NAVEGANDO CON LA MAREA
E
l capitán volvía a caminar por el casco.
Parecía haber pasado mucho tiempo desde la última vez. Eran sólo unas semanas, en efecto. Pero el tiempo no podía medirse por el ritmo de árbitros invisibles. Dejaba sus marcas indelebles en el alma.
En ese otro momento, tan distante, había visto acercarse la estación y se había preguntado qué fuerzas la dominaban. Le habían preocupado problemas de estrategia. Se había preguntado si debía asaltar la gran construcción plateada o pasar de largo. Ahora también la veía, una raya dura como el platino, iluminada, cerca de la curva marrón de Nueva Bishop.
El nombre parecía una burla. Los Bishop habían encontrado allí los mismos desafíos de siempre. El planeta había significado más lucha, no un destino pacífico y feliz. Y también pérdidas. Graves pérdidas, pérdidas amargas.
—Shibo —dijo—. ¿Funciona ese nexo?
La leve voz llegó desde lejos, como con dudas:
«Sí…, sí…».
—¿Toby?
«Estoy aquí, papá…».
Sí, pensó Killeen. Estamos aquí. Todos unidos de la única forma en que podemos estarlo ahora.
Toby estaba en la sala de controles con un aparato muy complejo sobre la cabeza. Un nexo de comunicación lo unía con Killeen. Y Shibo… era sólo un Aspecto en la mente de Toby.
—¿Estás seguro de que no le perjudicará? —preguntó Killeen.
—No, papá. Confío plenamente en los conocimientos tecnológicos de Shibo.
Shibo había establecido esta unión. Normalmente, un Aspecto no puede hablar a través de su huésped. El término para esta anomalía es «tormenta de Aspectos». La Familia tomaba medidas inmediatas para acabar con los chips que provocaban tormentas en el cuello del huésped.
Pero esto era diferente. Killeen estaba conectado directamente a la sensación de Shibo que recibía Toby. El complicado aparato era un invento de Shibo y si se usaba con cuidado, tal vez ampliaría las habilidades de la Familia. Era una modificación de viejas técnicas de la Familia Pawn, decía Shibo.
Hasta el momento no había habido necesidad de recurrir a este recurso, sobre todo porque aquel tipo de operación rozaba el límite de los tabúes de la Familia.
Pero ahora la necesidad era imperiosa y podía más que cualquier tabú. Solamente la habilidad de Shibo para comandar el Argo podía salvarlos.
—¿Ves mejor la nave cíber?
La voz susurrada de Shibo le contestó enseguida:
—Acaba de ejecutar otra maniobra.
—¡Mierda! ¿Qué dice Quath?
—Está calibrando algo —respondió Toby—. Si quieres, puedo conectarla aquí.
—No. Que trabaje. Su última estimación indicaba que todavía teníamos unos minutos antes de que empezaran a disparar…
—El Argo está listo —informó Shibo con seguridad.
Killeen todavía tenía problemas para acostumbrarse a aquella voz. Era un Aspecto incorporado y daba la sensación de ser una personalidad completamente operativa. Él y Toby habían logrado poner el cuerpo de Shibo en la sala de grabación del Argo antes de que hubiera demasiado daño por falta de oxígeno. Las máquinas habían hablado de equilibrios de potasio y de matrices digitales, pero todo eso había pasado muy lejos de Killeen, bajo una capa de vidrio.
Sabía por experiencia que alguna gente sobrevivía a heridas terribles y pérdidas de sangre mientras que otros morían de lo que parecía un rasguño. Sin embargo, este conocimiento no le había ayudado cuando Shibo se le escapó entre las manos y sus sistemas marcaron cero para siempre.
Toby había recibido el Aspecto. No solamente porque había reglas familiares que prohibían albergar a un amante muerto, sino porque hacerlo, significaba desafiar al destino. No, era evidente que Killeen no estaba preparado para recibir al Aspecto de Shibo. Sólo consiguió recuperarse cuando oyó la voz de ella a través de Toby. Ella bromeó y se burló hasta que logró arrastrarlo de nuevo al mundo. Además, él necesitaba aferrarse a aquella voz.
Pero era sólo una voz. Nunca la vería de nuevo, nunca tocaría aquella piel suave ni vería brillar la picardía en sus ojos como antes.
