.

—Murieron valientemente —dijo Zaul—. Murieron luchando por el Emperador.

—¡No! —rugió Damas—. ¡No lucharon por valentía, lucharon por desesperación! Ha sido una matanza sin sentido. No hay motivo que lo justifique. Estas muertes no tienen razón de ser. ¡Estaban indefensos!

Había un motivo, pero Bóreas decidió no compartirlo con su angustiado hermano. Era el insulto final, el desafío final para los poderosos Ángeles Oscuros. Era una declaración de intenciones, y al Capellán le resultaba tan clara como si estuviese escrita en sangre en las paredes: los Ángeles Oscuros no tenían futuro.

—Debemos comprobar el sótano —dijo Néstor de repente.

—Es obvio que el annihilus no ha sido activado —señaló Hephaestus—. Si lo hubieran hecho no quedaría nada con vida en la isla.

—Es posible que hayan trasteado con él —insistió el apotecario.

—Bien —asintió Bóreas—. Néstor, Hephaestus, venid conmigo. Zaul, Thumiel, comprobad los pisos superiores y el tejado. Damas, ve al aparcamiento y prepara el Rhino para el combate.

Mientras bajaba las escaleras, Bóreas se sentía agotado y vacío. Los Caídos habían hecho mucho más que atacar a los sirvientes del Capítulo. Atacando aquí, en el mismo puesto de avanzada de los Ángeles Oscuros, habían clavado una espada en el corazón del Capítulo.

Pasaron señales de lucha esporádica mientras descendían a través de la fortaleza: agujeros de bala en las paredes, un cuerpo destrozado tirado por la escalera, rastros de sangre seca en el suelo, etcétera.

Cuando llegaron al sótano, y tras pasar sobre los cuerpos de tres siervos que habían intentado defender la entrada, Néstor continuó avanzando y pasó la cámara de operaciones hasta los túneles. Más adelante había una puerta blindada abierta, con las pesadas bisagras desenroscadas y los cerrojos arrancados. Néstor entró a toda prisa en la pequeña cámara al otro lado. Unos momentos después reapareció y se apoyó apesadumbrado contra la pared.

—Se la han llevado —se lamentó el apotecario.

—¿El qué? —inquirió Bóreas.

El Capellán conocía la existencia de la cámara de almacenamiento del apotecario, y daba por hecho que la utilizaba para guardar medicamentos poco comunes, o tal vez volátiles.

—La semilla genética. Se han llevado la sagrada semilla genética —respondió Néstor entre graves susurros.

—¿La semilla genética? —dijo Bóreas, confuso.

Y de repente lo entendió todo y su ira despertó de nuevo.

—¡Más secretos! ¡Más mentiras y verdades a medias!

—Era por la seguridad el Capítulo, Bóreas —dijo Néstor cabizbajo—. Sería una locura que toda nuestra semilla genética se almacenase en la Torre de los Ángeles. ¿Y si sucediese lo impensable? ¿Y si la Roca se perdiese o se destruyese en el espacio disforme? Tras sobrevivir a la pérdida de Caliban, el León quería garantizar que el Capítulo perdurase eternamente. De modo que se decidió que parte de la semilla genética se enviase a puestos de avanzada distantes, que se ocultase y que sólo unos pocos elegidos conociesen su paradero.

—¿Qué más sabes sobre Caliban? —inquirió Bóreas—. ¿Qué más me has estado ocultando?

—Bóreas, Hermano Capellán… —la voz de Néstor tenía un aire de burla mezclado con locura—. Tengo seiscientos diecisiete años, ¿de verdad pensabas que después de todo este tiempo no iba a pertenecer al Círculo Interior? Ésa es la razón por la que un veterano como yo está aquí, en este puesto de avanzada abandonado. Para proteger el futuro y custodiar la semilla genética.

Las palabras de Astelan regresaron a la mente de Bóreas: «Había algo oscuro en Lión El’Jonson. Una oscuridad que todos albergáis en vuestro interior y que os rodea, pero no sois conscientes de su presencia. Intriga, secretos, mentiras y misterio». Era cierto que todo aquello envolvía el Capítulo de los Ángeles Oscuros, un velo de oscuridad que se había tejido en torno a personas ajenas y a ellos mismos.

