2

Dos semanas después

El silencio reinaba en la alcoba mientras Nicole se ponía un vestido de mañana de color lavanda corte imperio con un lazo enorme. Aunque no era nuevo, era uno de sus favoritos, y se lo ponía cuando necesitaba infundirse valor. Había pedido a su doncella que saliera. La prenda se abrochaba por delante, así que no precisaba ayuda alguna. Y necesitaba estar sola para pensar. Se sentía como una condenada camino del cadalso. Aunque en realidad se dirigía a casa de su hermano James, el duque de Stanfort. Miró distraída a su alrededor. Su nueva habitación, en tonos ciruela, le encantaba. Era la habitación de una señorita, en contraposición a sus aposentos casi infantiles en la residencia familiar de Londres. La enorme cama con dosel, el armario dentro de la habitación, al margen del vestidor, y una otomana constituían el mobiliario. Había llevado allí su secreter. Aunque no era del mismo color, y desentonaba abiertamente, le tenía especial cariño, y había decidido trasladarlo. Quizá más adelante pidiera que lo tintaran.

El aposento contaba además con un balcón que daba a un patio interior, lo que confería un agradable silencio a la estancia. Las ventanas de la casa que daban al exterior tenían que permanecer cerradas para evitar que el jaleo de la ciudad alterara el descanso. Y a ella, en verano, le gustaba dormir con la ventana abierta de par en par. Aunque de momento las mantenía cerradas a cal y canto, porque a mediados de abril todavía hacía mucho frío.

Hasta el año anterior James y ella habían vivido bajo el mismo techo junto a la madre de ambos, lady Evelyn, en la casa que la familia poseía en Bekerley Square. Pero cuando él se casó con Judith y partió de viaje de novios al continente, su madre ordenó al señor Croche, el asesor de su hermano en la ciudad, que buscara de inmediato una vivienda en Londres digna de una duquesa viuda, y se habían trasladado. Su cuñada, Judith, había protestado mucho al enterarse, pero todos los Saint-Jones habían estado de acuerdo en que era preferible que los recién casados tuvieran su espacio al principio de su matrimonio.

Volviendo al presente, Nicole recordó que tenía que hablar con James sobre su actual situación. Antes de que él la llamara para exactamente lo mismo. O, diciéndolo de otro modo, lady Nicole Callista Saint-Jones tenía que casarse. Era una cuestión que no podía dilatarse por mucho más tiempo. Ésa era la razón por la que había concertado una cita con él para ese día.

El anterior duque, su padre, había muerto cuando ella iba a cumplir los dieciocho años, lo que retrasó dos años su entrada en sociedad, pues el luto fue muy estricto, según marcaban los dictados sociales. Preocupada con veinte años por su tardío debut, había hablado con James al respecto de las expectativas que la familia tenía en su casamiento. Él la tranquilizó presto en ese extremo. Deseaba que se casara bien, pero sobre todo que se casara feliz. Su hermano le aseguró que no la presionaría en absoluto durante su primera temporada, a pesar de su edad y de las exigencias de la duquesa viuda, para que ella se aclimatara a la alta sociedad de Londres, a sus costumbres y estridencias, antes de tomar esposo. Y había cumplido fielmente su palabra.

Era una suerte contar con alguien como James, que tanto la quería, aunque la mortificara siempre que tenía ocasión, fastidio del que ella secretamente disfrutaba. Se enorgullecía de poder contar con el amor y la confianza incondicional de su hermano. Afortunadamente en nada se parecía al padre de ambos, que había tratado a su heredero con una dureza extrema mientras ignoraba a su hija sencillamente porque no le podía reportar nada.