Se obligó a interrumpir sus pensamientos. Era una estupidez. No tenía sentido.
Se lo había dicho cientos de veces en los últimos días. Dominaba sus emociones sólo porque sabía que debía pilotar la nave. El caos no esperaría a verlo recuperado para cernerse sobre ellos.
Observó otra vez la curva de Nueva Bishop. Todavía se veían los brillos de las explosiones en la oscuridad. El conflicto cíber continuaba allí abajo, pero ahora estaban triunfando las aliadas de Quath.
La Familia había tenido suerte de perder sólo a doce miembros en ese trance. Habían logrado escapar solamente porque los asuntos de los humanos eran indiferentes para los cíbers.
Cermo y Jocelyn habían conseguido sacar a la Familia del planeta. En el caos que siguió a la muerte de Su Supremacía, reunieron a la Familia y escaparon de la Tribu.
La revelación de que Su Supremacía estaba manejado por los mecs había bastado para derrumbar toda la organización tribal. Los cíbers que quedaban siguieron provocando bajas, pero ellos tampoco tenían un líder.
La confianza de Cermo y la rapidez de Jocelyn frente a lo que parecía el desastre final arrancaron a la Familia Bishop de la batalla justo a tiempo. Killeen conocía bien las dificultades de una maniobra como aquella, la más intrincada de las hazañas tácticas. Había condecorado a los dos oficiales.
Pero nada de eso habría tenido importancia sin la ayuda de Quath, claro. Ella había llevado el Flitter a la superficie porque entendía que había que mantener unida a la Familia.
En la guerra entre las facciones cíbers, una banda de humanos carecía de importancia. Los Flitters habían devuelto a la Familia a bordo. Nadie les disparó.
Algunos miembros de la Tribu habían corrido hacia los transbordadores. Se reunieron frente a los Bishop y pidieron un lugar en la huida.
Killeen dudó. No podía confiar en nadie que hubiera pertenecido a una Tribu dominada por los mecs. Se habían llevado a la mayor parte de la Familia Seben y algunos elementos rebeldes. Pero cuando llegaron a la nave, examinaron cuidadosamente a todos. Tres tenían cables mecs en el cráneo.
Los mataron. Una decisión difícil de tomar, pero Killeen sabía lo que debía hacer. Durante un tiempo, se torturó con la idea de que a él la decisión le había resultado más fácil porque no había tenido que llevarla a cabo. Jocelyn y Cermo lo hicieron sin dudar ni un instante. En cierto modo, eran mucho más duros que él.
Tenemos datos que pueden reconciliarte con el resultado, le llegó el mensaje confuso de Quath.
La gran alienígena estaba dentro de la nave, pero eso no impedía la comunicación entre ambos. Killeen no entendía cómo se realizaba ese proceso y suponía que nunca lo averiguaría.
Quath no hablaba con frases claras. Killeen tenía que enmarcar las vagas impresiones que recibía en algo semejante a una serie de palabras para poder comprenderlas en profundidad. Era como avanzar a través de una niebla con brisas congeladas en el rostro. Cada roce aportaba una nueva comprensión, y al mismo tiempo, dejaba innumerables preguntas sin contestar. Y la niebla seguía firme en su sitio.
Killeen no entendía lo que le decía Quath.
—¿Cómo?
La Tukar’ramin es más fuerte ahora. Los elementos rebeldes que quedaban huyen. Las Iluminadas de buena voluntad obtendrán el triunfo.
Eso sólo daba a Killeen un vaga idea de los hechos inmensos que se desarrollaban alrededor de Nueva Bishop. Ahora, después de días de comunicarse con Quath, sabía que nunca lograría entender todo lo que le decía la alienígena. Muchas de sus explicaciones eran ininteligibles. Las Iluminadas al parecer eran inteligencias superiores, pero no tanto como para evitar desacuerdos que se dilucidaban por la fuerza. La tarea de Killeen era intentar que esos conflictos no destruyeran impensadamente a su Familia.
—Y eso, ¿en qué nos afecta?
La Tukar’ramin garantizará la vida a los miembros de tu especie que se quedan en este mundo.
