TERCERA PARTE
LA HISTORIA DE BOREAS
—¿No han dejado ninguna ruta de viaje? —preguntó Bóreas a través del comunicador.
Estaba en el puente de mando de la nave de los Ángeles Oscuros, la Cuchilla de Caliban, que se encontraba en órbita sobre Limnos IV. Había contactado con la nave de asalto rápido para que se preparase a capturar la nave del comerciante independiente mientras regresaba a la torre, pero ésta había abandonado la órbita. Ahora él y el resto de Marines Espaciales estaban a bordo de la Cuchilla de Caliban para dirigir la búsqueda de la nave desaparecida. Antes de partir, el Capellán envió un mensaje astropático cifrado a la Torre de los Ángeles para informarles de la presencia de los Caídos en Limnos. Pasarían al menos doce días hasta que el mensaje llegase a su destino, y otros tantos hasta que llegase una respuesta. Bóreas esperaba estar ya de vuelta en Limnos IV para recibirla. Pero en lugar de esperar impacientemente a recibir instrucciones, el Capellán había decidido salir tras la San Carthen por si se les pasaba la oportunidad y los Caídos se les escapaban de las manos.
—La nave intrasistema ya ha patrullado el pasaje de salida y no hay ni lastro de la San Carthen, lord Bóreas —respondió el comodoro Kayle, capitán de las naves de defensa de todo el sistema Limnos.
Se había comprometido a ayudar a Bóreas en su búsqueda de la nave sospechosa y dirigía la operación desde la estación de acoplamiento orbital.
—Tengo cuatro naves controlando los límites más alejados, dos más en la biosfera y otra se dirige en estos momentos al interior del sistema.
—Dirigiremos también nuestra nave a los planetas centrales —le dijo Bóreas—. Es posible que sepan que les estamos buscando. Saben que si intentan alcanzar unas coordenadas seguras para saltar al espacio disforme serán detectados.
—De acuerdo, señor —asintió Kayle—. La nave es la Thor 15, bajo el mando del capitán Stehr. Le informaré de que estaréis cerca de su posición en unos días.
—Le agradezco su cooperación en este asunto —dijo Bóreas—. Por favor, recuerde a sus capitanes que sólo deseo localizar la nave. No deben abordarla en ningún caso. En todo caso, vuestras naves pueden disparar para entorpecer su progreso, pero no deben realizar ningún otro tipo de contacto.
—Transmitiré su mensaje, lord Bóreas, pero no entiendo el porqué de tanta precaución —respondió Kayle—. Mis hombres son perfectamente capaces de tratar con este tipo de piratas.
—Si se trata sólo de piratas me sentiré aliviado y mi precaución habrá sido infundada —contestó Bóreas—. Sin embargo, me temo que un enemigo mucho peor aguarda a cualquiera que intente abordar esa nave. Nadie, absolutamente nadie debe entablar ningún tipo de contacto con la tripulación de la San Carthen.
—Como desee, señor —dijo Kayle—. Le informaré en cuanto sepamos algo, y espero que se me mantenga informado de cualquier novedad por su parte.
Kayle concluyó la conversación y el comunicador zumbó unos instantes hasta que Bóreas lo apagó. Se quedó allí un momento observando las amplias pantallas que cubrían la mayor parte del oscuro interior del puente de mando, entre las paredes llenas de pantallas de lectura, indicadores, altavoces, visualizadores y monitores de control. Deseaba en silencio que la San Carthen apareciese en una de esas pantallas, pero sabía que la búsqueda no sería ni tan rápida ni tan sencilla.
Al igual que la torre en el planeta a sus pies, la nave estaba provista principalmente de siervos que no habían llegado a ser Marines Espaciales, servidores mecánicos y unos cuantos tecnosacerdotes. Se volvió hacia Sen Neziel, el oficial más antiguo de la nave, que cumplía la función de Capitán cuando no había ningún Ángel Oscuro a bordo. Llevaba una sencilla túnica de un verde intenso sobre una prenda negra ajustada que le cubría todo el cuerpo.
Su rostro estaba cubierto de cicatrices de la infancia sufridas durante el reconocimiento realizado por los apotecarios.
—Traza un recorrido por el sistema interior hasta penetrar en la frontera de Limnos III —ordenó al hombre—. Quiero que los augures estén ocupados en todo momento. Debemos encontrar la San Carthen antes que nadie.
—De acuerdo, Capellán Interrogador, avanzaremos a toda velocidad hacia Limnos III —confirmó Neziel—. Calculo que tardaremos tres días solares y medio en llegar.
—Bien, Neziel, bien —respondió ausente Bóreas antes de darse la vuelta y abandonar el puente de mando.
Se dirigió al ascensor para bajar los tres niveles hacia las dependencias de los Marines Espaciales, quienes le esperaban para recibir instrucciones. Mientras aguardaba la llegada del ascensor con los típicos ruidos metálicos de las cadenas y de las puertas, meditó sobre qué iba a decirles exactamente. Ninguno de ellos pertenecía al Ala de Muerte, de modo que no tenían conocimiento alguno sobre la existencia de los Caídos. De hecho, sólo habían recibido la información más básica acerca de la Herejía de Horus, adornada con leyendas y mitos.
Bóreas había pronunciado los votos sagrados de no divulgar jamás su conocimiento respecto a aquella época turbulenta, y sólo a los admitidos en el Ala de Muerte se les revelaba la primera capa de medias verdades. Él aceptó completamente el secreto tradicional del Capítulo. Si trascendiera el hecho de que los Ángeles Oscuros estuvieron una vez al borde de la traición, el Capítulo estaría condenado.
Nadie fuera del Círculo Interior conocía la verdad completa, excepto quizá unos pocos inquisidores del Imperio que sospechaban mucho pero no podían probar nada. Como Capellán Interrogador, Bóreas era miembro del tercer nivel del Círculo Interior, lo que correspondía con el séptimo nivel de secretos de la élite del Ala de Muerte. Sabía mucho sobre la traición del primarca Horus, de cómo los lutheritas se aliaron contra el Emperador y de cómo los Ángeles Oscuros habían buscado durante diez milenios expiar su pasado. Pero averiguó mucho más en la celda de interrogatorios con Astelan. Mucho, mucho más. Bóreas no le había creído en su día, y tachaba sus palabras de propaganda y de juicios ciegos. Pero durante los últimos años, y especialmente en los últimos meses, los argumentos del Caído parecían haber alcanzado un gran peso en su mente.
El ascensor llegó con un fuerte chirrido. Las puertas se abrieron despidiendo un ligero vapor y el Capellán entró en él. Cuando volvieron a cerrarse, pulsó la runa que indicaba las cabinas de los Marines Espaciales. El ascensor traqueteó lentamente hacia los pisos inferiores, lo que le dio más tiempo para pensar en qué les diría a los demás. Cuando por fin llegó, salió hacia la cubierta metálica y respiró hondo. En lugar de dirigirse directamente a la cámara de reuniones, giró a la derecha y recorrió la corta distancia hacia la capilla de la nave. Estaba escasamente decorada, con un sencillo relieve del símbolo del Capítulo y un pequeño altar sobre el que descansaban una copa dorada y una jarra de vino tinto. Tras llenar la copa, se arrodilló e hizo una reverencia con la cabeza. Después bebió un largo trago de vino, dejó la copa sobre el suelo a su lado y unió las manos sobre su pecho con los dedos entrelazados.
—Vivimos en una galaxia de oscuridad —susurró con la garganta seca—. Los antiguos enemigos del Capítulo nos rodean. Los alienígenas abandonan sus escondites. Los herejes invaden el dominio del Emperador. Me temo que el peor de los males ha regresado. Los corruptos, los renegados, los traidores entregados a los Poderes Oscuros sacan sus garras para destruir lo que hemos construido. He trabajado duro para proteger a la galaxia de estos peligros y para proteger a mis guerreros de la perversa verdad del universo en el que vivimos. Ahora pongo en riesgo mi honor. Debo romper mi pacto de silencio para cumplir el gran juramento de proteger al Emperador y a sus súbditos. Gran León, tú que eres el señor de la guerra más poderoso de Caliban, protégeme desde el otro lado del velo. Guía mis palabras y mis acciones desde tu lugar junto al Emperador. Dame la fuerza para erradicar el cáncer de la traición. Perdóname por lo que he de hacer para proteger tu nombre y el honor de tu creación. Aunque mi promesa como guerrero del Ala de Muerte quede anulada, juro ahora ante ti que nada me detendrá hasta que haya acabado con esta oscuridad. Ningún obstáculo impedirá que proteja aquello que más venero. Bendíceme en este empeño y lucharemos para servirte. Concédenos la victoria en ésta, nuestra cruzada.
Una vez de pie, Bóreas se inclinó y volvió a llevarse el cáliz a los labios hasta apurar la última gota de vino. Después volvió a colocarlo sobre el altar, se dio la vuelta y se marchó con paso decidido hacia la sala de reuniones. Su momento de reflexión y de oración había reafirmado su confianza en lo que tenía que hacer. Sintiéndose fortalecido y preparado, observó a los hombres sentados en la primera de las diez filas de bancos que ocupaban la estancia. Un púlpito con la forma de una estilizada águila bicéfala con las alas abiertas presidía el auditorio, y Bóreas se colocó tras el atril con las manos agarradas tras su espalda.