En cualquier caso, la primera temporada ya había pasado. Y también la segunda, donde Richard apareció en escena y lo puso todo patas arriba, justo antes de que James y Judith se casaran. También aquí James había sido comprensivo y no la había obligado a volver a Londres en octubre para la pequeña temporada. Nicole consideraba que el mercado de invierno, como ella lo llamaba, era para damas desesperadas. Y ella no había llegado a ese extremo. Aún no. Su orgullo se habría visto castigado de haber pasado las navidades en Londres. Aunque no se quitaba de la cabeza que poco después de la presente temporada, que comenzaba la noche siguiente con el baile de lord y lady Restmaine, cumpliría veintidós años, edad peligrosa para una dama casadera. Muchos podrían comenzar a pensar que había algo malo en ella, como su madre no dejaba de repetirle. Afortunadamente su hermano había evitado en la medida de lo posible peticiones de mano en su debut, alegando que era temprano para decidir nada, y había frustrado cualquier intento el año siguiente con su precipitada boda a mitad de temporada. Rechazar a muchos pretendientes tampoco estaba bien visto. Y era impensable que Nicole Saint-Jones, hija y hermana de duque, no se casara bien.

Así que ese año se casaría correctamente. El maldito problema es que no tenía ni idea de con quién hacerlo. No tenía ninguna preferencia. Y salvo que apareciera algún forastero ese año, difícilmente conocería a nadie nuevo. Tendría que elegir de entre todos los caballeros disponibles a los que ya conocía, a pesar de que ninguno le agradaba especialmente. Bueno, uno sí, pero estaba descartado. Así que se encontraba, tras dos años de vorágine social, exactamente en el mismo punto que el día de su debut. Sin idea alguna de con quién debía desposarse. Y con una sensación creciente de pesimismo.

Una vez, el año anterior, había hablado con James sobre el tipo de hombre con quien le gustaría casarse. Básicamente alguien a quien respetar y que la respetara a ella. Si no iba a casarse por amor, idea que, incluso entonces, ya se le antojaba cada vez más complicada, lo haría con alguien que le agradara y con quien tener hijos y envejecer de forma plácida.

El problema era que creía haber encontrado a un varón que podría haber hecho de su vida una fantástica aventura, y había sido todo una mentira. Ahora el resto de los pretendientes languidecía a su lado. Ninguno de ellos era lord Richard Illingsworth, el vizconde de Sunder.

Confiaba en no tener que verlo en las mismas veladas. Por todos era sabido que a Sunder no le gustaban las jóvenes casaderas. Él prefería a actrices y cantantes de ópera. Incluso alguna viuda respetable había sido su acompañante en alguna ocasión. Al parecer una actriz de Drury Lane era su amante desde hacía más de dos años.

Así que cuando la temporada anterior pidió bailar a Nicole en varios bailes y solo a ella… bueno, y a las hermanas Sutherly, se obligó a reconocer, pero a petición de James, y este a petición de ella, por lo que eso no contaba, las matronas comenzaron a especular sobre un posible enlace. Idea que de un día para otro se esfumó, pues dejaron de coincidir abruptamente en los acontecimientos de la temporada, obviamente de manera intencionada. De hecho hubo apuestas en todos los clubes de caballeros, sobre si se les volvería a ver juntos o no antes de que julio y el fin de las fiestas llegaran. Habían sido el centro de atención el año anterior. Y ese año iba a ser igual después de su comportamiento en el bautizo del joven Alexander.

Su primer propósito para esa temporada iba a ser controlar su mal genio. Inspirada, se dijo que el segundo sería no intrigarse con el deseo que Richard había despertado en ella. El tercero, siguió, mirar a todos los potenciales esposos con la mente abierta. El cuarto, estar casada para julio, el quinto… No iba a poder recordarlos todos, pensó divertida. Solo esperaba no equivocarse en los principales.

Se levantó de la cama, ya vestida, y salió de la habitación con movimientos apesadumbrados, sabiendo qué era lo que le iba a prometer a James, pero no cómo diablos conseguiría cumplir su palabra.