—Debemos recuperar la semilla genética a toda costa —insistió Néstor avanzando hacia Bóreas y Hephaestus una vez se hubo recuperado del golpe.

El tecnomarine permanecía rígido, aturdido por el giro de los acontecimientos. Cuando vio a Néstor pasar a toda prisa, pareció animarse.

—Primero debemos comprobar que el annihilus está intacto —afirmó el tecnomarine mirando a Bóreas.

—¿Cómo? —preguntó el Capellán Interrogador.

—Desde la cámara de control principal, puedo acceder a él desde allí —respondió Hephaestus mientras comenzaba a seguir a Néstor por la tenue luz del túnel.

Tras entrar en la cámara de control, Hephaestus se acercó a la plataforma central y activó uno de las interfaces centrales. A su alrededor, las pantallas cobraron vida y bañaron la estancia de un irregular resplandor verde, y las agujas de los indicadores que controlaban los sistemas de electricidad temblaban bajo sus cristales. En una pantalla a la izquierda de Bóreas, el Capellán vio el patio exterior y observó cómo los rebeldes avanzaban contra la línea de la Guardia Imperial. Algunos eran abatidos sin piedad por ráfagas de fuego, otros se abrían paso con los puños y con rocas. Bóreas apartó la mirada y observó cómo los dedos de Hephaestus danzaban sobre el teclado de runas.

—¡Deprisa! ¡A cada momento que pasa, los Caídos y la semilla genética están más lejos de nuestro alcance! —exclamó Néstor desde fuera de la entrada.

Varios números, letras y símbolos sin sentido inundaban la pantalla mientras Hephaestus hacía su trabajo. Entonces la pantalla se quedó en blanco durante unos segundos antes de que apareciese un cuadro blanco en el centro.

—Me pide la clave de autoridad —explicó el tecnomarine mientras tecleaba una serie de runas.

La pantalla se puso en blanco de nuevo durante unos cuantos segundos más hasta que apareció un mensaje.

CLAVE ACEPTADA DISPOSITIVO DE SEGURIDAD VIRAL DEL ANNIHILUS ACTIVADO

—Algo va mal —advirtió el tecnomarine martilleando las teclas sin respuesta.

—¿Qué está pasando? ¿Qué significa esto? —inquirió Bóreas mirando las palabras en la pantalla.

Hephaestus desoyó al Capellán y continuó introduciendo desesperadamente protocolos de seguridad y órdenes de cancelación. Después dio un paso atrás y dio un puñetazo en la pantalla haciendo volar trozos de cristal por los aires.

—¡Hephaestus, dime qué está pasando! —gritó Bóreas arrastrando al tecnomarine hasta tenerlo frente a frente.

—Otro truco más —masculló Hephaestus.

El tecnomarine se giró hacia la pantalla hecha añicos y después se volvió de nuevo hacia el Capellán.

—Han entrado en el núcleo del espíritu máquina y han introducido nuevas órdenes. Lo han preparado para que al introducir la clave de acceso del annihilus el virus se activase directamente.

—¿No puedes detenerlo? —preguntó Néstor entrando en la habitación.

—No, es imposible. No hay manera de retrasarlo —dijo Hephaestus—. La activación es inmediata. El annihilus era una medida de emergencia. No tenía sentido arriesgarse a que alguien lo desactivase durante la cuenta atrás.

—¿Quieres decir que el virus se está propagando ahora mismo? —preguntó Bóreas mirando a su alrededor como si pudiese ver la toxina mortal flotando en el aire.

—Así es —respondió el tecnomarine dejándose caer contra la consola—. Hemos fracasado.

—¿Y ahora qué? —preguntó Néstor—. ¿Qué clase de virus es?

