QUINTA PARTE
LA HISTORIA DE ASTELAN
El excomandante de Capítulo puso en orden sus pensamientos antes de empezar. Sentado sobre la mesa de piedra, hablaba despacio pero con determinación. Su voz no revelaba en absoluto su debilidad física y mental.
—Puedes hacer caso omiso de todo lo que te he contado si quieres. No puedo negar que se trata de una historia sorprendente, y que te puede resultar difícil de aceptar. Si no reconoces mis argumentos basándote en lo que ya has escuchado significa que tus maestros te han formado bien, y tu lealtad te honra. Pero la depositas en el lugar equivocado. La consagras a aquellos que la desmerecen. Sólo debes lealtad al Emperador y a la humanidad, no lo olvides nunca. Tenlo en cuenta cuando escuches lo que voy a contarte ahora. De las muchas verdades que tengo que revelarte, ésta es la más importante. Los Ángeles Oscuros se consideran malditos por la vergüenza de los acontecimientos de la Herejía de Horus, pero se equivocan. Su maldición comenzó cuando Caliban fue redescubierta y Lión El’Jonson tomó el mando de la Legión.
Astelan hizo una pausa y observó el rostro de Bóreas. Era tan inexpresivo como siempre, con la mirada oscura e intensa.
—Continúa —dijo el Capellán.
—Durante diez mil años, los Ángeles Oscuros han intentado reparar lo que sucedió en Caliban. Esto lo supe gracias a Methelas y Anovel, y tú lo has confirmado con tus propios actos y palabras. Os habéis envuelto en secretismo, habéis suprimido toda información acerca de aquellos hechos y habéis eliminado toda prueba de que los Caídos existen. Incluso entre vuestros propios rangos habéis creado niveles de secretismo de manera que incluso los hermanos de batalla del Capítulo desconocen sus verdaderos orígenes. Susurráis entre las sombras como un aquelarre de insatisfechos. Conspiráis para continuar vuestra búsqueda a escondidas de los ojos de los demás. Un velo de oscuridad cubre todo lo que hacéis. No es por la Herejía de Horus. Ni porque Luther, yo y otros como nosotros lucharan contra sus propios hermanos. Ni tampoco porque jamás deba conocerse la vergüenza de nuestros pecados. Todo eso son excusas, invenciones, justificaciones para ocultar la verdad. Y la verdad es tan simple que resulta espeluznante. Había algo oscuro en Lión El’Jonson. Una oscuridad que todos albergáis en vuestro interior y que os rodea, pero no sois conscientes de su presencia. Intriga, secretos, mentiras y misterio: ése es el legado de vuestro primarca.
—¿Y qué te hace pensar eso? —preguntó Bóreas.
—Es una explicación muy larga, pero escúchala hasta el final —respondió Astelan—. Empieza antes de los albores de la Era del Imperio. En la Antigua Tierra reina la discordia y la anarquía mientras la Era de los Conflictos domina a la humanidad. Un visionario consigue ver el modo de sacar a la humanidad de aquella oscuridad e idea un plan para guiar al hombre de vuelta a las estrellas. Le conocemos sólo como el Emperador, y está muy lejos de ser un hombre corriente. Tras crear un ejército de guerreros superiores consiguió someter a las tribus bárbaras que dominaban la Antigua Tierra y creó una nueva sociedad, la de Terra, la base del Imperio que planea construir. Aunque Sus guerreros eran fuertes, rápidos, inteligentes y leales, quiere ir más allá para perfeccionar Su visión, y crea a los seres conocidos como los primarcas. Esto lo supe siendo comandante de Capítulo de los Ángeles Oscuros. Los primarcas eran creaciones perfectas, muy superiores a cualquier hombre mortal, nacían de una manera totalmente antinatural, pero se les proveía de genes modificados que les hacían inigualables en toda la galaxia. Lo que pretendía exactamente el Emperador nunca lo sabremos, pues le arrebataron a los primarcas prácticamente del mismo modo en que tú dices que aquellos de nosotros que apoyamos a Luther desaparecimos de Caliban. Puede que el Emperador los diese por perdidos, o que supiese que estaban en algún lugar de la galaxia esperando a ser redescubiertos. Los primarcas no podían recrearse, o el Emperador no estaba dispuesto a intentarlo, de modo que fundó las legiones de los Marines Espaciales en su lugar.