No muy lejos de allí, en Park Lane, se alzaba la mansión del duque de Stanfort, un edificio de tres plantas con un cuidado jardín, en el mismo corazón de la ciudad. El edificio había sido encargado por el sexto duque de Stanfort a Colen Campbell el siglo anterior, pues el gran incendio había destruido la vivienda original en 1666. Era uno de los mejores ejemplos de neopalladianismo de la ciudad, una soberbia construcción rectangular con un pórtico enorme sujetado por cuatro columnas dóricas.

Dentro, James andaba buscando a su esposa. Pero, a pesar de la cantidad de estancias de las que disponía la casa, no necesitaba preguntar a nadie dónde se encontraba la duquesa. Estaba seguro de dónde hallaría a su mujer. Poco antes de llegar a la habitación de su hijo Alexander, en la segunda planta, oyó el suave canturreo de Judith. Se quedó en el umbral de la puerta, observando, sin ser visto, cómo arrullaba al pequeño, que acababa de cumplir cinco meses. Ella hizo un suave giro con el niño, jugando, y entonces le vio. Su mirada, llena de amor, le indicó que se acercara. Cuando él llegó a su lado le rozó apenas los labios con los suyos, y la abrazó mientras ambos contemplaban a su pequeño milagro. Si la alta sociedad había creído el nacimiento de un niño sietemesino, o sospechaba que había sido concebido antes de la boda, era una cuestión completamente ajena a ambos. Desde luego nadie insinuaría nada a los duques a ese respecto.

—Nick viene de camino.

Judith asintió, y su rostro dejó entrever la preocupación repentina que esa visita le suponía. Dejó al bebé en la cuna, saludó a la niñera, una oronda señora en la que confiaba plenamente, y salió cogida del brazo de su esposo hacia el largo pasillo que recorría la casa de este a oeste. Su voz no pudo evitar salir un poco chillona al preguntar.

—¿Viene a ver a Alexander? ¿Se quedará a comer, entonces?

James sonrió. Ella era una magnífica anfitriona, siempre lo tenía todo controlado. Y si había algún desbarajuste en el último momento, lo solucionaba con eficacia. Todo, excepto la posibilidad de que sus respectivos cuñados coincidieran en casa visitando a su ahijado. Judith aborrecía la tensión que se generaba cuando ambos estaban en la misma habitación. Si Alexander estaba con ellos, era un bálsamo para su relación, pero si el pequeño no los entretenía, entonces Nicole centraba toda su atención en Richard, y aquello era sinónimo de tormenta.

—Viene a hablar conmigo. —Ella le miró severa entonces, sabiendo sobre qué trataría la conversación. James se defendió de su mirada—. En realidad es ella quien me ha pedido hablar, Judith. Aunque imagino qué viene a decirme, no saquemos conclusiones precipitadas.

Asintió, sabiendo que tenía razón. Además su esposo no necesitaba consejos sobre cómo manejar a su hermana pequeña. La quería y la comprendía perfectamente. Aun así no pudo evitar pedirle paciencia.

—James, dale tiempo —dijo mientras le acariciaba el antebrazo, mimosa.

—Ya te dije que no voy a presionarla. Pero ella no es estúpida, y sabe que se le acaba el tiempo.

Judith entristeció. Tenía mucho cariño a Nick, como su marido la llamaba, y ahora también ella. Se habían conocido hacía dos temporadas, cuando Judith regresara de América y la joven Nicole debutara. Enseguida se habían vuelto inseparables, y no solo por la larga amistad que unía a sus respectivos hermanos. Desde el momento en que se conocieron supieron que se llevarían maravillosamente. Y cuando todo había ido mal, sus lazos se habían estrechado más aún, hasta hacerse inquebrantables. La idea de que ella se casara sin amar a su esposo le rompía el alma. Ella misma había sufrido un casamiento así en su primer matrimonio, y sabía perfectamente que la vida podía volverse muy dura. Pero Nicole tenía ya veintidós años, y no podía tardar mucho más en casarse.

—Lo sé. Pero es que me parece tan injusto. Nosotras tenemos fecha de retiro, mientras que vosotros podéis casaros cuando queráis. —Lo miró con fingida inocencia—. Mírate a ti, tú te has casado siendo casi un vejo, y a nadie le ha extrañado.

