Peggy Sue se despertó al alba, cuando la neblina de la mañana cubría los campos de maíz. Sintió de pronto la necesidad de ir a pasear al bosque para aprovechar aquel breve instante de paz y abandonó de puntillas la caravana.
Apenas pisó el claro del bosque cuando oyó una voz tras ella.
—Has rechazado el pacto —dijo el fantasma en tono ofendido—. Te hemos tendido honradamente una mano y tú rompes el frasco mágico. Has dejado escapar tu oportunidad. No se puede decir que hayas elegido bien. No eres valiente… Quedarte ciega no es nada comparado con lo que te espera. Ya que quieres conservar la vista, te puedo asegurar que vas a verlo todo en colores.
Peggy Sue giró sobre sí misma. El Invisible fluía del tronco de un árbol.
«Parece el caucho que brota de las heveas», pensó la muchacha. A la criatura le dio por adoptar el rostro de Julia, dando a los rasgos de la hermana de Peggy Sue una expresión caricaturesca de maldad.
—Todavía no tienes conciencia de nuestro poder —dijo la cosa lechosa, que palpitaba entre los árboles—. A vuestro lado, nosotros somos dioses. Hemos creado la Tierra, la hemos poblado para divertirnos. Yo ya existía cuando dimos forma a los dinosaurios un mediodía lluvioso en que empezábamos a aburrirnos. Soltamos a aquellas enormes bestias para ver cómo se comportaban. Se trataba de jugar a cuál de nosotros inventaba el bicho más cómico… Aquello nos distrajo durante varios miles de años, hasta que nos invadió el hastío y decidimos destruirlos. Ver cómo se devoraban entre sí terminó por hacerse monótono.
—¡Lo que dices son tonterías! —le cortó Peggy Sue intentando fanfarronear.
—Sabes bien que no —soltó el Invisible—. Nosotros fuimos quienes lanzamos sobre aquellos enormes lagartos el meteorito que los redujo a cenizas. Entonces creamos una raza más inteligente, creyendo que sería más divertido… y así modelamos al hombre. Al menos a los primeros representantes de la raza humana. Eso nos mantuvo entretenidos. Igual que niños Criando ratones blancos en un criadero.
Peggy Sue sintió que el horror se apoderaba de ella. Comprendió que el fantasma decía la verdad. Él y los suyos habían estado siempre allí, desde el principio del mundo, ante la ignorancia de los hombres.
—Os lo hemos dado todo —añadió aquella cosa—. Hasta la ciencia. ¡Os hemos concedido como una limosna vuestros mayores descubrimientos! Lo que creéis haber inventado os lo hemos soplado al oído. La chispa genial de algunos cerebros también la encendemos nosotros. Nos divierte ver cómo lo utilizáis. Os hemos dado la bomba atómica, los misiles… toda la panoplia precisa para vuestra autodestrucción. Queremos ver si seréis capaces de llevarlo hasta el final. Hacemos apuestas. Algunos de nosotros creen que no sobreviviréis mucho tiempo… Es interesante. Nos divierte.
—Nos utilizáis como marionetas, ¿no es así? —preguntó Peggy.
—Si —admitió el Invisible—. Nos gusta pensar que la Tierra es nuestro baúl de los juguetes.
—Y si la raza humana se autodestruye —preguntó la muchacha—, ¿qué vais a hacer?
—Crearemos otra —respondió el espectro—. Algunos de mis amigos piensan que el Hombre está pasado de moda, que ya es hora de hacer otra cosa. Por eso empujan al mundo hacia el caos, para precipitar su fin. Tienen prisa por modelar una nueva especie. Hay muchos proyectos en estudio. Nos reunimos de noche, en los claros de los bosques, para debatir la apariencia que tendrán vuestros sucesores. Es apasionante.
—Sois como chiquillos —le reprochó Peggy—. Queréis un juguete nuevo, pero terminaréis por romperlo como el anterior en cuanto os hayáis acostumbrado a él.
El Invisible se encogió de hombros.
—Sin duda —admitió—, pero en eso radica el interés del juego.
Peggy Sue iba a replicar cuando su hermana mayor surgió de entre los matorrales. Se había puesto un impermeable encima del camisón y llevaba zapatillas deportivas sin anudar.
—¿Qué haces? —le dijo con tono lastimero—. Te estamos buscando desde hace una hora. Mamá ya estaba convencida de que te habías fugado.
Gesticulaba sin darse cuenta de que, con su ridículo atuendo, parecía haberse escapado de un psiquiátrico.
Peggy Sue emprendió camino al campamento resignada. Julia no se iba a despegar de su lado. El Invisible se desplazaba junto a ellas riendo burlonamente. Imitaba cada uno de sus gestos, afanándose en hacerlos más grotescos todavía. De vez en cuando se divertía levantándole el camisón a la refunfuñona de Julia de modo que sus nalgas quedaran a la vista de los demás, que se tronchaban de risa creyendo que se trataba de una mala jugada del viento.
La madre esperaba delante de la caravana con aire abatido. Hizo un gesto a Julia para que se callase, a fin de evitar que el vecindario se alborotara.
—¿Lo ves? —dijo el Invisible al oído de Peggy Sue—, siempre va a ser así… Vas a vivir un infierno.
Luego, agarrando con los dedos translúcidos a Peggy por una muñeca, le levantó la mano en volandas y luego la dejó caer en la cara de Julia. La muchacha no tuvo tiempo de reaccionar, su palma golpeó con fuerza en la mejilla de su hermana, que se quedó sin aliento. A la madre se le escapó un gemido de sorpresa. Ante la presencia del campamento en pleno Peggy Sue acababa de abofetear a Julia con la fuerza suficiente como para arrancarle la cabeza de encima de los hombros. Nadie podía sospechar la intervención del Invisible.
—¿Tú… tú has visto? —farfulló Julia tomando a su madre por testigo. Está… está loca. Un día nos matará mientras estamos durmiendo.
—¡Mira! —rio burlón el Invisible al oído de Peggy Sue—. ¡Pues es una idea! ¡Seguro que no iba a extrañarle a nadie!
—Se acabó —intervino la madre—. Ya habéis dado el espectáculo bastante, vestíos y subid al coche. Nos vamos. No tiene sentido que nos quedemos aquí después de lo que ha pasado. ¡Ya estoy harta de que me miren en el supermercado como si fuera la madre de una extraterrestre!
Peggy bajó la cabeza y obedeció, En el instante que iba a subir a la caravana el Invisible la retuvo por la camiseta.
—Vas a tener una bonita sorpresa —dijo recalcando las eses—. Allá donde vayas, estaremos allí para recibirte. Estamos ultimando los detalles de una broma fabulosa de la que tendrás la primicia.
La muchacha se soltó con un movimiento brusco.
El Invisible rio burlón tras ella.
—¡Buen viaje! —dijo riendo a carcajadas—. Creo que va a hacer bueno. ¡Si paras en alguna tienda, no olvides comprar una crema para evitar las quemaduras del sol!