Nicole no vio a Richard en todo el día siguiente. Él había partido más temprano de lo habitual para visitar las tierras septentrionales. A pesar de la pequeña decepción que sintió al saber que no podría poner en marcha su plan hasta la noche, y que para entonces no estarían solos, estuvo animada durante todo el día. Mandó sacudir las alfombras del comedor, cambiar los cortinajes y mover algunos muebles de sitio, tratando de aprovechar mejor la luz del sol.
Tanta actividad la mantuvo ocupada toda la mañana y la mayor parte de la tarde. Aun así, su mente se trasladó muchas veces a sus descubrimientos del día anterior, y a esa noche. Sabía que su hermano, y sobre todo su cuñada, los mirarían con lupa, tratando de dilucidar hasta qué punto su relación andaba bien o mal. No quería preocuparles, pero estaba claro que iban a notar la tirantez con la que ambos se trataban. No sabía qué hacer para que se marcharan esa noche con la sensación de que su matrimonio mejoraba. Tal vez si parecían enamorados… eso no se lo creería nadie. No después de lo ocurrido. Pero si ella no se mostraba reacia a él, e incluso se la veía un poco cariñosa, y él hacía lo mismo, podrían superar la inspección a la que iban a someterlos.
¡Eso era! Esa noche buscaría tocarle de vez en cuando, lo miraría risueña y reiría alguna de sus bromas, siempre con moderación, claro, para no levantar sospechas. Y además advertiría a Richard de su plan. Le diría que era la forma más sencilla de evitar que sus hermanos se pasaran todo el otoño acechándoles. Quizá él se sentiría obligado a mostrarse cómodo con ella. Estaría bien permanecer relajados por una noche. Y quién sabía, quizá fuera la primera de muchas más.
Con ese pensamiento fijo en su mente, se preparó para la cena. Se bañó y pasó bastante tiempo eligiendo qué se pondría. No podía ir de gala, dado que sería algo informal, pero quería lucir bonita. Tras decidirse por un vestido dorado con un escote algo más pronunciado de los que solía utilizar en esos días, unos pendientes de diamantes y un peinado que recogía su cabello en lo alto de la cabeza, haciéndola parecer más alta, se preparó para bajar.
Sabía que Richard ya había llegado. Había oído su voz al otro lado de la puerta. Odiaba aquel pedazo de madera, que la hacía sentir tan cerca y a la vez tan lejos de él. Sabía también que debía de estar ya en la planta baja, esperando a James y Judith, pues la actividad en la habitación contigua había cesado hacía unos minutos. Dándose ánimos, salió de su alcoba y bajó las escaleras. Estaba en el vestíbulo, y le ofreció la mano, galante, cuando llegó al penúltimo escalón. Ella tomó la ayuda que le ofrecía y le sonrió, dubitativa.
—¡Me alegra encontrarte antes de que lleguen! Quisiera hablar contigo un momento a solas, por favor.
Estaba preciosa, envuelta en oro y con el pelo recogido, dejando al descubierto su grácil cuello. El escote de su vestido revelaba más que de costumbre. Su mirada se perdió en la piel cremosa que mostraba, recordando la perfección de sus pechos. No sabía de qué querría hablarle, pero la hubiera seguido al fin del mundo si se lo hubiera pedido en aquel momento.
Entraron en la salita azul. Ella pasó delante, dejó que él entrara y la rebasara, cerró la puerta y se giró a encararlo. Habló con calma, mientras se esforzaba por sonreír.
—Richard, vamos a someternos al escrutinio de tu hermana, y me temo que si no queda satisfecha con lo que ve, vendrá aquí noche tras noche hasta que se asegure de que todo va según sus deseos.
Él sonrió. Era obvio que Nicole conocía bien a Judith. Puso cara de circunstancias, pues como bien había dicho ella, poco se podía hacer al respecto.
—Me temo que estás en lo cierto, pero no se me ocurre nada para evitar su vuelta, si decide que no le gusta lo que ve.
Ella asintió, y se preparó para lo que iba a decir. Esperaba que él la escuchara, antes de negarse siquiera a considerar sus planes.