Usando la semilla genética que le sobraba de los primarcas, nos creó a nosotros, los Ángeles Oscuros, y a las demás Legiones, y así se completó la Primera Fundación. La Gran Cruzada dio comienzo y salimos hacia las estrellas en una gran guerra de conquista. Conforme íbamos dominando planetas, o devolviéndolos al redil del creciente Imperio, formamos nuevos guerreros y creamos nuevos Marines Espaciales a partir de esa misma semilla genética, y de este modo las Legiones se mantenían con toda su fuerza. Con el paso del tiempo, los primarcas fueron redescubiertos. No habían sido asesinados, sino que habían sido arrojados a los rincones de la galaxia y habían despertado como niños en mundos de población humana. De este modo se criaron en una sociedad humana y fueron redescubiertos por el Emperador y las Legiones que se habían creado a partir de ellos. A cada uno se le adjudicó el mando de la Legión que portaba su semilla genética, y la Gran Cruzada continuó. Estoy seguro de que conoces casi toda esta información. Sin embargo, entre estas mismas leyendas se ve la evidencia de lo que estoy a punto de contarte. Algunos de los primarcas eran defectuosos. Es posible que su semilla genética no fuese tan perfecta como el Emperador había pensado, o quizá los poderes oscuros les influenciaron demasiado mientras estuvieron alejados del Emperador. Pero existe una explicación mucho más simple. Los primarcas y sus Legiones se convirtieron en uno. Su semilla genética se utilizaba directamente para formar nuevos Capítulos para las Legiones, y se convirtieron en comandantes. Su personalidad y la de su mundo natal se grababa indeleblemente en las Legiones, de manera que sus hermanos de batalla se convirtieron en reflejos inferiores de sus primarcas. Ellos, por supuesto, compartían un mundo natal, su gente había criado a los primarcas como si fuesen hijos suyos. Sin embargo, esto no explica completamente el efecto que los primarcas tendrían en las Legiones que comandaban. Creo que la razón por la que los primarcas y sus Legiones se hicieron uno fue porque los primeros aprendieron a ser humanos en sus mundos natales. Cuando Leman Russ despertó en Fenris, se encontró en un mundo helado salvaje gobernado por bárbaros guerreros. Creció siendo tremendamente leal, impetuoso y poco ortodoxo, como aquellos que le habían criado. Cuando Roboute Guilliman llegó a la edad adulta en Macragge, había sido educado por hombres de estado, estrategas y líderes de sociedad, y era afamado por su sentido de la organización, desde el mayor de los planes hasta el más pequeño de los detalles. Piénsalo. Los primarcas tuvieron que aprender a ser humanos. Quizá fuese algo inevitable, o tal vez la intención del Emperador siempre había sido educarlos como sus propios hijos. Fuera cual fuera la causa, los primarcas, a pesar de toda su destreza, su fuerza, su velocidad y su inteligencia, eran una tabula rasa. Aprendieron bien y aprendieron rápido, pero el caso es que tuvieron que aprender a ser humanos. Tú y yo somos Marines Espaciales, y somos muy superiores a cualquier humano normal. Nuestros cuerpos sólo se asemejan físicamente a los de los humanos corrientes. En nuestro interior, la semilla genética y los órganos implantados nos han convertido en algo fuera de lo normal. No sólo nos escogieron porque nuestro cuerpo fuese apto. Nosotros, como los primarcas, somos inteligentes, diestros y tenemos la capacidad de pensar rápido, y una década de entrenamiento y toda una vida de batallas han desarrollado esas aptitudes. Se dice que no conocemos el miedo, y es verdad, pues la clase de miedo que padece un hombre normal nos es ajeno. Somos incapaces de sentir la pasión que tanto alaban los humanos en sus poemas y en sus sagas. Ya no somos humanos, el modo en que nos crearon es garantía de ello. Es un sacrificio, pues la intrínseca humanidad del hombre lo hace débil, vulnerable a la traición, a la duda, a la desesperación y a la destructiva ambición. Nosotros estamos más allá de tales debilidades, pero jamás volveremos a formar parte realmente de la humanidad, nunca volveremos a ser una de las criaturas para cuya protección se nos creó. Pero incluso con semejante catálogo de cambios que nos hacen muy superiores, y en ocasiones mucho más débiles, seguimos siendo mucho más cercanos a la humanidad que los primarcas. Ellos eran totalmente artificiales. Jamás habían tenido una madre o un padre de verdad. Nosotros, los Marines Espaciales, tú y yo, en su día fuimos humanos. A pesar del entrenamiento, a pesar de lo que hicieron con nuestros cuerpos y a pesar de cuánto nos haya endurecido la batalla, en el fondo de nosotros siempre quedará esa humanidad. Nunca surgirá del todo, está suprimida, profundamente enterrada en nuestro subconsciente, pero en nuestros corazones y en nuestras almas fuimos, y somos todavía, humanos, algo que los primarcas no fueron jamás.
—¿Y en qué afecta eso a Lión El’Jonson? —preguntó Bóreas—. Él se crio con Luther, entre los leales y valientes guerreros de Caliban.
—La habilidad que los primarcas tenían para aprender, para adaptarse a aquellos que les rodeaban y a su medio fue su perdición. Al carecer de una inalterable y básica humanidad, no eran más que réplicas. Eran físicamente perfectos, intelectualmente inigualables, pero espiritualmente vacíos. Desde el momento en que despertaron empezaron a aprender, empezaron a formarse en lo que se acabarían convirtiendo. Aquellos a su alrededor colaboraron en este proceso, les enseñaron los valores que tan importantes serían para ellos durante el resto de sus vidas. Los primarcas aprendieron sus valores morales de las culturas en las que se criaron; aprendieron a luchar, a dirigir y a sentir de los demás.
—Sigo sin ver qué importancia tiene eso —dijo Bóreas sacudiendo la cabeza.
—En algunos casos tal vez ese aprendizaje se asemejara a lo que el Emperador pretendía. Roboute Guilliman era el más grande de los primarcas y jamás vaciló en su dedicación y servicio. Pero era inferior a Horus en todos los aspectos. No era ni tan inteligente, ni tan carismático ni tan hábil físicamente como el Señor de la Guerra. ¿Por qué entonces Horus se unió a los poderes del Caos, con lo supuestamente perfecto que era, mientras que Guilliman, a pesar de su inferioridad, sigue siendo recordado diez mil años después como el magnífico ejemplo de primarca? Porque Guilliman había aprendido a ser incorruptible. Por la razón que fuera, de la fuente que fuese, Guilliman había formado su mente para ser impermeable a la tentación del poder y de la ambición personal. Dijo que los Marines Espaciales estaban libres de autoenaltecimiento, y decía la verdad, pues daba por hecho que todos los Marines Espaciales eran tan honorables como él. Horus, en algún momento de su crecimiento, aprendió una terrible debilidad, una grieta en la armadura de su alma que le llevó a considerarse mejor que el Emperador. Se volvió contra su señor, como todos aquellos que tenían defectos similares, y finalmente Horus fue asesinado y los demás fueron conducidos al Ojo del Terror, donde permanecen en la actualidad alimentando sus debilidades y reafirmando sus prejuicios.
