13

Nicole oyó un par de intentos de abrir la puerta de nuevo, una maldición, un segundo de duda, y los pasos airados de Kibersly que se alejaban. Maldito fuera el marqués por no quedarse e insistir. Y maldito Richard también, que la miraba como si ella fuera una mujer caída en desgracia y él un ejemplo de moralidad. Se cruzó de brazos y lo enfrentó, tratando de ocultar con su mal genio el temor que sentía sobre las posibles consecuencias de lo que acababa de hacer. Richard no la delataría, ¿verdad? Sería terrible casarse con un hombre al que no deseaba, y más terrible si era por la acusación del hombre que la desvelaba.

—La puerta, por favor.

—¿La puerta? —Él la miraba como si estuviera loca—. Haberlo pensado antes de entrar, señorita.

Los ojos de ella echaban chispas. Trató de serenarse antes de contestar.

—Abre la maldita puerta, Richard. Si alguien intenta entrar y la encuentra cerrada, estaremos en un lío.

Él tuvo que acceder. Por más que le fastidiara, ella tenía razón en ese punto. Se acercó a la puerta y abrió el pestillo suavemente, al tiempo que le decía:

—Ah, entonces será por eso que antes la dejaste abierta. Si alguien intentaba entrar, al estar la puerta abierta no estarías en un lío, a pesar de encontrarte literalmente pegada al capullo de Kibersly, mientras la mano de él descansaba sobre tu…

No necesitó mirarla para saber que la había enfadado.

—Serás… ¡todo esto es culpa tuya, Richard Illingsworth!

Oyó que él chasqueaba la lengua, con tedio.

—Creí que habías abandonado la mala costumbre de culparme de todos tus males. —La retó con la mirada a que contestara. Al no hacerlo continuó, más sosegado—. En cualquier caso no he sido yo quien te ha obligado a meterte en esta sala con tu perrito faldero para dejar que te manoseara el trasero.

—Tú… tú… —Estaba tan enfadada que no le salían las palabras.

—¿Yo? ¿Yo? —repitió, esperando que le explicara lo ocurrido. Necesitaba saber qué veía en aquel estúpido. Hubiera matado por entenderlo.

Se estaba riendo de ella. Volvía a reírse de ella. Una furia desconocida la invadió y perdió el control. Alzó la voz al tiempo que aplastaba su dedo índice contra el pecho de él, completamente fuera de sí.

—Si tú no me hubieras besado la otra noche no estaría aquí, Richard Illingsworth. —Golpeó el pecho con el dedo, con más fuerza—. Si no me hubieras hecho sentir mantequilla en tus brazos, no estaría aquí, Richard Illingsworth. —Repitió el gesto de su dedo con más furia todavía—. Si no fueras el único hombre que me hace sentir mujer, no estaría aquí, Richard Illingsworth. —De nuevo el insidioso dedo se clavaba entre las costillas de él—. ¡Pero aquí estoy, intentando que otro hombre me haga sentir como tú para casarme con él!

Richard se quedó completamente quieto. Si ella se hubiera desnudado frente a él y hubiera bailado la danza del vientre no le hubiera excitado más. Nicole le deseaba. Solo a él. Él la hacía sentirse mujer. Mantequilla en sus brazos.

Un sentimiento completamente nuevo para él le invadió, al tiempo que se volvía loco de deseo. En un solo movimiento cerró la distancia que los separaba y la besó como nunca la había besado. Como nunca antes había besado a una mujer. Sin delicadeza, sin reservas, sin guardarse nada de sí mismo. La devoró, tratando de saciar un apetito que ni siquiera sabía poseer.

Nicole, más que verlo llegar, lo presintió. Sintió su boca, y su cuerpo reaccionó al instante. Se le contrajo el estómago de anticipación, se abrió el mundo bajo sus pies para engullirla en un torbellino de placer, y ya no pudo pensar.