—¿Siendo un viejo, dices? —Alzó la ceja con impertinencia.

Ella sonrió, sabiendo que le había picado en el orgullo.

—Ajá —asintió, pícara.

—Pues un viejo no haría lo que yo hice hace un ratito, en la cama.

Judith se puso roja como la grana. Seguía sin acostumbrarse a sus bromas subidas de tono.

—Bueno, eso es porque yo le puse mucho… entusiasmo.

La detuvo en mitad del pasillo, apoyándola contra la barandilla de las escaleras, se puso frente a ella y la miró con adoración.

—Yo me enamoré de ese entusiasmo.

Tomó las gráciles mejillas entre sus manos, y la besó con pasión.

Una voz masculina los interrumpió casi al instante.

—¿Creéis decente andar haciendo… eso, tan cerca de vuestro hijo? Dios, en esta casa entró la dama por la puerta y la moral salió por la ventana. —La voz de Richard contenía un tono de horror fingido.

Terminó de subir los peldaños y se quedó parado en el rellano, frente a ellos, con los brazos cruzados.

—Maldito seas, Sunder. —Oyó que le decía James mientras se separaba a regañadientes de su esposa—. Voy a prohibir al mayordomo que te deje entrar.

Judith defendió a su hermano de forma automática.

—No harás tal cosa, querido, porque mi hermano ha venido a ver a Alexander, quien por cierto le adora. Y para ello ha de entrar en esta casa. Y como se da el caso de que yo también le adoro…

La cara de engreimiento de Richard hizo gruñir a James. Judith se acercó. El duque se resignó a lo inevitable.

—Bien. Siendo así, será mejor que me retire.

—¿Acudes a por refuerzos, Stanfort? —dijo en broma el vizconde.

—Sí, mi hermana está al llegar, así seremos dos contra dos.

Richard se puso tenso en cuanto lo oyó.

—O tres contra uno, más bien —dijo para sí, en voz apenas audible.

Se separó de Judith y enfiló el pasillo hasta la habitación de Alexander. Una vez dentro, saludó a la niñera y tomó al bebé de la cuna. En cuanto abrazó al pequeño, se olvidó de todo.

Fuera, James y Judith se miraron en silencio. Nunca llegarían a un acuerdo al respecto de lo que ocurrió. Coincidían en que los principales culpables eran ellos dos, que forzaron la situación hasta un punto casi insostenible. Y exoneraban a Nicole, que había sido la víctima peor parada en aquella historia. Pero en Richard no terminaban de coincidir. Judith creía que su hermano había actuado con afán de protegerla a ella, mientras que James pensaba que lo había hecho para vengarse de él. La pareja, después de algunas disputas, había decidido dejar correr el tema. Era obvio que nunca alcanzarían una tregua, y dado que la situación era generalmente tolerable, a pesar de lo ocurrido en el bautizo, donde Nick había hecho todos los feos posibles a Richard, incluyendo el negarse a salir del brazo de él de la iglesia, habían decidido que el mejor remedio era el tiempo, que pondría de nuevo las cosas en su sitio.

Mas a tenor del comentario de Richard, era obvio que el vizconde pensaba que todos le habían culpado exclusivamente a él. James bajó a buscar a su hermana, ceñudo. Pero poco podía hacer al respecto. No podía pedirle a su hermana que se comportara delante de Richard, no cuando era por su culpa que Richard se había comportado tan mal con ella.

En la planta de arriba, Judith, apesadumbrada, retrocedió y volvió a la habitación, donde lo encontró con el bebé en brazos, haciéndole carantoñas. Indicó a la niñera que se marchara. Sigilosa se puso a su lado.

—Richard, esto no es un todos contra ti. ¿Lo sabes, verdad?

Él no se volvió.

—Venga ya, Jud, tu marido y su hermana me consideran la peor persona del mundo. Y tú no tienes un concepto mucho mejor sobre mí. —Había un matiz de desesperación en su tono.