Killeen envió varias preguntas a Quath para asegurarse de que había entendido bien. Se sintió aliviado. La Familia Bishop tenía una deuda con la Tribu, que los había recibido en un mal momento. Esa deuda se había saldado con la traición de Su Supremacía, pero se alegraba de que los vestigios de humanidad que quedaban en el planeta tuvieran oportunidad de seguir adelante.
—Envía mi agradecimiento —dijo Killeen. Las palabras eran inadecuadas, pero sabía que Quath intuía el significado de sus sentimientos, y que los transmitiría a la Tukar’ramin, fuera quien fuese.
Le pareció que el cielo se abría a su alrededor.
—¿Significa que la nave que nos sigue se detendrá?
Esta vez la respuesta fue muy clara.
No. Los elementos renegados enviaron esa nave en una última maniobra desesperada. No podemos detenerla, Cuando se acerque, disparará.
—¿Puedes desviar los disparos?
Una vez. Tal vez dos. No durante mucho tiempo.
La respuesta de Quath venía marcada con malos presentimientos. La alienígena esperaba y temía, pero había otras emociones subyacentes que Killeen no podía describir. Parecían como estallidos de vidas separadas, fragmentos de posibilidades. Nunca estaba seguro si se dirigía a una u otra de las innumerables facetas de Quath en un momento dado. A veces, la criatura era increíblemente paciente. Otras, Killeen sentía que hablaba con un criado muy ocupado mientras la dueña de la casa se movía en otra parte de la propiedad.
Pero al menos, la naturaleza de la alienígena se desdoblaba lentamente ante su vista. Había otros misterios que nunca conseguiría resolver. Killeen amplió el poder de sus sistemas ópticos, pero el borde de Nueva Bishop ya era casi invisible. Los depósitos de los cíbers parecían enormes en ese momento, un cordón que trazaba un círculo lejano alrededor del planeta. Esas estructuras macizas, impresionantes, ¿podían realmente capturar y dominar la energía de una estrella? La tarea parecía imposible hasta para criaturas capaces de absorber el núcleo de un planeta.
Todavía quedaba un misterio en Nueva Bishop. Killeen captó un movimiento lento a lo lejos y supo que el Sembrador del Cielo seguía con su tarea. Más secretos.
Nunca averiguaría si aquella entidad era consecuencia natural de la vida o una construcción de ingeniería imaginada por seres de habilidad antigua e impresionante. Casi no podía creer que aquel ser llevara a cabo propósitos tan complejos obedeciendo órdenes atemporales incrustadas en la química y la genética de su cuerpo. Semejante complejidad parecía imposible sin inteligencia. Pero debía admitir que no sabía nada de los hechos que sucedían a semejante escala. Una inteligencia de orden inferior no puede juzgar los límites de las cosas.
«La nave cíber acaba de dispararnos», anunció la voz de Shibo.
—¿Tiempo y dirección?
«No lo sé. Se acerca con rapidez». Todavía sentía dolor cuando oía esa voz.
—¿Qué…, qué hace?
«Trucos, supongo». El Aspecto Shibo era tranquilo y eficiente. Killeen se obligaba a recordar que ella no había experimentado su propia muerte. Esa Shibo era la mujer que recordaba que Quath la había tomado en su seno. Y luego, nada más. Sería eternamente esa persona, no otra.
—¿La tripulación está lista? —preguntó él.
«Sí, señor», respondió Jocelyn. «Preparados».
—Controla los sellos otra vez.
«Ya lo he hecho, señor».
—He dicho otra vez.
Jocelyn había sido muy obediente desde que ella y Cermo volvieron alArgo. Su liderazgo durante la huida de la Familia había mitigado el antagonismo entre ella y Killeen. Una vez en la nave, ella había aceptado a Killeen como capitán sin protestas. No se había rebelado. Pero Killeen sabía que la ambición de Jocelyn estaba apaciguada, no destruida.
Una pausa.
—¿Cómo va? —preguntó Killeen.
«Tenemos un pequeño problema…».
—¿Qué? —urgió él, impaciente.
«El sello está roto. Lo estamos reparando».
La nota dolida en la voz de Jocelyn hizo sonreír a Killeen. Había ordenado que toda la tripulación que no participara en las operaciones cruciales de la nave trabajara constantemente en los corredores inundados de basura y agua corrompida. Los elementos de la Familia Seben y otros miembros de la Tribu se habían rebelado, pero él había vencido la resistencia.