Bóreas meditó las palabras de Astelan.
—Sigo esperando escuchar algo que explique por qué Lión El’Jonson fue el culpable de la caída de los Ángeles Oscuros. Si lo que dices es cierto y el León estaba viciado, seguía siendo culpa de Luther, el hombre que proclamas como el salvador derrotado de los Ángeles Oscuros. Si Luther educó bien a Lión El’Jonson, entonces fue él quien se volvió contra el Emperador, de modo que sigue siendo su pecado.
—Eso podría ser cierto, excepto por una cosa —continuó Astelan—. Nuestro primarca, el gran León, comandante de los Ángeles Oscuros, era imperfecto cuando Luther lo salvó de las armas de la partida de caza de Caliban. Él había despertado en las profundidades de los bosques, que eran lugares salvajes y peligrosos, envueltos en oscuridad, donde el sol raras veces atravesaba la cubierta forestal. En las sombras acechaban terribles criaturas mutantes que podían acabar con un hombre de un solo mordisco con sus monstruosas mandíbulas o de un golpe con sus letales garras. Esas bestias se perseguían y se cazaban las unas a las otras, la depravación del depredador y la presa. Ése es el mundo en el que creció Lión El’Jonson y el mundo del que aprendió. Aprendió que las oscuras sombras podían ocultar peligros, pero también que le proporcionaban refugio. Se convirtió en una criatura de la oscuridad, un ser que evitaba la luz, pues lo hacía vulnerable y lo exponía al peligro. Cuando Luther le encontró, El’Jonson era totalmente salvaje, incapaz de hablar. Era prácticamente un animal. Encontró al cazador pero también a la presa. Poco importa lo que Luther le enseñase, lo bien que lo criara o los valores que le transmitiese como su hijo adoptivo. Aunque por fuera el León se volvió culto, elocuente e intelectual, por dentro seguía siendo aquella criatura, una presa temerosa. El defecto ya estaba ahí, sólo se ocultó con capas de civilización y de aprendizaje. De modo que había un conflicto en el corazón del gran primarca. Aunque en su día maldije su nombre y deseé su muerte, he conseguido superar esos sentimientos. No se puede culpar a los primarcas por ser lo que son, del mismo modo que no se puede culpar a los orkos de ser belicosos alienígenas, o a un arma porque te dispare. Es para lo que han sido creados. Acabamos odiando sus acciones, aborreciendo lo que representan, del mismo modo en que yo he acabado odiando y aborreciendo a los primarcas por aquello en lo que se convirtieron y por lo que hicieron. Pero es el síntoma lo que odiamos y no la enfermedad, es el efecto lo que detestamos y no la causa.
—Una teoría muy imaginativa, pero eso es todo —dijo Bóreas—. Las teorías no son la realidad, y eso es lo que me prometiste que oiría.
—¿Son pruebas lo que necesitas? ¿Se disiparán tus dudas de esa manera? En ese caso, dejemos las teorías de momento, y te contaré el final, o lo que es en realidad el principio de mi historia.
Astelan inspiró profundamente y estiró sus doloridas extremidades cubiertas de cicatrices. Se bajó de la losa, se agachó para rellenar la copa de agua y dio un largo trago. Bóreas le observaba con su inalterable mirada sin apartar ni un segundo los ojos de su rostro, tal vez con la intención de adivinar la verdad en su expresión.
—Cuando supimos que habían encontrado a nuestro primarca, sentimos gran alegría —continuó Astelan apoyando la espalda sobre la mesa de piedra—. Era como si un antiguo antepasado regresase a nosotros desde la tumba, y en muchos aspectos esto es una verdad literal en lugar de una conveniente analogía. Parte de él se había usado para crearnos y le debíamos gran parte de lo que éramos. Pasaron otros dos años de lucha hasta que pude llevar a mi Capítulo a Caliban y conocer a nuestro gran comandante, pero el encuentro fue agradable. Más que agradable fue tranquilizador. Siempre habíamos luchado por el Emperador en sí, y ahora teníamos un nuevo comandante. Había sido una época de incertidumbre, pues aunque confiábamos incondicionalmente en el Emperador, quien le entregó el mando de los Ángeles Oscuros a Lión El’Jonson y por tanto debía de ser lo correcto, no estábamos seguros de las consecuencias. Pero cuando conocí a nuestro primarca por primera vez, cuando me cogió del hombro y me miró a los ojos, todos mis miedos se desvanecieron. Sólo los ojos del Emperador albergaban más sabiduría que aquella mirada inmortal. Oscura, penetrante, que todo lo veía, la mirada del León te miraba directamente al alma. Si hubiese visto entonces la locura que se ocultaba tras aquella intensidad, el curso de la historia podría haber sido muy diferente, o tal vez no. Tal vez si le hubiese asesinado en ese mismo momento ya habría sido demasiado tarde. Su legado ya se había transmitido a los Ángeles Oscuros por diez mil años. Es difícil explicar lo que se siente en la presencia de un primarca. Incluso yo, un curtido comandante de Capítulo de la mejor de las Legiones me sentía intimidado. No es de sorprender que las leyendas hablen de cómo algunos hombres corrientes se desmayaban al verle. El León rezumaba poder e inteligencia, ejecutaba todas sus acciones a la perfección, y consideraba cada una de sus palabras. Más que temor, lo que sentía en su presencia era inspiración. Habían pasado muchos largos años desde que el Emperador nos había dirigido en persona, el Imperio había crecido inmensamente en todo ese tiempo y sus esfuerzos y su asistencia habían aumentado en proporción. De modo que, delante de nuestro primarca y sintiendo su fuerza como un calor que abrasase mi piel, pronuncié