—Omnifago —respondió Hephaestus, apenado—. Devorará todo tipo de materia orgánica, ya sea por aire o por agua, y se transmite por contacto. Puerto Kadillus quedará infectado en dos horas tras su liberación, y la isla en medio día. Después todo depende de la fuerza del viento y de las corrientes, pero el virus acabará con todas las criaturas vivas y destruirá todas las células orgánicas del planeta en cinco días. Conforme se extiende se vuelve más virulento mediante un efecto cíclico que dejará el planeta vacío. Destruirá hasta los huesos. De no ser por las armaduras y los cascos ya estaríamos muertos. Hemos fracasado.

—No del todo —dijo Néstor.

Bóreas y Hephaestus le miraron inmediatamente. El Capellán Interrogador se llenó de esperanza.

—Todavía podemos rescatar la semilla genética.

—Zaul, Damas, Thumiel, reuníos en la cámara de la entrada —ordenó Bóreas mientras bajaba a toda prisa de la tarima de control.

Los otros dos le siguieron. Mientras caminaba les explicaba la situación a los tres que no habían estado presentes.

—¿Por qué iban a hacer algo así? —preguntó Zaul a través del comunicador—. ¿Qué sentido tiene?

—No estoy seguro, pero creo que es un mensaje —dijo Bóreas—. Quieren que nuestros hermanos sepan lo que ha pasado aquí, pero no sé por qué retorcida razón.

—¿Por qué iban a arriesgarse a que no lo activásemos? —se preguntó Hephaestus—. Hacer coincidir la clave de acceso con la de la activación es una locura.

—El prisionero al que Bóreas interrogó en su base hablaba de desacuerdos —recordó Néstor—. Quizá algunos de ellos no estuviesen de acuerdo y sólo fuesen tras la semilla genética. Y es posible que los otros no tuviesen la oportunidad de liberar el annihilus y tuvieran que recurrir al engaño.

—O querían asegurarse de estar fuera del planeta antes de que se liberase el virus —sugirió Damas—. Semejante acto de cobardía no me extrañaría nada viniendo de ellos.

—Eso no importa —gruñó Bóreas—. ¡Nos lo contarán todo cuando les cojamos! Yo mismo me encargaré de ello.

Damas fue el último en llegar a la cámara de la entrada y se colocó junto a Bóreas, que estaba de cara a la puerta cerrada.

—Debemos regresar a la Thunderhawk. Mataremos si es necesario —dijo el Capellán a sus hombres—. Los Caídos no escaparán, les buscaremos bajo cada roca y por cada kilómetro del espacio. Cuando les capturemos, les ocasionaré un sufrimiento como nunca antes ha imaginado nadie por lo que han hecho hoy. Les haré agonizar durante un año y un día para que paguen por sus crímenes.

El Capellán dio un paso hacia la puerta y se detuvo de repente.

—¿Qué pasa, Hermano Capellán? —preguntó Néstor.

—Hephaestus, dime, ¿dónde se almacena el virus? —preguntó Bóreas volviéndose hacia el tecnomarine.

—En el último sótano —respondió—. ¿Qué importancia tiene eso?

—El primer objetivo del virus es eliminar a los intrusos de la fortaleza, ¿verdad? —continuó Bóreas con su cadena de pensamientos.

—Sí, el virus se libera aquí dentro primero antes de extenderse al resto de la ciudad —confirmó Hephaestus.

—¿Y cómo se propaga? —preguntó el Capellán.

—Es muy sencillo. Si la fortaleza tiene alguna grieta o la han invadido, hay numerosas maneras de que el virus salga al… —la voz de Hephaestus se fue apagando mientras seguía la mirada de Bóreas hacia el portal blindado de la entrada—. No ha habido ningún ataque ni ninguna grieta…

—La torre está totalmente sellada —explicó Bóreas mirando a todos los demás—. Para protegerla del gas o de un ataque vírico exterior, la torre es hermética. Hasta que rompamos ese hermetismo, el virus está confinado en el interior.

—Pero lo romperemos en cuanto salgamos —dijo Néstor—. No lo entiendo.

—No nos iremos —explicó Damas lentamente.