Alguien tenía que hacer ese trabajo, después de todo. Quath había caminado con torpeza por la nave abandonada. Había encontrado los Legados pero había quebrado la cubierta justo en el lugar por donde pasaban los conductos. Ahora el desastre se extendía a lo largo de tres cubiertas. Habían sellado la zona utilizando mecanismos de vacío.
La tarea había consumido tiempo y trabajo que habrían podido destinarse a construir defensas…, pero de todas formas las armas de los pequeños humanos apenas podrían oponerse a los atacantes. El Argo sólo disponía de escudos.
Los misiles cíbers tal vez se confundirían con los trucos de Quath, pero ella estaba segura de que eran armas inteligentes. Eso significaba que cada una de ellas aprendería de los errores de la anterior. Si Quath fallaba…
Killeen trató de ver al enemigo.
—¡Shibo! Quiero ver la parrilla.
La respuesta fue una imagen cuadriculada en el ojo izquierdo. Tres puntos rojos rastreaban el Argo, y eran cada vez mayores.
Killeen volvió a visión normal. Había decidido enfrentarse al destino ahí fuera, donde podía ver y juzgar las cosas con sus propios ojos. Las ayudas electrónicas eran excelentes, pero había un cierto sentido de la dignidad humana que le impelía a usar sus propias capacidades en un momento como ese. Un capitán debía saber decidir según los consejos de su propia experiencia.
Por otra parte, el exterior era más seguro si las cosas se ponían feas. Tenía oficiales apostados en cada puerta para evacuar a la tripulación si el casco del Argo se partía. No sabía cómo sobrevivirían sin una nave, pero esos preparativos le daban algo que hacer antes de la batalla. Cualquier cosa era mejor que dejar que la tripulación esperara inactiva en una agonía inacabable.
Claro que él estaba quieto ahí fuera. Justamente lo que no quería que hicieran los demás. Dejó de darle vueltas al asunto y caminó por la leve curva de la nave. El Argo estaba colocado en dirección opuesta al sol. La luz cada vez más leve de las estrellas hacía que las nubes moleculares parecieran mucho más cercanas. El Argo enfilaba hacia el disco terrible del Comilón.
«Vienen», envió Shibo.
—¿Quath?
Estamos actuando.
Killeen contuvo el aliento. De pronto, el primer misil viró hacia el costado. Tembló y luego se alejó.
Hemos engañado al primero.
Justo en ese momento, el misil se convirtió en una bola carmesí.
—¿Shibo?
«Detenemos los ultravioletas con los escudos».
—Bien.
Pero esa amenaza era trivial. El propósito principal de los misiles era muy simple: romper el casco delArgo.
Los dos misiles que quedaban se habían convertido en discos rojos sobre la parrilla de Shibo.
Estamos tocando el segundo.
Uno de los discos tembló y cambió de dirección al azar. Killeen vio cómo explotaba: otro globo carmesí.
Lo intentamos con el tercero.
—¿Hay más detrás?
Todavía no.
Entonces, había esperanzas.
Estamos…, dificultades, dificultades…
Por primera vez, el tono de Quath estaba teñido de impresiones de guerra. Killeen tuvo la sensación de que veía varias mentes que gritaban y luchaban para conseguir un sólo propósito. Antes de captarlo del todo, sintió una urgencia pesada, terrible.
Hemos fallado…, hemos fallado.
La muerte creció detrás de Killeen. Killeen la veía en esa forma débil que se acercaba.
—¡Quath! ¿No hay…?
No. Se resiste a mis engaños.
Killeen miró el punto que crecía progresivamente. En la claridad bien definida del vacío, sintió como si pudiera estirarse y golpearlo. O arrojarle algo. En el espacio, hasta las cosas más insustanciales…
La idea era tan simple que lo sorprendió.
—¡Jocelyn! ¡Cermo!
«¡Sí!».
—¡Abrid los sellos! ¡Ahora!
«Sí, señor», contestaron al unísono.
De las tres aberturas del Argo surgieron nubes oscuras. Los sellos de mantenimiento se habían abierto en la zona contaminada de la nave. Ahora el aire salía disparado hacia fuera, llevándose con él los líquidos corruptos y la basura. Todo lo que quedaba salió hacia el vacío a gran velocidad.