Richard no podía aminorar la intensidad de su pasión. La besaba con fiereza. Una parte de su mente sabía que le magullaría los labios, que le dejaría marcas en el cuello con su ardor, pero la otra parte le decía que marcarla era su derecho, que era suya y de ningún otro. Ella, en su fiera inocencia, se lo había confesado, sellando el destino de ambos. Sus manos comenzaron a deslizarse por el cuerpo de Nicole. Acunó los pechos con las manos. Eran exquisitos, cubrían perfectamente sus palmas, como si estuvieran hechos a su medida. La sintió gemir y pellizcó el diminuto bulto de su pezón a través de la tela, que reaccionó irguiéndose contra sus dedos. Pero necesitaba más. Sus manos abandonaron su rostro y se deslizaron con apremio por la espalda hasta su trasero, que sintió perfecto también, y que presionó contra su erección. Insatisfecho a pesar del íntimo contacto, comenzó a tirar de la falda hacia arriba. Le urgía sentir su piel. Estaba hambriento, y ella era su maná.

Nicole se ahogaba y solo Richard parecía mantenerla a flote. Cuando le pellizcó los pezones, arrugados de excitación, un gemido gutural salió involuntariamente de su garganta, pidiendo más. Él la complació bajando las manos más allá de la cintura, atrayéndola. El cuerpo de ella cobró vida y se apretó contra el bulto creciente de la virilidad de él. Notó que sus faldas subían, el frío de la noche, y el tacto de él sobre su piel, que en contraste con el calor que sentía, la llevaron a la locura.

—Nicole…

Oír su nombre la transportó al siguiente nivel, a uno que ni siquiera sabía que existía. El ronco susurro, velado contra la boca de él, era tan ardiente que la arrastró indefectiblemente hacia la pasión que le ofrecía, hacia donde ambos se dirigían con deleite.

Un coro de gritos los devolvió a la realidad. Las hermanas Sutherly, los tres sosos del reino, y un par de muchachas más que Richard no conocía, estaban en el umbral de la puerta, que alguien había abierto de par en par.

Sin tiempo apenas para reaccionar, soltó sus faldas, la tomó presto de la cintura, le dio la vuelta colocándola de espaldas al pequeño grupo congregado en la puerta para que nadie pudiera verla, y se tomó un segundo para mirarla profundamente.

Y fue en ese preciso momento cuando Nicole se enamoró de él. Tenía el pelo alborotado, probablemente era ella quien se lo había dejado en ese estado. Todavía la mantenía cogida, sabiendo que las piernas de ella no le respondían aún. Su boca, sus maravillosos labios, estaban inflamados por la pasión, como también debía de estarlo la suya propia. Pero fueron sus ojos los que la derribaron. Refulgía de pasión, se veían del color del mejor whisky, y la miraban con una mezcla tal de calor, ternura y preocupación, que todas sus defensas cayeron como fichas de dominó y supo que amaría a ese hombre mientras viviera.

Richard le acarició la mejilla con suavidad, seguro ya de que ella había recuperado la compostura. Hizo acopio de tranquilidad y se dio la vuelta, para saludar al creciente público que se acumulaba en la puerta. Estaban metidos en un buen lío.

En ese momento llegó James, seguido de Judith y con los condes de Bensters pisándoles los talones. Como si de Moisés en el mar Rojo se tratara, la multitud se abrió y los dejó pasar. Se hizo el silencio. No hacía falta que nadie les explicara lo que acababa de ocurrir, el estado de sus ropas y peinados hablaba por sí solo.

Fue Judith quien los sacó a todos de su estupor, y salvó la situación.

—Jovencitos —los riñó en tono cariñoso, que podría engañar a cualquier que no la conociera bien—, creí que habíamos acordado que sería un secreto hasta que la duquesa viuda fuera informada del compromiso.

Y entonces estallaron las voces de todos los curiosos y la noticia corrió como la pólvora. Los respectivos hermanos de los duques de Stanfort estaban prometidos.

Judith se sentó frente a Richard en el carruaje de éste. Estaban solos. James y Nicole habían cogido el coche ducal, solos también.

Bendita April, que había felicitado a Nicole efusivamente en cuanto Judith había anunciado el compromiso. Había hecho que todo el mundo reaccionara con cierta credulidad, a pesar de lo jugoso de la noticia. Las felicitaciones habían llovido desde todas partes, y a la alta sociedad allí congregada les había parecido la unión perfecta, dada la relación de sus respectivos hermanos.

