Durante tres días la bruma ocultó el sol azul, así que aunque el calor era intenso, al menos sus nefastos rayos dejaron de bombardear las cabezas de los transeúntes. En la ciudad todavía se comentaba el curioso caso de Sonia Lewine, la muchacha que había brillado con todo el fulgor por espacio de una tarde para después caer en el más absoluto anonimato.
En el colegio, el ambiente era tenso en clase de matemáticas. La pobre Sonia no se atrevía a mirar a la cara a Seth Brunch.
—Tú no puedes entenderlo —le confesó una tarde a Peggy—. Siento que todo el mundo me observa como a un bicho raro. Esperan algo de mí… Las revistas de ajedrez no dejan de llamar a casa, los profesores de la universidad también… y los organizadores de torneos. Me piden que acepte actuar en público y me suplican que escriba un tratado, que dé consejos a sus lectores… ¿Y qué respuesta tendría que darles yo? ¿Qué en realidad me las veo negras para jugar como es debido a los barcos y que sólo soy un genio a tiempo parcial? Es horroroso. Nunca me había imaginado que fuera tan duro. Tiene que volver el sol. El sol azul. Lo necesito.