CUARTA PARTE: BOREAS

CUARTA PARTE

LA HISTORIA DE BOREAS

La tripulación de la San Carthen tardó seis horas en perecer. En ese tiempo, los desesperados herejes lanzaron catorce contraataques contra el puente de mando en un intento de recuperar la cámara de control y de reactivar los sistemas ambientales. Cada ataque se encontró con una controlada y mortífera ráfaga de fuego de bólter. Las probabilidades de perder el puente habrían sido mínimas incluso en la peor de las situaciones. Además de ser implacables en el avance, los Ángeles Oscuros sobresalían en la defensa, y se negaban tenazmente a ceder un solo centímetro de suelo oleada tras oleada de los enloquecidos tripulantes. Con la atmósfera respirable escapando a través de las cámaras abiertas y los respiraderos desactivados, y luchando contra la falta de gravedad, sus ataques fracasaban miserablemente y más de doscientos cadáveres flotaban en el vacío como testimonio de sus cada vez más imprudentes ataques.

Sólo cuando los escáneres internos de la nave registraron que no había ninguna señal de vida en el puente, Bóreas consideró segura su posición. Incluso entonces había mucho trabajo por hacer. Durante más de una hora, los Marines Espaciales atravesaron los pasillos y las cámaras cubiertas de cadáveres dispersos en busca de supervivientes o algún rastro de los Caídos, pero volvieron con las manos vacías al puente de mando. Una vez reunidos de nuevo, fue Néstor quién planteó el asunto que había estado acosando a Bóreas desde que habían tomado el puente.

—Si esta nave pertenece a los Caídos, ¿dónde están? —preguntó el Apotecario, que dejó de observar una pantalla para mirar a Bóreas—. ¿Qué hace que esta nave sea diferente de todas las demás naves piratas del sector? Quizá tu información era incorrecta. Tal vez toda esta matanza haya sido innecesaria.

Bóreas no respondió de inmediato. Caminó pesadamente por el puente hasta el asiento de mando. La negra piel que la tapizaba estaba salpicada de sangre y rasgada a causa de la metralla y de los agujeros de las balas. Observó las chispeantes consolas, miró los cuerpos flotando y los glóbulos de sangre subiendo y bajando en la poca atmósfera que quedaba en la nave. ¿Estaba Néstor en lo cierto? ¿Significaba la presencia de la San Carthen que los Caídos estaban en Limnos después de todo, o había reaccionado de manera exagerada?

—En su momento, esta nave fue capitaneada por uno de los Caídos —explicó Bóreas a los demás—. Durante casi un siglo luchó contra el Imperio desde este puente.

—Pues ya no está aquí —dijo Néstor mientras apartaba un cuerpo y se acercaba al Capellán Interrogador.

Después señaló el uniforme de uno de los oficiales.

—Mirad a éste. A mí no me parece ningún traidor. Mirad su ropa, los símbolos y las insignias. Son insignias Imperiales, insignias Imperiales mercantes.

—Por supuesto que llevan insignias civiles —interrumpió Damas—. Atracaron en la estación orbital y enviaron una lanzadera a Limnos IV. No iban a llevar un letrero para proclamar que eran traidores.

—Se harán preguntas —dijo Néstor solemnemente—. Surgirán dudas.

—¡Pues que pregunten! —rugió Zaul desde su posición junto a la brecha del tabique con una nube de casquetes de bólter suspendida en el aire a su alrededor—. Hablas como si hubiésemos obrado mal.

—Hemos disparado a una nave Imperial —señaló Néstor—. Hemos abordado y exterminado a la tripulación de otra nave sin pruebas que confirmen nuestros motivos.

—Las pruebas no tienen ninguna importancia —dijo Bóreas apartando la vista de la silla hecha jirones.

—La Inquisición se enterará de esto, el Comodoro Kayle se asegurará de ello —suspiró Néstor.

—¡No! —exclamó Bóreas—. Es su palabra contra la nuestra. Nosotros juramos mantener el secreto de los Caídos, nadie debe enterarse. ¡Nadie! No importa si podemos demostrarlo, porque hacerlo sólo pregonará nuestra vergüenza por toda la galaxia. Nos aplastarán, nos perseguirán como a herejes y el Capítulo será destruido.

—Han estado aquí —dijo Hephaestus tranquilamente.

El tecnomarine había estado ocupado con una de las consolas de datos durante un tiempo. El resto de la cuadrilla se volvió para mirarle.

—¿Has encontrado algo? —preguntó Damas atravesando el puente y mirando las parpadeantes pantallas.

—Sí, hermano sargento, así es —respondió Hephaestus—. He encontrado algunos de sus registros de navegación. Llevan en el sistema varios meses y han hecho frecuentes viajes a Limnos II. A una de sus lunas, para ser más exactos.

—A excepción de los planetas tres y cuatro el resto del sistema está deshabitado —dijo Thumiel—. ¿Es posible que se trate de una especie de puesto de avanzada secreto?

—Eso es lo que yo creo —asintió Hephaestus mirando directamente a Bóreas—. También he encontrado datos que pertenecen a un tipo de generador de energía en particular y que usaron para repostar bastante antes de venir a Limnos.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Damas.

—Aparte del hecho de que casi toda la energía que necesita la nave se la proporciona su propio reactor de plasma, el perfil de las células de energía que subieron a bordo es el mismo que el que usamos en nuestros propios generadores dorsales —explicó el tecnomarine—. El inventario de las armas y demás equipamiento de la nave no incluye nada que requiera semejantes células. La única explicación posible es que tuvieran una servoarmadura.

—Entonces los Caídos han estado a bordo —concluyó Bóreas.

—Al menos uno, probablemente varios —añadió Hephaestus.

—¿Algo más? —preguntó Bóreas.

—La mayoría de los datos se han borrado o se han destruido con la toma del puente —respondió el tecnomarine sacudiendo la cabeza.

—¿Qué ordenas? —preguntó Néstor apartando con un golpe de hombre un cadáver que había chocado con él.

—Damas, contacta con Sen Neziel; dile que envíe una Thunderhawk para recogernos —dijo el Capellán poniéndose derecho y lleno de determinación de nuevo—. Ordénale que cargue los torpedos para una descarga completa y que se prepare para atacar esta nave. Hephaestus, transmite las coordenadas de navegación al puente de mando de la Cuchilla de Caliban y ponles en la ruta más directa hacia Limnos II.

—¿Crees que destruir la nave evitará las preguntas? —dijo Néstor sacudiendo la cabeza.

—No, pero destruirá todo rastro de la existencia de los Caídos —respondió Bóreas—. Localizaremos y destruiremos también su base, y diremos que hemos erradicado un cuadro de renegados.

—¿Una mentira? —preguntó Néstor.

—Una verdad a medias —contestó el Capellán—. Dejaremos suficientes pruebas de que Marines Traidores han estado operando en este sistema. Nadie preguntará a qué Legión pertenecían.

—¿Crees que eso disipará las sospechas? —preguntó Damas.

—Hemos perseguido a los Caídos durante diez milenios y hemos ocultado el verdadero propósito de nuestra búsqueda —explicó Bóreas detenidamente^—. La Inquisición verá lo que nosotros queramos que vea. Es posible que tengan dudas, pero no serán motivo suficiente como para que actúen o pregunten más de lo necesario.

—Esto me hace sentir incómodo —admitió Thumiel volviendo la cabeza para mirar a los demás—. Siento que este engaño nos deshonra.