un nuevo juramento de lealtad al Emperador, a la humanidad, a los Ángeles Oscuros y a Lión El’Jonson. La Gran Cruzada estaba en pleno apogeo y pasé sólo unos días en Caliban, maravillado ante su belleza. Ahora me doy cuenta de que nuestro primarca era un reflejo de su mundo. La superficie era impresionante, pero por debajo albergaba oscuridad. Mi Capítulo regresó al frente de la frontera en expansión del Imperio, y continuamos luchando contra los enemigos de la humanidad y avanzando cada vez más en la oscuridad. Fue entonces cuando las cosas empezaron a cambiar. Lenta y sutilmente, la influencia del León empezó a sentirse, y la Legión cambió en concordancia. Cuando luchábamos por el Emperador, teníamos prácticamente rienda suelta. Recibíamos una orden, una misión que cumplir, y nosotros entendíamos perfectamente lo que se esperaba de nosotros. Es la misma visión de la que te hablaba antes, y ahora comprendo por qué te resultaba tan difícil de entender. Los que no estabais allí, los que no escuchasteis los discursos del Emperador y no pronunciasteis vuestros juramentos ante Él, jamás lo entenderéis. Pero aquello forma parte de mí tanto como mi segundo corazón. Donde antes el Emperador nos había enviado con la seguridad de que su voluntad era nuestra voluntad, ahora nuestro primarca impuso un mayor control. Al principio parecía sumamente apropiado, al fin y al cabo era un fantástico estratega y con él coordinando nuestros esfuerzos nada podría detenernos. Pero poco a poco, año tras año, los comandantes de Capítulo teníamos cada vez menos poder para actuar de manera independiente, de idear nuestro propio plan de acción. El León tensaba cada vez más las riendas de la Legión. Fue entonces cuando tuvo lugar un incidente que empezó a levantar mis sospechas. Aparentemente no era nada. Mi Capítulo había salido del espacio disforme a un sistema estelar en particular y estábamos avanzando hacia su centro para ver si había algún mundo habitable. Conforme nos aproximábamos a los planetas interiores, nuestros exploradores nos informaron de que había otra flota cerca de nosotros. Nos situamos en nuestros puestos de combate, nos preparamos para un ataque inmediato y empezamos a maniobrar para ganar ventaja. Cuando por fin nuestra flota estaba en posición de ventaja, di la orden de atacar. Esa orden nos podría haber costado muy cara de no haber sido por la alerta del capitán de una de las naves de la vanguardia. Rechazó la orden de abrir fuego e informó inmediatamente. ¡La flota enemiga no era enemiga en absoluto! Estábamos a punto de atacar a las naves del Vigésimo Tercer Capítulo, bajo el mando del Comandante Mentheus. El casi catastrófico ataque se abortó y no se habló más al respecto, pero entonces empecé a plantearme: ¿qué hacía Mentheus allí? ¿Por qué habría enviado El’Jonson dos flotas al mismo sistema? Pensé que tal vez al principio nuestro primarca había cometido un error. Pero eso era imposible, la exactitud de su planificación y coordinación era uno de los puntos fuertes del León. Jamás cometía errores de esa índole. Eso dejaba la posibilidad de que o Mentheus o yo nos hubiésemos equivocado, pero, tras contrastarlo el uno con el otro, ambos llegamos a la conclusión de que estábamos siguiendo nuestras órdenes perfectamente. La única opción que quedaba era que Lión El’Jonson hubiese querido que ambos estuviésemos allí. No veía razón alguna para enviar a dos Capítulos, el sistema era inhabitable. No había nada que indicase una amenaza lo bastante grande como para enviar a dos Capítulos, ambos recién renovados y a pleno rendimiento. No había ninguna razón, y durante un tiempo decidí hacer caso omiso de los pensamientos que habían empezado a rondar en mi subconsciente, hasta que me llevaron por nuevos derroteros. Nadie me comunicó que ambos nos estábamos dirigiendo hacia el mismo sistema. Y tal vez lo más preocupante fuese que a nuestro primarca no le pareció necesario informarme siquiera de que estábamos luchando en el mismo sector, aunque a Mentheus sí se lo habían comunicado. Esto hizo que me diera cuenta de que con todo aquel control del primarca sobre el Capítulo, la comunicación entre comandantes era prácticamente inexistente. En los albores de la cruzada habíamos estado en contacto regularmente para idear una estrategia, para coordinar nuestros esfuerzos y maximizar las posibilidades de victoria y de éxito. Ahora sólo recibíamos órdenes y las seguíamos. Era como si El’Jonson estuviese intentando aislarnos. El miedo y la desconfianza que se habían arraigado en su alma durante su infancia parecían estar convirtiéndose en paranoia. El instinto de supervivencia al más básico nivel se había mezclado con las enseñanzas de Luther y la educación que Lión El’Jonson había recibido. Si antes había visto enemigos y presas en las sombras, ahora volvía a verlos en la galaxia que le rodeaba. Creo que nuestro primarca empezó a temernos y, sin razón aparente, empezó a considerarnos a todos como una amenaza. Decidí oponerme a este creciente aislamiento y empecé a solicitar información constantemente. En este punto yo todavía no sospechaba nada; sólo veía que se estaba desarrollando un problema e intentaba evitarlo. Conforme fui recopilando más información todo se volvió más claro. Todos los antiguos Capítulos, los fundados antes del redescubrimiento de Caliban, tenían una sombra, un nuevo Capítulo fundado en Caliban con la propia semilla genética de Lión El’Jonson, a una distancia de cinco sectores o inferior. Se puede pensar