Los dragones, como su marido llamaba a las cotillas más recalcitrantes, estarían hablando ya. Todas las matronas harían comentarios malintencionados sobre lo indecoroso de la situación en la que habían sido sorprendidos, pero los rumores acabarían en el altar. Se era más permisivo con aquellos que hacían lo correcto.

En cuanto habían tenido ocasión, se habían despedido de los Guestens, que estaban encantados de que hubiera sido precisamente en su fiesta donde se hubiera anunciado el enlace. Todos lo considerarían un éxito social, más aún cuando ese año los Tremaine no iban a celebrar su célebre baile en los jardines. Y era el primer compromiso de la temporada, además.

Ambos carruajes habían llegado a la vez a la puerta de sus anfitriones, mas una mirada había bastado para saber con quién iría cada uno.

Y allí se encontraban ahora. Richard estaba muy malhumorado. Saltaba a la vista que no estaba satisfecho en absoluto con lo que había ocurrido. Afortunadamente su hermana esperaba en silencio a que él quisiera hablar. Fuera había un atasco monumental, como si todo el mundo hubiera dado la fiesta por concluida, una vez satisfecha la morbosidad, así que disponía de al menos media hora para aclararse.

¿Qué demonios había ocurrido? Se había comprometido con la única mujer a la que nunca había considerado como posible esposa. A la que jamás se atrevió a considerar. Todo había ocurrido demasiado rápido. Primero la había sorprendido besándose con Kibersly, luego le había dicho que le deseaba, y él se había abalanzado sobre la muchacha sin control, y después habían sido interrumpidos por las amigas de ella.

Se apoderó de él una fría certeza: Nicole le había engañado. Había preparado una trampa para el marqués, como hiciera con él lady Elisabeth. Pero él había fastidiado el plan al interrumpirlos. Supuso que para la dama tanto daba uno que otro, y había aprovechado la coyuntura para atraparle a él.

La rabia le inundó, y tuvo que hacer un esfuerzo monumental para que sus sentimientos no se reflejaran en su rostro. Su hermana le miraba atentamente, y no quería que supiera qué estaba pensando.

Estaba atrapado. Por más que deseara negarlo, Nicole había tejido la telaraña perfecta y él, en su estupidez, se había enredado sin ayuda de nadie. Y pensar que se había preocupado sinceramente por ella al ser sorprendidos, temiendo que pudiera desmayarse. No había otra opción, tendría que casarse con ella. Aunque las circunstancias no le permitían alegrarse como pensó que le ocurriría si alguna vez lograba tenerla.

Pero se aseguraría de que a ella le disgustara la idea tanto como a él.

En el otro carruaje James no conseguía mejores resultados que su esposa. Nick estaba en absoluto silencio, y no parecía que fuera a cambiar de actitud. Seguía cavilante, y James consideró pertinente dejarla con sus pensamientos. Al menos de momento. Cuando llegaran a Park Lane toda la familia tendría una conversación en la biblioteca. Una conversación que sería muy larga, por cierto.

El duque no sabía cómo se sentía. Desde luego no estaba satisfecho con la indiscreción de Richard y Nick, pero no podía evitar sentirse aliviado al saber que esos dos se casarían. Se sentía feliz, incluso. A pesar de sus diferencias, estaba seguro de que sería un buen matrimonio para ambos. Satisfecho con sus pensamientos, se recostó en el mullido asiento de terciopelo rojo del carruaje.

Nicole, en cambio, aún no se podía creer todo lo que había ocurrido en un lapso de tiempo de apenas diez minutos. Había besado a lord Preston, el que iba a ser su esposo si todo iba como esperaba. No había disfrutado nada del interludio, aunque tampoco había sido desagradable. Se había quedado sin candidato al altar. Había sido sorprendida por Richard, y habían discutido. Él la había besado. Había disfrutado muchísimo. Los habían descubierto. Ella se había enamorado. Estaban prometidos.

Su mente, incrédula, repetía una y otra vez la escena, paso a paso, tratando de asimilar lo sucedido, buscando dónde estaba el truco.

Richard. Tras la pasión del beso, las caricias y los suspiros, tras la violenta interrupción y el escándalo, él la había mirado. Había posado su mirada en ella y Nicole había podido ver en sus ojos infinita ternura y preocupación. Solo su hermano la había mirado así. «¡Bueno, sin la pasión, claro!», se amonestó al punto.