—Hermanos —empezó dirigiéndose a aquellos rostros atentos—. En los últimos años pocas veces hemos tenido que desempeñar el papel para el que fuimos creados. Refriegas, manifestaciones, patrullas; esto ha sido lo más parecido que hemos realizado a las batallas para las que fuimos entrenados. Pero ese tiempo de espera ha llegado a su fin. Los años de letargo han acabado y ha llegado la hora de liberar a los ángeles de la muerte del León. ¡Ha llegado la hora de que vuelva a conocerse la ira de los Ángeles Oscuros! Hay un enemigo cerca, en este sistema estelar que protegemos. Se trata del peor enemigo al que podríamos enfrentarnos jamás, y debemos castigarles terriblemente por sus atroces crímenes. Se trata de los peores crímenes jamás realizables, pues se cometieron contra lo que todos más amamos: contra el mismísimo Emperador, contra nuestro primarca, Lión El’Jonson y contra todo nuestro Capítulo.
Bóreas hizo una pausa y se dio cuenta de que estaba agarrando con tanta fuerza el atril que el metal del águila empezaba a hundirse bajo la presión de sus dedos. El resto también tenía la mirada puesta en sus manos y sus rostros reflejaban inquietud. «Que vean mi ira. Que aprendan con mi ejemplo lo que significa realmente odiar a un enemigo», se dijo el Capellán manteniendo la mano apretada con fuerza.
—Hay algo que debo contaros —continuó Bóreas observando a cada uno de ellos.
Zaul tenía los ojos entrecerrados y los labios apretados en un gesto de aprensión. Damas miró al Capellán a los ojos con la misma intensidad. Thumiel se frotaba la barbilla y parecía pensativo. Hephaestus se cruzó de brazos y esperó pacientemente a que Bóreas continuase su discurso. Al último que miró fue a Néstor. El apotecario parecía tranquilo; sus ojos alternaban entre Bóreas y los demás, y tenía las manos cruzadas sobre su regazo.
Al Capellán le invadió la duda mientras el resto le observaba expectante. Según tenía entendido, lo que estaba a punto de hacer no tenía precedentes en la historia del Capítulo. Podía interpretarse como un terrible abuso de su posición. Se preguntó si estaría a punto de excederse en su autoridad. ¿Podía realmente tomar aquella decisión sin el consentimiento de sus superiores? Pero no tenía elección. Su mensaje tardaría semanas en llegar a la Torre de los Ángeles, y tendrían que pasar otras tantas para recibir una respuesta. Para entonces podían haber perdido el rastro de la San Carthen. Decidió que la amenaza de los Caídos no sólo superaba la importancia de lo que estaba a punto de contarles a sus hermanos, sino que también superaba las futuras consecuencias que tuviera que pagar por ello.
—Cuando os convertisteis en Marines Espaciales, aprendisteis muchas cosas —empezó Bóreas—. Sobre todo aprendisteis la gran historia de los Ángeles Oscuros y la fundación del Imperio de la Humanidad. Hace diez mil años, la galaxia estaba envuelta en oscuridad y la humanidad se encontraba dispersa por las estrellas. Vivían aislados, eran presa de alienígenas y estaban divididos por la discordia. Pero entonces el Emperador se reveló y provocó el fin de la Era de los Conflictos, y de este modo dio comienzo la época dorada del Imperio. Fue él quien dio vida a los Marines Espaciales. Nosotros reconquistamos la galaxia en su nombre. Luchamos contra miles de enemigos, liberamos a la humanidad de las garras del mal. El Emperador nos hizo guerreros perfectos y nadie podía interponerse en nuestro camino. Nosotros, los Ángeles Oscuros, fuimos la primera Legión, estuvimos al frente de la Gran Cruzada. Lión El’Jonson, nuestro verdadero padre y nuestro primarca, nos dirigió victoria tras victoria y el nombre de los Ángeles Oscuros era conocido en todas las estrellas. El mismísimo Emperador se enorgullecía de nuestro valor, nuestra tenacidad y nuestra ferocidad.
Bóreas veía el orgullo reflejado en los ojos de sus hombres. Todos habían escuchado las grandes historias, conocían las leyendas y se imaginaban aquellos gloriosos días como si hubiesen estado allí. La sangre del León corría por sus venas, los últimos de diez milenios de guerreros superhumanos dedicados al Emperador.
—Pero la oscuridad corroía el corazón de lo que construimos —la voz de Bóreas pasó de ser casi un rugido a convertirse en un mero susurro que habría sido imperceptible para un humano normal—. Aprendisteis cómo las Legiones más débiles acabaron corrompiéndose, cómo esa serpiente de Horus les alejó del camino de gloria que había creado el Emperador. Se sublevaron y atacaron al hombre que les había creado en un acto de traición tan vil que jamás hasta entonces había tenido lugar y que nunca más se ha vuelto a repetir. Los hermanos de batalla lucharon entre ellos y el Imperio lloró ante la destrucción a la que se veía sometido. Pero vencimos a la oscuridad. El Emperador se sacrificó para destruir a Horus. Su cuerpo quedó destrozado casi hasta la muerte y ahora sólo puede guiarnos con la fuerza de su mente y de su espíritu. Llevaron el Imperio al borde del desastre, despedazaron todo lo que habíamos construido y estuvieron a punto de arrebatarnos al Emperador. Pero no nos rendimos, resistimos. Desde el trono dorado que le mantiene con vida, el Emperador nos ha guiado durante diez largos milenios y hemos luchado para reconstruir aquello que estuvieron a punto de dividir.
Ahora el orgullo había desaparecido, y el odio brillaba en los ojos de los Ángeles Oscuros, que escuchaban atentamente las palabras de Bóreas. Durante toda su vida habían oído hablar de los renegados que siguieron al Señor de la Guerra Horus y que sumieron al Imperio en una catastrófica guerra civil. Habían aprendido que no había enemigo más odiado, que nadie merecía la muerte más que aquellos Marines traidores. Ellos fueron quienes recurrieron a los dioses oscuros y todavía entonces salían de sus escondrijos para causar miseria y devastación.
Los Ángeles Oscuros estaban preparados para oír lo que Bóreas tuviese que contarles.
—Pero hay una historia todavía más oscura que debéis conocer —el Capellán hizo otra pausa y volvió a respirar hondo.
Estaba en un punto sin retorno. Lo que estaba a punto de decirles les cambiaría para siempre.
—Aprendisteis los nombres de estos traidores, las Legiones que odiaremos y que perseguiremos mientras quede uno sólo de ellos con vida: los Hijos del Emperador, los Mil Hijos, los Devoradores de Mundos, la Legión Alfa, los Portadores de la Palabra, los Guerreros de Hierro, la Guardia de la Muerte, los Amos de la Noche y los Hijos de Horus. Recordáis estos nombres con rabia. Pero hay una legión cuyo nombre no aparece en esa repugnante lista: los Ángeles Oscuros.
Los hombres reunidos se quedaron impactados. Bóreas veía la confusión dibujada en sus rostros. Sabía perfectamente los pensamientos y las emociones que invadían sus mentes. La repentina sensación de vacío, la duda, la negación. Fue Damas quien habló primero.
—No lo entiendo, Hermano Capellán —dijo el sargento veterano con una ceja levantada como si siguiera pensando—. ¿Cómo puede estar nuestro Capítulo entre los traidores?
—¡Yo soy tan leal al Emperador como el mismísimo León! —exclamó Zaul, que se había puesto de pie con el puño contra su pecho.
—Todos somos fieles guerreros —asintió Hephaestus—. ¿Cómo puedes acusarnos de algo así?
—Vuestra pureza y lealtad es incuestionable —dijo Bóreas bajándose del púlpito y colocándose delante de ellos—. Pero la semilla de la herejía reside en todos nosotros.
—¿Se trata de una prueba? —preguntó Thumiel mirando a los demás—. Es una prueba, ¿verdad?
—Nuestra vida es una prueba constante, hermano Thumiel —respondió Néstor con calma—. No creo que ésa sea la intención del Capellán Interrogador.
—¡Escuchad! —silbó Bóreas, e hizo un gesto a Zaul para que se sentase.
El Marine Espacial volvió al banco de mala gana y mirando a Bóreas con recelo.
—Escuchad y obtendréis sabiduría y conocimiento. ¿Por qué creéis que los Ángeles Oscuros no lucharon en la batalla de Terra? ¿Por qué no luchamos ante los muros del Palacio Imperial junto a los Puños Imperiales y los Cicatrices Blancas?
—Nos retrasamos combatiendo a las fuerzas del Señor de la Guerra —respondió Hephaestus—. Llegamos cuando la batalla ya estaba ganada. ¿O estás diciendo que eso también es mentira?
—No es mentira, pero es una verdad a medias —respondió Bóreas—. Es cierto que combatíamos contra los que se habían levantado contra el Emperador. Pero estábamos luchando contra nuestros propios hermanos de batalla que se habían aliado contra él. Cuando el León regresó a Caliban, fueron sus propios Marines Espaciales quienes le atacaron.
—¡Pero eso no tiene sentido! —protestó Zaul—. Éramos la más antigua y magnífica de las Legiones, ¿por qué íbamos a inclinarnos ante Horus?
—¿Quién puede saber lo que pasaría por la mente depravada de aquellos que se volvieron contra sus hermanos de batalla?
Bóreas mintió descaradamente, porque él sabía perfectamente lo que hizo que los Ángeles Oscuros se volvieran contra ellos mismos. Se lo había revelado Astelan. Pero no necesitaba que sus hombres lo entendieran, sólo que obedecieran.
—Les corrompió un hombre con una gran labia que ocultó su amargura tras una falsa amistad con el León. Fue el mismísimo pariente adoptivo de El’Jonson quien se volvió contra él: Luther el Traidor.