que esto era una mera coincidencia, o que la idea era que se apoyasen mutuamente, y estaría de acuerdo de no ser por el hecho de que muchos de los comandantes de los nuevos Capítulos parecían estar al tanto de la presencia de las flotas de la antigua Legión, pero los comandantes que habían servido conmigo en la Gran Cruzada desconocían la proximidad de sus compañeros. Nos estaban vigilando. Tal vez pienses que era yo el que padecía paranoia, y no el primarca. Y puede que tengas razón, puede que su mancha se me hubiese contagiado, y debo recalcar que por aquel entonces no había nada que me preocupase realmente, ningún motivo de queja serio, sólo presentía que algo iba mal. Ese instinto se volvió más intenso cuando descubrí otra cosa. A nuestro primarca siempre se le había alabado por su actividad, por luchar en primera línea incluso mientras dirigía al resto de Capítulos. Pero por lo visto no dirigía su atención por igual en toda la Legión. Para ser un primarca del que se decía que amaba su mundo más que cualquier habitante mortal de Caliban, los hechos eran muy curiosos. En lugar de mostrar un favoritismo, comprensible aunque preocupante, hacia los Capítulos que compartían el mundo de su nacimiento, el León pasaba más tiempo dirigiendo a los Capítulos de la antigua Legión. Aunque dos tercios de los Ángeles Oscuros procedían entonces de Caliban, nuestro primarca acompañaba a esos capítulos menos de un cuarto del tiempo. De modo que llegué a una conclusión inevitable y terrible: ¡el primarca de los Ángeles Oscuros, nuestro comandante, no confiaba en nosotros!
Astelan se detuvo para dejar que la trascendencia de sus palabras penetrase en los pensamientos de Bóreas, pero la expresión del Capellán Interrogador seguía inmutable. Era como si nada de lo que Astelan le estaba contando tuviese el menor sentido para él.
—¿Es que no lo entiendes? —preguntó el excomandante de Capítulo.
—Explícamelo mejor —respondió Bóreas.
—¡Éramos los Ángeles Oscuros! ¡La primera y la mejor de las Legiones del Emperador! El mismísimo Emperador había supervisado nuestra fundación, nuestra formación y nuestras guerras. Éramos los mejores guerreros del Imperio. Nadie había conquistado más mundos, y nadie había mostrado más celo en combate y más dedicación en sus obligaciones. ¡Y nuestro primarca no confiaba en nosotros! Al darme cuenta sentí como una puñalada en el estómago y me quedé consternado. A vosotros os han educado los hijos de Lión El’Jonson, y su legado está en vuestro interior, de modo que la desconfianza y el secretismo son para vosotros como una segunda naturaleza. ¡Pero no para mí! Yo busqué desesperadamente algún tipo de racionalización, necesitaba llegar a una conclusión alternativa, pero no había nada más que pudiera explicar las acciones de nuestro primarca. Y a pesar de todo, jamás dudé del León. Jamás pensé que la culpa fuera suya; no me di cuenta de que fue su locura, su desconfianza, la que nos había llevado a esto. Mi primer pensamiento fue que tal vez tuviese un motivo, que quizá la antigua Legión estaba fallando de algún modo. Podría ser que, sin ser conscientes de ello, estuviésemos luchando con menos valor bajo el mando de El’Jonson que cuando lo hacíamos por el Emperador directamente. Tal vez nuestros logros fuesen inferiores a los de los nuevos Capítulos. Quizá nuestra atención a nuestro deber había disminuido de alguna manera. Esto se convirtió en una gran preocupación para mí, especialmente cuando el mismo primarca me dijo que él mismo se encargaría de mi Capítulo en su siguiente campaña. Aquello era prácticamente una acusación, y cuando se lo comuniqué a los capitanes de mi compañía remarqué la necesidad de sobresalir, de luchar con más dureza y dedicación que nunca. Les recalqué la importancia de resplandecer en combate mientras la mirada del primarca estuviese sobre nosotros. Los capitanes transmitieron el mensaje a los hermanos de batalla, y mientras nos desplazábamos al sistema Altyes nos entrenábamos con más entrega que nunca para no fracasar ante los ojos de nuestro primarca.
—¿De modo que fue entonces cuando volviste a tu propio Capítulo contra el primarca? —preguntó Bóreas pesadamente—. ¿Fue entonces cuando comenzó tu herejía?
—No le hablé de mis preocupaciones a nadie, y mi investigación había sido circunspecta y secreta pues esperaba que mis crecientes sospechas fuesen infundadas —respondió Astelan—. No diré que acusé directamente a Lión El’Jonson, ni que me veía a mí mismo como su juez y que vi sus defectos desde el principio. No, fue más tarde, durante aquellos largos años en Caliban, e incluso después todavía, mientras deambulaba por la desolada Scappe Delve cuando junté todas las piezas del rompecabezas y aquellos instintos y observaciones subconscientes se volvieron claras y nítidas. En aquella época tenía mucho tiempo para pensar sobre mi vida, y cuando abandoné Scappe Delve, la visión del Gran Imperio empezó a tomar forma y a ocupar mis pensamientos. Pero es la primera vez que comparto estas verdades.
—Un dudoso honor, te lo aseguro —dijo Bóreas—. Como tú mismo has señalado, estos hechos tienen explicaciones, incluso si pasamos por alto tu paranoia y tu megalomanía. Nada de lo que me has contado justifica tus acciones en Caliban, particularmente tu intento de asesinar al mismísimo primarca. ¿Cuándo comenzaron tus herejías, Astelan? ¿Cuándo empezaron realmente? Sólo cuando te enfrentes a ellas las verás como los actos de traición que eran y serás capaz de arrepentirte de lo que has hecho.