—¡Ya estamos deshonrados! —exclamó Zaul—. ¿Es que no habéis escuchado las palabras del Hermano Capellán? ¿No os parasteis a pensar en el juramento de silencio que pronunciamos? Nuestro pasado ya nos maldice a los ojos del Emperador, y nunca expiaremos ese pecado si se descubre nuestra vergüenza. Bóreas tiene razón, nos perseguirían por traidores. Diez mil años de servicio y lealtad manchados por un momento de debilidad. ¿Queréis que los Ángeles Oscuros pasen a la historia como héroes o que se les incluya en la calaña de los Devoradores de Mundos y la Legión Alfa?

—¡Ya basta! —gruñó Bóreas—. Hephaestus, dirige el camino hasta la plataforma de aterrizaje, hablaremos de todo esto más tarde. Primero debemos destruir esta maldita nave y librarnos del Capitán Stehr y la Thor 15. Después seguiremos a esos desalmados hasta su guarida y los eliminaremos. Ésa es nuestra única preocupación ahora.

—Como ordenes —respondieron todos a coro.

* * *

Bóreas estaba de pie en el puente de mando de la Cuchilla de Caliban y observaba cómo se expandía lentamente la nube de gas, plasma y escombros que antes había sido la San Carthen. Sintió alivio al ver que la relumbrante masa se disipaba por estrellado telón de fondo. Era un sentimiento mucho más profundo que la simple destrucción de una posible amenaza, lo sentía en el centro de su alma. Desde que escuchó de nuevo el nombre de la nave tras los disturbios se le había quedado clavado, como una espina en su cabeza, un recordatorio de Astelan. Aunque era casi imposible físicamente que sintiese miedo, la nave representaba algo espantoso para el Capellán Interrogador. Observar su destrucción exorcizó su ansiedad, le hizo olvidar las dudas y las preocupaciones que le habían estado invadiendo últimamente.

—Lord Bóreas —interrumpió sus pensamientos el oficial de comunicaciones—. Tenemos una llamada del Capitán Stehr.

—Muy bien —asintió Bóreas.

Se acercó al panel de comunicaciones y activó el altavoz.

—Vuestra presencia ya no es necesaria, Capitán. Os deseo un viaje de vuelta al puerto orbital rápido y sin contratiempos.

—¡Esto es intolerable! —rugió la voz de Stehr a través del comunicador—. Esa nave era de gran valor para la Flota Imperial, no tenías ningún derecho a destruirla.

—No sólo tenía derecho, sino también la autoridad y el deber de hacerlo —respondió Bóreas duramente—. He considerado que la existencia de la nave traidora era una amenaza y he actuado en consecuencia. No entiendo a qué viene tanto recelo.

—Nosotros vimos antes esa nave, podíamos apresarla por derecho de salvamento —protestó Stehr—. Mi tripulación habría recibido una suculenta remuneración por recuperarla.

—Haber servido al Emperador es de por sí la recompensa —respondió Bóreas rotundamente—. Su estado económico no me incumbe.

—Pienso informar al Comodoro Kayle de esta acción no provocada —continuó Stehr—. No sólo habéis disparado contra una nave de la Flota Imperial, sino que habéis aniquilado a toda una tripulación y habéis destruido una nave de gran valor.

—Espero que transmitas al Comodoro Kayle un informe bien detallado de lo sucedido —dijo Bóreas—. Y no olvides mencionar que desobedecisteis mis órdenes de no abordar la San Carthen. También deberías molestarte en decirle que tu irrespetuoso comportamiento me ha irritado.

—¡Nos habéis lanzado torpedos! —la voz de Stehr era casi un chirrido.

—Lanzamos torpedos cerca de vuestra nave para evitar que os acercaseis por vuestro bien —corrigió Bóreas al oficial naval—. No obstante, exijo que abandonéis la zona de inmediato y que no volváis a intentar contactar con la Cuchilla de Caliban, de otro modo mi próxima salva de torpedos no estará dirigida para fallar. No pienso tolerar ni un segundo más esta insubordinación.

—Haré que te juzguen por esto —respondió Stehr—. Incluso si eso significa que me lleven ante el consejo de guerra por desobedecer tus órdenes. Recurriré a las máximas autoridades si es necesario.

—Tus amenazas no significan nada para mí, Capitán Stehr —respondió Bóreas—. No pertenecemos a la Flota Imperial, y ni el Comodoro Kayle, ni vuestros almirantes, ni el Gran Almirante del segmentum tienen ninguna autoridad sobre nosotros. Ni siquiera la comandante Imperial Sousan tiene autoridad sobre nosotros, sólo respondemos ante el Supremo Maestre de los Ángeles Oscuros y ante el Emperador. Hemos luchado junto a vosotros porque tenemos un enemigo en común, pero la forma en que decidimos combatir a los enemigos del Emperador es de nuestra competencia exclusiva. Si estáis aquí ahora es sólo porque yo lo tolero, y tus continuas y recalcitrantes amenazas están agotando mi paciencia. Vuestra presencia aquí también representa una amenaza para la seguridad de mi nave y de mis hermanos de batalla, y si no os veo partir en los próximos quince minutos, tomaré medidas al respecto personalmente.

Bóreas dio un manotazo a la runa de comunicación y cortó la conexión haciendo que el panel de madera que la rodeaba se resquebrajase.

—Cargad el lateral a estribor. Apuntad a la Thor 15 —ordenó.

Esta vez la tripulación actuó sin vacilaciones.

Pasaron varios minutos antes de que uno de los oficiales de observación informase de que la Thor 15 estaba iniciando sus motores de plasma y adquiriendo velocidad. Bóreas ordenó a la tripulación de la cubierta de artille ría que se retirasen y abandonó la cámara malhumorado.

La Cuchilla de Caliban tardaría seis días en alcanzar la órbita de Limnos II Bóreas sentía que el tiempo pasaba lentamente. Aunque la destrucción de la San Carthen había sido una victoria merecida, todavía tenían que erradicar a los Caídos. El Capellán esperaba que fuese cual fuese el diabólico plan que pensaran llevar a cabo, se hubiese visto frustrado con la destrucción de su nave. No había manera de asegurarse, y la única opción posible era seguir las pocas pistas que tenían con la esperanza de encontrar a los Caídos varados en su base de Limnos II.

Pero tenía otro asunto que atender. Al día siguiente del abordaje de la San Carthen reunió a sus hombres de nuevo en la cámara de reuniones.

—Estáis a punto de luchar contra un enemigo distinto a todos con los que os habéis enfrentado hasta ahora —empezó el Capellán Interrogador—. Todos habéis combatido contra renegados en el pasado, pero luchar contra los Caídos es luchar contra un oscuro reflejo de vosotros mismos. Algunos son completamente depravados, físicamente tan corrompidos como un berserker o un marine de Plaga, pero otros no se distinguen en apariencia de nosotros. Visten la librea de la Legión de los Ángeles Oscuros, portan los mismos símbolos sobre sus hombros. Pero recordad que no son como nosotros. Son traidores y herejes que se volvieron contra el León y el Emperador.

—Esto no es nada nuevo —dijo Thumiel inclinándose hacia delante—. Estamos preparados para luchar contra ellos igual que lo estábamos antes.