Ese hombre siempre había despertado en ella emociones fuertes, y hubo una vez en que incluso pensó en casarse con él. Pero ahora iba a ocurrir de verdad. A pesar de lo extraño de las circunstancias, estaba… esperanzada. Richard tenía que quererla un poco, ¿no? Nadie besaba así, ni miraba así, si no sentía algo especial. O eso esperaba.

Le entró el pánico. El año anterior había presupuesto lo mismo, y al final había estado equivocada. Aunque entonces él no la había besado con ese apremio. El sonrojo sustituyó al miedo, y rezó para que su hermano no supiera en qué estaba pensando exactamente.

El carruaje se detuvo y se abrió la portezuela. Nicole se sorprendió al ver que estaba en casa de su hermano, no en la suya. En su antigua casa, de hecho. Ni siquiera se había dado cuenta de la dirección que tomaban, tan ensimismada estaba. Precedió a James y se encontró con la mano enguantada de Richard, que le ofrecía ayuda para bajar del vehículo. La sintió firme, en contraposición a la suya, que temblaba ligeramente. Trató de sonreír, pero algo en la mirada de él se lo impidió.

Bueno, tampoco podía esperar que él diera saltitos de alegría por lo ocurrido. Pero todo iría bien, se dijo. Al final esta sería una maravillosa anécdota, se prometió. Una aventura de tantas como esperaba vivir con él, rezó.

Entraron en la casa. Judith había llegado apenas un minuto antes y les aguardaba en la entrada, mientras su hermano prefería esperar fuera. Debía de haber aprovechado para ordenar al mayordomo que preparara el estudio para una pequeña reunión, pues había cierta actividad en la casa, poco habitual a altas horas de la noche, y el fuego de la chimenea estaba encendido. Ella sí le sonrió, y Nicole se sintió reconfortada. Con timidez, le devolvió la sonrisa, tomó el brazo que su cuñada le ofrecía y fueron juntas hacia la biblioteca.

Detrás les seguían Richard y James. Los hombres, en cambio, apenas se miraban. Ninguno de ambos quería sacar conclusiones precipitadas, y prefería esperar a ver cómo se desarrollaba lo que quedaba de noche, y cómo reaccionaba el otro.

Una vez dentro, y servida una copa de oporto y tres de whisky, pues esa vez sí se tuvo en cuenta la petición de Nicole, se hizo el silencio. Todos se miraban pero nadie parecía tener nada que decir. Fue Richard quien se decidió.

—James, Judith, ¿os importaría dejarnos a solas a mi prometida y a mí durante unos minutos?

No pasó desapercibido a ninguno de los presentes que prácticamente había escupido la palabra prometida. La preocupación se reflejó en el rostro de Judith, quien miró a su esposo buscando opinión. Éste asintió y ambos salieron en silencio de la estancia.

Una vez solos, Richard se encaró a la muchacha, que estaba sentada en uno de los enormes sillones orejeros de James. Allí sentada, parecía más menuda y mucho más frágil.

—Escúchame y no me interrumpas.

El rostro de ella se tornó lívido ante su tono. «Mejor».

—A ver si adivino lo que acaba de ocurrir. Planeas con tus amiguitas las Sutherly ser sorprendida con Kibersly en una situación que asegure el compromiso.

—¡¿Qué?! —Su tono destilaba pánico.

—Te he dicho que no me interrumpas, Nicole —contestó con voz fría como el acero. Ella calló, desorientada—. Te largas con el pobre desgraciado, pero llego yo y te estropeo el plan. Y piensas ¿qué más dará uno que otro? La cuestión es casarse, ¿no? Me enredas hablando de deseo, y yo caigo como un jovencito inexperto. —Aplaudió—. Buen trabajo, Nicole, muy buen trabajo. ¿Quién te lo ha enseñado, lady Elisabeth?

Solo de pensar en la hija de los Bernieth se puso enfermo, y su rabia aumentó considerablemente, lo que hacía un momento le había parecido imposible.

—¿De eso iba todo esto, lady Saint-Jones? ¿De demostrarle a lady Elisabeth que tú sí eras capaz de atrapar a un hombre con el truco más viejo del mundo? —Ella seguía callada, completamente espantada—. Pues enhorabuena, milady, acabáis de ganar un marido. Solo espero que sepáis lo que eso va a significar para vos.