—Richard, yo sé por qué lo hiciste, y te lo agradeceré siempre. Pero no actuaste bien. Al parecer no fuiste tú el único, pues tampoco nosotros obramos correctamente. —Ella se vio obligada, no obstante, a defender a su nueva familia—. Eso no significa que te motivara el deseo de hacerle daño. Pero tienes que entenderles. Fue una verdadera lástima que la situación se complicara tanto. En cualquier caso James ha pasado página, y yo también.

Richard agitó una mano, desechando el tema. Él mismo ya estaba harto, y la noche del bautizo había decidido que la culpa se había terminado. Así que… a hacer puñetas. Volvió a concentrarse en el pequeñín que tenía en brazos.

—Alexander, dale un beso a tu mamá, que te quiere mucho e hizo un esfuerzo enorme para traerte al mundo.

—No fue para tanto… —Sonrió ella, aceptando gustosa el cambio de tema.

—Sí lo fue —le decía Richard al niño, como si este pudiera entenderle—. Tu padre hizo el ridículo más espantoso de su vida. ¡Qué suerte para ti que tu tío estuviera presente para poder contártelo cuantas veces quieras! Estaba tan nervioso que empezó a beber una copa tras otra, pero el alcohol no le afectaba nada. Cuando la cosa se prolongó tanto que parecía que nunca acabaría, trató de entrar en la habitación de tu madre para amenazar al médico. Hicieron falta varios brazos para detenerlo. Y tras varias horas más, por fin el alcohol del día hizo efecto y se arrastró hasta un sofá, donde durmió el resto de la noche, mientras tú venías al mundo y nos conocías a todos menos a él, a quien preferimos no despertar.

Judith sonrió. A James no le hizo ninguna gracia que nadie le avisara del nacimiento del bebé, y sobre todo del fin del sufrimiento de ella. Pero había estado tan insoportable que fue la pequeña venganza del grupo de sufridores que lo había acompañado durante aquel día: el padre de Judith lord John, Julian el conde de Bensters, y el propio Richard.

Se acercó a su hermano y le besó la mejilla. Éste la miró con emoción, antes de acercarle a Alexander, para que le besara también.

Dos pisos más abajo, James se servía un té, y le ofrecía con la mirada uno a Nick. Estaban completamente solos en el estudio de James, el lugar donde tenían lugar las reuniones importantes. Pero afortunadamente no estaban en el impresionante escritorio de ébano donde su hermano trabajaba, sino relajados, él en un sillón orejero de piel, y ella en una chaise que no recordaba haber visto antes. Miró el escritorio, que seguro que había sido encargado por algún antepasado con el único propósito de impresionar. Nicole estaba convencida de ello. Apartó la vista de la mesa y se giró para contestar a James.

—¿Whisky? —preguntó ella, medio en broma medio en serio. A pesar de saber lo que tenía que decir, estaba muy nerviosa.

Él ni se molestó en contestar. Puso una segunda taza en la mesa, se sentó frente a ella y se quedó callado. Estaba claro que Nick estaba muy alterada, y si iban a hablar de matrimonio, no le sorprendía en absoluto. Se recostó en su butaca favorita, que le traía magníficos recuerdos del día en que se comprometió con Judith, y esperó.

Nicole estaba poniendo en orden sus pensamientos. ¿Cómo decirle que se casaría ese año, pero que no sabía con quién, que ni siquiera tenía preferencias? Parecería una chiflada. No obstante sabía que estaba haciendo lo correcto.

Su mayor temor era que quizá se mencionara a Richard. Ella no estaba preparada para hablar del vizconde, con lo que la conversación se complicaría todavía más.

Llevaba semanas dándole vueltas a la charla que iba a tener lugar, y no lograba salir de ese punto. Tenía que casarse ese año. Por eso había decidido hablar con él de una buena vez. Por más vueltas que le diera, nunca encontraría el discurso adecuado, porque toda la situación era inadecuada. Y quería empezar la temporada con las normas ya expuestas, con los propósitos claros. De todas formas, aunque esperara otra temporada, seguiría estancada en el mismo punto. Había de contraer matrimonio. Era lo único que tenía claro.