—Es posible que penséis que estáis preparados, pero debéis armaros de valor para la realidad —les advirtió Bóreas—. Intentarán hablaros, intentarán atraeros como hermanos Marines Espaciales. Distorsionarán las enseñanzas del León para sembrar la duda y debilitar vuestra determinación. ¡No escuchéis sus palabras! Protegeos de sus mentiras, de sus falsedades y de sus retorcidas filosofías.

—¡Yo no oiré nada más que el rugido de mi bólter! —exclamó Zaul con un gruñido—. ¡A ver si sus cadáveres consiguen corrompernos!

—Ahí está el peligro —dijo Bóreas lentamente—. Los Caídos no son un enemigo al que podamos ejecutar así como así.

—¿Qué quieres decir? —inquirió Hephaestus—. El castigo para los traidores de su calaña es la muerte y la condenación.

—Pero esta misión, esta cruzada, no pretende sólo eliminar las pruebas de nuestro deshonroso pasado —dijo Bóreas con la mirada fija sobre sus cabezas como si pudiese ver a través de la pared de la capilla—. Debemos expiar los pecados del pasado. No basta con que simplemente matemos a los Caídos, pues la mancha permanece en nuestras almas. Sí, merecen la muerte, y seremos nosotros quienes se la demos. Pero antes es nuestro deber permitirles que se arrepientan de sus pecados. Sólo ofreciéndoles la salvación de sus almas obtendremos nuestro propio perdón.

—¿Salvación? —Zaul casi escupió la palabra, y Bóreas le miró con dureza—. Fueron ellos quienes trajeron esta maldición sobre nosotros, ¿qué esperanzas tienen de ser salvados? Matémosles rápidamente y libremos a la galaxia de su perniciosa presencia y ya habremos expiado bastante.

—No nos corresponde a nosotros juzgar la sabiduría de diez mil años —le interrumpió Néstor antes de que Bóreas respondiera.

Zaul miró al Capellán con una expresión de absoluta consternación.

—Matar al mutante, al brujo, al hereje y al alienígena —insistió tercamente el hermano de batalla—. Eso es lo que nos enseñaron.

—Y habéis aprendido bien —respondió Bóreas con una leve sonrisa antes de que su gesto volviese a endurecerse—. Pero ahora debéis aprender una nueva lección, y debéis aprenderla rápido. Si nos encontramos con los Caídos, tenemos que capturarlos vivos. Los apresaremos hasta que llegue la Torre de los Ángeles y después pasarán a manos de mis Hermanos Capellanes.

—¿Y después? —inquirió Zaul—. ¿Después morirán?

—Sí, pero no hasta que hayamos conseguido revelar todos sus crímenes —explicó Bóreas—. No hasta que tengan la oportunidad de salvar sus almas admitiendo su traición.

Los demás no dijeron nada, y adivinaron correctamente lo que las palabras del Capellán implicaban. Sólo el zumbido de las líneas de alimentación, el vibrar de los motores a través del casco y el distante ruido metálico de la maquinaria interrumpían el silencio de la cámara de reuniones. Bóreas se volvió hacia Zaul y le miró directamente a los ojos.

—Hermano Capellán, si es tu voluntad que capturemos a los Caídos vivos, que así sea —dijo finalmente el hermano de batalla bajando su mirada al suelo.

—Lo es —respondió Bóreas.

La pantalla de la sala de reuniones parpadeó y se iluminó con una imagen de la superficie de la luna. En el centro de una cuadrícula blanca superpuesta se extendía la base de operaciones de los Caídos en un granuloso y monocromático color rojo. Al no saber qué defensas protegían la estación de los renegados, Bóreas había ordenado a la Cuchilla de Caliban que se acercase con cautela, bordeando la órbita avanzando unos pocos kilómetros cada vez, listos para retroceder ante cualquier fuego procedente de la superficie. No recibieron ningún ataque, y ahora la nave de ataque rápido flotaba a tan sólo dos kilómetros sobre la escasa atmósfera de la luna con sus augures y rastreadores dirigidos hacia la craterizada superficie.

En el centro de la base, Bóreas distinguía la forma grande y cuadrada de una nave de desembarco de unos trescientos metros de largo y cincuenta de ancho. El resto de los edificios se expandían alrededor de la nave como una tela de araña de ferrocemento formada por pasarelas cubiertas y búnkeres medio enterrados en polvo y arena. Unos finos rayos de luz salían de las ventanas y los puertos.

Los demás estaban junto al Capellán Interrogador analizando la imagen y señalando detalles que parecían generadores de energía, sistemas de comunicación y antenas de rastreo.

—No tienen artillería capaz de realizar un ataque orbital —dijo Hephaestus confirmando lo que Bóreas ya había sospechado—. Sin embargo, con el equipo de rastreo de la nave central, potenciado por los repetidores de las subestaciones, me temo que debemos asumir que son conscientes de nuestra presencia a pesar de que no puedan actuar.

—Esto parecen torretas de armamento —dijo Damas señalando tres emplazamientos separados, uno en la misma nave y otros dos en torres a unos cientos de metros de distancia formando una defensa triangular. Pasó el dedo por la gran pantalla para indicar sus campos de convergencia de fuego.

—Están bien posicionados, no hay una ruta de ataque fácil. Lo hagamos por donde lo hagamos, seremos el objetivo de al menos dos torretas.

—Parecen armas de energía, ¿verdad? —dijo Bóreas mirando a Hephaestus.

El tecnomarine asintió.

—Sí, se ven los conductos de energía reforzados que salen de los repetidores de los motores centrales de la nave de desembarco —señaló—. Por su aspecto yo diría que son cañones láser. Dada su elevación y la baja difracción de la atmósfera, deben de tener un campo efectivo de cuatro o cinco kilómetros y podrían alcanzarnos en cuanto entrásemos en la atmósfera superior.

—Quizá deberíamos lanzar un ataque orbital para derribar sus generadores —sugirió Thumiel—. El objetivo es bastante grande; estoy seguro de que los artilleros pueden darles desde órbita.

—Eso sería demasiado arriesgado —arguyó Bóreas—. Si fallamos, podríamos destruir la estructura principal y enterrar a nuestra presa. Incluso si diésemos en el blanco, no hay manera de saber si se produciría una reacción en cadena con las mismas consecuencias catastróficas.

—Además, así sabrían lo que pretendemos y se prepararían contra nosotros —añadió Damas—. Damos por hecho que saben que estamos aquí, pero si no es así todavía podemos contar con el factor sorpresa. Si abrimos fuego, perdemos esa opción.

—La atmósfera de ahí abajo es irrespirable para los humanos, y al estar en la cara oculta la temperatura será de un número considerable de grados bajo cero —observó Néstor—. Tal vez lanzar un ataque inicial que dañe la estructura por varias partes y acabe con la mayoría de soldados que no sean Marines Espaciales incline la balanza a nuestro favor.

—Eso no nos garantiza el éxito —dijo Hephaestus sacudiendo la cabeza—. Por su estructura, parece que toda la base está compartimentada, y probablemente todas las conexiones entre los compartimentos estén blindadas. Tendríamos que dañar todas las partes primero. Además, los Caídos no pueden haber construido esto ellos solos, y sus subalternos deben de estar equipados con trajes ambientales para operar fuera del interior controlado. Puede que acabásemos con algunos de los que están dentro, pero no podríamos actuar lo bastante rápido como para eliminar a un número suficiente antes de que se colocasen el traje.