—Luther era como un padre para el León —rugió Damas—. ¿Cómo es posible que nuestras leyendas hayan omitido un hecho tan grave?
—Porque lo suprimimos —respondió Bóreas tajantemente—. Porque la verdad es demasiado peligrosa como para no restringirla. Porque dejar que se sepa es corrupción en sí. Porque vosotros, mis hermanos de batalla, debéis pensar con claridad y pureza, y los tiempos de la Herejía de Horus están cargados de duda y de ambigüedad.
—¡Nos mentisteis! ¡Nos tratasteis como si fuéramos niños! —Thumiel escondió la cabeza entre las manos con la mirada fija en el suelo—. Dudasteis de nosotros y nos ocultasteis todo esto.
—¡No! —exclamó Bóreas—. Lo hicimos porque vosotros no debéis cargar con este legado de vergüenza. La información es algo peligroso. Enturbia la mente y genera falta de diligencia y herejía. Sólo los más tenaces, sólo los más puros y devotos deben conocer la culpa que ocultamos por este atroz acontecimiento en el momento de nuestra mayor gloria. Sólo aquellos con valor para enfrentarse a la oscuridad de nuestras propias almas pueden luchar por recuperar el honor de nuestro Capítulo. Considero que estáis preparados para esa lucha, y no os cuento esto para perjudicaros, sino para infundiros la fuerza que necesitáis para cumplir vuestro deber con celo y con vigor.
—¿Y por qué decides revelar esta información ahora, Capellán Interrogador? —preguntó Néstor pausadamente.
Los demás se giraron hacia él y después volvieron de nuevo su atención hacia Bóreas y asintieron esperando también una respuesta.
—¡Porque ahora tenemos la oportunidad de redimirnos! —declaró Bóreas, y empezó a pasearse de un lado a otro ante ellos—. Éste es el malvado enemigo del que os hablo. ¡Es posible que los Lutheritas, los Ángeles Caídos, estén aquí, en el sistema Limnos!
—¿Los renegados están aquí? —exclamó Zaul con sorpresa—. ¿Cómo lo sabes? ¿Por qué deberíamos confiar en lo que dices?
—Durante siglos todos habéis confiado en el Capítulo y habéis escuchado mis palabras y las de otros Capellanes —señaló Bóreas—. Nunca os hemos mentido, no directamente. Sólo queríamos protegeros, libraros de la mancha de nuestra historia. Ha sido así durante diez mil años. ¿Cómo creéis que me sentí yo cuando descubrí la verdad? ¿Pensáis que acepté mi voto de silencio con alegría después de saber lo que supe, que es lo mismo que sabéis vosotros ahora? Yo me planteé las mismas preguntas que vagan ahora por vuestras mentes. Intenté buscar algo de sentido en la anarquía de mis pensamientos. Y lo encontré, gracias a mis hermanos, como vosotros vais a hallarlo gracias a mí. Ésta es la mayor prueba para los Ángeles Oscuros. Pero no es una prueba que se pueda superar o en la que se pueda fracasar, no existen parámetros que aplicar. Es una prueba para que juzguéis en vuestro propio corazón cómo enfrentaros a la verdad. La verdad es difícil de soportar, y ahora vosotros estáis entre aquellos que deben compartir esa carga. Debéis caminar entre vuestros hermanos de batalla conociendo nuestro propósito mientras que ellos lo desconocen. Eso es lo que significa pertenecer al Ala de Muerte.
—¿El Ala de Muerte? —preguntó Hephaestus—. ¿Qué relación tiene el Ala de Muerte con los Caídos?
—Todos aquellos que forman o han formado parte del Ala de Muerte saben lo que os acabo de contar —explicó Bóreas—. Ahora sois, por el mero hecho de saberlo, guerreros del Ala de Muerte. El Ala de Muerte es al mismo tiempo el honor del Capítulo y la vergüenza de nuestro pasado compartidos en una sola alma.
—¿Estoy en el Ala de Muerte? —rio Thumiel—. ¿Así sin más, me he convertido en un miembro de la Primera Compañía, de la élite del Capítulo?
—Se debe celebrar una ceremonia, debéis pronunciar unas promesas y se os pintará vuestra armadura —dijo Bóreas, deteniéndose ante el hermano de batalla y apoyando una mano sobre su cabeza—, pero sí, ahora sois miembros del Ala de Muerte, no puede ser de otro modo. Un hermano de batalla corriente no puede saber lo que acabo de revelaros, de modo que debo introduciros en el Ala de Muerte e informaros del secreto de nuestro Capítulo.
—Repito mi pregunta, Capellán Interrogador, ¿por qué ahora? —preguntó Néstor.
—¡Los Caídos están en Limnos! —repitió Bóreas—. Mientras hablamos estamos rastreando su nave. Esta misión es una cruzada, es una guerra santa contra el enemigo más antiguo de nuestro Capítulo. Debemos prepararnos para la batalla. Nos pondremos nuestra armadura, cogeremos nuestras armas y no descansaremos hasta destruir al enemigo. Se trata de un juicio que lleva esperando cien siglos, y por fin podremos vengarnos. Este es el propósito real de los Ángeles Oscuros. Ésta es la auténtica misión del Capítulo. Mientras quede un Caído con vida, sin arrepentirse de sus pecados, no podremos obtener honor alguno, no podremos servir al Emperador como sus guerreros más gloriosos. Cualquier otra cosa que hagamos será vana en esencia. La cacería, la búsqueda es nuestra razón de ser. Sólo cuando hayamos curado las terribles heridas de la Herejía de Horus podremos empezar a construir de nuevo.
—¡El dolor me quema por dentro! —declaró Zaul golpeándose el pecho con la palma de una mano.
Tenía los ojos muy abiertos y los músculos tensos. Entonces se postró a los pies de Bóreas.
—¡Lo comprendo, Capellán Interrogador! ¡Perdona mis dudas! Gracias por abrirme los ojos a este misterio. Gracias por darle un propósito a mi vida. Juro que te seguiré hasta el mismísimo Ojo del Terror para borrar este hecho de nuestro pasado.
Los demás le siguieron y se arrodillaron ante el Capellán. Néstor vaciló un momento, miró a los demás y se arrodilló al final de la línea. El corazón de Bóreas se colmó de orgullo mientras recorría la fila de hombres y les tocaba la cabeza uno a uno. Sus dudas parecieron disiparse como la niebla al mirar a los guerreros arrodillados. Zaul tenía razón. Tenían un propósito. Tenía ante él lo que había estado buscando durante los últimos dos años. Estaban listos para luchar y para erradicar la vergüenza del Capítulo.
Bóreas estaba listo para luchar y para erradicar el recuerdo de Astelan y su propia vergüenza.
Durante los días siguientes, conforme la Cuchilla de Caliban avanzaba hacia el interior del sistema Limnos, los Ángeles Oscuros se preparaban en la nave. No se estaban preparando sólo para la guerra; se estaban preparando para una cruzada, la empresa más sagrada que podía realizar un Marine Espacial. No se trataba sólo de una misión, habían hecho un juramento sagrado y no descansarían hasta cumplirlo o morir. Era más que una simple búsqueda; los Marines Espaciales entraron en un nuevo estado mental y renunciaron a todo tipo de consideraciones para alcanzar su objetivo.
Durante una cruzada no descansaban ni dormían, sólo pasaban una hora al día en el estado meditativo semiconsciente en el que les permitía entrar el nodo catalepsiano implantado en su cerebro. El resto del tiempo lo dedicaban a preparar su equipamiento de batalla y a orar. Ahora que Bóreas les había hecho miembros del Ala de Muerte repintaron sus armaduras del color blanco hueso de la Primera Compañía de los Ángeles Oscuros y añadieron nuevos distintivos. Ahora podían mostrar heráldicas personales, y se pasaban horas con Bóreas y los viejos textos que poseía, buscando sus respectivos emblemas y colores según la tradición del Capítulo. El Capellán Interrogador les enseñó nuevos himnos de batalla: el secreto Catecismo del Odio reservado para los Caídos, el Opus Victorius en honor a la victoria de los Ángeles Oscuros leales sobre los Lutheritas, y los Versos de Condena que enumeraban cómo se había descubierto a los Caídos y sus delitos desde que empezó la búsqueda.
Mientras tanto, la Cuchilla de Caliban atravesaba el éter en busca de la San Carthen. Sen Neziel estaba constantemente en contacto con la Thor 15, y al cabo de ocho días habían pasado Limnos III y seguían avanzando hacia el interior del sistema. Hubo unas cuantas falsas alarmas, cuando una u otra de las naves detectaron una lectura anómala. La mayoría de las veces habían resultado ser errores del sistema, asteroides radiactivos, y una vez se cruzaron con una nave comerciante que había sufrido daños al salir del espacio disforme e iba a la deriva por Limnos, con su sistema de comunicación de largo alcance estropeado. La Cuchilla de Caliban estuvo a punto de pasarles cuando recibieron una llamada de socorro. Bóreas entabló un corto y explosivo intercambio de palabras con el capitán de la nave y se negó a abandonar su búsqueda para guiar a la nave perdida de vuelta a las rutas comerciales. Después recibieron un mensaje de preocupación del capitán de la Thor 15 y del Comandante Kayle, pero Bóreas hizo caso omiso de ellos. Estaba centrado en la cruzada y nada le distraería o le desviaría del objetivo de su búsqueda.