—Todo empezó en el sistema Altyes en realidad. Se habían detectado señales de origen humano, y nuestro primarca deseaba investigarlas. Procedimos con tanta cautela como siempre, pues la Gran Cruzada era una guerra para llevar luz a la oscuridad. Nunca sabíamos qué nos esperaba en la galaxia a la sombra de las estrellas: antiguas razas con misteriosas armas, bárbaras civilizaciones humanas, mundos dominados por la tecnología sin límites, asentamientos humanos esclavizados por alienígenas, todo esto y mucho más. De modo que entenderás que siempre que entrábamos en un nuevo sistema lo considerásemos hostil al no saber qué esperar. La agresividad, la velocidad y la determinación eran nuestras mejores armas, templadas por la pureza de nuestro propósito. Y todas nos hicieron falta cuando llegamos a Altyes.
—¿Qué encontrasteis allí?
—Las débiles señales y sus orígenes se confirmaron. Había humanos en Altyes. Habían conservado gran parte de su civilización y serían una gran adición el creciente Imperio, excepto por un obstáculo. Altyes estaba dominado por los orkos. Los pieles verdes habían llegado un siglo antes y habían sometido a los altyanos, de modo que el mundo estaba totalmente esclavizado. La población humana se veía obligada a trabajar en grandes fábricas construyendo naves y armas para los orkos, cuyo ingente número plagaba el planeta. Atacamos todos a la vez. Para los altyanos debió de haber sido como un milagro de los cielos; para los orkos fue como si la galaxia en sí se hubiese vuelto contra ellos. Mientras descendíamos en las cápsulas y en los transportes, la flota abría fuego sobre el planeta. Tuvimos que asumir la idea de que miles de Altyanos perderían la vida junto a los orkos, pero era el mundo entero lo que estábamos intentando salvar, no a los individuos. ¿Cuántas veces han luchado los Ángeles Oscuros todos juntos como un solo Capítulo en tu época, Capellán Bóreas?
—Nunca que yo recuerde, en la mayor guerra en la que he luchado participaban cinco compañías. ¿Por qué?
—Es algo digno de ver, todo un Capítulo en guerra. Más de mil Marines Espaciales personificando la ira del Emperador. Los cielos se inundan del agudo chirrido de los reactores y se ennegrecen con las cápsulas de desembarco y las cañoneras. La superficie estalla con rayos láser, misiles y plasma que van directos al corazón del enemigo, y les arrancan las ganas de luchar del pecho de un solo golpe. Sin embargo, a pesar de ser todo un Capítulo, mil Marines Espaciales son pocos guerreros para dominar un mundo, aunque son suficientes para erradicar a cualquier enemigo. Con ataques decisivos, arrasamos, tomamos y destruimos las principales fábricas. Con velocidad y precisión, atacamos los puentes y las carreteras, las fortificaciones y las plataformas de aterrizaje. En órbita, nuestra flota combatió contra las naves orkas y las llevó hacia la atmósfera o las redujo a un amasijo de metales en llamas. En dos días habíamos afianzado un punto de apoyo en Altyes. Desde esa brecha en sus defensas continuamos avanzando y obligando a los orkos a retirarse. Les tendíamos emboscadas, les empujábamos por los barrancos y hacia las costas. Poco a poco su resistencia empezó a flaquear, y nosotros continuamos presionándoles con fuerza. Les teníamos rodeados, aunque ellos nos superaban por cientos a uno. Con movilidad y coordinación conseguimos dividirlos y subdividirlos y continuamos separándolos y exterminándolos parte por parte. Cuando los orkos aterrizan en un mundo lo contaminan, y nosotros libramos rigurosamente a Altyes de su presencia, y erradicamos hasta la más mínima pizca de su contaminación. Volvían a atacar cuando podían, pero contra los hermanos de batalla de los Ángeles Oscuros sus ataques desorganizados y mediocres no tenían nada que hacer. Su ferocidad era tan intensa como siempre, pero contra el León estaban condenados. Les superábamos en todos los sentidos, en arsenal, en estrategia, en supremacía orbital, y en puro fervor. Siempre estábamos por encima de ellos. Cuando unían sus fuerzas, les atacábamos desde las naves. Cuando estaban dispersos, enviábamos nuestras fuerzas de ataque rápido para acabar con ellos antes de que lograsen formar una resistencia.
—A pesar de mi experiencia y de mis habilidades, aprendí mucho en la campaña de Altyes. Observé al León, su manera de planear, su manera de dirigir nuestras fuerzas y de idear estratagemas que jamás se me habrían pasado por la cabeza, y mucho menos ponerlas en práctica. Sí, aprendí mucho y aprendí bien, pero no fue hasta que llegué a Tharsis y viví aquella terrible rebelión que yo mismo volví a emplear aquellas lecciones. A pesar de nuestros éxitos paralelos, a pesar del valor de los hermanos de batalla, destruir un mundo lleno de orkos no es algo que se pueda hacer de la noche a la mañana. Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y así pasó un año. Pero al final tan sólo quedaba una pequeña resistencia importante. Varios miles de orkos se habían refugiado en uno de los pasos que dividían las montañas en el centro del continente sur. Mientras que la mitad de mi Capítulo eliminaba todo rastro de los orkos por el resto de Altyes, El’Jonson y yo dirigimos a cinco compañías para acabar con el último campamento de pieles verdes. Fue entonces cuando Lión El’Jonson reveló su verdadera naturaleza. Los orkos atacaron por sorpresa, tal vez movidos por la desesperación, o quizá al ver algún punto débil en nuestras filas. Salieron del paso mientras nos preparábamos para atacar, y consiguieron vencer a la Octava Compañía. Pero en lugar de avanzar hacia el este o el oeste se dirigieron al norte, hacia la ciudad de Keltis. Nuestro primarca me dio órdenes de permitirles que invadieran la ciudad. En mi opinión, aquello era una auténtica locura, ya que pondría en peligro a medio millón de altyanos innecesariamente.