—Conseguimos dominar a la tripulación de una nave —señaló Zaul—. Estos cuarteles no son lo bastante grandes como para acomodar ni a la mitad de hombres que había a bordo de la San Carthen.

—Entonces contábamos con el factor sorpresa y con un objetivo claramente obtenible —suspiró Bóreas apartándose de la pantalla—. Ojalá esta nave contase con varias cápsulas de desembarco. Podríamos haberles sorprendido lanzando cápsulas vacías como señuelos para las torretas. Pero bueno, tendremos que atacar con una Thunderhawk, y ni siquiera podemos arriesgarnos a disparar desde órbita para cubrir nuestro acercamiento.

—¿Y si aterrizamos a lo lejos y atacamos a pie? —sugirió Néstor—. Los informes ambientales indicaban que había dos tercios de la gravedad terrana. Podríamos cubrir cinco kilómetros en menos de diez minutos.

—Si nos detectasen, los cañones láser nos liquidarían al instante —advirtió Hephaestus—. Sin embargo, tendrán que disparar varias veces para derribar la Thunderhawk, lo que nos proporciona una medida de protección adicional contra esas baterías. Si hubiésemos sabido que íbamos a vernos envueltos en algo más que un abordaje habríamos traído un Rhino con nosotros. Un ataque blindado nos habría permitido acceder a la base de forma relativamente segura.

Bóreas se sentó frente al banco del auditorio y la madera del asiento crujió bajo el peso de su armadura. Después miró de nuevo la pantalla y sacudió la cabeza. Los demás se reunieron a su alrededor mientras se rascaba la barbilla pensativo.

—No hay manera de acabar con esto de manera rápida y concluyente —les dijo inclinándose hacia atrás—. Sin embargo, al igual que en un abordaje, los estrechos límites de los pasillos y las cámaras evitarán que el enemigo se abalance contra nosotros en masa. Atacaremos tan rápido y tan fuerte como podamos, entraremos y despejaremos la base habitación por habitación, pasillo por pasillo. Zaul, tú llevarás un lanzallamas, será de gran ayuda en las zonas estrechas. Debemos llevar toda la munición y todas las granadas que podamos. Preparad vuestro equipo y después pronunciaré las oraciones previas al combate en la capilla. Hephaestus, haz que la tripulación prepare una Thunderhawk para el lanzamiento, y que esté completamente armada.

—Bendeciré los misiles yo mismo —asintió Hephaestus.

El tecnomarine se dirigió hacia la puerta, se volvió hacia los hombres y dijo:

—Creo que esta vez necesitaremos que el Emperador, el Dios Máquina y el León velen por nosotros.

—Ellos nos guiarán, y no fracasaremos —dijo Zaul llevándose una de sus manos sobre el símbolo de los Ángeles Oscuros sobre su pecho—. ¡Alabado sea el León!

Bóreas estaba de pie en el puente de mando de la Thunderhawk y miraba por encima del hombro de Hephaestus a través de la transparente y blindada cubierta. La Cuchilla de Caliban se había desplazado hasta el lado permanentemente iluminado de la luna antes de que despegaran, y los indicadores del medio exterior mostraban que el interior de la cañonera estaba cada vez más y más caliente, aunque la armadura de los Marines Espaciales les protegía de temperaturas tan extremas. El plan era entrar en órbita fuera de la vista de la base enemiga y llegar casi al nivel del suelo. Una vez allí llevarían a cabo un ataque relámpago y después darían la vuelta y aterrizarían en el lado contrario de la instalación, lo más cerca posible del complejo.

El brillante blanco de la superficie agujereada de la luna casi inundaba la vista desde el puente de mando y la cañonera empezó a dar ligeras sacudidas conforme la atmósfera se espesaba. Hephaestus empujó hacia delante la palanca de mando para inclinar hacia abajo el morro de la Thunderhawk y descender a toda velocidad hacia la superficie. A unos pocos cientos de metros para el impacto, el tecnomarine niveló la ruta de vuelo y la cañonera rugió sobre los cráteres y las zanjas salvajes, elevándose por encima de los pocos picos bajos que había y sumergiéndose en las amplias grietas de la superficie lunar.

—Tiempo para el ataque relámpago: dieciocho minutos —anunció Damas desde su puesto de artillería junto al tecnomarine.

—Los objetivos principales son esas torretas —indicó Bóreas al sargento veterano—. Los objetivos secundarios los dejo a tu criterio.

—Entendido, Hermano Capellán —asintió Damas con tono firme y sin apartar la mirada de la pantalla táctica que reflejaba su luz verde en la cara de su casco.

Bóreas entró en el compartimento principal, donde el resto estaban sentados sobre los bancos en silencio tras haber comprobado sus armas. Zaul tenía su cuchillo de combate entre las manos y estaba grabando algo en el lanzallamas. A pesar de los tumbos y las vueltas que daba la nave, sus movimientos eran precisos y controlados.

—¿Qué estás escribiendo? —preguntó el Capellán mientras se sentaba al lado del hermano de batalla.

Zaul levantó el arma para mostrárselo. Con una clara escritura había grabado: «Purifica lo impuro». Bóreas conocía el resto del verso, era parte de una oración dedicada al Dios Máquina. «Castiga al impío con el sagrado proyectil, purifica lo impuro con el fuego de la pureza, parte en dos al impuro con la espada del odio».

—Protege tu alma con el escudo de la justicia —dijo Bóreas empezando el siguiente verso.

—Resguarda tu corazón con la protección del honor —continuó Thumiel.

—Fortalece tu brazo con el acero de la repugnancia —terminó Néstor.

Sonriendo para sí mismo, Bóreas cogió el crozius del cajón de las armas de debajo del banco. Se sintió bien con él en las manos, era el símbolo de su oficio y una arma mortífera. Antes que él, otros quince Capellanes Interrogadores habían llevado aquel crozius. Aprendió todos sus nombres cuando se lo entregaron. Por un instante se preguntó cómo habrían sido, cómo habría sido vivir durante la Era de la Apostasía y haber formado parte de las cruzadas que siguieron al Cónclave de Gathalamor. Sintió que aquellos tiempos regresaban. Su instinto le decía que los rumores, las habladurías, los augurios y los presagios no eran sólo simple superstición. La presencia de los Caídos tan cerca de un mundo de los Ángeles Oscuros no podía ser una mera coincidencia. Las fuerzas se estaban agitando, en aquella realidad y en la disformidad, y se imaginaba qué papel iba a jugar en los acontecimientos que estaban por llegar.

Sumido en sus reflexiones, el tiempo pasó deprisa y se sorprendió un poco cuando escuchó a Damas anunciar que estaban a un minuto del campo de tiro.

—Estamos detectando una especie de campo de rastreo —informó Hephaestus mientras los instrumentos de la Thunderhawk mostraban datos en media docena de pantallas diferentes.

Pasaron unos segundos y tres cegadores estallidos de luz blanca iluminaron la oscuridad que tenían por delante y pasaron por debajo de la cañonera. Otra lluvia de lásers de alta energía pasó a toda velocidad desde un ángulo ligeramente diferente cruzando por la ruta de la Thunderhawk a unos cien metros por delante.

—Esperemos que su puntería no mejore de repente —bromeó Damas mientras tomaba el mando de las armas, y añadió más serio—: Los espíritus máquina de nuestros misiles están detectando los objetivos.