La luz del sol se enredó en las nubes de suciedad que aumentaban cada vez más. De pronto, se extendieron como láminas grandes, abiertas. Alas amarillas que se retorcían, como si el Argo se deslizara golpeando en el vacío. Detrás de la nave se abrieron varias estelas ambarinas y, luego, el Argo aceleró para alejarse de ellas.
Killeen se quedó de pie en el casco, por delante de la primera abertura para que lo tocara el líquido. Durante un largo instante, los fluidos parecieron estallar bajo la luz del sol. Salían de la nave en un torrente y cada uno agregaba mayor claridad a la estela temblorosa.
—¡Shibo! ¡Vector lateral!
El Argo viró. Shibo había apagado los motores en uno de los flancos. La nave se escoró.
Killeen ya no veía al enemigo. La niebla luminosa lo oscurecía todo. Esperaba que el misil también se confundiera.
—¿Quath?
Se acerca muy rápido. Acelera.
—¡Poned en marcha el motor principal!
Killeen se aferró a una tubería para sostenerse. El Argo aceleró de pronto.
Y de pronto, allá atrás, estalló la gloria. El plasma del motor golpeó la nube de desperdicios. Los iones agitados provocaron una radiación. Como una linterna que jugara en medio de la niebla más cerrada, el material de desecho encendió una gran burbuja irregular de gotas luminosas.
Killeen se aferró a la tubería para contrarrestar la aceleración. Había hecho todo lo posible. Ahora…
Una bola de fuego brilló muy cerca de la nave. Iluminó la niebla por debajo, formando ondas encendidas.
—¡Han fallado! —gritó Killeen.
«¡Joder!», exclamó Cermo.
Shibo rio. La voz cantarina tintineó en los oídos de Killeen.
«¡Qué coman mierda!», volvió a aullar Cermo.
—Eso es lo que hacen —dijo Killeen—. ¿Shibo?
«No hay informes de daños».
—Explotó, donde creyó que estábamos. No pudo atravesar esa porquería.
La risa se desgranó por el comunicador, Killeen se unió a ellos: no podía dejar de reír.
—¿Quath?
No detectamos más misiles. Tal vez ese engaño funcionó. La nube radiactiva emite frecuencias típicas de componentes orgánicos en combustión.
—No me sorprende —asintió Killeen—. Esa nube tiene componentes orgánicos.
Sin embargo, la nave que nos persigue los interpretará como evidencia de que el casco se ha quebrado. Es inteligente.
—¿Crees que dejarán de seguirnos?
Eso parece.
—¿Estás segura de que no hay más cíbers enemigos?
Nos lo aseguró la Tukar’ramin. Nuestra victoria es absoluta. Las Iluminadas tienen de nuevo el poder.
—Me alegro de oírlo —dijo Killeen. Todavía se enfurecía al pensar que la Familia había sufrido todo aquello por culpa de una disputa entre facciones de seres que él no conocería nunca.
Dejó que se le pasara la onda de irritación. No tenía sentido abrigar resentimientos contra seres cuyos motivos eran tan extraños, tan poco humanos. Pensaba que a veces comprendía algo de Quath, pero sabía que la esencia profunda de ese ser se le escapaba. ¿Quién habría pensado, por ejemplo, que los Legados del Argo podrían significar algo para una cíber cuando no comprendían las frases más simples? Las Iluminadas habían ordenado que llevaran los Legados de vuelta alArgo. La orden se había cumplido justo en el momento en que el Argo salía de la estación y las cíbers rebeldes habían tratado de destruir el Flitter que los transportaba. Las Iluminadas habían gastado nave tras nave para defenderlos.
¿Por qué?
Killeen agitó la cabeza.
De pie bajo el cielo, bajo toda aquella majestad incandescente, se sentía más tranquilo. Caminó por el casco mientras la estela luminosa se desvanecía en el espacio. Unos pocos minutos más y aquel descanso lo prepararía para las tareas de capitán. Necesitaba serenarse.
Una risa poderosa recorrió el comunicador. Que lo celebraran. La Familia necesitaba un poco de alivio. Después tendrían que vigilar bien a la nave que los había perseguido.