—Pero los Caídos, la semilla genética… —protestó Néstor amargamente—. Limnos ya está condenado. Aunque las circunstancias de su activación puedan haber sido poco ortodoxas, el objetivo del virus bomba sigue siendo el mismo. Kadillus está en plena revuelta, y los orkos están atacando en cantidades sobrecogedoras. El planeta ya está perdido. Con el virus sólo aceleraremos su desaparición. El virus asolará el mundo como era su función, para negárselo a los enemigos del Emperador.

—No —respondió Bóreas tajantemente.

—¿Cómo que no? —rugió Néstor—. ¿Vas a abandonar la esperanza del futuro de nuestro Capítulo por un mundo que ya está en llamas y al borde de la destrucción? ¿Vas a sacrificarlo todo por un planeta moribundo?

—Un planeta que juramos proteger —le recordó Bóreas—. Juramos que daríamos nuestra vida y lo protegeríamos como fuese necesario.

—¡Limnos ya está perdido! —declaró el apotecario—. ¡Si la rebelión no lo destruye, lo acabarán dominando los orkos! ¡Ya no queda nada que salvar, Bóreas!

—No nos marcharemos —insistió Bóreas recordando sus discusiones con Astelan—. Vivimos para servir al Emperador y a la humanidad, no a los Ángeles Oscuros.

—Eso es herejía —rugió Néstor—. ¿Estás renunciando a tu juramento de lealtad?

—No, lo estoy recordando —respondió Bóreas con brusquedad—. Juramos proteger Limnos, y eso es lo que haremos. No importa si el precio son nuestras vidas, o incluso la sagrada semilla genética. Esta misión es más importante que todas los demás.

—No puedo dejar que hagas esto —dijo Néstor dando un paso hacia la puerta—. Mi deber, mi juramento, era proteger esa semilla genética.

Bóreas agarró la pistola de plasma del cinturón de Hephaestus y presionó el botón de activación. Pronto empezó a zumbar y a vibrar en su mano mientras se cargaba.

—No abrirás esa puerta, hermano apotecario —le advirtió Bóreas apuntando con la pistola a la cabeza de Néstor.

—¿Qué clase de traición es ésta?

La voz de Néstor, a pesar de estar distorsionada por la armadura, estaba cargada de desprecio.

—¿Preferirías matar a tus propios hermanos antes que continuar la gran búsqueda de nuestro Capítulo? ¿Tú? ¿Un Capellán guardián de nuestras tradiciones y guía de nuestras almas preferirías matarme a expiar un pecado de diez mil años de antigüedad? No lo creo.

Néstor dio tres pasos más y llegó al panel rúnico del portal. Bóreas apretó el gatillo y una bola de plasma sobrecalentado golpeó al apotecario y estalló con el impacto. Su torso sin cabeza, con el muñón de su cuello cauterizado y humeante, se desplomó hacia delante y se estampó contra la puerta.

—Ninguno de nosotros va a marcharse —dijo Bóreas devolviéndole la pistola a Hephaestus.

—¿Sois conscientes de que si no nos marchamos, moriremos aquí? —dijo el tecnomarine—. El virus permanece activo durante setenta días una vez liberado. Eso son veinte días más de lo que aguantan los sistemas ambientales de nuestra armadura.

—Yo obedeceré tus órdenes, Hermano Capellán —dijo Zaul—. Si la orden es morir aquí, que así sea.

—Tenéis que llegar a la órbita de Limnos V y protegerla de cualquier intrusión —ordenó Bóreas a Sen Neziel, que estaba de pie en la estación de comunicaciones de la sala de control—. No debe aterrizar nadie, ¿entendido?

—Sí, lord Bóreas —respondió el oficial de la nave.

—Pronto transmitiré un mensaje cifrado —continuó Bóreas—. Cuando llegue la Torre de los Ángeles, mi mensaje deberá ser transmitido al Gran Maestre Capellán Sapphon. Ningún tipo de culpa recaerá sobre vosotros o la tripulación por lo sucedido ni por nuestras acciones de estas últimas semanas. Te elogio por tu dedicación al Capítulo y tu perseverancia a la hora de realizar tus tareas.