Otra salva de disparos se dirigió hacia ellos, esta vez un poco más cerca que las dos anteriores. Hephaestus descendió la cañonera todavía más hasta situarse a apenas treinta metros sobre el nivel del suelo. La maniobra fue bastante suave. Después se elevó ligeramente hacia la amplia cima de la colina sobre la que se asentaba la base.

—Disparando misiles —anunció Damas mientras presionaba el botón de lanzamiento.

Dos regueros de fuego salieron disparados a ambos lados de la nave y se separaron cuando el minúsculo metriculador que llevaba cada uno de los misiles los guio a sus respectivos objetivos. Unos segundos después, surgieron explosiones a la izquierda y a la derecha.

—Confirmada la destrucción de uno de los objetivos —informó Damas—. No estoy seguro del otro, pero no cabe duda de que le hemos dado.

La respuesta llegó sólo un momento después, cuando dos rayos de blanca energía impactaron contra el morro de la Thunderhawk, rompieron el parabrisas en mil pedazos e hicieron que las consolas del puente de mando estallasen en chispas multicolores. La cañonera se tambaleó hacia estribor mientras Hephaestus luchaba con los mandos que habían dejado de responder. Bóreas y los demás salieron despedidos hacia un lado del casco. El ala descendió de manera alarmante y Bóreas sintió que perdían altitud muy deprisa.

—¡Preparaos para chocar! —advirtió Hephaestus mientras soltaba los controles y se agarraba a la barra que había sobre el asiento del piloto.

El ala de estribor golpeó un afloramiento rocoso que hizo que la cañonera virase violentamente entre el chirrido del metal y el rugido de los motores que explotaban. Girando rápidamente, la Thunderhawk se estrelló contra el borde de un cráter y volcó hacia el otro lado, lo que hizo rodar a los Marines Espaciales en el interior de la nave mientras el casco se doblaba y las llamas surgían de los conductos de combustible dañados donde se habían roto las alas. La cañonera rodó cuatro veces antes de detenerse con el morro enterrado bajo las toneladas de rocas que sé habían levantado. Los Marines Espaciales estaban amontonados en el suelo. Thumiel estaba tumbado sobre el pecho de Bóreas. Zaul y Néstor estaban enredados el uno con el otro justo fuera del puente de mando.

Haciendo caso omiso de las parpadeantes llamas, cuyo calor ni siquiera empezaba a pelar la pintura de su armadura, Bóreas apartó a Thumiel y se puso de pie. Comprobó el estado de los demás y nadie presentaba heridas graves, sólo daños menores en sus armaduras y unas cuantas magulladuras.

Bóreas se abrió paso a través de la maraña de palos doblados y de tabiques abollados hasta la rampa de salida. El sistema hidráulico se había convertido en una masa que escupía líquido sobre la cubierta, y el Capellán hizo estallar los pestillos explosivos que mantenían la rampa cerrada, dando las gracias en silencio al Dios Máquina porque el mecanismo de emergencia no se hubiese roto al chocar. La rampa rodó hacia el exterior de la cañonera hasta detenerse en las marcas de la roca talladas por el accidente.

La popa de la Thunderhawk se encontraba varios metros por encima del suelo, y Bóreas tuvo que saltar. Sus botas levantaron una nube de polvo al aterrizar. Calculó que se habían estrellado a un kilómetro de las afueras de la base. Aun así sacó el bólter e inspeccionó el perímetro del cráter mientras los demás salían de la nave siniestrada. Adoptaron posiciones de defensa alrededor de la ruinosa cañonera mientras el Capellán pensaba en el siguiente paso a seguir.

—¿Puedes confirmar nuestra posición? —preguntó dirigiéndose a Hephaestus.

—Estamos a un kilómetro en esa dirección —respondió el tecnomarine señalando hacia una parte del cráter que era menos profunda que las demás—. He informado a la Cuchilla de Caliban de la situación y están esperando órdenes, Hermano Capellán.

—Continuaremos con los ataques, avanzaremos en parejas —dijo Bóreas—. Hephaestus y yo, Zaul y Néstor, Thumiel y Damas. Intervalos de cincuenta metros. Zaul y Néstor, vosotros cubriréis el flanco derecho. Thumiel y Damas el izquierdo. Nosotros intentaremos penetrar en la parte más cercana del cuartel enemigo y les atacaremos desde dentro.

—Entendido, Hermano Bóreas —asintió Damas.

Después le dio unos golpecitos en el brazo a Thumiel y señaló a la izquierda. El sargento asintió y ambos se marcharon dando largos saltos. Bóreas dirigió a Hephaestus hacia delante mientras los otros dos avanzaban rápidamente hacia la derecha.

En unos instantes llegaron al borde del cráter. Bóreas se asomó con cautela por encima y divisó las luces de la guarida de los Caídos contra el oscuro cielo. También vio la silueta de decenas de figuras que avanzaban hacia su posición.

—¡Atacad! ¡Atacad! —exclamó Bóreas abandonando su posición y levantando el crozius por encima de su cabeza.

La posibilidad de llevar a cabo un plan sutil y una estrategia compleja desapareció en el momento en que la Thunderhawk se había estrellado. Ahora lo único en lo que podían confiar era en la superioridad de sus armas y en su capacidad sobrehumana.

—¡Por el honor del León, atacad!

Los destellos brillaban en la oscuridad mientras los traidores abrían fuego, pero a medio kilómetro de distancia sus disparos no daban en el blanco. Bóreas avanzaba dando pasos de cinco metros para reducir la distancia antes de atacar. A la izquierda del Capellán, Thumiel se detuvo y disparó varias veces con el bólter. Damas le imitó con fuego de cobertura. Cincuenta metros por delante, Bóreas se detuvo y preparó la pistola bólter mientras Zaul y Néstor avanzaban por la derecha. Tras cambiar el modo a semiautomático, vació el cartucho en cinco cortos disparos, y los proyectiles explosivos atravesaron a un grupo de enemigos a trescientos metros por delante de él.

El Capellán Interrogador veía al enemigo con mucha más claridad ahora. Llevaban una colección dispar de trajes de aislamiento, viseras y máscaras para respirar. Su abultada vestimenta protectora ralentizaba sus movimientos y les volvía torpes. Llevaban una mezcla de armas automáticas y de escopetas ligeras que escupían balas trazadoras en medio de la noche. Cuando llegaron a su posición a la derecha de Bóreas, Zaul y Néstor se detuvieron y abrieron fuego. La parpadeante estela de sus proyectiles propulsados resplandecía en la oscuridad. Bóreas sacó el cartucho vacío de la pistola bólter y lo descartó. Agarró otro de su cinturón y lo insertó en el arma. Miró a su izquierda y vio a Hephaestus sobre una de sus rodillas apuntando con la pistola de plasma. La boca del arma escupió una bola de energía azul que proyectaba danzantes sombras mientras avanzaba a toda velocidad hacia el pecho de uno de los traidores, atravesaba su traje y le salía por la espalda antes de que la energía se disipase.

Los disparos sobre sus cabezas y a la izquierda indicaban que Zaul y Damas habían avanzado hasta su siguiente posición de tiro, y el Capellán avanzó de nuevo, esta vez lanzando disparos independientes mientras corría. El visualizador impuesto sobre su visión estaba cubierto de objetivos. Algunos corrían hacia él, otros se agachaban tras grandes rocas y en agujeros poco profundos. Cada vez que la mira cambiaba a rojo, Bóreas apretaba el gatillo y otro enemigo caía al suelo un segundo o dos después.