James siempre imaginaba el movimiento de los engranajes en la cabeza de su hermana, mientras esta exprimía al máximo su ya de per se preeminente inteligencia. Le divertía verla esforzarse tanto. Y le gustaba porque sabía que afrontaba las cosas de forma consecuente. Pero supo que esta vez ella necesitaría un empujón para arrancarse. Alegrándose de no estar en la piel de ella, se incorporó y la miró fijamente.

—Sin paños calientes, Nick. Dispara, y ya nos cubriremos de lo que salga.

Tomó aire, cuadró los hombros, miró fijamente a su hermano, y modulando la voz dijo:

—Este año me casaré. Antes de que termine la temporada.

James arqueó la ceja, despacio. No porque estuviera sorprendido. Estaba casi seguro de que eso era lo que ella le iba a decir. Con ese gesto solo pretendía invitarla a que siguiera explicando su plan, que, sospechaba, no era ninguno.

Odiaba esa maldita ceja. Debió habérsela afeitado mientras dormía alguna de las borracheras que cogía cuando era joven, soltero, y un libertino. Pero, dejando de lado sus fantasías, sabía que él no la bajaría hasta que ella continuara.

—He llegado a la edad correcta. —James corrigió el gesto. Ella se vio en la obligación de defenderse por la demora en su casamiento—. Si bien es cierto que empecé más tarde que el resto, también me lo he tomado con más madurez que otras debutantes.

No como la estúpida hija del marqués de Bernieth, lady Elisabeth Thorny, la otra beldad de la alta sociedad, que había pretendido a James primero, y a Richard después. Ella aún no tenía la edad correcta, por no decir la edad límite. Y si seguía soltera, era solo para irritar a Nicole, seguro.

Era una rubia adorable, con sus ojos azules, sus tirabuzones y su boquita de piñón. Pensar en aquella muchacha la malhumoraba. Mejor se centraba en cosas importantes, como la conversación que acababa de dejar a medias.

James la miraba, esperando que volviera ella sola al tema que había abandonado.

—Tengo que agradecerte la paciencia que has ten…

Su hermano levantó la mano interrumpiéndola, en un gesto tan ducalmente arrogante, que Nick se crispó.

—No me halagues, y sigue.

—Poco más, James. —Su voz sonó tensa—. Tienes mi palabra que este año celebraremos nupcias. No será pronto, dado el esguince de madre, que le va a impedir salir los próximos dos meses, pero será esta temporada, sin duda.

Lady Evelyn se había torcido un tobillo la semana anterior, en una excursión a Greenwich, y el médico había recomendado reposo absoluto. Al día siguiente su madre y un par de amigas pondrían rumbo a Bath.

La convalecencia de su madre, pensó él con fastidio, le iba a obligar a acompañar a su hermana de fiesta en fiesta, a pesar de que había planeado una temporada casera, a solas con Judith y Alexander. Pero ahora sería imposible. Su madre había contratado a una dama de compañía para Nicole. Una solterona de cuarenta y tantos, severa hasta decir basta. Con ella sería complicado que Nick se divirtiera un poco. Así que sería él quien la acompañara a los bailes, dejando a la atormentada carabina las veladas más tediosas. Quería demasiado a su hermana como para someterla a la tortura del aburrimiento extremo.

—Seguro que madre te agradece que la tengas en cuenta. ¿Y bien? Dime algo más que el hecho de que vas a casarte. Eso ya lo imaginaba.

—¿Más? ¿Qué más quieres? —Alzó la voz, enfadada—. Encima que os hago el favor de casarme esta temp…

—El favor se lo haces… ¿a quién? —La voz de él dejaba clara su postura. Por si acaso, la ceja volvió a elevarse.