El Capellán pasaba mucho tiempo con los demás, les ayudaba a asimilar las revelaciones que habían escuchado. Guiaba sus oraciones hasta que llegaban a comprenderlas. Zaul había reaccionado con rabia; su odio hacia los renegados se iba convirtiendo en una furia casi incontrolable cuanto más le hablaba Bóreas de su traición y de la guerra civil que dividió el Capítulo. La ira de Damas era más fría, más introvertida. Pasaba todo el tiempo posible trabajando en sus armas y las armaduras y escribiendo minuciosamente el Opus Victorius en su servoarmadura en minúsculas letras, y el acto en sí le liberaba y hacía que centrase sus pensamientos en la venganza. Hephaestus trabajaba de manera similar en la forja y en el taller de la nave y bendecía cada arma, cada proyectil de bólter, cada generador de energía y cada espada con la fuerza del Dios Máquina. Thumiel se pasaba el tiempo en el campo de tiro, salmodiando sin aliento mientras abatía una y otra vez los objetivos estáticos y en movimiento, y maldecía a los Caídos cada vez que disparaba. Estaba ansioso por que llegase el momento del enfrentamiento.
Por otro lado, estaba Néstor. Él era el que menos había cambiado después de que Bóreas les revelase el pasado del Capítulo. Los sometió a todos un completo examen médico, el más riguroso que podía realizar, y dijo que se encontraban en perfectas condiciones para luchar, listos para la guerra santa. Aunque tal vez sí que había cambiado en algo: parecía todavía más callado. Conforme se alargaba la búsqueda se iba volviendo más cerrado y menos comunicativo, como si deseara librarse de la nave en sí. Cada vez que Bóreas sacaba el tema, él respondía que sólo quería concluir aquella misión cuanto antes, pues temía por Limnos si los Caídos se encontraban en el sistema.
Esto también preocupaba a Bóreas. Con la urgencia de perseguir a la San Carthen, el Capellán se había llevado a todos sus hombres con él. Por primera vez en milenios no había ningún Marine Espacial en Limnos IV, sólo sus guardias. Hasta entonces, incluso en sus cortas misiones de reclutamiento en Limnos V, Damas, Zaul o Thumiel se habían quedado al mando de la torre. A Bóreas le preocupaba haber evaluado mal la situación. Temía que su enemigo le hubiese engañado para alejarlo de Limnos. Desechaba la idea, pero ésta volvía a su mente una y otra vez, y le acosaba en el fondo de sus pensamientos mientras oraba, le atormentaba mientras practicaba técnicas de combate con sus hermanos. Pero no podía hacer nada excepto continuar adelante con la medida que había tomado. Como miembro del Ala de Muerte era su deber sagrado perseguir a los Caídos allá donde estuviesen, y ahora tenía la oportunidad de cumplir con ese deber. Había declarado cruzada y el futuro estaba decidido, para bien o para mal. Limnos IV seguía bajo la protección de quince mil Guardias Imperiales y las propias tropas de la comandante Imperial; ni siquiera los Caídos podrían enfrentarse a un número tan elevado.
Tras nueve días de búsqueda, por fin se hizo contacto. La Thor 15 detectó una nave justo en el exterior de la órbita estelar de Limnos II y se dirigía hacia ella para investigar. Bóreas ordenó a la Cuchilla de Caliban que avanzase a toda velocidad hacia la zona. A simple vista, aquel contacto no tenía por qué ser más importante que todos los que habían detectado hasta ahora, pero el Capellán sentía en su interior que esta vez se trataba del enemigo, que el momento de confrontación se acercaba a gran velocidad. Todavía faltaban dos días de viaje para interceptar la nave independiente, de modo que convocó a los Ángeles Oscuros en la capilla. Todo estaba físicamente listo para la batalla que se avecinaba; ahora estaban terminando de preparar su mente y su alma.
El primer día, ayunaron y meditaron, cada Marine Espacial solo con sus propios pensamientos. Bóreas invirtió este tiempo de reflexión en meditar sobre el futuro. A menos que el Capítulo se viese sumido en una guerra declarada, la Torre de los Ángeles se desviaría hacia Limnos, y acabaría en el espacio disforme en respuesta a las advertencias de Bóreas. A una parte de él le preocupaba que sus temores fuesen infundados, y que sus acciones se juzgasen como precipitadas y egoístas. Pero otra deseaba que esto fuese verdad, porque eso significaría que no había Lutheritas en Limnos, y que no tendría que llevar a cabo otro interrogatorio. Había realizado otro más desde su encuentro con Astelan, pero había sido mucho más directo que éste. El Marine Espacial no había parado de despotricar, totalmente corroído por los Poderes Oscuros y, a pesar de la terrible tortura de Bóreas se negó a arrepentirse de sus pecados hasta el final. Murió gritando a causa de sus numerosas heridas y maldiciendo el nombre de Lión El’Jonson. No hubo en él ni las insinuaciones ni las astutas indirectas de Astelan, ni más supuestas revelaciones sobre la Herejía de Horus que incluso ahora perturbaban los pensamientos del Capellán.
Pero la mayor parte de él deseaba que hubiese otro enfrentamiento con el antiguo enemigo. Bóreas quería demostrar su lealtad de nuevo, tras muchos meses de duda e introspección. Al igual que Zaul, deseaba que la guerra santa limpiase su alma, deseaba borrar sus dudas y sus miedos con la sangre de sus enemigos. De pronto, mientras oraba en la noche, Bóreas se dio cuenta de que vivían para la batalla, y sólo para la batalla. Ningún Marine Espacial se había sentido nunca tan decidido, tan vivo y tan consciente de su propio potencial como él en el campo de batalla, y ésta era una sensación que le habían negado desde hacía demasiado tiempo. Incluso los enfrentamientos con los orkos habían sido superficiales, clínicos, una simple reyerta en comparación con la batalla de la basílica, un frío y preciso combate que no le puso a prueba ni le distrajo de sus problemas.
El segundo día, Bóreas rezó junto con sus hermanos de batalla la oración final:
Nacidos en la oscuridad,
un sueño que cobró vida,
guerreros sagrados que la luz brindan.
El fervor por arma y la fe por coraza,
dioses guerreros que encabezan la batalla.
Espadas del Emperador, escudos de la humanidad,
creados para la guerra y destinados a morir.
Protectores del débil, verdugos de la maldad,
luchamos hasta exhalar el último aliento.
No hay retirada, no hay rendición,
el odio al enemigo es nuestro empuje inmortal.
Mientras viva el alienígena y la herejía perdure,
no habrá paz hasta obtener la victoria final.
Fortaleced vuestros corazones,
endureced vuestras almas,
lanzaos alegremente a las fauces de la muerte.
No hay tiempo para la paz,
no hay tregua, no hay perdón,
sólo hay guerra.
Una vez preparados físicamente y purificados en alma, los Ángeles Oscuros esperaron impacientemente mientras la Cuchilla de Caliban se aproximaba al punto de intercepción. La Thor 15 se aproximaba desde los planetas interiores tras haber detectado la nave enemiga en una pasada de vuelta. Fue al rato de empezar el segundo turno de vigilancia del día cuando los augures encargados de la nave de asalto rápido comunicaron que habían detectado una fuente de energía cercana.
La Thor 15 fue la primera en encontrarse con la San Carthen y se vio y entabló un combate a distancia con ella. El capitán de la nave de asalto, Jahel Stehr, estaba solicitando ayuda cuando Bóreas entró en el puente de mando. Observó la pantalla principal y observó el combate durante un momento. Los intermitentes rayos láser no dejaban de salir de las cubiertas de tiro de la nave renegada, iluminando los escudos de vacío de la nave del sistema con explosiones de ondulantes ondas azules. Éstos a su vez lanzaban misiles que atravesaban a toda prisa el fondo estrellado, pero pasaban junto a la San Carthen sin ocasionarle ningún daño. La nave pirata se estaba acercando a la nave Imperial, y en unos minutos conseguiría pasar su popa y cargar contra sus motores. La Thor 15 parecía estar perdida en todos sus frentes.
—Está muy bien armada para ser una nave mercante —indicó la voz entrecortada de Stehr a través del comunicador.
Bóreas sabía perfectamente de lo que era capaz la nave enemiga. Astelan le había contado cómo la había equipado como una nave pirata que había arrasado a muchos convoys bajo su mando.
Bóreas vio que la Thor 15 estaba poco preparada y que estaba mal dirigida, de modo que ordenó que se activasen los reactores de plasma al máximo para intentar acortar la distancia lo más rápidamente posible. Después ordenó al resto que estuviesen preparados en las plataformas de carga. Su plan era inutilizar los motores de la San Carthen y realizar un pequeño ataque a su cubierta de mando. Una vez bajo control, desactivaría los sistemas de habitabilidad y mataría a todos los tripulantes. Podía hacerse con la nave con pérdidas mínimas y, sobre todo, si había Caídos a bordo, sólo los demás Ángeles Oscuros lo sabrían. Al igual que lo había hecho un siglo atrás, Bóreas y los demás juraron proteger el oscuro secreto del Capítulo con su vida. Como él, harían lo que fuera necesario para evitar que el conocimiento de la existencia de los Caídos se extendiese, pues aquella vergüenza era de los Ángeles Oscuros, y serían ellos quienes la expiarían.
—Hagáis lo que hagáis, aseguraos de cerrar cualquier vía de escape —respondió Bóreas.
Después observó el visualizador táctico que estaba iluminado en la pantalla principal.
—Pronto estaremos a una distancia lo bastante próxima como para atacar.
—Muy bien, lord Bóreas, mantendremos el combate lo máximo posible —dijo Stehr—. Dirigiremos el ataque a los motores e intentaremos abordar la nave.