A lo largo de seiscientos metros avanzaron en formación, cuatro proporcionando fuego de cobertura y el otro par avanzando. Poco a poco los traidores se vieron obligados a retroceder ante su implacable arremetida. Los sensores auditivos de Bóreas percibían el traqueteo de los fusiles y, conforme se acercaban, los disparos empezaron a alcanzarles y a levantar esquirlas de cera mita ablativa y a hundirse en la capa de plastiacero de debajo. Tras deshacerse del cuarto cartucho vacío, el Capellán dedicó un minuto a evaluar la batalla.

Entre cuarenta y cincuenta cuerpos yacían en el terreno que separaba a los Marines Espaciales del afloramiento más cercano a la base de los traidores. Unos cuantos seguían avanzando de manera irregular. Aquellos que habían sobrevivido a sus heridas sufrían la falta de oxígeno y morían congelados a causa de los desgarros en sus trajes. Todavía quedaban veinte enemigos, a cubierto en lugares más seguros, que disparaban esporádicas salvas a los Marines Espaciales que seguían avanzando. De las puertas más cercanas salían más figuras, pero muchas de ellas eran derribadas al instante por el fuego cruzado de Zaul y Thumiel.

—¡Continuad hacia los edificios! —ordenó Bóreas disparando una vez más tras localizar a otro traidor que corría torpemente por una esquina.

Su disparo impactó en el muslo del hombre y le hizo caer al suelo y soltar el arma lentamente.

—Asegurad la entrada inmediatamente. Acabaremos con los supervivientes una vez hayamos despejado el interior.

Damas avanzó, y el enemigo concentró sus disparos en él. Las balas silbaban junto al sargento y rebotaban contra su armadura. Finalmente llegó a un punto de entrada a unos cien metros por delante de Bóreas, por la izquierda. Tras sacarse una granada del cinturón, la lanzó por la abertura y un momento después tuvo lugar la explosión, que arrojó el cuerpo destrozado de un hombre a los pies del veterano. Damas desapareció por la puerta, y unos segundos después su voz se escuchó por el comunicador.

—Resistencia leve —anunció, y el sordo sonido de su bólter interrumpió sus palabras—. Punto de entrada despejado.

Bóreas hizo señas a Hephaestus y a Zaul y se volvió para cubrir a Néstor y a Thumiel mientras corrían delante de él. Una bala le dio en el casco y atravesó la lente derecha de éste hasta llegar a la biónica de debajo. Un repentino dolor inundó el rostro de Bóreas y le hizo tambalearse hacia atrás y perder el equilibrio. Consiguió estabilizarse antes de derrumbarse del todo, pero cayó sobre una de sus rodillas. Sentía un dolor punzante en la cabeza y la vista se le nublaba mientras intentaba recuperarse. El ojo augmético echaba chispas de nuevo y le quemaba por dentro. El Capellán apretó los dientes. Veía vagas figuras que corrían hacia él y levantó la pistola para abrir luego.

—¡No dispares, Hermano Capellán! —escuchó decir a Néstor, y relajó el dedo sobre el gatillo.

Con la vista aún borrosa logró distinguir la pálida armadura del apotecario que se acercaba con el brazo extendido para ayudar a Bóreas a ponerse de pie. El Capellán se levantó y se apoyó en Néstor por un momento mientras sus aturdidos sentidos volvían a la normalidad. El dolor de su rostro había desaparecido. Sentía cómo la armadura le inyectaba un calmante. Su espesa sangre ya se estaba coagulando en la herida, pero notaba que el aire escapaba por el casco. Avanzó unos pocos pasos tambaleándose y después recuperó el equilibrio. Ahora distinguía la puerta que ocupaban los demás y se lanzó a correr a grandes zancadas, con Néstor a su lado.

El interior del edificio era estrecho, sólo lo bastante amplio como para que avanzasen de uno en uno. Damas ocupó el final del pasillo, bólter en mano. Hephaestus se quedó algo más atrás, sentado a horcajadas sobre una pila de cuerpos.

—Zaul y Thumiel están cubriendo los cruces de más adelante —informó Damas—. Siguen encontrando poca resistencia.

—Está casi desierto —añadió Thumiel—. Las habitaciones que hemos barrido están vacías.

—¿Crees que han evacuado y han dejado atrás una retaguardia? —preguntó Bóreas mientras una sensación de inquietud crecía en su subconsciente.

—No es sólo que apenas haya un alma, Hermano Capellán —respondió Thumiel—. Está vacío. Completamente vacío, como si no hubiese habido nada nunca.

—Eso no tiene sentido —dijo Néstor—. Una instalación de este tamaño podría albergar a varios cientos de hombres.

—Tal vez sea una nueva adición al complejo —sugirió Hephaestus—, y que no estuviese terminada. Al fin y al cabo está a las afueras de la estación.

—Mantened vuestras posiciones —ordenó Bóreas para darse tiempo para pensar.

La cabeza todavía le daba vueltas tras el disparo y le costó unos momentos organizar sus pensamientos. Cogió el auspex de su cinturón y seleccionó el modo de escáner de máximo alcance. De ese modo no le proporcionaría una información detallada, pero confirmaría o descartaría sus crecientes sospechas. El transformador tardó varios segundos en calentarse, y la pantalla cobró vida. En ella se veían unas cuantas manchas luminosas que indicaban formas humanas, pero era una señal muy baja. El silencio del exterior llamó su atención y se volvió para ver a través de la puerta. Miró a la derecha y a la izquierda, pero no veía nada más que los cuerpos que se enfriaban a gran velocidad. Los veintitantos rebeldes que habían obligado a retroceder habían desaparecido.

—La base está desierta —anunció Bóreas al tiempo que apagaba el auspex y volvía a colocarlo en su cinturón—. No importa si es porque la han evacuado o porque todavía tienen que terminarla. Debemos llegar a la cámara de control lo antes posible. Con la ayuda del León allí hallaremos respuestas.

—¿Y qué hay de la limpieza aquí? —preguntó Damas.

—¡No hay prácticamente nada que limpiar! —exclamó el Capellán exasperado ante aquel inesperado giro de los acontecimientos—. Vayamos a toda velocidad hacia la nave central, barred toda resistencia que encontréis y avanzad.

—De acuerdo, Hermano Capellán —respondió Damas—. Thumiel, Zaul, id por delante.

Mientras avanzaban, Bóreas vio lo exacto que había sido el breve informe de Thumiel. No había absolutamente nada en aquellos pasillos, ni en las cámaras que pasaban, sólo desnudo y gris ferrocemento. No había manchas, ni escombros, ni muebles ni nada que indicase que aquel lugar había sido habitado. Sólo los débiles globos de luz sobre sus cabezas delataban el hecho de que el área en el que se encontraban estaba al menos conectada a los generadores principales. Unos disparos esporádicos procedentes de delante rompían ocasionalmente el silencio y, mientras avanzaba, Bóreas pasaba junto a algún que otro cuerpo con traje ambiental al que le faltaba una extremidad, o la cabeza, o el pecho. Al observar los pasillos laterales, Bóreas se dio cuenta de que muchos ni siquiera estaban terminados. Parecía que toda la base se hubiese montado en un corto espacio de tiempo y después se hubiese abandonado.