—Ya, a eso me refiero. Tu hermana es… tenaz.
La carcajada de él ante su diplomacia envolvió a ambos. Por un momento todo parecía estar en orden. No existían malentendidos, ni rencores. Solo era un matrimonio joven bromeando. Nicole se animó. Ambos sonrieron.
—Tenaz es una forma de definirla que te honra, en verdad.
Más segura, se lanzó.
—¿Y si tratamos de engañarla? Por supuesto no podemos aparecer felices y contentos…
—Por supuesto.
De nuevo se instaló un poco de tensión en la habitación, ante la aceptación de que las cosas no iban bien. Pero ninguno quería estropear el momento de paz que estaban disfrutando. A Richard, además, la idea de confabularse con su esposa le parecía encantadora, y un paso hacia delante.
—En cambio, si nos mostramos… cómodos, quizá crean que las cosas se van arreglando y nos dejen espacio.
A Nicole le pareció que Richard estaba valorando su respuesta. En realidad él se estaba lamentando por haberla oído decir, aunque de forma indirecta, que su matrimonio no avanzaba.
—¿Y cómo propones hacerlo? Mi hermana es muy lista, demasiado para su propio bien.
Ella rio, y su risa abrazó el corazón de Richard. Atento, escuchó lo que ella le proponía. Algún roce, alguna galantería, y hablarse como si lo hicieran habitualmente.
De nuevo le escoció lo que ella le decía. Efectivamente en el tiempo que llevaban casados apenas se habían dirigido la palabra, y desde luego no se habían tocado, ni mucho menos acariciado. Le pareció una buena oportunidad de estar relajado con ella, y de que su esposa estuviera a gusto con él. Quizá podía ser el principio de algo nuevo. Asintió.
Nicole, feliz al poder pasar un rato de tranquilidad, y de haber expuesto la realidad de su matrimonio con calma y sin discutir, le sonrió y se acercó, sin pensar, hacia él.
Richard la vio venir y se mantuvo quieto, casi hipnotizado, expectante ante su próximo movimiento. Pero el mayordomo avisó de la llegada de los duques de Stanfort, y el momento se evaporó.
Cogidos del brazo, como correspondía a un matrimonio bien avenido, fueron a recibirles.
Estaban instalados en el comedor, los cuatro solos. Había decidido que el servicio dejara todos los guisos sobre el aparador del comedor, cubierto con un mantel a tal efecto, y servirse ellos mismos, como hacían por las mañanas en el buffet del desayuno en Stanfort Manor.
Sin lacayos que dieran solemnidad a la cena, el ambiente era completamente distendido. Nicole y Richard estaban sentados el uno al lado del otro, bastante cerca dadas las dimensiones de la mesa, y en más de una ocasión él había rellenado su copa o su plato, y ella le había sonreído o acariciado el brazo en agradecimiento. Nicole se sentía en una nube de felicidad. Richard, por su parte, empezaba a creer que un matrimonio feliz entre ambos era posible, y que estaba cada vez más cerca.
Judith, que los vigilaba con ojo avizor, parecía estar satisfecha con lo que estaba viendo. James habló.
—Nick, madre ha intentado venir a verte ya dos veces.
La aludida puso los ojos en blanco, y Richard rio ante su fastidio. Lady Evelyn había regresado de Londres y se había instalado en la casa de la duquesa viuda, un lugar en el extremo opuesto del condado. James continuó, divertido con la reacción de todos.
—Hemos podido frenar…
—¿Hemos? —Judith le miró, severa pero sonriente.
—De acuerdo —le concedió el punto con cariño—. Mi diligente esposa ha logrado frenar sus avances, en ambas ocasiones, aduciendo que todavía es pronto para que recibáis visitas. Pero cualquier día aparece aquí sin avisar. Estate preparada.
—Richard, por favor, ¿no podrías ordenar que se retrasara la cosecha para otro momento e irnos a algún sitio? Adonde quieras, a mí cualquier lugar donde no esté mi madre me parece bien.