—¡No! —rugió Bóreas haciendo que todos los presentes en el puente de mando se detuviesen alarmados—. Mis órdenes son claras. No debéis abordar la San Carthen.
—Nos estamos arriesgando a que nos hagan añicos —protestó Stehr—. La única posibilidad que tenemos es acercarnos y abordarla.
Bóreas intentó contestar, pero la Thor 15 había interrumpido la comunicación.
—Sigue intentando contactar con el capitán Stehr y dile que se mantenga alejado de la San Carthen —ordenó Bóreas al oficial de comunicaciones—. Dile que si intenta hacerlo nos veremos obligados a intervenir.
Sen Neziel salió de su puesto de artillería con un cuaderno de datos en la mano y se lo entregó a Bóreas. Éste compartió una sonrisa con el viejo oficial mientras estudiaba la información táctica que contenía. Las lecturas de los sensores de la Cuchilla de Caliban combinados con un constante flujo de informes técnicos de la Thor 15 indicaban que el sistema de armas de la San Carthen era sólo lateral. Aun así, tendría que disparar a la proa durante el ataque. Era perfecto para el objetivo de Bóreas; podrían atacarla de frente, enviar un transbordador de combate y abordarla sin exponerse a una sola ráfaga. Por supuesto, sólo era una presunción, y correrían un grave peligro si se equivocaban, pero Bóreas no veía otra opción si querían tomar la nave enemiga sin una prolongada lucha previa.
—Nuestro principal objetivo es apresar la nave —dijo Bóreas a Neziel—. No debe escapar; abre fuego contra ella si es necesario.
El oficial de artillería informó de que pronto la tendrían a tiro.
—¡Activa la alerta de combate! —gritó Bóreas, y las sirenas empezaron a llamar a la tripulación a sus puestos mientras se preparaban para abrir fuego.
El puente de mando entró en una actividad frenética transmitiendo las órdenes a todas las estaciones de la nave.
—Bajada a velocidad de combate, desvío de potencia a escudos de vacío —ordenó Neziel tras recibir el consentimiento de Bóreas—. Carga de los lanzatorpedos dos y cuatro, trazado de trayectoria de disparo al objetivo.
—Torpedos preparados.
—Escudos al noventa por ciento.
—Propulsión de los motores al cincuenta por ciento, maniobrabilidad transferida de puesto de navegación a puesto de mando.
—Baterías de artillería cargadas, tripulación reunida.
—Puertas de área selladas. Fuegos extinguidos.
—Cambio a visualización aumentada —terminó Neziel, y la pantalla táctica desapareció y reapareció en una pequeña ventana, sustituida por la imagen de la San Carthen.
Era una nave elegante y fina. Dos grupos de motores de plasma flanqueaban el casco. Su superficie metálica reflejaba cientos de destellos amarillos mientras los rayos láser salían escupidos desde los cañones ocultos en su vientre. Un destello azul y violeta resplandecía alrededor de la popa mientras sus escudos absorbían un ataque de la Thor 15.
—Lord Bóreas, la Thor 15 se acerca al objetivo muy deprisa; parece que va a abordar —informó uno de los oficiales de inspección.
Bóreas se acercó a los comunicadores y pulsó la runa de transmisión.
—Thor 15 —dijo con tono serio—. Abortad vuestro intento de abordaje o me veré obligado a abrir fuego contra vosotros.
La respuesta tardó unos segundos en llegar.
—¡Por los dientes del Emperador! —maldijo Stehr a través de los altavoces—. ¡Estamos del mismo bando! No puede hablar en serio.
—Control de torpedos, cambiad la trayectoria del objetivo al vector uno-cinco-seis —ordenó Bóreas al oficial de artillería.
—Confirmado, nueva trayectoria en uno-cinco-seis —respondió el oficial tras observar un momento su panel.
—Fuego —ordenó Bóreas mirando a Neziel.
—¿Seguro, señor? —preguntó Neziel comprobando de nuevo su pantalla táctica—. Con esa trayectoria estaremos disparando a la Thor 15.
—¡Lanzad los torpedos! —rugió Bóreas, haciendo que Neziel y el resto de oficiales se estremecieran—. ¡Si volvéis a cuestionar mis órdenes haré que los tecnosacerdotes os conviertan en servidores!
—Sí, mi señor —dijo Neziel, vacilante—. Lanzad los torpedos, objetivo uno-cinco-seis.
—¡Torpedos lanzados! —gritó el oficial de artillería.
Bóreas activó la runa del comunicador una vez más.
—Thor 15, reducid la velocidad al treinta por ciento y cambiad el rumbo cuarenta grados a babor —dijo lanzando una mirada de enfado a Neziel—. Si no lo hacéis, recibiréis el impacto de nuestros torpedos.
—¿Habéis lanzado torpedos contra nosotros? —la voz de Stehr sonó ronca a través del enlace—. Por el Emperador, ¿de qué lado estáis?
—Repito, cambiad el rumbo cuarenta grados a babor y reducid la velocidad al treinta por ciento —respondió Bóreas—. Dejad de acercaros y estaréis a salvo.
El Capellán Interrogador miró al puesto del oficial de inspección. Éste observaba su retícula atentamente.
—Thor 15 reduciendo velocidad —dijo, confirmando lo que Bóreas estaba viendo en su propio panel táctico—. Está virando a babor y ascendiendo.
—Bien —gruñó el Capellán—. Preparad el lanzamiento de la nave de combate y cargad las baterías de estribor. Quiero que la proa del objetivo esté inclinada cuando nos acerquemos.
—Confirme objetivo, por favor —dijo Neziel a modo de indirecta.
—La San Carthen —respondió Bóreas con el ceño fruncido—. Otro comentario como ése, Neziel, y haré que te ejecuten por insubordinación. ¿Entendido?
—Perdón, lord Bóreas —contestó Neziel inclinando la cabeza—. Nunca antes había disparado a una nave aliada.
—Yo tampoco —respondió Bóreas tajantemente—. Comunica a la bahía de anclaje que se preparen para mi llegada. Neziel, confío en que a partir de ahora cumplirás cualquier orden para evitar que la Thor 15 aborde el objetivo. Si uno de sus soldados pisa esa nave, será ejecutado junto con la tripulación enemiga.
—Lo siento, señor —contestó Neziel secándose el sudor de los ojos—. Ya lo he entendido. La Thor 15 no se acercará a la nave enemiga.
—Bien —dijo Bóreas.
Después caminó hacia la puerta, cogió su casco de un perchero que había al lado de ésta y lo enganchó a su cinturón.
—Una cosa más, mi señor —dijo Neziel antes de que se marchase.
Bóreas se volvió con expresión inquisidora.
—Que el Emperador le cuide y guíe su mano.
—Gracias, Neziel —respondió Bóreas al cabo de un momento—. Que el Emperador os bendiga a ti y al resto de tripulantes mientras estemos fuera. Cuida de la nave por mí, Neziel.
—Lo haré, lord Bóreas, lo haré —aseguró Neziel asintiendo con una sonrisa.
Con un rugido y una sacudida, el transbordador de combate salió despedido del casco de la Cuchilla de Caliban. Se trataba de una cápsula de desembarco modificada, y parecía más bien una lágrima blindada con palancas como garras en la base y un anillo de quemadores de fusión en el casco para atravesar hasta el blindaje más grueso de una nave enemiga. Pequeños propulsores de maniobra ardían de manera esporádica a lo largo de la nave mientras Hephaestus la dirigía por una ruta hacia la San Carthen. Satisfecho al comprobar que la trayectoria era correcta, se desabrochó el arnés y se puso de pie. Las botas magnéticas lo mantenían pegado al suelo a pesar de que hubiese gravedad cero. Mientras recorría el casco hacia Bóreas, el Capellán hizo un gesto para que los demás se levantasen.
—¿Tiempo restante para el impacto? —preguntó el Capellán Interrogador comprobando el cronómetro de sus autosentidos.
—Faltan aproximadamente veintisiete minutos terranos, Hermano Bóreas —respondió Hephaestus.
—Cronómetro en cuenta atrás, veintisiete minutos —indicó Bóreas a su armadura.
La lectura de la cuenta atrás de los minutos y segundos cobró vida en la esquina inferior izquierda de su campo de visión. Aunque podían suceder muchas cosas en media hora en un espacio de batalla, Bóreas confiaba en que la velocidad y el reducido tamaño del transbordador de combate les llevaría hasta su objetivo sin problemas. Los augures y los escáneres de una nave grande eran inmensamente poderosos, construidos para surcar el inmenso abismo del espacio. Sin embargo, un objeto tan pequeño como un transbordador no se registraba hasta encontrarse a corta distancia de los escáneres de nivel inferior del enemigo, e incluso si lo detectaban, lo más probable es que pasara por un asteroide errante o los restos de alguna nave.
—Comprobad las armas —ordenó.
Inmediatamente comprobó el botón de activación de su crozius y con la otra mano quitó el seguro de su pistola bólter. Después hizo un recuento del equipamiento de su cinturón, aunque todos lo habían hecho ya tres veces en sus comprobaciones precombate. Además del crozius con generador de campo de fuerza y de su pistola bólter, Bóreas tenía cinco cargadores de repuesto con quince disparos cada uno, cuatro granadas de fragmentación, dos granadas cegadoras, dos bombas de fusión, cinco minas antipersonales activadas por proximidad, un dispositivo auspex de rastreo, un cuchillo de combate de filo monomolecular, una batería de repuesto para el crozius y otra para el generador de campo de conversión de su rosarius.