Entonces las grises y monótonas paredes se volvieron de metal bruñido, y el Capellán vio que habían pasado al cuerpo de la nave de desembarco que estaba en el centro de aquella red de pasillos y habitaciones. Las paredes estaban pintarrajeadas con toscos dibujos y lemas. Al detenerse para examinarlos, Bóreas sintió una punzada en el estómago al ver que se trataba de pobres imitaciones de los grandes murales de la capilla central de la Torre de los Ángeles. Unas negras figuras mal dibujadas que avanzaban a través de chillonas llamas parecían representar el cuadro de la Purificación de Aris.

—¡Esto es una burla! —exclamó Zaul mientras se reunían en una cámara circular.

El techo estaba cubierto de pintura pelada y el cuadro descascarillado era una torpe reproducción de la Salvación del León, y mostraba al primarca de los Ángeles Oscuros en los oscuros bosques de Caliban rodeado de guerreros. Una figura vestida de blanco puro extendía la mano hacia el hombre medio salvaje. Bóreas gruñó disgustado al reconocer que se trataba de Luther, representado como un angélico salvador.

—Esto raya en la peor clase de profanación —bramó Zaul al tiempo que levantaba su bólter y disparaba al mural.

Esquirlas de metal y polvo le llovieron encima y cubrieron su armadura color hueso de una fina capa de motas de colores.

—¡No debemos tolerar semejante barbaridad!

—Los Caídos no pintaron esto —dijo Bóreas mirando de nuevo la escamada escena.

Al igual que la primera, no sólo era pobre en su técnica, sino también en su composición y proporción. Sólo el contenido en sí guardaba algún parecido con los cuadros que imitaban.

—Aunque no seamos pintores, cualquiera de nosotros podría hacer réplicas más exactas de la gran capilla. Éstas son obra de alguien que no ha visto nunca los originales. Las pintaron los sirvientes de los lutheritas basándose en descripciones y en los recuerdos de sus maestros.

—¿Por qué? —inquirió Zaul girándose para mirar a Bóreas con la boca del bólter todavía echando humo.

—Es una forma de adoración —gruñó Bóreas—. Idolatran a los Caídos, han sido corrompidos por ellos y ahora no sólo los adoran a ellos, sino también a los retorcidos ideales que representan.

—No deberíamos entretenernos aquí —interrumpió Damas—. Has ordenado que avancemos hacia el centro de mando.

—Debe de estar por allí —dijo Hephaestus señalando hacia la izquierda—. Debe de haber una ruta directa desde los pasillos centrales. Sólo tenemos que girar a la izquierda cuando lleguemos al pasillo principal.

—Avanzad con más cautela —ordenó Bóreas al recordar las dispersas concentraciones de señales de vida que había detectado el auspex—. Es posible que los lutheritas sigan aquí.

Tras mirar por última vez aquellas pinturas herejes, Zaul reinició la marcha seguido de Thumiel.

A unos cien metros más adelante llegaron a un amplio cruce con pasillos que se extendían en ocho direcciones distintas. Uno era claramente el que llevaba al centro de mando de la nave de desembarco, ya que sus muros estaban cubiertos de toda clase de pintadas que deificaban a Luther y ensalzaban las hazañas de los Caídos. Las puertas blindadas del extremo final estaban abiertas, y Bóreas advirtió movimiento en el interior.

Thumiel ya lo había visto y avanzó a toda prisa levantando la boca del lanzallamas. En dos zancadas estuvo en la entrada y abrió fuego. La llama envolvió el interior de la cámara de control. Los agudos gritos se mezclaron con el crepitar de las llamas, y una figura que ardía intentó salir corriendo. La pistola bólter de Damas rugió una sola vez. La cabeza del hombre envuelto en llamas explotó y su cuerpo voló por los aires hasta desplomarse de nuevo en el interior de la estancia.

—¡Necesitamos un prisionero para obtener información! —gritó Bóreas mientras el resto del grupo avanzaba con las armas preparadas—. ¡Coged a uno vivo!

Al irrumpir en la cámara, el Capellán vio que era alta y estrecha, y estaba repleta de bancos cubiertos de consolas apagadas y chamuscadas. El suelo y las paredes estaban llenos de charcos de combustible del lanzallamas. Los cuerpos chamuscados y humeantes yacían dispersos por la estancia o agachados tras los paneles y las sillas donde los traidores habían intentado resguardarse. Varios todavía se retorcían en el suelo, aullando de agonía o con el rostro retorcido en un grito silencioso.

Algunos habían sobrevivido al fuego y sus balas rebotaban en la armadura de Thumiel, que fue el primero en entrar. Zaul les devolvía los disparos desde detrás de su hermano de batalla, y sus descargas desintegraron varias pantallas, agujerearon varios bancos de comunicación y de lectura y atravesaron los cuerpos de tres sirvientes de los Caídos.

Quedaban otros dos con vida, y Bóreas los redujo rápidamente disparándoles en las piernas. Como los demás, estaban vestidos en monótonos trajes ambientales, y tenían la mirada desorbitada tras la visera tintada de sus máscaras. Uno intentó alcanzar su escopeta para disparar de nuevo, pero antes de que su dedo lograse apretar el gatillo, Néstor sacó su cuchillo de combate y lo insertó en el hombro del traidor haciéndole soltar el arma.

Bóreas desenfundó la pistola y avanzó hacia ellos. Los hombres intentaron alejarse a rastras y se apoyaron contra una de las terminales de trabajo cubierta con una unidad de comunicaciones resquebrajada y chispeante. Bóreas agarró al más cercano por el tubo de su respirador y lo levantó dejándolo colgado por encima del suelo. El otro empezó a alejarse hasta que el Capellán puso un pie sobre su pierna herida, destrozándole el hueso y obligándole a emitir un grito sordo.

—Discurso externo. ¿Dónde están? —inquirió Bóreas con el cadavérico semblante de su casco a un palmo de la cara del hombre.

Él sacudió la cabeza desesperadamente y miró a ambos lados, pero no había ninguna vía de escape, sólo otros cinco Marines Espaciales vengativos.

—¡Contéstame! —gritó Bóreas, y los altavoces de su casco amplificaron sus palabras hasta convertirlas en un bramido ensordecedor que estremeció al traidor—. ¿Cómo te llamas?

El prisionero miró al otro superviviente, que sacudió la cabeza con vehemencia.

—¡No digas nada! —gritó el hombre del suelo a través de su respirador—. ¡Recuerda nuestro juramento!

Bóreas dejó al hombre en el suelo y lo empujó sobre la unidad de comunicaciones. Lo sujetó a ella con una de sus manos y se giró hacia el otro rebelde. Se agachó, agarró el tobillo destrozado del hombre y lo levantó como si de un niño se tratase.

—Tu amigo tendrá una muerte rápida —dijo el Capellán.

Acto seguido balanceó su brazo hacia atrás y hacia delante, y golpeó la cabeza del hombre contra los pies del terminal de trabajo, haciendo que su cuello se partiese violentamente. Después lanzó el cadáver a un lado, colocó una de sus manos alrededor de la garganta del que era ya el único superviviente y presionó el tubo de aire de la máscara de respiración.

—Tú tendrás una muerte lenta.

—¡Es… Escobar Venez! —gritó el traidor.

Intentó deshacerse de la implacable fuerza del Marine Espacial durante varios segundos hasta que finalmente se rindió y se dejó caer hacia atrás de nuevo.