Ella salió de su estupor poco a poco, horrorizada. Él creía que ella le había engañado. Y viéndolo desde su punto de vista, era comprensible. La situación era casi insostenible. Sería mejor que se explicara, y rápido, pues era su futuro lo que estaba en juego. Ya exigiría una disculpa después por sus ofensas.

—Richard, sé lo que parece, pero tienes que creerme…

—¿Creerte? —la interrumpió. Su tono era cruel—. No me hagas reír. Tenemos poco tiempo, antes de que vuelvan a entrar, así que déjame acabar. No pienso decirle a James la artera de primera que es su hermanita, y te agradeceré que tú no presumas de tu gesta ante nadie. No quiero que ninguno de ambos tome partido en nuestra relación y vuelva a ocurrir lo mismo que el año pasado. Ni James ni Judith tienen la culpa de… —no encontraba palabras para definirlo, así que optó por ser intencionadamente grosero—… de esta mierda, así que no les salpiquemos.

En ese momento la puerta volvió a abrirse, y los duques entraron. Richard rebajó a duras penas su enfado a mera irritación.

—Bien, sobran las palabras. Elegid fecha para el enlace, y acabemos con esto.

Judith miró a su hermano con preocupación.

—Richard…

—No pasa nada, Jud. Simplemente no me gusta sentirme obligado a nada.

—Haberlo pensado antes de levantarle la falda a mi hermana, Sunder.

En el tono de James no había rencor ni enfado, solo constataba un hecho. Aun así fue como si le echaran sal en una herida. Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no contestar con la misma mordacidad. Optó por el silencio.

Pasado el momento de tensión, Judith volvió a hablar.

—Creo que para San Jorge podría ser un buen día. Apenas queda una semana, lo que es conveniente en caso de que sea necesaria una boda rápida.

Dejó caer el comentario con suavidad, esperando no crear un cisma. Pero si no habían traspasado el límite, sería más conveniente un noviazgo largo, para acallar especulaciones desagradables. Era importante saber hasta dónde habían llegado. Fue Richard quien contestó.

—No, no es necesaria una boda rápida.

James soltó el aire que estaba conteniendo. El alivio que sintió fue enorme.

—Bien, entonces podemos preparar una boda para el final de la temporada. Así nos aseguramos que hará calor, y tenemos tiempo suficiente para preparar una gran fiesta. —Miró a su marido, con cariño—. La boda que nosotros no tuvimos.

James sonrió al recordar las circunstancias de su boda. Incluso Richard alzó las comisuras de los labios al pensar en aquellos días.

Fue la voz de Nicole, baja y asustada, las que los trajo de vuelta al presente.

—Creo que San Jorge estaría bien. —No miraba a nadie en concreto, solo pensaba en voz alta.

Todos se volvieron a mirarla, y luego a Richard. James dio un paso adelante, amenazante.

—No la he tocado, James. —Ante la mirada desconfiada de su amigo, rectificó—. No la he deshonrado, James.

—¿Nick?

—No es eso, James. —De nuevo había que esforzarse para oírla, y ella seguía mirando al vacío, como un conejo asustado—. Es solo que cuanto antes pase, mejor.

La incertidumbre atenazaba su corazón. Él pensaba que lo había engañado, y ni siquiera le había dejado explicarse. Su orgullo le decía que debía enfadarse por la falta de confianza por parte de él. Precisamente por parte de él, después de todo lo que le había hecho pasar a ella. Pero su corazón le gritaba que era importante convencerle de que estaba equivocado. El signo de su matrimonio dependía de ello. Y tenía miedo de no conseguir hacerle ver lo que había ocurrido en realidad. Richard podría hacerla sufrir como ningún otro hombre lo lograría jamás.

Sobrecogido por un momento al ver el terror en la cara de ella, asintió.

—San Jorge, entonces. Si me disculpáis…

Y sin más, Richard salió de la estancia y de la casa.

Ya en la cama, el duque de Stanfort trataba de tranquilizar a su esposa.

—Todo saldrá bien, pequeña. Esos dos están locos el uno por el otro, aunque todavía no lo sepan. Es cuestión de tiempo.