Los hermanos de batalla Zaul y Thumiel llevaban sus bólters estándar y sus cuchillos de combate, así como la misma cantidad de granadas y de minas. Damas llevaba un inmenso puño de combate en la mano derecha que complementaba su pistola bólter, y una espada sierra colgada del cinturón al lado del cuchillo. Hephaestus portaba una pesada hacha de energía y una pistola de plasma, ambas creadas con sus propias manos. Néstor también tenía una pistola bólter y una espada sierra. La cabina se inundó con el ronco zumbido de los dientes al rotar mientras comprobaba el motor. Satisfecho al ver que la comprobación había terminado, Bóreas inclinó la cabeza, y el resto le imitaron.
—¿Cuál es nuestro propósito? —entonó.
—La guerra —respondió el resto.
—¿Cuál es el propósito de la guerra?
—Derrotar a los enemigos del Emperador.
—¿Quién es el enemigo del Emperador?
—El hereje, el alienígena y el mutante.
—¿Qué significa ser enemigo del Emperador?
—Significa estar condenado.
—¿Cuál es el instrumento de condena del Emperador?
—Nosotros, los Marines Espaciales, los ángeles de la muerte.
—¿Qué significa ser un Marine Espacial?
—Significa ser puro, ser fuerte, no mostrar ni compasión, ni piedad, ni remordimientos.
—¿Qué significa ser puro?
—Desconocer el miedo y no flaquear nunca en combate.
—¿Qué significa ser fuerte?
—Seguir luchando cuando los demás huyen; quedarse y morir sabiendo que la muerte tiene una recompensa final.
—¿Cuál es la recompensa final?
—Servir al Emperador.
—¿A quién servimos?
—Servimos al Emperador y al León, y a través de ellos servimos a la humanidad.
—¿Qué significa ser Ángeles Oscuros?
—Significa ser los primeros, los honrados, los hijos del León.
—¿Qué buscamos?
—Purgar nuestra vergüenza con la muerte de aquellos que le dieron la espalda al León.
—¿Cuál es nuestra victoria?
—Reparar lo que en su día se destruyó y recuperar la confianza del Emperador.
—¿Y qué destino espera a los Caídos que capturemos?
—¡Castigo y muerte!
La última frase resonó por el comunicador como un trueno vocal cargado de rabia y de ira.
Después se quedaron en silencio, y Bóreas sacó una pequeña ampolla de una bolsa que colgaba de su cinturón. Entonces recorrió la hilera de Marines Espaciales y derramó un poco del fluido de la ampolla en el casco inclinado de todos los guerreros.
—Con el agua bendita de Caliban, yo consagro vuestras almas al Emperador y al León —dijo Bóreas mientras llevaba a cabo el ritual—. Sed puros de mente, cuerpo y espíritu. Tal y como el agua fluye sobre vosotros, dejad que el odio fluya en vuestro interior. Tal y como el agua perdida se derrama, derramemos la sangre de nuestros enemigos. Tal y como el agua se seca, endurezcamos nuestro corazón ante el miedo. Somos los Ángeles Oscuros, los elegidos del Emperador, los guerreros sagrados de Caliban. La sangre del León corre por nuestras venas. Su fuerza palpita en nuestros corazones. Su espíritu reside en nuestro interior.
—Alabado sea el León —respondieron a coro los Ángeles Oscuros poniéndose firmes.
Bóreas les guio hasta el puerto de salida. La cuenta atrás del cronómetro indicaba que quedaban menos de diez minutos para el impacto.
A través de la placa de visión veía perfectamente la San Carthen. La nave había frecuentado sus pesadillas durante años, y ahora la veía de verdad por primera vez. Las descargas láser de alta potencia de la Cuchilla de Caliban pasaban sobre sus cabezas en dirección a la nave enemiga. Una explosión de ondas de energía moradas y verdes indicaba que uno de los escudos de vacío estaba sobrecargado, y la siguiente lluvia de disparos consiguió impactar directamente contra el casco de la nave, lo que levantó ráfagas de aire ardiente y restos de la superficie.
De repente el comunicador cobró vida y se escuchó la urgente voz de Sen Neziel.
—Lord Bóreas, hemos detectado intensificaciones de energía en la proa inferior de la San Carthen. Creo que está provista de baterías delanteras y que está a punto de abrir fuego.
—Acercaos más, preparaos para el impacto y distraed su atención —respondió Bóreas—. ¡Lanzadles torpedos para cubrir nuestra señal!
A pesar de la peligrosa situación del transbordador de combate, Bóreas no podía dejar de admirar la astucia del capitán de la San Carthen. Durante el combate con la Thor 15 había tenido muchas oportunidades de concluir la ofensiva lanzando un ataque con las baterías de la proa inferior, y en lugar de hacerlo había prolongado el duelo para llevar a la Cuchilla de Caliban a una posición vulnerable. Aquello podía resultar peligroso, pero seguía convencido de que conseguirían llegar hasta su objetivo. Las posibilidades de que un arma principal fuese capaz de acertar en algo tan pequeño y tan rápido como el transbordador eran escasas, pero los Ángeles Oscuros podían acabar absorbiendo fuego enemigo de forma involuntaria.
—Hephaestus, vuelve al asiento del piloto y elévanos; quiero estar por encima del ángulo de disparo de la batería —ordenó mirando fijamente a través del ventanal blindado.
Su visión aumentada percibió la llameante estela de una salva de misiles que desaparecieron bajo el transbordador mientras el tecnomarine regresaba a los mandos y activaba los propulsores para elevar la nave y alejarla de la línea de fuego de la San Carthen.
Fue entonces cuando las torretas antiabordaje de la nave pirata abrieron fuego. Una red de rayos láser surgió de seis emplazamientos de defensa direccional dispersos por la proa. Aunque eran demasiado pequeños como para preocupar a una nave espacial, sí eran lo bastante potentes como para convertir un transbordador de combate en metralla de un golpe directo. Centelleantes rayos de energía azul rodeaban el transbordador, y el casco de Bóreas activó automáticamente un filtro sobre sus lentes para evitar que el resplandor le cegase.
El Capellán volvió a comprobar la cuenta atrás. Quedaban dos minutos para hacer impacto.
—Rastrea la posible posición de la cámara de mando —ordenó Bóreas a Hephaestus.
Desde allí, el castillo de proa de la San Carthen se veía como un conjunto de torretas, revestimiento acorazado y galerías de observación. Pero en alguna parte tenía que estar el puente de mando, y Bóreas quería irrumpir en la nave lo más cerca posible del centro neurálgico. Su plan dependía de un golpe rápido y decisivo. A pesar de ser un espacio confinado y de poseer una artillería muy superior sería muy difícil vencer a toda la tripulación de una nave. Tenían que tomar el puente y desactivar el sistema de habitabilidad en cuestión de minutos o se verían atrapados y asesinados. O algo peor, pensó Bóreas. Podían ser capturados. La idea le repugnaba, y decidió que se quitaría la vida antes que caer en manos de los Lutheritas.
—He localizado el centro de comunicaciones —informó Hephaestus interrumpiendo los malsanos pensamientos de Bóreas—. Sistemas de trayectoria fijados.
El casco se agitó al recibir el impacto de un rayo láser en el exterior, que derritió parte del blindaje del transbordador de combate. Un instante después recibieron otro impacto que hizo fundirse y explotar los fusibles.
—Visión de terror —rugió Bóreas a su armadura.
Su visión se aclaró instantáneamente. El sofisticado conjunto de lentes le proporcionó una vista artificial de potentes ondas de radiación en lugar de luz ordinaria.
—Preparaos para el impacto —advirtió Bóreas mientras el casco de la San Carthen se acercaba a gran velocidad hacia él a través de la ventana. Los retrorreactores se activaron en el último momento para ralentizar ligeramente su paso.
No obstante, cuando el transbordador llegó a su destino el impacto fue inmenso. Los servos y los músculos artificiales de la armadura de Bóreas crujieron y rechinaron para mantenerle derecho mientras la cabeza ablativa de la nave se estrellaba y las palancas de aterrizaje se extendían, rasgaban el metal y empujaban el transbordador de combate hacia el interior de la nave enemiga. Con una llamarada candente, los cortadores de fusión cobraron vida y se abrieron paso a través de la ceramita y del metal en unos segundos, justo antes de que los arietes neumáticos empujaran y arrojaran la sección cortada hacia el interior de la nave enemiga y dejase una abertura circular serrada en la chapa de blindaje de metros de espesor. Bóreas pulsó el botón de la rampa de asalto, y ésta descendió con un estruendoso sonido metálico.
Las ráfagas de fuego láser no tardaron ni un instante en inundar la abertura. Uno de los rayos impactó contra el casco de Bóreas y le empujó la cabeza hacia atrás. El rugido del bólter de Zaul llenaba sus oídos y ahogaba el silbido de los rifles láser. Bóreas se recuperó al instante y saltó por la rampa, fijándose en los cuatro cuerpos ensangrentados que había desparramados por la malla metálica de la entrada que habían abierto y que los proyectiles explosivos habían agujereado. Otros enemigos se agazapaban tras columnas y contrafuertes mientras disparaban frenéticamente a los Marines Espaciales.