—Pero tú mismo has dicho que hubo víctimas altyanas durante el ataque inicial —replicó Bóreas—. ¿Qué tenía de diferente el destino de Keltis?
—Siempre hay muertes inevitables de civiles durante una guerra —respondió Astelan pensando bien lo que decía—. Si hubiésemos actuado en un principio con más cautela habríamos puesto en riesgo todo el comienzo de la campaña, nos habría retrasado y, como consecuencia, Altyan habría corrido un mayor peligro. En Keltis no había tales consideraciones a tener en cuenta. Creo que simplemente fue la indiferencia que sentía El’Jonson por el valor de la vida humana y la egoísta ansia de conservación de aquellos que tenía bajo su mando lo que le llevaron a idear aquel plan.
—Bien, y habiendo asumido arrogantemente que el primarca estaba equivocado, ¿qué hiciste? —preguntó Bóreas.
—Mi Segunda y mi Cuarta Compañía estaban en buena posición para frustrar el ataque de los orkos y entretenerles mientras el resto del Capítulo respondía —explicó Astelan—. Fue entonces, mientras observaba las pantallas tácticas, cuando tanto la parte de genio del León como su lado oscuro se revelaron. La Segunda y la Cuarta Compañía estaban en una posición perfecta para el ataque de Keltis, y el primarca pretendía rodear a los orkos en la ciudad y erradicarles. También vi claro que el punto débil en nuestras filas y el disperso despliegue de la Octava Compañía habían sido meticulosámente ordenados por el León para alentar a los orkos a salir del laberinto de valles y cañones. Para evitar un asalto potencialmente sangriento en la posición de los orkos, les había obligado a salir y estaba usando a la gente de Keltis como cebo. Hasta entonces el plan se había llevado a cabo con éxito, pero, en mi opinión, el sacrificio de Keltis era innecesario. Ahora que los orkos estaban en las llanuras podíamos atacar con fuerza antes de que lograsen llegar a la ciudad, de modo que solicité que la Segunda y la Cuarta Compañía bloqueasen el avance de los orkos. Nuestro primarca se negó. Me dijo que permitiera que los pieles verdes saqueasen Keltis para reunidos y atacarles a todos juntos para acabar con ellos de una vez por todas. El’Jonson temía que si les atacábamos en las llanuras el enemigo pudiera dispersarse o incluso retirarse, lo que nos costaría muchos más meses de lucha, así como la vida de muchos Marines Espaciales. Le pregunté cómo iba a justificar medio millón de muertes para evitarnos unas cuantas batallas, y me contestó que ese millón de muertes salvaría la vida de cien Marines Espaciales. Me quedé estupefacto. No es típico de nosotros considerarnos más valiosos que las vidas de aquellos a los que protegemos. Nuestro deber era defender a la humanidad de los alienígenas, no utilizarla para salvarnos a nosotros mismos. Aunque la muerte de la población de un mundo en plena conquista es indeseable, en numerosas ocasiones es inevitable. Sin embargo, Keltis podía salvarse, de modo que le insistí a El’Jonson, pero se negó a escuchar mis consejos. De modo que, muy a mi pesar, me vi obligado a ordenar a la Segunda y la Cuarta Compañía que interceptase a los orkos y los detuviese antes de que llegasen a Keltis.
—¿Desobedeciste al León? —la voz de Bóreas delató su sorpresa.
—Así es, y lo volvería a hacer. La Segunda y la Cuarta Compañía sufrieron muchas bajas, tal y como El’Jonson había predicho, pero entretuvieron a los orkos hasta que pudimos contraatacar con fuerza. Y también como el primarca había vaticinado, los orkos se retiraron por las llanuras, pero la victoria final que él había anticipado no llegó a suceder. Conseguimos salvar Keltis, y estoy convencido de que hice bien.
—¿Y qué pasó después? —preguntó Bóreas.
—El’Jonson estaba furioso —respondió Astelan con los ojos cerrados y sacudiendo la cabeza—. Nos envió a mí y a mi Capítulo de vuelta a Caliban, y el 23a Capítulo de Mentheus nos sustituyó en Altyes. Por supuesto, ¿no te parece una casualidad muy oportuna que se encontrasen a tan sólo tres subsectores de distancia? Nuestras sombras habían estado allí todo el tiempo. Yo protesté, pero El’Jonson se negó a recibirme. Y así fue como comenzó nuestro exilio en nuestro propio planeta.
—De modo que así diste los primeros pasos para traicionar a tu primarca y a tu Legión —suspiró Bóreas—. Con ese acto tan simple de desobediencia condenaste a los Ángeles Oscuros a un legado de temor y de secretismo. No fue el León quien originó nuestro nefasto futuro, fue tu falta de fe en él, tu naturaleza rebelde y tus celos.