El fingido horror, sumado a lo absurdo de su ruego, los hizo reír de nuevo.
—Me temo que eso no será posible, cariño.
«Cariño». Se miraron durante un segundo. A los dos les encantó cómo sonaba.
—Hablando de progenitores, Richard. ¿Qué hay de papá?
El vizconde se puso a la defensiva en el acto.
—Está en Cambridge, visitando a lord Grunterd.
Judith insistió.
—¿No te parece curioso, James, que mi padre, que nunca ha querido moverse de Westin House, decida de repente irse a Cambridge durante semanas?
James se disculpó con Richard en un gesto por la traición que iba a cometer, pero tenía que apoyar a su esposa.
—Sin duda, pequeña, es extraño.
Richard se vio obligado a explicarse.
—Quizá tuvimos una pequeña diferencia de pareceres al respecto de cómo iba a manejar yo la cosecha de este año.
Nicole bebía cada palabra, atenta. La ausencia de lord John le dolía, pues había estado convencida de que era por su causa por la que se había marchado. Tal vez, tras el escándalo de la ópera, había creído que ella no estaba a la altura de su hijo.
—Según me ha comentado la señora Growne, todos los empleados de la casa pueden asegurar que la diferencia no fue pequeña, y que desde luego no era la cosecha el asunto que según papá no habías sabido manejar correctamente.
Un alivio enorme la recorrió al saber que no era ella, sino el trato recibido por Richard, el que había forzado la marcha de su suegro. Tuvo que obligarse a no derramar ninguna lágrima.
—Quizá la señora Growne hable más de lo que debe —gruñó Richard.
—Quizá papá y tú fuisteis menos discretos de lo debido.
Rieron, ante la mordacidad de Judith. Richard cambió el rumbo de la conversación. No quería hablar de nada que pudiera alterar a Nicole, y era obvio que por un momento se había sentido angustiada. La miró de nuevo, sonriendo, tratando de infundirle ánimos.
—Bien, ¿y qué tal los negocios en Estados Unidos? ¿Cómo va el proyecto del señor Bonen?
Fue Judith quien contestó a eso. Hizo una magnífica disertación sobre riesgo financiero y beneficios esperados, habló también de los últimos movimientos de la bolsa y de los proyectos de expansión del país hacia el oeste. Nicole, que presumía de conocer bien a su cuñada, no tenía ni idea de que fuera una experta en economía. Estaba realmente impresionada.
Fue James quien se lo explicó, una vez que Judith finalizó su exposición.
—Durante su vida en Boston hubo de hacerse cargo de los negocios de Ashford. Y es obvio que lo logró con creces.
La aludida se sonrojó ante el cumplido. Nicole la miró, alzando su copa en silencio y reconociéndole el mérito.
—Bien, Richard, ya te hemos contado lo que ha ocurrido las últimas semanas en América. Cuéntanos tú qué ha sucedido en Londres durante nuestra ausencia. Seguro que nos hemos perdido muchas anécdotas interesantes.
—Poco puedo contaros, pues abandoné Londres cuando vosotros, y me vine a Westin House. —Nicole no sabía eso. Se alegró—. Sois tu esposo y tú quienes habéis estado para el final de la temporada. Decidnos a Nicole y a mí, pues, ¿ha ocurrido algo interesante?
Por supuesto había leído en el Times los acontecimientos sociales, pero prefería que fuera Judith quien se los contara a Nicole, mientras él la observaba a placer.
—Quizá no sepas entonces, Nick —dijo su hermana, contenta de poder cotillear un poco— que las hermanas Sutherly se han casado. ¡Las tres a la vez! Y ¿a que no adivinas con quién?
Nicole podía suponerlo, pero ella parecía tan feliz de desvelarlo, que no quiso fastidiarla. James, en cambio, no pensó lo mismo.
—Con los sosos del reino.
—¡James!
Richard rio ante el enfado de su hermana, no sabía si por el apodo, o por chafarle el final de la historia. Su cuñado puso cara de inocente.