Zaul y Hephaestus flanqueaban a Bóreas mientras éste apuntaba su bólter hacia el objetivo más cercano, un hombre con un casco con visera que se había detenido para cambiar la batería de su rifle láser. Una retícula de tiro apareció ante la vista de Bóreas mientras el selector de objetivo del bólter conectaba con su casco. Cuando cambió a rojo, apretó el gatillo suavemente y un momento después una parpadeante estela de fuego marcó el paso del proyectil. Atravesó el peto almohadillado del hombre sin detenerse antes de que la cabeza, reactiva a la masa, detonase y le abriese el pecho desde dentro. Bóreas y los demás avanzaron con decisión por el pasillo, y cada paso iba acompañado del ladrido de un bólter o de una pistola y el grito de un hombre moribundo.
—¡Adelante, por el Emperador! —entonó Bóreas.
—¡Castigo y muerte! —respondió Zaul mientras expulsaba el cartucho vacío de su bólter, sacaba otro con soltura de su cinturón y lo insertaba en el arma, al tiempo que varios impactos de láser rebotaban inocuamente en su servoarmadura.
A Bóreas también le golpeaban los rayos, que quemaron la pintura de su hombrera izquierda, dejaron una abolladura en su guantelete izquierdo y rebotaban en las placas de la armadura que le protegían los muslos y las ingles. A su izquierda, la pistola de Hephaestus escupió una parpadeante bola de plasma azul que atravesó un montante e incineró al hombre que se ocultaba tras éste. El humeante brazo y la cabeza del desdichado salieron despedidos por la cubierta. Veinte metros adelante, el corredor daba a una intersección con más pasillos que continuaban hacia delante y hacia la izquierda. Dejando tres decenas de cuerpos a su paso, los Marines Espaciales continuaron su implacable asalto hacia el cruce y se pusieron a cubierto. Bóreas le arrancó la pierna de un disparo a uno de los tripulantes que intentaba huir, y sus gritos resonaban en los receptores de sonido del Capellán Interrogador. De repente se hizo el silencio, y los enemigos desaparecieron de su vista.
—Control de situación —ordenó Bóreas apuntando con su pistola hacia el pasillo de la izquierda.
Zaul y Thumiel tenían el pasillo hacia delante cubierto.
—Entrada despejada —confirmó Zaul—. ¡Alabado sea el León!
—Necesitamos orientarnos hacia el puente —dijo Bóreas mientras enfundaba su pistola.
Después le pasó su auspex a Hephaestus.
El tecnomarine activó el escáner y lo movió formando un arco lento a la izquierda y a la derecha, y después arriba y abajo. El remolino de ruido de la pantalla se transformó en una imagen de su entorno que se extendía unos cincuenta metros.
—Capto varias señales de vida delante y a la derecha —informó Hephaestus mientras todavía sujetaba el auspex—. También detecto la red eléctrica, parece que hay una terminal a treinta metros por delante, en una cámara a la derecha; y la red de comunicaciones en la misma posición.
—Zaul, Néstor, asegurad este punto —ordenó Bóreas al tiempo que cogía el auspex que le devolvía el tecnomarine.
Había entre treinta y cuarenta tripulantes cerca de allí, esperando tras una esquina por delante y en las habitaciones laterales a la izquierda.
—Preparaos para contraatacar. El resto venid conmigo. Hay que ocupar y mantener la cámara terminal.
Los Marines Espaciales avanzaron rápidamente, y nada más aproximarse a la puerta cerrada de la cámara, el estallido de los bólters resonó tras ellos.
—El enemigo está atacando, hemos ocasionado muchas bajas —informó Néstor—. No necesitamos asistencia.
Hephaestus se inclinó para examinar el teclado numérico que había junto a la puerta de la cámara. En ese momento, más de veinte tripulantes de la San Carthen cargaron contra ellos desde la esquina delantera. Las balas repiqueteaban en los mamparos y el fuego láser destellaba brillante por el pasillo. Thumiel devolvió los disparos inmediatamente, con el bólter en semiautomático, y trazó un camino de cráteres sangrientos sobre los pechos de la primera línea de atacantes, lo que les levantó del suelo y los lanzó contra los que les seguían detrás. Para cuando pasaron sobre los muertos, Bóreas les esperaba pistola en mano, y sus disparos abrieron agujeros como puños en el cuerpo de aquellos hombres escasamente protegidos. Los últimos fueron conscientes de su error demasiado tarde y fueron abatidos mientras intentaban darse la vuelta y huir. Sus cuerpos sin vida cayeron sobre el montón de cadáveres de sus compañeros.
—Han conectado los sistemas de seguridad; la zona está bloqueada —informó Hephaestus.
—¿Me permites? —dijo Damas levantando el puño de combate, que de repente se iluminó con una resplandeciente energía azul.
—Afirmativo —asintió Bóreas.
El Capellán volvió su atención hacia el auspex. No había ninguna señal de vida a menos de cincuenta metros.
Damas se preparó ante la puerta blindada y colocó su mano izquierda contra ésta. Apretando el puño de combate, dio un giro. Cuando su golpe atravesó el metal, una estruendosa detonación resonó por el pasillo. Después abrió la mano y peló el metal rasgado como si de papel se tratase para abrir un agujero lo bastante grande como para permitirles pasar.
—Thumiel, monta guardia. Zaul y Néstor, despejad la zona desde lejos y avanzad hasta esta posición.
Tras recibir sus respuestas afirmativas, el Capellán Interrogador se abrió paso hacia el interior de la cámara de energía seguido de Hephaestus y Damas. No era grande, apenas medía cinco metros cuadrados y estaba llena de ruidosos conductos eléctricos y rollos de cables de comunicación de un dedo de grosor.
—Interfaz de comunicación —dijo Hephaestus señalando una pantalla y una terminal a su izquierda.
Bóreas asintió y se acercó a la máquina. El tecnomarine sacó un surtido de cables de su generador dorsal y probó un par hasta encontrar el que conectaba con la interfaz.
—Asimilando planos —anunció Hephaestus.
Bóreas consultó su cronómetro. Sólo habían pasado dos minutos desde que habían iniciado el abordaje. Pasaron quince segundos más hasta que Hephaestus confirmó que tenía la información que necesitaba.
—Estamos cuatro niveles por debajo del puente de mando principal y a unos sesenta metros de estribor —les informó.
Después se detuvo un momento y consultó el plano tridimensional que había extraído de la red de comunicaciones.
—Hay un hueco de ascensor a veinte metros por delante que nos permitirá acceder a la entrada del puente de mando.
El comunicador de Bóreas chasqueó al recibir una transmisión externa y la decodificó.
—Lord Bóreas —oyó decir a Sen Neziel—, la San Carthen ha reducido el fuego considerablemente. Creo que está reuniendo a la tripulación para repeler a los abordadores.
—Recibido —respondió el Capellán antes de volverse hacia Hephaestus—. ¿Está despejada esa zona?
—Hay un punto de acceso por la escalera a cien metros y tres ascensores más o menos a la misma distancia —respondió tras una breve pausa.
—¿Puedes bloquear los ascensores desde aquí? —preguntó Bóreas.
—No inmediatamente. Acabo de iniciar los ritos de control —respondió el tecnomarine sacudiendo la cabeza—. Sin embargo, desde aquí podemos cortar la electricidad de toda la sección, lo que ralentizará la llegada de refuerzos.
—De acuerdo —asintió el Capellán—. Colocad bombas de fusión.
Mientras Hephaestus empezaba a instalar las cargas con la ayuda de Damas, que seguía las instrucciones del tecnomarine sobre cuáles eran los mejores puntos donde situarlas, Bóreas volvió al pasillo, donde le esperaban Zaul, Thumiel y Néstor.
—Zaul, Thumiel, avanzad hasta la esquina y asegurad el ascensor —ordenó.
Los Marines atravesaron el pasillo con el bólter preparado. Hephaestus y Damas salieron corriendo de la cámara de transmisión un momento antes de que su interior se inundase con la luz incandescente de los estallidos. Los cables de energía dañados chisporrotearon y al instante se apagaron las luces. La vista artificial de Bóreas lo cubrió todo de una neblina roja.
—Avanzad rápido; eso sólo los detendrá durante un tiempo —dijo Bóreas guiando a los demás tras Zaul y Thumiel.
Al pasar la esquina vio a los dos hermanos de batalla flanqueando las dobles puertas que daban acceso al ascensor. Con la potencia que la servoarmadura daba a su fuerza, Bóreas sólo tardó un momento en abrirlas. El hueco se extendía varios niveles arriba y debajo de su posición. El ascensor en sí estaba en el siguiente piso inferior.
—Zumiel, Zaul, cubrid el hueco del ascensor. Néstor, tú quédate aquí. Hephaestus, Damas, vosotros venid conmigo —dijo.
Después enfundó su pistola, saltó por el agujero y se colgó de los cables del ascensor. Los hilos de metal chirriaron a causa del peso adicional. Tras comprobar que no soportaría el peso de los tres Marines Espaciales armados, Bóreas se inclinó y clavó los dedos en el relativamente fino metal de las paredes para tener un sitio donde agarrarse. A continuación soltó la otra mano, se columpió y clavó la punta de una de sus botas en la pared.
Una vez seguro, se dispuso a escalar por el agujero, abriendo puntos de apoyo con los puños.
De repente se abrieron las puertas de unas plantas más arriba y la luz inundó el agujero. Zaul abrió fuego inmediatamente. Los disparos pasaban silbando junto a Bóreas y acababan explotando tres pisos sobre su cabeza. Algo ensangrentado y andrajoso cayó por su lado y aterrizó sobre el techo del ascensor con un sonido húmedo y sordo. El Capellán hizo caso omiso de los intermitentes disparos que procedían de arriba y de abajo mientras escalaba, y se concentró en mantener el equilibrio al tiempo que atravesaba el irregular fuego láser y el silbido de las balas.