—Aquél había sido mi destino desde que Luther redescubrió a Lión El’Jonson en los bosques de Caliban —arguyó Astelan—. Fue la llegada de los primarcas lo que casi destruye al Imperio, y no me refiero sólo a aquellos que traicionaron al Emperador durante la Herejía de Horus. Al comienzo de la Gran Cruzada estábamos sólo nosotros y el Emperador. Éramos uno. Pero cuando los primarcas asumieron el mando de las Legiones había otra fuerza implicada. Su orgullo individual, su honor, sus ambiciones y sus tradiciones emborronaban la claridad de la visión del Emperador. Fue en ese momento cuando el Imperio se vio condenado a caer una vez más.
—Sin embargo, el Imperio ha prevalecido diez mil años después. A pesar de lo que dices, seguimos aquí —dijo Bóreas señalando la celda con la mirada.
—Pero la Gran Cruzada es una leyenda, un recuerdo lejano. Nunca pretendió ser algo así, no era un acontecimiento, era un estado mental. Fueron los primarcas quienes le otorgaron el poder a los débiles y falibles humanos tras la Herejía de Horus. Y no lo hicieron con mala intención, sino por ignorancia. Los humanos jamás debían controlar su propio destino, son incapaces de hacerlo. ¿En qué se ha convertido el Imperio? Se ha convertido en un laberinto de organizaciones y políticos, de comandantes Imperiales que discuten constantemente, y lo gobiernan intermediarios, no líderes. Las Legiones de Marines Espaciales se dividieron en Capítulos, y a la Guardia Imperial que surgió al tiempo que nosotros perdió sus naves para que se formase la Flota Imperial. Incluso ahora me encuentro en esta celda, condenado, a causa del mismo miedo. El Imperio se nutre del miedo a los grandes hombres, del amor a la mediocridad. Los humanos y los primarcas que se convirtieron en sus marionetas se condenaron a sí mismos y a nosotros a una muerte larga y lenta. Los Ángeles Oscuros temen a los humanos que protegen. ¿No te parece una extraña ironía que el sacrificio que hice desembocara en diez mil años de esconderse en la oscuridad? Las brillantes estrellas del firmamento de la batalla se han convertido en sombras, y temen mostrarse como lo que son por miedo a sí mismas por aquello que saben que reside en su interior. Haz caso omiso de mis palabras si quieres, pero cuando llegue el momento, mira en tu interior, siente el espíritu del León dentro de ti. La mancha está ahí. Lo repetiré una vez más para que lo recuerdes bien. Había oscuridad en el interior de Lión El’Jonson. Una oscuridad que todos lleváis dentro. Os rodea, pero no sois conscientes de su presencia. Intriga, secretos, mentiras y misterio. Ése es el legado de vuestro primarca.
Bóreas no respondió pero se quedó allí de pie meditando durante largo rato. Finalmente miró de nuevo a Astelan. Con un leve asentimiento se dio la vuelta y se acercó a la puerta. Una vez delante la abrió, se detuvo y volvió la cabeza a un lado.
—¿He terminado, Gran Maestre? —preguntó.
Astelan estaba confuso.
—Buen trabajo, Hermano Capellán —respondió una voz por detrás de Astelan—. Te has ganado una perla negra para tu rosarius. A partir de ahora me encargaré de este traidor personalmente.
Astelan miró a su alrededor, pero al principio no veía nada. La puerta se cerró y la celda quedó a oscuras de nuevo. Sus ojos captaron un movimiento y miró más atentamente en esa dirección. Entre las sombras surgió una calavera, y vio que era la máscara de un hombre envuelto en una túnica negra. El extraño se acercó entre la penumbra del brasero. Astelan reconoció que se trataba del otro Marine Espacial que había estado presente en la cámara el día que lo llevaron allí.
—¿Lo has escuchado todo? ¿Has estado aquí todo este tiempo? —preguntó sin acabar de creérselo—. ¿Quién eres?
—Soy Sapphon, Gran Maestre de los Capellanes, Descubridor de Secretos —respondió el hombre con voz pausada—. Y sí, he estado aquí todo el tiempo. Ha sido bastante simple, sólo hemos captado tu mirada para que centrases tu atención en otras cosas y no en mi presencia.
—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó Astelan.
Sapphon señaló por encima del hombro del preso y no dijo nada. La puerta se abrió y otras dos figuras con máscaras de calavera y túnicas negras entraron. Ambas agarraron a Astelan con sus guanteletes. Él se resistió en vano, pues las fuerzas le habían abandonado tras todos aquellos días de tortura. Lo llevaron hasta la puerta hasta que Sapphon levantó una de sus manos y se detuvieron.
—Te llevaremos al lugar más escondido de la Roca, y permanecerás allí, bajo los cuidados del mejor de nuestros apotecarios —dijo el Gran Maestre con su profunda voz—. No habrá arrepentimiento, no habrá final, ni rápido ni de ninguna otra índole. Allí escucharás los gritos del Traidor, y entenderás todo lo que has hecho.
—¿Luther… Luther está aquí? —preguntó Astelan.
Su cabeza era un torbellino de pensamientos.
—¿Cómo? ¿Por qué? ¿No murió a manos del León en Caliban?
—No —respondió Sapphon—. Es nuestro, y está preso en la celda más profunda de esta roca. Mientras sus gritos de arrepentimiento resuenan en tus oídos aprenderás a suplicar misericordia también.
—No lo entiendo —confesó Astelan.
—Conoces bien los dichos del Imperio —respondió Sapphon mientras hacía un gesto a los Marines Espaciales que sujetaban al prisionero—. Has dicho que tenían un significado mucho más profundo de lo que la gente piensa. Yo también entiendo la sabiduría que reside en los proverbios y en las maldiciones populares.
Astelan asintió. Después volvió a escuchar la voz de Sapphon mientras los guardias lo sacaban de la celda y cerraban la puerta.
—El conocimiento es poder; protégelo bien —dijo el Gran Maestre tras él.