Se permitió una sonrisa. Tal vez, sólo tal vez, estaban casi a salvo.
Pero ¿hacia dónde huían? Miró adelante. Hacia la terrible majestad azul caliente del disco que rodeaba el Comilón. Era un largo viaje y tendrían que prepararse para lo que los esperaba en ese lugar.
La Familia… Todo había cambiado desde que los supervivientes de los Bishop huyeron de la Ciudadela destruida de Abraham hacia la desolación de Nieveclara. Se habían unido a restos de las Familias Knight y Rook para huir de aquel mundo. Lo habían visto mucho después como un punto en un océano de noches.
Ahora, la Familia estaba herida otra vez…, y se le habían unido miembros nuevos que aportaban la herencia de otro mundo. Una totalidad diferente. Tal vez un sol más grande.
Se volvió y caminó por el casco, provocando ruido con las botas sobre los anclajes magnéticos. La nube que se expandía poco a poco se hacía también cada vez más tenue y ya dejaba pasar un poco de luz. Ahora podía distinguir el pequeño círculo dorado allá atrás. Estaba más lejos que el enemigo, pero Quath decía que aceleraba con fuerza. Pronto se acercaría alArgo.
Killeen trató de imaginarse el tipo de naves que podrían transportar la masa enorme de la cuerda cósmica. Bueno, ya las vería. Cada cosa a su tiempo.
La gran hoz de las cíbers los seguiría hacia el Comilón, había dicho Quath. Así lo habían decretado las Iluminadas. Habían detenido la destrucción del planeta para enviar al anillo con elArgo. Habían interrumpido el trabajo de millones de cíbers. Pero nadie sabía por qué.
¿Y después? Todavía quedaba el enigma del ser electromagnético. En algún lugar allí delante, anclado al disco del Comilón.
El contacto leve de Killeen con aquella mente, allá en Nueva Bishop, había insinuado mucho sin explicar nada. Había hablado de su padre. Tal vez Killeen había tentado al destino al dar al sol que se desvanecía detrás de la nave el nombre de Estrella de Abraham. Pero tal vez Abraham era una de las claves de todo aquello. Sin embargo, ¿cómo era posible que su padre, perdido en la caída de la Ciudadela, figurara en las palabras de una tenue mente magnética? ¿O acaso aquella mente magnética podía resucitar a los muertos?
Sintió que su Aspecto Grey le reclamaba atención. Su voz le llegó lentamente, como si cruzara el abismo del tiempo que separaba a Killeen de la Era de las Arcologías.
Había informes… una vez vi… incompletos… muy antiguos… Algunos decían… antes de los Candeleros… antes de los Primeros incluso… una cultura… origen legendario, cuando los humanos vivían… bajo la voluntad de seres más vastos… Los dioses se movían en el cielo… fijaban… destino de hombres… y bestias… En esos tiempos… la humanidad se arrastraba… en el suelo… bajo cielos torturados… donde había cosas grandes… que vivían cómodamente… Algunos pensaban que esos seres superiores… eran dioses. Pero la vida de los seres humanos tenía sentido… a pesar de su irrelevancia… en el esquema general de las cosas. Así que no te desesperes… la humanidad ha encontrado antes voluntad e inspiración… en un lugar llamado Grecia.
Killeen asintió. Así que incluso aquello era antiguo. Las alegrías más sentidas y las derrotas más terribles de la humanidad habían sido meros entretenimientos marginales, pequeños dramas al pie de las grandes entidades.
No importaba que se les diera el nombre de dioses o de productos superiores de la evolución. Tal enormidad desafiaba cualquier definición. El Sembrador del Cielo estaba vivo, pero Killeen no sabía si había sido pensado o había aparecido, simplemente. Tal vez aquella distinción resultaba absurda a semejante nivel de grandeza.
Miró el cielo. Dedos de fuego anudado desplazaban las nubes moleculares. Las tormentas golpeaban las estrellas al pasar. Mareas de luz subían y bajaban con majestad inimaginable. En medio de todo aquello, navegaba el Argo, apenas un puntito insignificante.
—Shibo —murmuró Killeen—. Te amo.
Le pareció que las palabras eran nuevas y que las pronunciaba por primera vez en todo el universo.