Un nivel por debajo de las puertas abiertas, que era el mismo donde se encontraba el puente de mando, Bóreas se detuvo y volvió la vista hacia abajo. Hephaestus se encontraba tan sólo a dos metros por debajo de él, y Damas a una distancia similar de éste más abajo. Les indicó que dejasen de escalar y sacó una granada de fragmentación de su cinturón. Con la mano libre, programó el temporizador para un segundo, tiró del percutor y lanzó el proyectil hacia arriba. La granada formó un arco hacia la abertura y explotó a mitad de vuelo. La metralla cayó ruidosamente sobre la armadura del Capellán e hizo añicos todo lo que estuviese ante aquel portal. Con un gruñido ascendió un par de pasos más y saltó hacia la abertura clavando los dedos en la malla del suelo.
Se puso de pie de un impulso, sacó su crozius y miró a su alrededor. Cuatro cuerpos desmembrados cubrían el vestíbulo donde se encontraba. Se encontró de cara con un grupo de más de una decena de hombres armados con rifles láser y escopetas que se tambalearon hacia atrás aterrorizados.
—Discurso externo. ¡Ni piedad, ni tregua, ni huida! —entonó Bóreas, y sus altavoces exteriores convirtieron aquel grito de batalla en un rugido ensordecedor que aturdió a los traidores todavía más.
Antes de que pudiesen reaccionar se abalanzó sobre ellos y con un golpe de crozius le aplastó la mandíbula a uno y el pecho a otro. Hephaestus pasó corriendo por su lado y con su resplandeciente hacha partió en dos por el estómago a uno y le cercenó el brazo a otro. Los hombres se separaron e intentaron huir, pero no pudieron escapar de los Marines Espaciales, que avanzaban dando largos y veloces pasos que les dieron alcance, y sus potentes armas dejaron un húmedo reguero de sangre y de carne chamuscada.
—Salida despejada —gritó Bóreas—. Reuníos en mi posición.
Mientras esperaba a que Néstor, Zaul y Thumiel le alcanzasen, el Capellán comprobó el cronómetro una vez más. Habían pasado cinco minutos y medio desde que comenzó la operación. Después sacó el auspex, lo activó y lo dirigió en dirección al puente. La parpadeante pantalla estaba prácticamente blanca de la cantidad de señales de vida que detectaba.
—Carga total, combate cuerpo a cuerpo —anunció cuando estuvieron todos presentes—. Zaul y Thumiel, fuego de cobertura. Néstor en la retaguardia.
Todos asintieron y prepararon sus armas para el ataque final. Hephaestus pulsó el botón para abrir la puerta de la cámara.
—¡Por el León! —gritó Bóreas abalanzándose contra la entrada que llevaba al puente.
El pasillo estaba desierto, y el Capellán se detuvo a unos cuantos pasos momentáneamente desconcertado. Se extendía unos veinte metros antes de llegar a un vestíbulo. Ante él tenía las puertas del puente de mando, un portal enormemente blindado con las barras hidráulicas en su sitio. Comprobó el auspex una vez más y éste seguía indicando una abrumadora cantidad de señales de vida. Lo golpeó con la culata de su pistola. El aparato emitió un lastimero aullido electrónico y la pantalla se apagó.
—Hermano Capellán, detecto una señal de interferencia que proviene del puente —anunció Hephaestus—. Están bloqueando nuestros escáneres.
Bóreas volvió a enganchar el auspex en su cinturón y miró al resto.
—Se han refugiado en el puente de mando —dijo avanzando con cautela por el pasillo seguido de los demás—. Es imposible saber cuántos hay, pero debemos asumir que estará muy bien protegido.
—No tenemos equipamiento de demolición para derribar el portal —les dijo Hephaestus.
—¿Hay algún otro punto de acceso? —preguntó Bóreas mientras llegaban al vestíbulo.
Éste también estaba vacío. Bóreas advirtió la lente de un escáner en la pared justo encima de la puerta y le disparó con su bólter haciendo que una cascada de chispas cayese sobre su armadura.
—Hay varios puntos débiles en el tabique —respondió Hephaestus mientras miraba a la izquierda y a la derecha inspeccionando el muro.
—Visión de terror aumentada —murmuró Bóreas, y su visión artificial pasó a convertirse en un mapa de contornos.
Veía la pared, los teclados de la maquinaria y las consolas que había al otro lado. La tripulación enemiga aparecía como unas intensas manchas rojas que resaltaban entre líneas superpuestas. Había al menos tres decenas esperando allí dentro, puede que más, y muchas de ellas estaban reunidas alrededor de la entrada. Vio el contorno de Hephaestus, que avanzaba para señalar una sección del tabique que era más fina que el resto.
—Interrumpir aumento —ordenó Bóreas a su armadura, y recuperó una vaga aproximación de la visión normal.
—Si utilizamos el resto de nuestras bombas de fusión, podemos abrir un agujero —explicó el tecnomarine al tiempo que activaba su hacha de energía y marcaba un tosco contorno en el metal de la pared a unos cinco metros a la derecha de la entrada. Marcó seis puntos para indicar dónde debían colocar las bombas de fusión. Damas reunió los explosivos y empezó a trabajar. Desactivó los temporizadores para que sólo explotasen mediante detonación a distancia. Cuando terminaron, formaron un semicírculo a un par de metros de la futura brecha y dispusieron sus granadas de fragmentación.
—Zaul, Damas, entraréis los primeros y os dirigiréis a la derecha. Hephaestus y Néstor, vosotros entraréis después y cubriréis la delantera. Thumiel, tú vendrás conmigo a la izquierda —dijo Bóreas—. Preparad las granadas para que estallen en tres segundos.
Damas dio un paso adelante con su resplandeciente puño de combate y con Zaul ligeramente agachado detrás de él. Hephaestus miró a Bóreas y el Capellán Interrogador asintió. Con un silbido y un fuerte chirrido, las bombas de fusión detonaron y fundieron el tabique de metal en un instante. Damas se apresuró hacia delante, golpeó con el puño de combate el muro debilitado y penetró en el puente de mando disparando con la pistola bólter. Zaul le siguió de inmediato con el bólter en una mano y el cuchillo de combate en la otra. Sus gritos resonaron por el comunicador mientras Néstor y Hephaestus hacían su entrada con las armas escupiendo fuego. Después entró Bóreas, quien se dirigió a la izquierda, hacia la puerta. Thumiel le seguía de cerca con su rugiente bólter.
Había veinte oficiales y miembros de la tripulación junto a la entrada, armados con una mezcla de pistolas láser, ametralladoras y escopetas. Se disponían a responder al ataque, pero Bóreas abrió fuego primero. El primer proyectil atravesó la cara de un hombre con una bandana roja un momento antes de que su cabeza estallase. El segundo explotó contra la culata de una escopeta e hizo que su portador saltase por los aires al estallarle el arma en las manos.
Sin dejar de disparar, Bóreas atravesó el agujero sujetando el crozius por encima de su cabeza. Los destellos de luz se reflejaban en las brillantes superficies de los paneles de control y las pantallas mientras su campo de conversión cobraba vida al tiempo que recibía los disparos de las escopetas, los bólters y las ametralladoras. Recibió un tiro importante en su rodilla derecha que le hizo tropezar. Un disparo afortunado había perforado el aislante de flexium que había entre las placas que protegían su pierna, pero el dolor remitió al instante cuando su armadura estimuló sus glándulas de supresión del dolor para que entrasen en acción. Thumiel se colocó ante el Capellán Interrogador dejando caer los casquillos de bólter gastados sobre él mientras disparaba en semiautomático contra el enemigo.
Con un gruñido, Bóreas se obligó a levantarse. Dejó la pistola y agarró el crozius con las dos manos. El primero golpe lanzó a un hombre por el puente de mando a cinco metros de distancia hasta que aterrizó pesadamente en un estallido de potenciómetros y cableado. El golpe siguiente aplastó el pecho de un oficial que vestía una larga chaqueta azul decorada con galones dorados y le hizo caer contra el suelo. Borboteaba sangre por la boca procedente de sus pulmones destrozados. Otro hombre blandió una espada y golpeaba como un loco contra la cabeza de Bóreas. La hoja golpeó el casco y le empujó la cabeza hacia atrás. El Capellán apartó la mano derecha del crozius y, cuando el hombre se dispuso a atacarle de nuevo, Bóreas lo detuvo con el brazo, agarrando la espada con el guantelete. Apretó con fuerza y la espada se torció entre sus dedos hasta partirse. Después, el Capellán insertó la punta en la garganta del hombre y la soltó, dejando que el cuerpo del traidor cayese al suelo empapado de sangre arterial.
Sólo quedaban tres hombres con vida y los tres soltaron las armas y levantaron las manos por encima de sus cabezas. Zaul disparó al primero en el pecho y le destrozó la columna y los órganos internos. Bóreas agarró la cabeza del siguiente con la mano y le partió el cuello. Después lanzó el cuerpo a un lado con facilidad. El tercer hombre se postró de rodillas. Las lágrimas le corrían por las mejillas, y el miedo volvió marrones sus blancos pantalones. El traidor farfulló alguna oración impía antes de que la bota que cubría el pie de Bóreas le aplastase la cabeza y le arrancase la vida contra la dura cubierta.
—Damas, Néstor, asegurad la entrada —ordenó el Capellán mientras se apartaba de los cuerpos desparramados y señalaba la humeante brecha en el tabique—. Hephaestus, localiza y desconecta los sistemas de gravedad artificial y de habitabilidad.
El puente de mando era suyo.