Nicole aplaudió la noticia. Estaba radiante esa noche. Ojalá consiguiera él que ella siempre se viera así de feliz. Se prometió que lo intentaría, olvidaría el pasado y lograría que ella también lo hiciera. Esa misma noche empezaban de cero. Posó su mano sobre la de ella. Ésta le miró, sobresaltada por el gesto, pero no apartó la mano, sino que le sonrió con afecto.
James siguió hablando, ajeno a ambos.
—¿Sabéis cuál ha sido el otro gran matrimonio de la temporada? ¡Lady Elisabeth Thorny y el marqués de Kibersly!
—¡James!
Judith miró admonitoria a su marido, y le señaló con disimulo a Nicole. Ella había estado cerca de casarse con él, quizá no le gustara la noticia.
—¡Venga ya, pequeña! A mi hermana ese petimetre le da completamente igual. No se habría casado con él de haber podido. Además, al final salió ganando. ¡Logró atrapar a Richard!
Se hizo un pesado silencio de repente. James era consciente de que se había propasado, pero quería ver la reacción de ambos ante una alusión tan directa a su matrimonio. Judith estaba espantada, y Richard, que conocía bien a James, optó por la callada.
Nicole, en cambio, aceptó el reto.
—Eso es cierto. ¿Quién querría a un marqués que me adulara a todas horas, pudiendo tener a un vizconde que se pasa el día haciéndome la puñeta?
Pestañeó exageradamente a Richard, coqueta, haciendo reír a todos. Richard alzó su copa.
—Por el marqués de Kibersly, que ha sido quien más ha perdido con el cambio.
—¡Por el marqués!
Todos brindaron, divertidos.
Siguieron contando cotilleos de salón durante un rato más. Acabada la cena, Nicole propuso jugar una partida de naipes. James se excusó.
—Me temo que Judith tiene que descansar. Ha estado algo… indispuesta últimamente.
No necesitó decir más, Nicole y Richard entendieron la alusión perfectamente. Llovieron los abrazos, los besos y las felicitaciones. Un nuevo bebé. Era una noticia maravillosa.
Poco después, despedían a los duques, todavía sonriendo, y se quedaban solos de nuevo.
Permanecieron quietos en la entrada una vez que se cerró la puerta. Ninguno quería dar por finalizada la velada.
—¿Te apetece un oporto, Nicole? —dijo, ofreciéndole su brazo.
Ella sonrió, y le tomó de la mano.
—Bien, Richard, si vamos a pasar juntos el resto de nuestras vidas, hay algo que debes saber sobre mí. —Esperó hasta que él la mirara, intrigado—. No me gusta el oporto. Prefiero el whisky.
La carcajada de Richard reverberó por todo el hall.
—Whisky, entonces.
Cinco minutos después estaban sentados en el salón azul. Ella, ante la sorpresa de él, que no sabía que en esa sala hubiera más alcohol que un poco de oporto, había sacado del mueble bar una botella de whisky escocés y había servido dos copas. Se mantenían en cómodo silencio, uno al lado del otro, rememorando los detalles de la velada y saboreándolos. Al rato, Richard dejó el vaso en la mesita auxiliar y la miró fijamente.
—¿Adónde vas por las mañanas?
La pregunta fue suave. Ella supo que se refería a sus largas ausencias matinales. Dejó también el vaso, pero no contestó.
—Hace días que me lo pregunto —continuó él. Apartó un mechón de su mejilla—. Podría haberte seguido, pero en esto consiste la confianza, ¿no? Preguntar cuando se duda y creer en la respuesta.
Ella asintió, hipnotizada. Él la miraba con intensidad, casi le quemaba.
Richard vio deseo en los ojos de ella, y no pudo desaprovechar la ocasión. Se acercó despacio, por miedo a asustarla si hacía un movimiento brusco, y cerró su boca sobre la de ella.
Fue un beso suave, destinado a tentar más que a conquistar. Ella respondió también, con ligereza. Subió su mano hacia la mejilla bien rasurada de Richard, y le acarició levemente.