Reflexionó sobre eso, y aún se hundió más en el sofá, sonrojada por su estupidez. ¿Pero no había decidido que iba a mantener su carácter a raya? Además, no podía culpar a su hermano y su madre por tener que casarse, y ambos le habían dado carta blanca en las dos temporadas anteriores. Si bien a su madre se la podía torear, mejor o peor, James era implacable cuando quería. Pero, recordaba, todavía no le había pedido nada.

—A mí, me hago el favor a mí misma al casarme —susurró.

James se levantó de la butaca y se sentó a su lado en la chaise, pasándole el brazo por los hombros.

—El favor, Nick, se lo harás al hombre al que te entregues. Tendrá una auténtica leona en casa. Además de una de las mejores damas posibles.

Nick le besó sonoramente en la mejilla. Su hermano ya no parecía tan reacio a las muestras de afecto como antes. Algo más que agradecer a su cuñada. Se quedaron un rato callados, valorando lo que acababan de hablar.

—No tienes ni idea de quién será, ¿verdad? —afirmaba, más que preguntarle.

—¿Tú sí? —preguntó ella, esperanzada.

—No.

Ella torció el gesto.

—Ya.

El silencio volvió a la sala. Como ninguno sabía qué decir, ambos tomaron sus respectivas tazas de té, en una costumbre tan inglesa que les hizo sonreír. Fue Nicole quien rompió el silencio.

—Si al final de la temporada no he encontrado al candidato adecuado, lo dejaré en tus manos, James.

La voz de ella era apenas un susurro. Él frunció el ceño.

—¿Estás segura?

La vio asentir lentamente, con solemnidad.

—No estoy tratando de eludir la responsabilidad de elegir. Es más, espero no tener que llegar a ese punto. Pero los solteros son los que son, y por más que los evalúe, no van a convertirse en lo que yo quiero. Sé que quieres lo mejor para mí, y que harás la elección que más me convenga.

James no lo esperaba. Se sintió orgulloso de ella, de su sentido de la responsabilidad, y de la confianza que depositaba en él. Satisfecho, le dijo.

—Te repito la promesa que te hice una vez, Nick. Si nos equivocamos, tú o yo, si la persona con la que te cases resulta ser cruel, y te humilla, o te veja, no te obligaré a vivir con él. Siempre tendrás un sitio con Judith y conmigo.

Nicole no pudo reprimir las lágrimas. Se acercó a su hermano y se dejó abrazar por él. James era el mejor hombre sobre la faz de la tierra, y afortunadamente era su hermano. Cuando estuvo segura de poder contener la emoción, se desasió y se puso en pie, arreglándose la falda. Puso sus pies en marcha, dando por finalizada la conversación. Él la siguió hacia los ventanales. Salieron hacia la terraza, con la sensación de haberse quitado un gran peso de encima.

Ya en los jardines, y seguros de tener bien atadas sus emociones, James recordó la preocupación inicial de su esposa.

—¿Te quedarás a comer? Serviremos el almuerzo en apenas media hora. Judith y su hermano están viendo a Alexander, así que imagino que Sunder también se quedará. —Se sentía en la obligación de advertirle siempre que iba a coincidir con su mejor amigo.

Nicole sonrió malévola. Dudaba que Sunder se quedara a comer si ella lo hacía. Le tenía acobardado. Era divertido saber que podía atemorizar a un hombre hecho y derecho como él solo con la mirada. Ésa era su pequeña venganza. La temporada pasada, incluso había ido a una carrera de caballos en la que no tenía ningún interés especial, solo porque sabía que él quería asistir para hacer una oferta por un potro. Confirmando su teoría, el vizconde no había aparecido por Newmarket.

Apostaba su mejor sombrilla a que cuando Richard supiera que ella estaba invitada a la comida, huiría a White’s, a Boodle’s, o adonde fuera que se refugiaba cuando quería huir de ella. Nicole asintió a su hermano en silencio, y se dirigieron de nuevo hacia la casa.