James estaba ahora muy satisfecho con la unión. Y no solo por el estrechamiento, aún mayor, de los lazos entre todos ellos, sino porque estaba convencido de que realmente podría funcionar. Conocía a Richard, y sabía que no se habría acercado a su hermana solo por lujuria. Y sospechaba que los sentimientos de Nick eran mayores de lo que ella se atrevía a reconocer.

Judith, en cambio, no parecía tan convencida, dada la reacción de ambos, pero era una mujer optimista.

—Espero que tengas razón, James, de verdad que lo espero.

Nicole descansaba en su antigua alcoba, pues no había querido volver a su casa, donde estaría sola. Se había quedado dormida completamente exhausta, tratando de hallar, sin éxito, la manera de enderezar la situación. No iba a dejarse llevar por la desesperación. Lo arreglaría. Necesitaba reparar lo ocurrido ya que, a pesar de lo precario de la situación, sabía que casarse con Richard era lo mejor que le podría ocurrir.

Richard, por su parte, estaba en su estudio, con una copa de whisky sin tocar, maldiciendo su suerte y a sí mismo, por desear, a pesar de todo, a la fiera de ojos verdes. Una parte de sí, a la que se negaba a dar rienda suelta, estaba loca de alegría. Quería creer que había una explicación distinta a lo ocurrido, pero por más vueltas que le daba, no la hallaba.

«Maldito Sunder». No muy lejos de allí, Preston, el sexto marqués de Kibersly, desahogaba su rabia lanzando la enésima copa contra la pared. El mayordomo entró una vez más, solícito, y le sirvió una copa nueva, mientras una doncella recogía el desastre.

Había rozado el éxito con las manos. Cuando ella le había pedido, con claras intenciones de intimar, que buscaran un sitio donde estar a solas, la euforia lo había envuelto. Por fin, tras tantas semanas de arduo trabajo, iba a atrapar a lady Nicole Saint-Jones. Había confirmado así que había hecho la elección acertada.

Para asegurarse la victoria, le había pedido un minuto. Había escrito una nota anónima a las hermanas Sutherly, pidiéndoles que acudieran a la salita del secretario de lord Guesten, estancia que conocía bien pues no era la primera cita clandestina que tenía allí. Le dijo a un lacayo que se la entregara a las damas unos quince minutos después, tiempo suficiente para garantizar el resultado.

Pero había aparecido el maldito Sunder para estropearlo todo. Cuando lo había sacado de la habitación y había cerrado con llave no tuvo más remedio que irse, para evitar que otros le vieran tratando de abrir, quisieran ayudarle movidos por la curiosidad, y descubrieran entonces a Sunder con lady Nicole, forzando así el matrimonio entre ellos.

Poco importaba que no se hubiera quedado allí. En su enfado había salido en la dirección equivocada, y no había podido avisar a tiempo al grupo de mequetrefes para que no acudieran.

Y las consecuencias habían sido desastrosas.

Maldita su suerte. Necesitaba una heredera antes de que acabara la temporada. Su padre había dilapidado gran parte de su herencia antes de morir, y las inversiones que él había hecho para tratar de levantarla no estaban dando los frutos esperados. De momento había conseguido acallar cualquier rumor al respecto, pero en octubre le vencían unas letras importantes que no podría atender, y entonces su imagen de hombre rico y despreocupado caería como un castillo de naipes.

Si de algo estaba seguro era de que Nicole no quería casarse con Richard Illingsworth, y que se había visto atrapada en la seducción del dichoso vizconde. Apenas se habían dirigido la palabra durante la temporada. No era posible que ella tuviera interés romántico alguno hacia ese hombre.

Que Sunder la besara, en cambio, le había sorprendido. Probablemente la envidia, el deseo de poseer todo lo que él tenía, le había instado a besar a la muchacha. Debía de ser eso, dado que al vizconde nunca le habían interesado las vírgenes. No encontraba otra explicación posible. Había abusado de la inocencia de la muchacha.

Debiera olvidar a la joven y centrarse en otra, lo sabía, pero algo dentro de él se rebelaba a tirar por la borda todos sus esfuerzos.

Haría un último intento antes de claudicar.