—¿Cuándo os reuniréis con nosotros de nuevo? —preguntó Neziel.

Bóreas hizo una pausa, sin saber muy bien qué contestar.

—Eso no sucederá —dijo finalmente—. Éstas son mis últimas órdenes. Los Grandes Maestres te informarán de tu futuro.

—No lo comprendo, mi señor —la voz de Neziel evidenciaba su confusión.

—No tienes que entender nada; sólo tienes que obedecer las órdenes, Sen —le dijo Bóreas—. Honra al Capítulo. Venera al Emperador. ¡Alabado sea el León!

—¡Alabado sea el León! —respondió Neziel, y Bóreas apagó el comunicador.

Después, el Capellán volvió su atención al diario de datos y activó la grabadora.

—Soy el Capellán Interrogador Bóreas del Capítulo de los Ángeles Oscuros del Emperador —empezó—. Éste es mi último comunicado desde Limnos como comandante de los Ángeles Oscuros en el sistema. Nuestros viejos enemigos han lanzado un golpe contra nuestro Capítulo. El injurioso enemigo nos ha herido de gravedad. Estamos metidos en una conspiración que supera nuestra comprensión. Los acontecimientos que estoy a punto de relatar van más allá de este mundo, más allá de los límites más lejanos de nuestro sistema estelar. Unos grandes y oscuros poderes están actuando, veo cómo su mano nos manipula, nos doblega para alcanzar sus retorcidos objetivos.

El Capellán se detuvo para escoger cuidadosamente sus palabras.

—Durante diez mil años hemos buscado la redención. Hemos perseguido aquello que avergonzó a nuestros hermanos cuando nuestro momento de triunfo estaba en camino. Es un terrible e imperdonable pecado que debe ser expiado, de eso no hay duda. Pero estos últimos días, un pecado todavía más grave ha salido a la luz. Se trata del pecado de la ignorancia, el pecado de repetir los errores del pasado. Me pregunto a mí mismo qué significa ser uno de los Ángeles Oscuros. ¿Significa dar caza a los Caídos, perseguir sombras por los oscuros rincones de la galaxia? ¿Significa llevar a cabo nuestra búsqueda a cualquier precio, ante el resto de juramentos y deberes? ¿Significa mentir, esconderse y conspirar para que otros nunca conozcan la verdad de nuestra vergüenza? ¿Mantener a nuestros propios hermanos ajenos a la verdad de nuestro pasado, el legado que todos compartimos? ¿O significa ser un Marine Espacial y seguir el camino establecido por el Emperador y Lión El’Jonson cuando fundaron el gran Imperio del Hombre para proteger a la humanidad, eliminar al alienígena y purificar lo impuro? Debemos actuar como un hierro incandescente en la noche, dirigir el camino que deben seguir los demás. Somos los guerreros del Emperador, los guardianes de la humanidad. Roboute Guilliman nos consideraba las estrellas brillantes del firmamento de la batalla, libres de autoenaltecimiento. Sin embargo, nosotros, los Ángeles Oscuros, hemos cometido un gran pecado. Hemos enterrado nuestras tradiciones, hemos enmascarado nuestra auténtica historia con leyendas y misticismo para confundir a los demás. Ya no somos estrellas brillantes, somos una oscuridad vacía, una sombra que pasa y que no sirve más que a su propio propósito.

El Capellán se detuvo de nuevo; se sentía cansado y se apoyó contra el panel. Sabía que no le escucharían, que no podían escucharle, porque lo que les decía iba en contra de todo lo que había convertido a los Ángeles Oscuros en lo que eran ahora.