—Yo soy el Interrogador Capellán Bóreas, y pertenezco al Capítulo de los Ángeles Oscuros —le informó—. Tengo la habilidad de hacer que un Marine Espacial se retuerza de dolor y me cuente sus más profundos secretos y sus más oscuros miedos. Sólo me llevará unos momentos hacerte hablar; es absurdo que te resistas.

—No quiero morir —dijo Venez.

—Ya es demasiado tarde —contestó el Capellán—. Lo único que queda por decidir ahora es si tendrás una muerta lenta y dolorosa. Pero si me cuentas todo lo que quiero saber, tu tormento acabará de manera rápida.

—Si hablo, ¿será rápida? —preguntó el traidor.

Bóreas asintió una vez.

Las lágrimas empezaron a cubrir la máscara de Venez y a inundar las placas oculares. El hombre miró a Bóreas. Después se volvió hacia los demás y miró de nuevo a Bóreas. A continuación asintió entre sollozos. Bóreas le soltó y dio un paso atrás. Se giró y vio a Damas y a Thumiel en la puerta, listos para atacar. Zaul estaba cerca, pendiente del prisionero y apuntando con el bólter al estómago del hombre. Hephaestus y Néstor estaban un poco más alejados.

—¿Dónde están tus señores? —preguntó Bóreas de nuevo.

—Se marcharon hace mucho tiempo —respondió Venez—. Hace unos veinte o veinticinco días.

—¿Dónde están ahora? —inquirió Bóreas inclinándose de nuevo hacia delante y apoyándose contra el panel roto por encima del rebelde.

—No estoy seguro —respondió Venez.

Bóreas se acercó todavía más y Venez se encogió.

—¡En Limnos IV! ¡Iban a Limnos IV en la nave!

—¿Qué nave? —intervino Zaul por detrás del Bóreas.

—La San Carthen —contestó Venez sin apartar la mirada del rostro de la muerte del Capellán.

—¿Qué están haciendo en Limnos IV? —preguntó Bóreas intentando mantener la calma.

En su interior estaba furioso y lleno de inquietud. Como se había estado temiendo todo este tiempo, sus decisiones le habían estado alejando cada vez más de su presa en lugar de acercarle a ella.

—No conozco los detalles —confesó Venez—. Pero escuché a los maestros hablar sobre una especie de código… el código del seguro.

—¿El seguro de qué? —inquirió Bóreas—. ¿Para qué necesitaban ese código?

—¡No lo sé! —exclamó Venez apartando la vista y cerrando los ojos con fuerza—. Tenía algo que ver con vuestra fortaleza, es todo lo que sé.

—¡Cuéntamelo todo! —silbó el Capellán.

—¡No sé lo que planeaban hacer! ¡Lo juro! —rogó el prisionero—. La San Carthen les llevó a Limnos, y ellos sabían que la perseguiríais y no les detendríais.

—¿Qué más? —preguntó Bóreas con la máscara de la calavera a unos pocos centímetros del rostro de Venez.

—Iban a esperar a que os marchaseis para ir a vuestra fortaleza, es lo único que sé —sollozó el hombre—. Teníamos que reteneros aquí el máximo tiempo posible. Este puesto de avanzada no es más que una artimaña para engañaros y manteneros alejados de ellos.

—¿Quiénes son? ¿Cómo se llaman? —exigió Bóreas.

Venez se estremecía con cada palabra.

—Dos grupos… Vinieron en dos grupos —balbuceó—. Nosotros seguíamos a lord Cypher, pero luego llegaron otros en la San Carthen. A veces discutían entre ellos. Creo que tenían planes distintos. No les veíamos demasiado a menudo y nunca hablaban mucho cuando estábamos delante. No creo que lord Cypher esté al tanto del plan del seguro, creo que él busca otra cosa en vuestra fortaleza. Eso es todo lo que sé, ¡lo juro!

Con un rápido movimiento, Bóreas insertó sus dedos en la caja torácica de Venez y le arrancó el corazón. La sangre borboteaba por toda su cara mientras se deslizaba hasta el suelo. Dio unas cuantas sacudidas durante unos segundos antes de que sus movimientos se volviesen más débiles. Su acusadora mirada estaba fija en el Capellán.

—Las promesas a los traidores no tienen ningún valor —gruñó Bóreas antes de darse la vuelta—. Muere con dolor.

Los dedos de Venez golpearon inútilmente la bota del Capellán Interrogador antes de resbalarse a un lado y quedar tendidos sobre el suelo de metal.

—Debemos partir —dijo Hephaestus pesadamente mientras se acercaba a Bóreas.

—¿Sabes de qué estaba hablando? —preguntó Bóreas.

Hephaestus apartó la mirada y no dijo nada.

—¡Cuéntamelo!

El tecnomarine se alejó unos pasos y después se volvió de cara a ellos. Todos le estaban observando, incluso los dos Marines Espaciales que protegían la puerta.

—El seguro es un dispositivo construido en el sótano de la fortaleza —explicó el tecnomarine mirando a sus hermanos de batalla—. Se conoce como el annihilus. Tras la batalla con los orkos por la basílica, se decidió que cuando se construyese la nueva fortaleza debería hacerse de manera que jamás pudiese caer en manos enemigas. Puesto que el único modo de que la fortaleza cayese era si el resto de Limnos IV era también subyugado, la idea era negarle el planeta a cualquier invasor.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Bóreas con un mal presentimiento—. ¿Cómo iba este dispositivo de seguridad a negarle un planeta entero al enemigo?

—Es un arma vírica —respondió Hephaestus rotundamente y mirando directamente al Capellán.

Su casco sin expresión no decía nada, pero el tono de voz del tecnomarine revelaba todo el temor que sentía.

Bóreas se quedó petrificado. Quiso decir algo pero se detuvo, no había palabras que valiesen. Intentó encapsular sus sentimientos, exteriorizar el temor y la ira que aumentaba en su interior, pero no había manera de expresarlas.

—La fortaleza bajo mi mando, nuestro puesto de avanzada en ese mundo, contiene un dispositivo diseñado a erradicar a todo ser vivo sobre el planeta —dijo por fin secamente sintiéndose fatigado y adormecido—. ¿Y por qué no me lo había dicho nadie?

—No debías conocer su existencia a menos que fuese absolutamente necesario —respondió Hephaestus—. Los Supremos Maestres fueron muy específicos con sus órdenes.

—¡Y sin embargo los Caídos, nuestro peor enemigo, supieron de su existencia! —rugió Bóreas avanzando a toda prisa hacia el tecnomarine.

Tiró del crozius de su cinturón y apretó el botón. La parte superior del arma resplandeció con una fría luz azul. Cuando el Capellán lanzó el brazo hacia atrás para atacar, la mano de Néstor rodeó su muñeca y le detuvo.

—Esto no solucionará nada —dijo el apotecario tranquilamente—. La investigación y, si es necesaria, la justicia pueden esperar hasta que hayamos impedido este desastre.

Bóreas se quedó allí de pie un momento. Las palabras de Néstor se filtraban a través de la rabia que bullía en su mente. Más relajado, el Capellán asintió y el apotecario le soltó. Bóreas miró el crozius, miró la espada alada de su empuñadura, y con un gruñido mudo lo dejó caer al suelo.

—Solicita a la Cuchilla de Caliban que nos envíen una Thunderhawk, Hermano Tecnomarine —refunfuñó, y se dirigió hacia la puerta, dejando el crozius en el suelo junto al moribundo Venez.