Al salir del colegio sintió cierto temor, pero en seguida se dio cuenta de que los carnívoros habían huido. Aún sorprendida de poder estar al descubierto, echó a andar hacia el bosque. Muchos animales yacían en la hierba, sin sentido. Había vacas tiradas en el suelo, otras se tambaleaban mugiendo desesperadamente, con el pelaje cubierto por la película grisácea que les había dejado la lluvia de ceniza.

«Se acabó», se dijo Peggy Sue, «han perdido su poder telepático. Se han vuelto como antes».

Iba tan deprisa que al llegar a las primeras casas del pueblo ya sentía dolor en el costado. No tuvo que mirar mucho para darse cuenta de que los habitantes de Point Bluff yacían, inconscientes, allí donde la onda expansiva los había alcanzado. Comprobó el pulso del sheriff, atravesado en mitad de una acera. Le latía el corazón. Agotada por la larga caminata, se montó en una bicicleta y pedaleó hasta el campamento.

A pesar de que los laterales de la caravana tenían señales de zarpazos, Julia y la madre estaban ilesas. También ellas «dormían». Desde una radio en alguna parte, al otro extremo del campamento, llegaba el sonido gangoso de una canción de moda.

«Esta vez todo ha acabado bien», se dijo Peggy«Ya nada impide que lleguen las comunicaciones a Point Bluff».

Era tan feliz que rio nerviosa la gracia tonta del locutor cuya voz sonaba a sus espaldas. Bajó de la caravana y miró al cielo. El viento soplaba dispersando los restos del extinto sol. Cuando la gente de Point Bluff recuperara la conciencia ya no quedaría nada de él.

«Al final he ganado la partida», se dijo pasándose la mano por la cara.

Miró hacia el bosque, pero no sintió ninguna presencia. Los Invisibles se habían ido. Humillados, habrían levantado el vuelo en busca de otro lugar donde ejercitar su maldad.

Peggy tenía hambre y frío. Dio unos cuantos pasos sobre la hierba empapada.

De pronto, como emergiendo del bosque, una larga caravana de vehículos comenzó a avanzar hacia el pueblo. Era la guardia nacional. Los soldados llevaban trajes protectores y máscaras, como los que se usan en situaciones de contaminación ambiental por un agente tóxico.

En cuanto vieron a Peggy Sue fueron a su encuentro.

—¿Estás bien, niña? —le llegó una voz de hombre a través de la escafandra—. Hace varios días que intentamos comunicar con vosotros. ¿Tú sabes qué ha pasado?

—No —mintió la muchacha——. No me acuerdo de nada.