—En este diario hay un informe detallado del desastre que ha sufrido Limnos y nosotros mismos. Asumo toda la responsabilidad. Nuestros enemigos nos conocen demasiado bien. Nos hemos convertido en un anatema para nosotros mismos, tal y como demuestra la conspiración de los Caídos. Todo lo que ha acontecido nos ha llevado a este lugar y a este tiempo, y no podemos hacer nada más que lo que debemos hacer. Hace diez mil años, nuestra alma estaba dividida. Nos decimos constantemente que nuestras dos mitades son la luz y la oscuridad. Pero he aprendido una lección amarga: eso no es verdad. Es una mentira reconfortante que nos mantiene a salvo de la duda, para que no formulemos las preguntas cuyas respuestas tememos. No existen ni la luz ni la oscuridad, sólo las sombras del crepúsculo que hay entre ellas. Si alguna vez tuvimos la oportunidad de redimir nuestros pecados fue hace diez mil años. Durante cien siglos nos ha guiado y nos ha consumido al mismo tiempo. No conoceremos la paz mientras uno de los Caídos siga con vida. Pero ¿qué pasará después? ¿Qué significa ser Ángeles Oscuros sin los Caídos? Hemos acabado definiéndonos por ellos. Si desaparecieran, nos quedaríamos sin propósito. Nos hemos alejado demasiado del camino, y rezo fervientemente para que vosotros, los Grandes Maestres del Capítulo, los más sabios de todos nosotros, encontréis el auténtico camino de nuevo. De no ser así, nunca habrá salvación, y todo aquello a lo que aspiramos quedará en nada, todo lo que hemos conseguido será en vano. Os ruego que no dejéis que esto pase. Vamos a sacrificarnos por la gente de Limnos, para salvaguardar nuestro futuro. No hagáis que las muertes de mis hermanos sean para nada.

Bóreas apagó el grabador y se alejó. Cuando llegó a la puerta, se detuvo. Otro pensamiento le vino a la cabeza. Volvió y reactivó el grabador.

—Tengo otro mensaje que transmitir. Caminad por el oscuro pasillo que lleva a las habitaciones de los interrogadores, pasad las catacumbas hasta las cámaras más profundas. Acercaos a aquella celda solitaria en el centro de la Roca y decidle esto al preso: «Tenías razón».

Los Ángeles Oscuros se reunieron en la capilla con sus túnicas sobre la armadura. A lo largo de una de las paredes yacían los cuerpos de los cuarenta y dos guardias y los catorce aspirantes, todos cubiertos con un blanco sudario con el símbolo del Capítulo. Al final de la fila, con el sudario invertido, yacía Néstor. Los Ángeles Oscuros se arrodillaron formando una única línea ante el altar, Zaul y Hephaestus a la izquierda de Bóreas y Thumiel y Damas a la derecha. Todos tenían una bomba de fusión contra el pecho y la cabeza inclinada. Bóreas sujetaba el detonador con el pulgar sobre el botón de activación. La decisión había sido unánime: mejor acabar con aquella terrible experiencia antes que desesperar de hambre y asfixia y mostrar debilidad. De esta manera sería algo limpio e instantáneo.

—¿Cuál es nuestro propósito? —entonó.

—La guerra —respondió el resto.

—¿Cuál es el propósito de la guerra?

—Derrotar a los enemigos del Emperador.

—¿Quién es el enemigo del Emperador?

—El hereje, el alienígena y el mutante.

—¿Qué significa ser el enemigo del Emperador?

—Significa estar condenado.

—¿Cuál es el instrumento de condena del Emperador?

—Nosotros, los Marines Espaciales, los ángeles de la muerte.

—¿Qué significa ser un Marine Espacial?

—Significa ser puro, ser fuerte, no mostrar ni compasión, ni piedad, ni remordimientos.

—¿Qué significa ser puro?

—Desconocer el miedo y no flaquear nunca en combate.

—¿Qué significa ser fuerte?

—Seguir luchando cuando los demás huyen; quedarse y morir sabiendo que la muerte tiene una recompensa final.

—¿Cuál es la recompensa final?

—Servir al Emperador.

—¿A quién servimos?

—Servimos al Emperador y al León, y a través de ellos servimos a la humanidad.

—¿Qué significa ser Ángeles Oscuros?

—Significa ser los primeros, los honrados, los hijos del León.

—Alabado sea el León —dijo Bóreas antes de presionar el botón.