De repente algo húmedo los interrumpió. Nicole estaba llorando, pero ninguno de los dos se había dado cuenta. Se separaron. Richard se asustó al verla afligida. Se temía que las lágrimas de ella eran de tristeza. Oyó el sollozo que a ella le salió desde lo más profundo del alma, la vio taparse con las manos la boca que poco antes había estado besando, y salir corriendo de la sala, rumbo a su habitación.
No la siguió.
Nicole se lanzó en la cama, llorando. No sabía muy bien por qué lloraba, solo sabía que no podía detener el torrente de lágrimas. Había sido una noche preciosa, el principio de algo. Él la había besado, y había hablado de confianza. Y ella lo había estropeado todo echándose a llorar.
No podía evitarlo. No era tristeza lo que sentía, pero tampoco alegría. Se sentía… vulnerable. Sentía que todo lo que conocía, todo lo que sabía, se tambaleaba a su alrededor, y que tendría que tomar una decisión.
Pero estaba asustada. Era consciente de que toda su vida dependía de él, y no estaba segura de poder confiársela. Él era un buen hombre, y esperaba que no volviera a hacerle daño. Había hablado de preguntar y confiar, refiriéndose tal vez a la lista de candidatos a esposo, y a su reacción. Algo en su interior afirmaba que él no volvería a cometer el mismo error. No con ella. Pero aun así estaba asustada. Estaba muerta de miedo, en realidad.
Siguió llorando un rato más, esperando que la calma llegara sola. Cuando cesó el llanto, se lavó la cara, se puso un camisón limpio y comenzó a peinarse, delante del espejo. Se la veía ajena, con los ojos ligeramente hinchados, y desorientada.
Parecía como si todos los cambios en su vida, la inseguridad sobre su situación, el miedo a la sociedad, y la intensidad de sus sentimientos hacia él, se hubieran volcado sobre ella de repente. No había sido capaz de soportarlo.
Ahora se sentía estúpida. Siguió ocupándose de su cabello, a falta de algo mejor que hacer. Había sido una noche de ensueño. Los cuatro juntos, y felices. Se habían divertido, y ella había disfrutado muchísimo de las atenciones de su esposo. Y en la salita azul lo había deseado, y estaba segura de que él también la había deseado a ella. Parecía que sus cuerpos no entendían de miedos ni traiciones. Si siempre pudiera ser así.
Pero ese era el tema. Podía ser siempre así. Solo tenía que creerlo, y confiar en que él también lo quisiera. De nuevo sintió vértigo, y un par de lágrimas rodaron por sus mejillas. Se las secó con el dorso de la mano, impaciente. Parecía que todos sus buenos propósitos, sus planes de conquistar a su esposo, se debilitaban cuando se volvían espantosamente reales.
Necesitaba pensar, ordenar sus sentimientos. En ese momento estaba confundida. Ojalá pudiera hablarlo con alguien, pero no había nadie. Se sintió sola como nunca, y la desazón volvió a embargarla. Todo parecía tan complicado, ahora. Esa mañana las cosas eran sencillas, su plan era sencillo. En ese momento, en cambio, nada parecía fácil.
Desesperanzada, descorchó la botella de whisky escondida al fondo de su armario, traída directamente desde la bodega de Stanfort Manor, se sirvió una copa y se metió en la cama, a sabiendas de que el sueño tardaría bastante en llegar.
Mientras, un Richard confuso paseaba a lo largo y ancho de la salita azul, donde hasta instantes antes había estado besando a Nicole. ¿Qué había ocurrido? Creía que todo iba bien. La velada había transcurrido a las mil maravillas. No había necesitado fingir que estaba feliz al lado de ella, y hubiera jurado que ella tampoco simulaba su alegría. Ambos habían querido prolongar la velada tomando una copa más, y sabía que ella le había deseado cuando la había besado. Pero en un momento todo estaba bien, y al siguiente todo era un desastre.
Supo instintivamente que tenían que hablar de lo que acababa de ocurrir, y que tal vez al día siguiente fuera demasiado tarde.
Cogió las dos copas, que habían quedado relegadas al olvido en la mesa, y subió hacia la planta alta, hacia la habitación de ella.